A comienzos de los años 90, la que podríamos llamar su época de gloria, Ian Powell supo lo que era subir muy alto, literalmente. Era un reconocido escalador de muros que, gracias a su talento y a las habilidades que desarrolló, fue miembro del equipo nacional de los Estados Unidos y representó a su país en competencias internacionales. Sin embargo, después cayó muy hondo.

En efecto, Ian experimentó en carne propia aquella premisa de “todo lo que sube, baja”. Tal y como él mismo lo define, “diseñé la destrucción de una vida”. El repentino éxito, que llegó acompañado de grandes sumas de dinero, lo llevaron por el camino equivocado: el de la adicción a las drogas. Estuvo en la cárcel, donde se redimió, y luego el amor y los muros de escalada hicieron el resto.

Ian Powell nació en Atlanta (Georgia), en 1971, y tuvo una infancia difícil. Su padre, que era alcohólico, se suicidó cuando el niño apenas contaba 10 años. Eso, por supuesto, le produjo un severo trauma sicológico que traería consecuencias más tarde. Más tarde, con su madre se mudó a Waco (Texas), con el ánimo de comenzar una nueva vida, y allí fue donde conoció esta práctica deportiva.

Como si hubiera nacido predestinado para disfrutar de esta disciplina, muy pronto Ian exhibió que no era un escalador común y corriente. Era de los buenos, de los mejores, y tenían espíritu competitivo que lo diferenciaba de otros. Sin embargo, algo no encajaba. “Quería competir, lo disfrutaba, pero no estaba preparado para ganarme la vida como un profesional”, aseguró Ian.

Corría la primera década de los 2000 y los muros de escalada comenzaban a ganar terreno entre las preferencias de jóvenes y adultos con espíritu aventurero y ganas de imponerte retos. Si bien es prácticamente imposible determinar el origen de esta práctica, se sabe que los primeros muros de escalada fueron construidos con hormigón. Se cree que el primero fue uno en Seattle (EE. UU.).

De la primera estructura de pared artificial que se tuvo noticia fue de la que se construyó en el gimnasio del The Ullswater School, en Penrith (Inglaterra), en 1960. Se usaron ladrillos y piedras como agarres y tenía instalada una barra en la parte superior del muro para entrenar top-rope (una modalidad de escalada para principiantes). Otras ciudades inglesas difundieron la práctica.

Las paredes artificiales le dieron un gran impulso a esta afición, al punto que se crearon competencias y empresas destinadas a la fabricación de los implementos necesarios. Luego, en 1983, se produjo uno de los avances más significativos: la empresa francesa Entre Prises comenzó a fabricar los agarres de resina (holds), hechos sobre la base de moldes de arcilla.

En 1989 se realizó la primera Copa del Mundo de Escalada. El primer Campeonato Mundial fue llevado a cabo en 1991. La modalidad de bloque fue introducida en los eventos competitivos en 1998, pero fue en 2007 que la actividad quedó bajo la égida de la Federación Internacional de Escalada Deportiva (IFSC, por sus siglas en inglés). Debutará en los Juegos Olímpicos de Tokio-2021.

La afición por la escalada en muro le permitió a Ian conocer la cara positiva y alegre de la vida. No solo como deportista, sino también como empresario. Dado que acreditaba estudios de Diseño y Bellas Artes, se dio a la tarea de fabricar los artefactos que se utilizan para ayudar al ascenso y al soporte de los escaladores. La idea le resultó tan bien, que en 1996 fundó la empresa eGrips.

El negocio prosperó rápido, Ian Powell se convirtió en un tipo famoso y, además, millonario. Pero, de la mano de ese éxito llegaron también los problemas. En medio de las fiestas y la vida desordenada conoció el mundo de las drogas, que lo atrapó. Se volvió adicto al crack y las anfetaminas, pero no solo las consumía: también era un vendedor, un distribuidor de ellas.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Powell pasa horas en enteras en su casa, incluso en las noche, creando sus productos.


La historia de Ian Powell, un escalador de muro que se hizo famoso gracias a sus geniales diseños para la práctica de este deporte que debutará en los Juegos Olímpicos en Tokio-2021, nos enseña que se vale caer muy hondo, se vale equivocarse, pero lo que no se admite es rendirse.


“Nunca había estado cerca de las drogas duras, pero pronto descubrí que podía vender lo que quisiera. Tenía dinero por ahí, paquetes sueltos de dinero en efectivo y descubrí la cocaína y otras drogas”, confesó. Había sabido llegar a lo más alto, pero luego comenzó a caer en picada libre. A pesar de que decía que tenía la situación bajo control, los hechos demostraron justo lo contrario.

Cometió uno tras otro error, dilapidó su fortuna y, lo peor, avanzaba rápidamente en ese terrible proceso de autodestrucción. Tocó fondo en la noche de Acción de Gracias de 2010 en un basurero cerca de Denver (Colorado). Acurrucado bajo una capa de basura, estaba congelado, drogado y no había comido en días. No tenía amigos que no fueran drogadictos o criminales. Estaba perdido.

Tampoco podía recordar la última vez que había escalado, pero habían pasado dos o tres años. Para financiar el vicio, se dedicó a robar y, como era de esperarse, un día lo atraparon y lo enviaron a la cárcel por fraude con tarjetas de crédito. Finalmente, había tocado fondo y ahora, entonces, solo había una opción: comenzar a salir de allí. Y, paradójicamente, la prisión lo ayudó.

“Desperdicié ocho años de mi vida”, reconoce. Sin embargo, en el encierro encontró la paz y la tranquilidad que necesitaba para reflexionar y cambiar. Además, pudo dejar las drogas y eso le permitió transformar su vida, encontrar el camino del bien. Luego de un año tras las rejas, logró recuperar la libertad en Boulder, donde también la vida le brindó una segunda oportunidad.

Dan Howley, un viejo amigo que era propietario de un gimnasio, le tendió la mano para que pudiera comenzar una nueva vida. Ian se dio a la tarea de fabricar los materiales requeridos para escalar los muros y a darle forma a Kilter Grips, el negocio que maneja actualmente. Allí conoció a Jackie Hueftle, una joven entusiasta de la escalada que se encargó del marketing de la nueva empresa.

Aunque Ian no lo recordaba, ya se conocían con Jackie, desde le época en que él consumía drogas. De hecho, ella fue una de sus víctimas: le había robado el automóvil. A pesar de ese antecedente, ella decidió darle una oportunidad y pronto se convirtieron en una pareja, tanto en lo sentimental como en los negocios. En 2013, Kilter Grips se transformó en una empresa formal que factura 2,5 millones de dólares al año.

“Somos un buen equipo porque él es el artista y yo soy la más relajada”, dice Jackie, de 38 años. Mientras, Aman Anderson, propietario de Beast Fingers Climbing, una firma de Denver que fabrica dispositivos de entrenamiento para escaladores, dice que Ian ha sido una figura importante en el desarrollo del sector. “Siempre ha estado a la vanguardia de la innovación y en la creación de oportunidades para otros”, dice.

Hoy, Ian diseña artefactos de escalada hechos a mano en un estudio en la casa en la que convive con Jackie en Longmont (Colorado). Dedica muchas horas a crear sus obras, inclusive durante las noches. “Cuando destruí mi vida, desaparecí del mundo de la escalada. Nadie sabía dónde estaba. Cuando me desintoxiqué, tuve suerte porque la mayoría, no todos, pero muchas personas, me dieron la bienvenida”.

En el hogar de Fran y Travis, sus padres, Ian conoció la cara triste de la vida, pero de ellos también heredó el talento y las habilidades que después le sirvieron para salvar su vida. Él era constructor y ella, una artista, una talentosa fotógrafa, que dirigía una galería. Luego se inspiró en el artista japonés-americano Isamu Noguchi, autor de esculturas para muchos parques y parques infantiles en Atlanta.

Creció en un ambiente inestable y, a veces, verdaderamente hostil. Fue el arte el que le permitió hallar una vía de escape a esa violencia extrema que se había adueñado de él. Poseía un inmenso talento, pero, como él bien dice, “la palabra genio me jodió”. Sin embargo, si de algo sabe Ian es de subir, así que tras caer se reincorporó y comenzó a construir algo nuevo, algo positivo.

Ian Powell creció en medio de dificultades, rodeado de un ambiente poco sano para un joven. Luego, cuando conoció el éxito, cuando tocó el cielo con las manos, perdió la perspectiva de la vida y lo echó a perder. Cayó muy profundo, pero un día tocó fondo y comenzó a ascender otra vez, lo que mejor sabe hacer en la vida. Aprendió que se vale equivocarse, lo que no se admite es rendirse.


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Ian Powelll es un artesano meticuloso y detallista. Esa es la clave del éxito de u trabajo.


Su pasión por la escalada se inició cuando era niño y el talento que poseía tanto para la práctica como para el diseño de los artefactos que se utilizan en los muros le permitió volverse famoso y ganar mucho dinero. Esa fue su perdición. Se volvió adicto a las drogas y terminó en la cárcel.


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