La terquedad (o la manía de ir contracorriente, como la quieras llamar) es uno de mis defectos más notorios. Al entrar en contacto conmigo, no tardarás en darte cuenta de que soy terco. A la vez, sin embargo, esta característica es también una de mis mayores virtudes y la razón por la cual he logrado en la vida casi lo que me propuse, aunque por lo general elegí un camino de obstáculos.

En mi defensa, puedo decir que es algo que heredé de la señora Julita, mi madre. La menciono de vez en cuando en mis contenidos porque fue la persona que más me marcó en la vida y porque soy muy parecido a ella en muchos sentidos. Ese, de la terquedad, es uno de esos. Ella fue una mujer que, seguro, nació en la época equivocada, porque no encajaba en el mundo que la acogió.

¿Por qué? Nació en esa generación en la que las mujeres estaban destinadas a ser esposas y madres. Al menos en Colombia (por no decir que en Latinoamérica), el acceso a la universidad era restringido. De cierta forma, fue una rebelde, aunque nunca se enfrentó o retó la autoridad de sus padres. ¿Lo mejor? A pesar de que aceptó las circunstancias, jamás renunció a sus sueños.

Que cristalizó uno tras otro, con paciencia, con perseverancia, con terquedad. Fue mujer ejemplar, una gran esposa, una madre única y una emprendedora exitosa. Aprendió de los negocios a la sombra de su padre, el abuelo Leonidas, y fue dueña de un restaurante, de una almacén de ropa femenina y agente inmobiliaria, entre otros oficios. Y claro, mujer, madre, esposa y amiga.

La suya no fue una vida fácil porque las mujeres que actúan contracorriente no son bien vistas en nuestra sociedad, aun en este siglo XXI. Ella me enseñó a no ir detrás de la procesión y elegir un camino distinto, a romper las normas establecidas y, sobre todo, a pensar fuera de la caja. Una mentalidad a contracorriente que le permitió cumplir sus sueños, romper paradigmas y ser feliz.

Una de las habilidades que aprendí de mi madre fue aquella de resolver problemas. O, mejor, la de anticiparlos. No sé cómo o de quién la aprendió, pero vaya si le sirvió. Su premisa era sencilla: si quieres resolver un problema, debes ir al origen, saber cuál es exactamente el problema y por qué se produce. Obvio, ¿cierto? Bien, pues la mayoría de las personas actuamos de modo diferente.

¿Cómo así? Reaccionamos al problema. Una estrategia que, quizás lo sabes, no solo no te sirve para resolver el problema, sino que seguramente lo agrandará. Y será, además, el detonante para que otros problemas subyacentes afloren. Es un procedimiento aprendido, emulado, convertido en un hábito tóxico que produce el efecto contrario al esperado: ¡nos metemos en más problemas!

Cuando eres emprendedor, tienes que aprender a lidiar con los problemas, de todo tipo. Que se presentan a diario, te retan, te complican, te frustran. Si tu actitud es enfrentarlos, lo único que vas a lograr es minar tus fuerzas, tus energías, y perder el foco de lo que en realidad es importante. Y, créeme porque lo he visto muchas veces en personas valiosas, terminarás tirando la toalla.

Pensar y actuar contracorriente exige alejarte del problema, verlo en perspectiva y no permitir que te dominen las emociones. Una vez estás en control, entonces, puedes abordar el origen y, de esta manera, evitar que los problemas subyacentes te hagan pasar un mal rato. En este caso, la premisa fundamental es cortar de raíz ese problema que te inquieta, que te arrebata la tranquilidad.

“El primer paso para resolver un problema es aceptarlo”, reza un popular dicho. Pero también es necesario apreciarlo y entenderlo, establecer la causa e ir más allá de las manifestaciones, que suelen ser molestas (dolor, miedo, vergüenza…). Llegar al origen, así mismo, nos brinda algo que es muy importante: margen de maniobra, por un lado, y posibilidad de anticiparlo, por otro.

¿Sabes qué ocurre cuando te pasas la mayor parte del tiempo, del día, enfrentando esos problemas (grandes y chicos, urgentes e intrascendentes) que se te presentan? Que te desvías del camino, que pierdes el foco de lo importante: dejas de lado a tus clientes, que son la razón de ser de tu quehacer y te distraen de tus estrategias, que son la fuente de los buenos resultados.

La profesora Maureen Bisognano, una de las más reconocidas líderes sanitarias del mundo, acuñó una frase genial: “Sé impaciente para la acción, pero paciente para los resultados”. Para ella, ningún cambio es posible sin que haya acción, pero advierte también que el resultado de esa acción es inmediato, que el proceso puede tardar más de lo que esperamos en dar sus frutos.


contracorriente

El más alto rascacielos se construyó ladrillo a ladrillo, no lo olvides.


La manifestación elemental del pensamiento contracorriente es tomar acción. ¡Toda una declaración de rebeldía! Tomar acción, ir por lo que quieres, salir de la plácida zona de confort, enfrentar las dificultades que se presentan en el camino, asumir los riesgos y tomar decisiones que incorporan errores es para valientes. Y es, también, lo que marca la diferencia entre éxito y fracaso.

A lo largo de más de 25 años de trayectoria como emprendedor digital, como mentor, he cometido mil y un errores, muchos de ellos groseros. Si no hubiera cultivado el pensamiento contracorriente, si no hubiera aprendido a pasar a la acción, quizás me habría quedado tendido en alguno de los primeros tropiezos. Sin embargo, mi terquedad, ¡bendita terquedad!, me impulsó a seguir.

Podría escribir 20, 50 o 100 tomos de una de aquellas gigantescas enciclopedias de antaño, esos libros que solo podías leer cuando los reposabas en una mesa, relatando los problemas a los que me enfrenté en estos años. Y los que van a venir, por cierto, que son otros más. Con humildad, no son un problema para mí porque aprendí a nadar contra la corriente y llegar sano y salvo a la orilla.

No intento evitarlos, porque es imposible; no huyo de ellos, porque tampoco es una opción. Más bien, entiendo que son parte del proceso, que incorporan valioso conocimiento, y procuro que lo que hago cada día me ayude a gestionarlos de la mejor manera posible para que no se conviertan en el palo de la rueda que frene mi impulso, mi avance. No permito que me distraigan.

Mi consejo es que adoptes y pongas en práctica lo que te presenté en el comienzo: que pienses contracorriente y actúes. No dejes que la acumulación de pequeños problemas se transforme en un gran problema. Ese, créeme, es uno de los obstáculo más frecuentes para emprendedores, empresarios, dueños de negocios o profesionales independientes que monetizan su conocimiento.

¿A qué me refiero? Que, ataviados por la rutina del día a día, por la gran cantidad de tareas operativas que consumen nuestro valioso tiempo, solemos permitir que los problemas se acumulen. Y solo los abordamos, intentamos gestionarlos, cuando son un gran problema. Esto sucede, quizás, por olvidar una premisa que a mí me ayuda mucho: “lo macro empieza por lo micro”.

¿Qué significa? Enfrentarnos a grandes problemas no es la mejor estrategia porque lo más probable es que no tengas la capacidad de gestionarlos y te pasen por encima. Quizás no tienes los recursos necesarios, o te falta conocimiento, o no puedes hacerlo solo. No importa. “Lo macro empieza por lo micro” nos enseña que el más alto rascacielos se construyó ladrillo a ladrillo.

¿Entiendes? Veamos un ejemplo: ¿qué harías para resolver de manera simultánea los problemas de mil personas? Tarea harto difícil, ¿cierto? Sin embargo, lo sabemos, los seres humanos nos empeñamos en tratar de realizar esa titánica faena y, claro, fracasamos. “Lo macro empieza con lo micro” significa que soluciones el problema de una persona a la vez y así ayudarás a las mil.

No puedes (ni tú, ni yo, nadie) resolver los problemas de todo el mundo o, de otra manera, todos los problemas de alguien. Tu conocimiento y experiencias te brinda la capacidad de solucionar un problema de alguien y luego otro, y otro más, y así sucesivamente. Primero tienes que aprender a solucionar un problema de una persona y luego escalas a dos personas, a 10, a 100, a 1.000.

Sí, ya sé que lo que se pregona en el mercado, lo que nos venden en redes sociales, es justo lo contrario: “Consigue mil clientes en 3 días”, “Vende un millón de dólares en una semana” y otras especies tóxicas surgidas de la infoxicación. Todas mentiras, por supuesto. Apunta tu sabiduría hacia micronichos con los que tengas claras afinidades y resuelve un problema de esas personas.

Luego, con el aprendizaje adquirido, puedes apuntar más alto, a un micronicho más grande. Por favor, no te obsesiones con formular la solución perfecta para todo el mercado, porque nunca lo vas a lograr. Y te estrellarás una y otra vez con esa realidad. Más bien, echa mano del pensamiento contracorriente, apunta a la raíz del problema, analiza las opciones y procede paso a paso.

La terquedad es uno de los pilares de mi éxito, tanto como mi capacidad para pensar fuera de la caja, contracorriente. Hoy, gracias a la vida, cuento con miles de seguidores, de clientes, a los que les he podido resolver al menos un problema. ¿Sumados cuántos son? Miles, sin duda. Cada uno lo abordé bajo la premisa de “Lo macro empieza con lo micro” y se produjo una gran transformación.


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