Somos lo que pensamos. No hay forma más clara y precisa de decirlo. La realidad, y te lo digo tanto como sicólogo como emprendedor con más de 25 años de trayectoria en un mercado cambiante, cosechas lo que piensas. Tu cerebro, tu mente, es el jardín de tu vida: allí puede florecer una eterna primavera o, por el contrario, un inhóspito desierto en el que las semillas se secan.

Muy pronto, y muy joven, aprendí que la clave del éxito es la mentalidad. Fue uno de los mensajes más poderosos que me transmitió la señora Julita, mi madre, una emprendedora nata que casi siempre luchó contra la corriente. En una sociedad en la que el rol exclusivo de la mujer era criar a los hijos, ella cumplió a cabalidad con esa tarea y sacó tiempo para darles rienda a sus talentos.

Hija de un empresario, llevaba el ADN de los negocios en la sangre. Fue emprendedora en una época en la que ese término todavía no se había acuñado o, en el mejor de los casos, a este oficio se lo veía mal. Fracasó y triunfó varias veces, con diferentes negocios, pero nunca se rindió. Aprendió lo que era necesario, porfió y, como era su hábito favorito, se salió con la suya.

Verla trabajar, negociar con sus clientes y proveedores, era algo divertido. Además, con su carácter fuerte, con sus convicciones sólidas, no era fácil de convencer. Si alguna vez escuchaste aquello de “Cuando a una mujer se le mete una idea a la cabeza es más fácil cortarle la cabeza que hacer que cambie de idea”, la señora Julita fue, seguramente, una de las mujeres que inspiró esta máxima.

La suya era una mentalidad ganadora, enfocada en hacer, en los resultados. Una mentalidad disruptiva para su época, de ahí que dejó huella en todos los emprendimientos que comenzó y, por supuesto, en todas las personas de su entorno. Y yo fui uno de los privilegiados que recibió sus enseñanzas, su inspiración. Pero, lo más importante, sin duda, aprendí de su mentalidad.

En términos sicológicos hay dos tipos de mentalidad: la fija y la de crecimiento. La prestigiosa sicóloga Carol Dweck, reconocida por su trabajo en el área del mindset psicológico, nos enseñó que una persona con mentalidad fija piensa que ha nacido con ciertas habilidades y un coeficiente intelectual. Asume que eso es todo lo que necesita y difícilmente intentará conseguir más.

Son de la clase de personas que no se arriesgan a salir de su zona de confort por una razón: el temor a equivocarse y la consecuente desaprobación de su entorno, de los demás. Además, se sienten atemorizadas por el éxito y los logros de otros, a quienes perciben como una amenaza porque los dejan en evidencia. Sus pensamientos y creencias, y sus decisiones, son rígidas.

Se desenvuelven estrictamente en los campos en los que obtiene resultados que las satisfacen, en los que pueden sobresalir sin dificultad. Son implacables consigo mismas, muy autocríticas y se autoflagelan con reproches surgidos de su obsesión por el perfeccionismo. Uno de sus mayores dolores es que la opinión que otros tienen de ellas sea negativa: eso provoca que se derrumben.

En la otra orilla, está la mentalidad de crecimiento. Propia de personas con un deseo continuo de aprendizaje. Son prolijas al cambio, se adaptan fácil y rápidamente y adoptan hábitos sin sufrir traumatismos. Su premisa es sencilla: “si hay algo que no sé, lo puedo aprender”. Y, entonces, se dan a la tarea de aprenderlo hasta que se lo dominan o se convierten en unos expertos.

Estas personas aman los desafíos y se imponen retos nuevos cada vez que cumplen una meta. Son abiertas para escuchar tanto las críticas como las sugerencias de otros y no se molestan si deben corregir. Una persona con mentalidad de crecimiento se caerá una y mil veces, pero una y mil veces se levantará y continuará su camino. Además, procurará aprender la lección de la situación.

Un factor que hay que tener en cuenta es que todos los seres humanos, absolutamente todos, incorporamos tanto la mentalidad fija como la mentalidad de crecimiento. Lo que cambia es la dosis de cada una, que varía de acuerdo con las experiencias vividas, con los aprendizajes adquiridos, con las creencias y los pensamientos cultivados. Ninguna de las dos es estática.

Las dos, además, están determinadas por la cultura, el sistema educativo y la sociedad. También, por la información que consumimos a través de los medios de comunicación y de internet, en especial, de las redes sociales. Y la que domine en cada momento de tu vida será la que hayas cultivado con mayor cuidado, con más esmero. Recuerda: cosechamos exactamente lo que un día sembramos.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que la mayoría de las veces no somos consciente de lo que hacemos, de lo que pensamos, de lo que cultivamos. Lo hacemos, simplemente, porque es un hábito, porque no sabemos hacer algo distinto o, quizás, porque dado que no conocemos la otra cara de la moneda nos sentimos cómodos con eso. Es fruto del diálogo interno que sostenemos.


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La vida que tienes es producto de tus creencias, de tus pensamientos, de tu mentalidad.


Lo que le dices a tu cerebro, de manera consciente o inconsciente, es lo que determina tus actos, tus decisiones, tu mentalidad. Esos pensamientos no solo son imaginación: son realidad. Lo que quizás no sabes es que el cerebro, poderoso, genial y maravilloso como es, no distingue entre una y otra, es decir, no sabe qué es imaginación y qué es realidad. Esa es la trampa que no vemos.

Por eso, sin darnos cuenta, con nuestros pensamientos, creencias, acciones y decisiones le damos a la vida un curso determinado. En especial, cuando se trata de la mentalidad. La abundancia se da a partir del agradecimiento, mientras que la escasez surge de la queja frecuente, de no apreciar lo que la vida te brinda, de la insatisfacción por los resultados que obtienes en todos los ámbitos.

A lo largo de mi trayectoria he visto, y tristemente sigo viendo, infinidad de casos de personas con amplio conocimiento en un área específica, con experiencias y aprendizajes valiosos que, sin embargo, no obtienen lo que esperan. ¿La razón? Su vida está limitada por la mentalidad de escasez porque aprendieron a pensar desde la carencia, desde la queja, desde la ingratitud.

Veamos algunas de las manifestaciones de la mentalidad de escasez:

1.- Siempre tienes excusas. Te dejas invadir por los miedos y no te animas a dar el primer paso, pero siempre tienes una buena excusa para justificarte. Es un terrible círculo vicioso del que es muy difícil salir. Por supuesto, nunca es tu responsabilidad, todo lo malo viene de afuera

2.- Dejas pasar las oportunidades. Tienes la posibilidad de adquirir conocimiento, de desarrollar habilidades, de potenciar lo que posees, pero lo dejas para “después”. Y después no hay cuándo. Crees que “ya vendrá otra oportunidad”, pero cada vez que aparece la dejas pasar de nuevo

3.- No inviertes en ti. El más grave síntoma de la mentalidad de escasez. Crees que con lo gratis lo tienes todo, piensas que eres un aventajado porque no gastas tu dinero en formación, en cultivar tu conocimiento, en potenciar tus talentos, pero a la larga te estancas, no sabes cómo avanzar

4.- Crees que puedes solo. Otra manifestación dolorosa. Nadie, absolutamente nadie, escaló el Everest en solitario. Nadie llegó a la cima del éxito, en cualquier actividad o ámbito de la vida, sin la ayuda de otros, de quienes ya recorrieron el camino y están justo donde tú quieres estar

5.- Eres un optimista iluso. Sí, asumes que con pensamientos positivos es suficiente para alcanzar lo que deseas, crees que así la vida está obligada a darte lo que anhelas. Y no es así: el optimismo, el pensamiento positivo, debe estar acompañado de acciones ciertas para que dé resultado

La mentalidad de escasez es un freno que te impide avanzar. Tras ella están tus miedos (en especial, el miedo al éxito), tus creencias limitantes, tus excusas, tu falta de conocimiento, tu dependencia de la aprobación de los demás, tus fracasos y tu comodidad. Sí, porque, aunque se antoje duro decirlo, la mentalidad de escasez no es más que una plácida zona de confort.

Como cualquier ser humano, en algún momento de mi vida permití que la mentalidad de escasez hiciera de las suyas. Por fortuna, con la ayuda de mi familia y la guía de mis mentores, me liberé de esa cadenas y alcé vuelo, un vuelo abundante y próspero que hoy caracteriza mi vida. No puedo estar más agradecido con la vida por tanto que me ha dado, por tantas bendiciones recibidas.

Agradezco, en especial, los cientos de miles de dólares que he invertido en mí, en mi conocimiento, en mi formación, en mi desarrollo profesional y personal. Cada centavo ha valido la pena y, lo mejor, se ha multiplicado a partir de esa maravillosa dinámica de compartir con otros aquello que la vida me ha brindado. Y no solo eso: ha regresado a mí en forma de múltiples bendiciones.

“Tus creencias se convierten en tus pensamientos; tus pensamientos, en palabras; tus palabras, en tus actos; tus actos, en hábitos; tus hábitos, en valores y tus valores, en tu destino”, dijo Mahatma Gandhi. Palabras sabias, sin duda. Sin embargo, el verdadero poder, la sabiduría, no está en la palabras, sino en la capacidad de cada uno en transformarlas en acciones y decisiones ciertas.

La mentalidad de escasez es un enemigo silencioso, invisible, que convive con nosotros y estropea los planes, echa a perder los sueños y nos impide recibir de la vida todo aquello maravilloso que ella tiene para brindarnos. Tú eliges si duermes con él, si lo conviertes en tu socio o si, por el contrario, cambias tus pensamientos y creencias y obtienes resultados distintos a los de siempre.


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