¿Has caído en cuenta de que la mayoría de los problemas que te afectan son provocados por ti o, de otra forma, tú los puedes resolver sencillamente? Es curioso, y sin duda irónico, porque la mayoría de las personas se ahoga en un vaso de agua, como se dice popularmente. Otras, mientras, se rinden ante el menor problema, sin siquiera considerar que pueden solucionarlo.

La vida diaria está llena de eso que llamamos problemas, que la mayoría de las veces son, más bien, oportunidades disfrazadas. Lo que ocurre es que la vida no nos la quiere poner tan fácil, no nos quiere ofrecer la solución rápida y se empeña, caprichosamente, en ponernos a prueba. Tampoco nos dice que al final, si conseguimos la solución, esta tendrá una recompensa.

Que, a diferencia de lo que muchos piensan, no se representa con algo físico como un premio, una ganancia económica o algo por el estilo. ¿Entonces? La recompensa, amigo mío, es algo mucho más valioso: APRENDIZAJE. El problema es que nos rendimos muy rápido, nos hacemos a un lado y desechamos la oportunidad de aprender. Por eso, más adelante volvemos a caer.

Y caemos en el mismo error una y otra vez, tropezamos con la misma piedra una y otra vez. Y por aquello del imaginario popular, por las creencias que nos enseñaron, pensamos que es porque “el universo confabula contra mí” y otras teorías similares clásicas de la ciencia ficción. Pero, la verdad es distinta: simplemente, no entendemos el problema y no sabemos cómo resolverlo.

Lo que hay detrás de este problema es que los seres humanos sufrimos más con lo que imaginamos que está pasando o va a pasar que con lo que en realidad sucede. Nos dejamos llevar por las emociones, que son traviesas y caprichosas, y por la imaginación, que suele ser traicionera, en especial en estas circunstancias adversas. Nos encanta el rol de víctimas.

La resolución de problemas es una de las habilidades blandas más preciadas hoy, pero también, de manera irónica, una de las más escasas. ¿Por qué? Principalmente, por el modelo educativo en el que nos formamos, en el que crecimos, que es sobreprotector, en el que siempre hay alguien (padres, maestros) que acude en nuestra ayuda y no da la solución.

Entonces, nos acostumbramos a ello y cuando crecemos, cuando la vida nos enfrenta a otros problemas, quizás más graves, no sabemos cómo enfrentarlos y, mucho menos, cómo solucionarlos. Nos ahogamos en un vaso de agua. Entre otras razones, por el miedo a errar, a elegir la opción equivocada y vernos obligados a lidiar con las consecuencias de esa decisión.

En términos teóricos, la habilidad de resolución de problemas se define como la capacidad para identificar un problema, tomar medidas lógicas para encontrar una solución deseada y supervisar y evaluar la implementación de tal solución”. Es una habilidad cognitiva, es decir, se puede aprender, que exige mente abierta, curiosidad y pensamiento divergente.

Otra arista del problema es que para resolver esa situación es necesario tomar decisiones. Y a muchas personas les da miedo por temor a la equivocación, porque no reciben la aprobación de otros, porque tampoco han desarrollado esta habilidad. Entonces, eligen quedarse ahí, aprenden a lidiar con la situación, aguantan hasta que el dolor sea insoportable.

Desarrollar la habilidad de la resolución de problemas es una tarea imprescindible para un emprendedor, en especial cuando trabajas solo. Conozco a muchos emprendedores con talento, con buenas ideas, con pasión, que fracasan porque se quedaron atascados en un problema. O quizás porque tomaron la decisión equivocada y provocaron un daño mayor.

La verdad es que la resolución de problemas es un aprendizaje. Eso significa que lo puedes tomar o dejar, puedes aprender o seguir tropezando con la misma piedra. Y, claro, no es algo que se aprenda de un día para otro: se trata de un proceso que, por supuesto, incorpora las fallas. Sin embargo, lo peor que puedes hacer es no hacer nada y seguir como si nada.

Porque lo vas a pagar tarde o temprano, porque tu negocio lo va a pagar, porque tus clientes lo van a pagar también. Por fortuna, la Psicología nos ofrece poderosas y efectivas herramientas que nos ayudan a resolver los problemas, técnicas que han sido probadas durante décadas y cuyos resultados son consistentes. Son conocidas como las técnicas de problem solving.

La clave está en seguir estos seis pasos:

1.- Identificar el objetivo, deseo o problema. Saber en qué consiste, cuál es su alcance
2.- Recolectar información. Tanta como sea posible para determinar por qué ocurrió
3.- Clarificar el problema. Aislar la causa principal para poderla atacar
4.- Generar ideas. Buscar distintas alternativas de solución, incluidas las descabelladas
5.- Seleccionar y reforzar las soluciones. Elegir la que vas a implementar en ese caso
6.- Planificar la acción. Diseñar la estrategia y ejecutarla

En esta tarea, las siguientes preguntas te serán útiles:

1.- ¿Cuáles son los síntomas (manifestaciones) del problema?
2.- ¿Dónde (en qué punto del proceso) se produce?
3.- ¿Cuándo (en qué circunstancias) se produce el problema?
4.- ¿Es un problema que se repite?
5.- ¿Cómo pueden eliminarse (o controlarse) las causas del problema?
6.- ¿Este problema requiere solución inmediata o puede esperar?
7.- ¿Esa eventual solución está al alcance de mi mano (si no, ¿cuándo?)?
8.- ¿Qué experiencias del pasado me servirán para hallar la solución?
9.- ¿Quién ajeno a la situación me puede ayudar?
10.- ¿El riesgo que voy a correr bien vale la pena?


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Aunque se antoje difícil, siempre hay una solución para cualquier problema. Solo debes saber cómo hallarla.


Aunque queramos evitarlo, eso que llamamos ‘problemas’ aparecen por doquier. Por eso, es imprescindible desarrollar la capacidad para solucionarlos, una habilidad que hoy está muy bien valorada. ¿Cómo? Usa las técnicas de ‘problem resolving’ que nos ofrece la Psicología.


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Cuando nos enfrentamos a un problema, uno pequeño o uno grande, sin importar su naturaleza, cometemos el error de buscar una solución a como dé lugar. Sin embargo, debes saber que una de las opciones es “¿Qué pasaría si no hago nada?”. A veces, créeme, no hacer nada es el camino correcto, quizás porque el problema es pequeño y no merece atención.

Una de las estrategias de problem resolving que más me gusta es la conocida como la técnica del escalador. A la hora de planificar la escalada de una montaña, sin importar la altitud, el guía o sherpa determina una ruta partiendo de la cima y terminando en el punto base. Es decir, como si fuera el descenso y no es ascenso, al revés de lo que la lógica o el sentido común indicarían.

¿Por qué? Descubrieron que haciéndolo de la forma lógica corrían el riesgo de desviarse del objetivo, de perderse en la ruta. Con la estrategia implementada, en cambio, el recorrido se subdivide en estadio o etapas que persiguen objetivos intermedios. Así evitan un desvío y se mantienen enfocados. Enfócate en la solución, no en el problema o sus características.

Otra técnica es conocida como el escenario más allá del problema. ¿En qué consiste? En dejar volar la imaginación y vislumbrar cómo sería ese problema una vez haya sido solucionado. ¿Mejorará tu situación? ¿Empeorará? ¿El tiempo y el costo invertidos valieron la pena? La clave está en enfocar la mente en la solución, no en la raíz del problema o sus manifestaciones.

Hay otra estrategia que la mayoría de los seres humanos ponemos en práctica sin darnos cuenta. Es la conocida como la técnica de cómo empeorar. Se trata de explorar esas opciones caóticas que, en vez de resolver el problema, lo agrandarían, empeorarían la situación. En otras palabras, hay que identificar cuál es la opción más eficaz y rápida para fracasar.

Aunque parezca contradictorio, este camino tiene una enorme virtud: te ayuda a identificar claramente qué NO hacer. Eso significa que eliminas una cantidad de opciones y te quedas solo con las realmente buenas, las que en verdad te van a ayudar. Así, la decisión será mucho más sencilla y, seguramente, efectiva. “No hay mal que por bien no venga”, decían las abuelas.

La clave del éxito en esta tarea de solucionar problemas radica en reconocer el mal, tratar de identificar claramente su origen y sus manifestaciones y diseñar el plan para atacarlas, para solucionarlas. Créeme que, aunque se oiga complejo, es más fácil de lo que parece. No hay fórmulas perfectas y la estrategia más adecuada suele ser la temida (y efectiva) prueba y error.

En este proceso, por favor, no olvides algo muy importante: determinar el tiempo y los recursos (dinero, herramientas, equipo) que requieres para hallar la solución. A veces, nos damos cuenta de que sale más costosa la solución que el problema mismo. Así mismo, entiende que todo problema incorpora una solución: solo hay que saber cuál es la adecuada.

Un problema, si lo sabemos enfrentar, fácilmente se transforma en una oportunidad. Eso que llamamos problemas, y que percibimos de manera negativa, son simplemente oportunidades que la vida pone en nuestro caminopara retarnos, para invitarnos a crecer, para desarrollar habilidades, para adquirir conocimientos y experiencia. No huyas de los problemas: ¡soluciónalos!