El ser humano está en constante proceso de aprendizaje desde el instante en que nace hasta el momento en el que muere. Aprende, aunque a veces no se dé cuenta, aunque a veces no haga el menor esfuerzo, aunque después no saque provecho de ese aprendizaje. Lo que cambia en el transcurso de la vida es la forma en que aprendemos y el origen de los aprendizajes.

Recién nacidos, por ejemplo, el aprendizaje se obtiene, a través de tres sentidos: vista, tacto y oído. ¿El método? La experiencia. El niño quiere tocarlo todo, quiere verlo todo y, seguro lo sabes, escucha todo. Aunque sus sentidos están en plana fase de desarrollo, poseen una gran agudeza que les permite diferenciar, por ejemplo, la voz de papá o mamá de la de un extraño.

En los primeros 6 años, el niño configura las habilidades que más adelante le van a servir para la vida. ¿Cuáles? Las psicomotoras, las cognitivas, las lingüísticas, las emocionales y las sociales. Es aquella maravillosa etapa de la vida en la que solemos decir que el ser humano es “una esponja” que absorbe inmensas cantidades de conocimiento de toda índole.

Más adelante, cuando se involucra en la novedosa experiencia del colegio, disfruta de lo aprendido con anterioridad y desarrolla nuevas habilidades. Aprende a leer y a escribir, descubre la motricidad fina y algo muy importante: sale del cascarón del egocentrismo y se sumerge en la aventura de relacionarse con otros. Este es otro aprendizaje apasionante.

Poco a poco, a medida que crece, a medida que adquiere conocimiento teórico en las aulas escolares, el niño también experimenta un acercamiento al mundo natural y social. También aumentan su capacidad de interacción y hacen descubrimientos fascinantes, como aquel de la inteligencia emocional. Es un período en el que, así mismo, se enfrentan a algunos conflictos.

Cuando llegan a la educación secundaria, las principales transformaciones se dan tanto en su mente como en su cuerpo, que se desarrolla con rapidez. Su pensamiento es más racional, hace una primera aproximación al pensamiento crítico y descubre vulnerabilidades. En especial, las que se derivan de la interacción con otros y de las decisiones que adopta.

Esta es una etapa crucial porque en ella establece su propia identidad, un complejo proceso en el que está sujeto a múltiples estímulos que ponen a prueba su capacidad de elegir lo más conveniente. También es una etapa de autoconocimiento y de desarrollar la autoestima, un aprendizaje en el que los amigos y las incipientes relaciones sentimentales juegan un rol crucial.


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Aquello que la vida te dio el privilegio de aprender no te servirá de nada si no lo compartes con otros.


La vida es un continuo proceso de aprendizaje. Aprendemos desde el día en que nacemos hasta el día en que morimos. La clave, sin embargo, está en lo que cada uno hace con ese conocimiento. La pirámide de Glasser nos ofrece una visión genial que comparto al ciento por ciento.


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Y los adultos, ¿cómo aprendemos los adultos? Lo primero que te puedo decir, y seguramente lo sabes, es que los adultos aprendemos de forma distinta de los niños. Y es lógico. Malcolm Shepherd Knowles, un reconocido educador estadounidense, autor de varios estudios acerca del aprendizaje y la educación, estableció las cinco características de los aprendices adultos:

1.- Autoconcepto. El adulto, a diferencia del niño, tiene autonomía y capacidad de decisión. En términos generales, elige qué quiere o necesita aprender y cómo obtener ese conocimiento.
2.- Experiencia. No dejamos de aprender de lo que nos sucede. En todos los ámbitos en los que nos involucramos, a través de todas las personas con las que interactuamos, aprendemos.
3.- Disposición. Se desprende de los dos anteriores. Por supuesto, para que sea un aprendizaje provechoso se requiere que esté alineado con los valores, principios y talentos de la persona.
4.- Orientación. A medida que avanza la edad, cambian las prioridades, las necesidades y los intereses. El aprendizaje se centra en la resolución de los problemas que se presentan.
5.- Motivación. Un mejor salario, un mejor cargo o mejorar la autoestima son motivaciones que, con el tiempo, se transforman. A mayor edad, la motivación surge del interior.

A partir de esas características, Knowles estableció los cuatro principios que se deben aplicar en el proceso de andragogía, lo que él mismo definió como “el arte y ciencia de ayudar a los adultos a aprender en contraposición a pedagogía que se centraba en enseñar y educar a los niños”. En otras palabras, son los cuatro pilares sobre lo que se sustenta el aprendizaje:

1.- Ser partícipe. El adulto necesita sentirse involucrado en el proceso de aprendizaje. Saber que pueden aportar es tan importante para ellos, como lo son los resultados obtenidos.
2.- Experimentar. Dado que han aprendido de sus errores, no tienen miedo de probar, a sabiendas de que es el camino más seguro hacia el éxito. Les gusta tener libertad de acción.
3.- Relevancia. Cuanto más útil sea el conocimiento, cuanto mayor sea el beneficio inmediato, más interés supondrá para ellos. Así mismo, valoran más el ‘hacer’ que el ‘aprender’.
4.- Resolución de problemas. Dado que no hay mucho tiempo disponible, los adultos priorizan el aprendizaje de lo que les permitirá superar los obstáculos que les impiden avanzar.

Ahora, hay un quinto principio, que no fue expuesto por Knowles, pero que la experiencia como sicólogo y como emprendedor durante más de 20 años me ha permitido identificar. ¿Sabes a cuál me refiero? A que los adultos aprendemos más cuando el conocimiento surge de una actividad que nos agrada, nos hace felices y que conecta tu pasión con tus talentos.

Sin embargo, y te lo digo con conocimiento de causa porque es a lo que me dedico, esto no es suficiente. La conexión de pasión y talentos no es suficiente. Es el punto de partida, nada más, pero lo realmente importante es qué haces tú con esa pasión, con esos talentos y, en especial, con ese conocimiento que la vida te ha dado el privilegio de atesorar. ¿Qué haces con él?

Muchas personas, la mayoría, lo exhibe como si fuera un trofeo, y comparte estrictamente lo necesario, lo superficial. Otros, en cambio, quieren compartirlo que no han desarrollado la habilidad de transmitirlo y, por eso, se quedan con él. Otros, entre los que por fortuna estoy, lo compartimos con otros, lo multiplicamos, lo enriquecemos cada vez que lo transmitimos.

En otras palabras: la mayor fuente de aprendizaje surge de aquello que enseñamos a otros. O, dicho de otro modo, aprendemos más cuando lo enseñamos a otros. Por eso, no me canso de repetirlo, si posees un conocimiento amplio y profundo acerca de un tema y, además, atesoras experiencia en ese campo de trabajo, tu RESPONSABILIDAD es compartirlo con otras personas.

Es lo que nos enseñó el médico siquiatra y sicólogo estadounidense William Glasser, a través de la ‘teoría de la elección’. ¿Habías oído hablar de ella? ¿La conoces? En esencia, plantea que las personas aprenden más y mejor cuando se retan, se motivan y actúan por su propia elección. Es un concepto que, en el ámbito de la educación formal, aún genera resistencia.

La clave está en que el alumno encuentre utilidad en lo aprendido y nos propone al siguiente pirámide para explicar cómo aprendemos los adultos:

10 % – de lo  que leemos (solo leer). Esto derriba de un tajo la teoría, muy popular entre los emprendedores, de que si lees determinados libros alcanzarás el éxito.

20 % – de lo que oímos (solo escuchar). Es un aprendizaje escaso, entre otras razones, porque los seres humanos no solemos prestar la atención debido a lo que nos dicen otros.

30 % – de lo que vemos (ver y mirar). El ejemplo claro está en YouTube: los videos te sirven para ciertas tareas, pero también hay otras más complejas que requieren otro camino.

50 % – de lo que vemos y oímos. Digamos que este es el método convencional, del que ya sabemos tiene manifiestas limitaciones que provocan que el proceso se estanque.

70 % – de lo que debatimos con otros (hablar, preguntar, repetir, nombrar, relatar, escribir, enumerar, reproducir, recordar, reaccionar, definir). La interacción enriquece el aprendizaje.

80 % – de lo que hacemos (escribir, interpretar, describir, expresar, revisar, identificar, comunicar, aplicar, utilizar, demostrar, planear, crear, organizar, participar). Es, simplemente, una ley de la vida: aun sin conocimiento, si hacemos una y otra vez vamos a aprender.

95 % – de lo que enseñamos a otros (explicar, dar ejemplos, presentar, entrenar, acompañar, ilustrar, crear documentos, diseñar cursos). El maestro (mentor o guía) no solo da, sino que también recibe. Y, quizás no lo sepas, recibe más, mucho más, de lo que da. ¡Maravilloso!

El ser humano está en constante proceso de aprendizaje desde el instante en que nace hasta el momento en el que muere. Lo importante, sin embargo, es qué hace cada uno con ese valioso conocimiento, con las experiencias, con las enseñanzas surgidas de los errores, los propios y los ajenos. Mi invitación es a que lo compartas, porque solo así descubrirás el inmenso tesoro que te regaló la vida.