Imagina que un día, uno cualquiera, prendes tu auto y sales al supermercado. En el camino, sin embargo, notas algo raro: tu auto está pesado, no desarrolla la potencia a la que estás acostumbrado y que tanto disfrutas. Lo sientes cansado. Entonces, desvías hacia el taller de tu mecánico de confianza y le cuentas lo que sucedió, a la espera de una pronta solución.

“Regrese en la tarde y ya se lo tengo listo”, te dice. Cuando lo recoges, haces una mueca de sorpresa porque costó más de lo que esperabas. “Es algo sencillo”, te habían dicho, pero te cobraron como si fuera algo complejo. Lo complejo fue que, dos días después, la anomalía se volvió a presentar, lo que te causó no solo un disgusto, sino que te dejó en una incómoda situación.

Tenías un compromiso y, por el inconveniente del auto, no llegaste a la hora prevista. Otra vez al taller y otra vez el diagnóstico certero de tu mecánico. Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que esa no fue la última visita, porque solo después de otras tres más (¡cinco, en total!) descubrió cuál era el problema: una pieza de la transmisión trasera se rompió y la llanta estaba frenada, literalmente.

Esta situación hipotética, que quizás la sufriste alguna vez o conoces a alguien que la padeció, no solo se presenta con tu auto: también, en la vida y en los negocios. Como sicólogo y emprendedor tengo la autoridad y, sobre todo, las experiencias para decirte que esos frenos son comunes. El error es que buscamos el origen del problema en el exterior, cuando en verdad es algo interior.

¿A qué me refiero? A las creencias, los pensamientos, los hábitos que desarrollamos, las habilidades que adquirimos y las decisiones que adoptamos. También, por supuesto, a las traviesas, caprichosas y muchas veces traicioneras emociones. Este menú, que puede ser una mezcla explosiva si la agitas, está en ti, en cada uno de los seres humanos, sin excepción.

Todos, absolutamente todos, lo padecemos. La diferencia radica en que algunos aprendemos a tomar el control de la situación, desarrollamos la habilidad de bloquear esas creencias que nos limitan, esos pensamientos negativos y tóxicos que nos impiden avanzar, y cristalizamos nuestros sueños. Ah, que no se olvide: aprendemos a gestionar las emociones, ¡las metemos en cintura!

Como sabes, soy un convencido de que la mentalidad es responsable del 90-95 por ciento de los resultados que obtenemos en la vida. En cualquier actividad, no solo en el trabajo. También, por ejemplo, en las relaciones, en el deporte o hasta cuando juegas a las cartas con tus amigos. Si careces de la mentalidad adecuada, si cultivas una mentalidad de escasez, lo pagarás caro.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que a los seres humanos nos cuesta aceptar que somos los responsables de lo que hacemos, de lo que recibimos de la vida. Nos enseñan que hay un destino que ya está escrito, que hay circunstancias insalvables o, también, la cotización del dólar subió, el precio del petróleo se disparó, la bolsa de valores está en riesgo, el cambio climático…

El arsenal de disculpas es nutrido y variado. Además, lo aprendemos de memoria y lo exponemos cada vez que no recibimos de la vida lo que esperamos. “Me lo merecía”, pensamos en silencio, desconsolados. La verdad, lo que he aprendido, es que no se trata de méritos, sino de logros. Y la diferencia no es semántica: es una de las claves que determinan el éxito o el fracaso en la vida.

¿Cuál es la diferencia? Cuando estás convencido de que te mereces algo, te sientas a esperar que llegue. ¿Por ejemplo? El regalo de Navidad o de cumpleaños. “Me lo merezco”, “Me lo tienen que dar”, piensas. En cambio, los logros están determinados por lo que haces: tus acciones y tus decisiones, el aprendizaje de tus errores, tu capacidad para no rendirte y, por supuesto, tu mentalidad.

Le agradezco a la vida todo lo que me ha concedido, que es mucho, a sabiendas de que cada uno de esos logros fue trabajado, sudado. En vez de pensar que me los merecía, los trabajé, aprendí, me capacité, me equivoqué y corregí y poco a poco coseché lo que había sembrado. Un proceso en el que tuve que aplicar un détox mental, sacar de mi cabeza a mis más grandes enemigos.

¿Sabes a cuáles me refiero? Veamos:


10-frenos

Las creencias, los pensamientos y el pasado son una pesada carga que nos impide avanzar.


1.- Pensar demasiado. La mente es maravillosa, pero a veces se convierte en un obstáculo. ¿Cuándo? Cuando imaginamos cosas o hechos que no se han dado, cuando nos preocupamos por un mañana que aún no llegó, cuando, como se dice popularmente, “nos montamos películas”. Pensar es un privilegio único del ser humano, así que utilízalo para impulsarte, no para hundirte.

2.- Tu diálogo interior. Una consecuencia del anterior. Somos excesivamente duros para juzgarnos y nos castigamos de más cuando cometemos un error. Además, por ese vicio de querer encajar en las expectativas de los demás, nos hablamos de forma negativa, destructiva, tóxica. Y quizás sabes que la forma en que actuamos se determina por los pensamientos que cultivamos en la mente.

3.- Te anclaste en el pasado. Un obstáculo muy frecuente. Tiramos el ancla y nos quedamos en esos momentos que nos brindaron felicidad, que nos despiertan la nostalgia o, quizás, de los que no nos podemos liberar. A la postre, sea cual sea el caso, ese pasado se convierte en una pesada carga que nos impide avanzar, que nos desgasta, que nos distrae. ¡Vive y disfruta el presente!

4.- Resistencia al cambio. Nos cuesta, y mucho, salir de la zona de confort, allí donde nos sentimos protegidos. Además, tememos a lo desconocido, así que siempre que sea posible evitamos enfrentar el cambio. Y es un grave error, porque la vida, la esencia de la vida, la dinámica de la vida, es el cambio. Eso, a mi juicio, es lo mejor de la aventura: siempre puedes hacerlo mejor.

5.- El miedo al qué dirán. Otro mal muy extendido. Dependemos de la aprobación de los demás, nos preocupa encajar en sus expectativas (cumplirlas) y tememos que rechacen la forma en que pensamos y actuamos, nuestras decisiones. Aprendí que el único responsable de mi vida soy yo y, por ende, al único que debo rendirle cuentas es a mí. Además, suelo salirme con la mía…

6.- Te comparas con otros. Es un hábito aprendido desde niños, cuando nuestros padres y otros familiares nos dicen permanentemente “tu hermano es mejor que tú”, “tu primo es disciplinado y tú no” y otras especies similares. No eres mejor ni peor que nadie: ¡eres tú! Esa condición de único es lo que te hace valioso, un ser humano maravilloso. Valórate y acéptate tal y como eres.

7.- Te distraes. Una variación de la anterior: te dejas llevar por la última baratija del mercado, por el más reciente objeto brillante. No tienes un enfoque y, además, reaccionas instintivamente, en función de las emociones. Para colmo, abandonas a mitad de camino lo que comienzas, pierdes la motivación muy rápido o, peor, te rindes fácil (a la primera dificultad). Enfoque y perseverancia.

8.- Eres conformista. Sí, tristemente te limitas a recibir lo que la vida te da, “lo que me merezco”.  El problema es que no te das cuenta de lo que pierdes, de lo que alejas con tu actitud, que quizás es más valioso que aquello que recibes. Una bendición del ser humano es aquella de no tener límites: ¡mira al infinito y alcánzalo! Busca siempre una cima más alta que la última que escalaste.

9.- Eludes lo difícil. O, dicho de otra manera, esperas que la vida te garantice un camino expedito, sin dificultades. Si piensas así, estás equivocado. Y, lo peor, si te obsesionas con evitar el error, no solo vas a tropezar una y otra vez la misma piedra, sino que te perderás del aprendizaje que cada uno de esos obstáculos incorpora. Y lo digo por experiencia: es el aprendizaje más valioso.

10.- Te paralizas. Por la sumatoria de todas las anteriores, te petrificas: eliges no actuar y, entonces, te quedas estancado en todos los ámbitos de tu vida. No cumples tus sueños, así que vives atado a la frustración, y te culpas repetidamente. Necesitas romper ese círculo vicioso y transformarlo, a partir de tus dones y talentos y de tu conocimiento, en un círculo virtuoso.

Si lo crees, lo creas es el título de un popular libro de Brian Tracy. “Elimina tus dudas, cambia tus creencias y suelta el pasado para alcanzar todo tu potencial”, es el subtítulo en la portada. No podría estar más de acuerdo  con esas palabras, investidas de sabiduría. Todo lo que necesitas para crear la vida que anhelas está en ti, te fue concedido por naturaleza, así que no lo busques afuera.

Así mismo, lo que impide que puedas desarrollar tu potencial y recibir de la vida lo que esperas está dentro de ti. Tú o alguien de tu entorno cercano lo sembró allí en algún momento y te dedicaste a cultivarlo. Necesitas cambiar el patrón, desaprender eso que te hace daño y sustituirlo por pensamientos y creencias nuevas, positivas, constructivas, impregnadas de abundancia y prosperidad.


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