“Tanto si crees que puedes hacerlo como si no, en los dos casos tienes razón”, es una frase que se le atribuye a Henry Ford. Él, quizás lo sabes, fue el fundador de Ford Motor Company y padre de las cadenas de producción modernas utilizadas para la producción en masa. También es reconocido por sus opiniones de corte racista, antisemita y supremacista blanco.

Un personaje polémico, sin duda, que marcó una época y dejó grandes enseñanzas y muchas reflexiones, como esta que referí. Un empresario que, en realidad, era un adelantado para su época, segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, por su visión global. Alternó grandes éxitos y geniales inventos con rotundos fracasos, en parte por problemas de salud.

El tema de fondo es que cualquier ser humano, independientemente de las circunstancias y de las dificultades que deba enfrentar, está en capacidad de conseguir lo que desea. No importa qué tan ambicioso sea ese objetivo, está en capacidad de conseguirlo. Además del caso del propio Henry Ford, la historia nos ilustra miles y miles de ejemplos que confirman la premisa.

Como también, tristemente, nos da cuenta de millones de ejemplos de personas que creyeron que no podían hacerlo, que conseguirlo era imposible, y tuvieron razón. Es decir, fracasaron. ¿Por qué? Porque, seguro lo sabes, el poder de la mente es ilimitado: actuamos y decidimos en función de cómo pensamos y pensamos de acuerdo con lo que conocemos, con aquello en lo que creemos.

Recuerdo que cuando tomé la decisión de venir a los Estados Unidos a aprender sobre internet, porque me provocaba una gran curiosidad esa naciente tecnología que se me antojaba muy poderosa, muchos me auguraron lo peor. “Consígase un trabajo de verdad, uno serio”, “Eso de ser emprendedor es para los vagos, para los que no quieren hacer nada”, decían.

Por supuesto, porque la terquedad es una de mis virtudes, no les hice caso. Por fortuna, no les hice caso. Pudo más mi intuición, esa vocecita de mi corazón y la confianza que me brindaban mis padres. ¿El resultado? Desde hace casi 25 años estoy dedicado al emprendimiento digital y felizmente ayudo a otros a hacer exactamente lo mismo que hice yo: cumplir mis sueños.

Que no fue fácil, que no fue un proceso corto: el camino estuvo lleno de dificultades que se incrementaron producto de mis errores (recuerda, soy terco). Sin embargo, he podido superarlas, una tras otra, para alcanzar las metas propuestas y fijar una más ambiciosas, más retadoras. En esa aventura, mi mayor aliado ha sido la mentalidad, creer que sí puedo.

“Si no te asusta, probablemente no estás soñando demasiado”, dice Tory Burch, diseñadora, empresaria y filántropa estadounidense. Recuerdo que cuanto me senté en la silla del avión que me transportó de Bogotá a Miami, en marzo de 1998, estaba lleno de ilusión. Pero, por supuesto, preso del pánico. Un miedo enorme que se transformó en el combustible de mis sueños.

Y que, en especial, me ayudó a superar mis creencias limitantes, que eran el principal obstáculo al que me enfrentaba. Porque no vayas a creer que no las tenía: ¡claro que sí, soy un ser humano como tú, como cualquiera! “No tengo dinero”, “No sé por dónde comenzar”, “¿Será que soy capaz?”, “No conozco a nadie que me pueda ayudar”, eran algunas de ellas.

Por fortuna, ¡sí pude! Una tras otra, derribé esas creencias limitantes y comencé a hacer realidad mis sueños. Como por arte de magia, se abrió ante mí un universo ilimitado de oportunidades, de aprendizajes. A medida que avanzaba, que creía en mí, los planetas se alineaban y me daban un empujoncito, y luego otro y otro más. Así conseguí avanzar.

Y los objetivos que en un comienzo se antojaban lejanos pronto se vieron cercanos. Y los pude alcanzar. Entonces, me tracé metas más ambiciosas, subí hasta cimas más retadoras y, casi sin darme cuenta, me transformé en un referente del mercado. Debo decirte, en todo caso, que la lucha continúa porque las creencias limitantes tienen la capacidad de mutar, de transformarse.

Antes de continuar, sin embargo, en este punto es bueno definir qué es una creencia limitante. Porque hablamos mucho de ellas, las culpamos de lo malo que nos sucede, pero a veces no sabemos a ciencia cierta qué son o por qué se producen. Es una idea que, aunque no sea una realidad o una verdad comprobada, tú has convertido en una realidad, en una verdad.


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Tanto si crees que puedes, como si crees que no puedes, tienes razón, dijo Henry Ford.


Las creencias limitantes son el obstáculo más frecuente que nos encontramos a la hora de hacer realidad nuestros sueños. Son pensamientos negativos a los que les hemos dado un poder exagerado y que nos frenan. ¿Cómo identificarlas y cómo superarlas?


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¿Por ejemplo? “Yo no nací para escribir” o “Eso del marketing digital no es para mí”. Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que muchas veces, la mayoría de las veces, asumimos esa creencia sin siquiera haber hecho el intento. Es decir, dices que no puedes escribir, pero nunca probaste; dices que el marketing digital no se te da, pero nunca intentaste comenzar un negocio.

¿Entiendes? Esto sucede, básicamente, porque utilizamos la creencia limitante como una excusa, como la justificación perfecta para no hacer, para ocultar el miedo. Lo irónico es que somos nosotros mismos los que grabamos ese mensaje en nuestro cerebro, somos nosotros mismos los que le damos validez a un concepto que no es cierto. Creamos al enemigo.

El otro obstáculo común con las creencias limitantes es que no es fácil identificarlas. Y si no identificas el origen del problema, no podrás solucionarlo. La manifestación más frecuente de una creencia limitante es el autosaboteo: creer que no puedes. No puedes ser exitoso, no puedes ser feliz, no puedes ser millonario, no puedes construir relaciones armónicas…

Aunque no hay una última palabra al respecto, las creencias limitantes suelen ser de tres tipos. El primero, de posibilidad: creer que no puedes, en especial cuando te comparas con otros. El segundo, de capacidad: pensar que no eres capaz de ahorrar, por ejemplo. El tercero, de merecimiento, quizás es más común: creer que no mereces algo que deseas.

La clave para identificarlas está en los mensajes que le envías a tu cerebro. Si tú le dices “soy torpe y no puedo bailar”, ¡no bailarás!, o lo harás con notoria torpeza. Tu cerebro es tan poderoso que hace lo que tú le pidas, así que ten cuidado con la forma en que te hablas. Si piensas “no soy suficiente”, en todas tus relaciones te sentirás inferior y no las disfrutarás.

La clave es entender que las creencias, todas, no son verdades sentadas sobre piedra. Es decir, están para ser cuestionadas, reformuladas, derribadas. En cualquier ámbito de la vida. Además, porque, no lo olvides, cambia, todo cambia. Lo que ayer era ley, hoy fue derogado y hay una nueva creencia, una percepción distinta de esa realidad. Y así funciona con todas.

Algo más: las creencias limitantes, en esencia, son una zona de confort. Nos refugiamos en ellas para evitar dar el paso cuántico, para no invertir en nosotros mismos, para no enfrentar el miedo al fracaso, para no exponernos al qué dirán los demás. Es cierto que nadie es perfecto, que todos tenemos limitaciones, pero también es cierto que podemos superarlas.

Ahora, otro factor que hay que considerar: las creencias limitantes siempre van a estar presentes, inclusive en la edad adulta. ¿Por qué? Porque son parte de la esencia del ser humano y, porque, aunque cueste aceptarlo, en ciertas condiciones son útiles y necesarias. Cuando no te bloquean, te previenen, evitan que asumas riesgos desmesurados.

Una de las estrategias más efectivas para combatir el impacto de las creencias limitantes en tu vida es poner límites. Sí, aunque suene contradictorio. Ponle límites al miedo que origina esa creencia, réstale atención y decide dejarla atrás. Es un ejercicio mental que al comienzo cuesta un poco de trabajo, pero que, si lo vuelves un hábito, cada vez será más fácil salir airoso.

Otra estrategia que funciona bien es la de cuestionar esa creencia específica. ¿Desde cuándo la tienes? ¿Por qué? ¿Qué mensaje o experiencia la originó? ¿Cómo te afecta? ¿Qué pasaría si la derribas, si dejas de creer que es una verdad? Quizás llegue un momento en el que te sientas un tonto por haber creído tanto tiempo en una falacia, pero no importa: es parte del proceso.

Finalmente, cambia la forma en la que te comunicas con tu cerebro, cambia los mensajes del modo negativo, limitante, al positivo, proactivo, de realización. Por supuesto, esto no basta si, a la postre, no actúas. ¿Entiendes? Cambiar el tono del mensaje es el comienzo, pero lo que en realidad te permitirá derribar la creencia limitante y obtener lo que deseas es actuar, hacer.

Un ejemplo: si crees que no eres capaz de lanzarte desde un trampolín de 7 metros, no basta con que pienses que sí. Tienes que subir al trampolín, respirar profundo y lanzarte. Solo cuando salgas a la superficie y compruebes que estás ileso entenderás que sí podías, que sí pudiste. Y se terminará la creencia limitante, la revaluarás: creerás en ti y te gustará.

“Tanto si crees que puedes hacerlo como si no, en los dos casos tienes razón”, dijo Henry Ford. La clave está en la forma en que programas tu mente, los mensajes que grabas en tu cerebro, que después se transforman en acciones y decisiones. Piensa positivo, aprende, desarrolla las habilidades requeridas y toma acción. De esa forma, no habrá creencia limitante que te frene…