Tranquilidad, paz, bienestar, crecimiento, aprendizaje… ¿zona de confort? Desde que es gestado, en el vientre de la madre, el ser humano habita una zona de confort. Allí, de manera lenta y maravillosa, se desarrolla durante nueve meses hasta que llega el momento de salir al mundo y enfrentarlo. Y la primera experiencia no es agradable: te obligan a llorar.

Una experiencia traumática, sin duda, pero que se olvida con rapidez. Es un recuerdo que la memoria no graba y, por ende, prácticamente pasa inadvertido. Sin embargo, hay algo que sí queda grabado: el bienestar que vivimos en esa zona de confort. Cada vez que la vida nos pone frente a una situación incómoda, anhelamos regresar allí, al vientre materno, y protegernos.

Pero, claro, ya sabes que no es posible. El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que tenemos la tendencia a permanecer en alguna de las zonas de confort que encontramos en el camino. Que, valga decirlo, muchas veces no son de confort propiamente dicho, aunque nos hacemos a la idea y nos aferramos a ella. Y no es una buena idea.

Un trabajo en el que no eres apreciado, en el que tu talento no es valorado, en el que tu opinión y tu conocimiento no son considerados, pero que te ofrece la circunstancial seguridad de un salario al final del mes (que muchas veces no es suficiente), para muchos es una plácida zona de confort. Y se pasan la vida allí, sin darse cuenta de que es, en realidad, no es vida.

Para otros, la zona de confort está representada en relaciones tóxicas. Por el miedo a la soledad, por la dependencia económica (en especial, en el caso de las mujeres) y porque nos metieron en la cabeza la idea de que el ser humano está concebido para vivir en pareja, son muchas las personas que se dejan atrapar en este tipo de relaciones, que son insanas.

Hay quienes, así mismo, hacen una zona de confort de las comodidades que reciben de la vida. No tienen problemas, ganan lo suficiente para pagar las cuentas y darse uno que otro gusto, se dan el estatus de vida que desean y, a la luz de los ojos del resto, son felices. Sin embargo, están limitados, no crecen, no evolucionan; más bien, están anquilosados, como petrificados.

La zona de confort más común, al menos en nuestros países latinoamericanos, es la casa paterna. Allí disponemos de todo, o de casi todo, y aunque falte algo nos acomodamos. Nos enseñan a vivir bajo la égida del padre protector y dador, hasta que nos convertimos en adultos y, entonces, debemos enfrentarnos al mundo real. Y es cuando comienza la aventura.

Que, para muchos, es una pesadilla. Desde que salí de mi zona de confort (sí, yo también estuve allí), la vida me enseñó que la esencia de la existencia es la dinámica del cambio. Desde que nacemos hasta que morimos estamos en permanente evolución, en todos los aspectos de la vida. Algunos, voluntarios y conscientes; otros, inevitables y ajenos a nuestro control.

Una verdad que compruebo cada día en mi quehacer como emprendedor. Cada día es único y distinto de los anteriores, así haga siempre lo mismo. ¿Por qué? Porque cada cliente es un mundo diferente, una experiencia única. Además, un reto y un compromiso que me obligan a mantenerme en guardia y alejado del riesgo de ingresar a alguna zona de confort.

Todos los seres humanos, tanto por naturaleza como por aprendizaje, estamos en la búsqueda permanente de tranquilidad, paz, bienestar, crecimiento y aprendizaje. El problema es que, cuando logramos armar el rompecabezas y disfrutamos de esos beneficios, entramos en una zona de confort. Que al comienzo puede ser agradable, pero que a la larga es una dificultad.

Esta es una realidad que percibo con frecuencia en la tarea de atender a mis clientes o en los eventos que realizo en los que escucho a los participantes. Todos, prácticamente todos, están obsesionados con la idea de lograr un estilo de vida placentero, cómodo, sin afugias, sin sobresaltos. Lamentablemente, la vida no es así; de hecho, es una gran montaña rusa.

Con terribles y pesadas subidas, con descensos peligrosos y vertiginosos, con curvas llenas de riesgo y abismos amenazantes. Pero, seguramente lo sabes, esa no es vida, tampoco. Ese ir y venir incesante, un frenesí que no se detiene, no nos permite disfrutar de lo bueno que nos da la vida, de lo sencillo y lo simple de que disponemos y que hacen que valga la pena estar aquí.


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Nacer es la primera vez que salimos de una zona de confort: el vientre de mamá.


La zona de confort es un espejismo: nada de lo que sucede mientras estás allí es bueno, nada de lo que hagas te llevará a donde quieres estar. Si no la abandonas, te niegas la posibilidad de recibir los beneficios y el bienestar que la vida tiene reservados para ti. ¿Cuáles?


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Nos han enseñado que la zona de confort está bien, pero no está bien. Es un cementerio (y discúlpame si el término se antoja duro) en el que mueren nuestros sueños e ilusiones. Es por lo que esa primaria zona de confort, el vientre de mamá, es pasajera, apenas un tránsito hacia la vida exterior. Nadie se queda allí más tiempo del estrictamente necesario, nadie.

En la práctica, la zona de confort es, más bien, como una carrera de obstáculos. Todo lo que forma parte de ella es una buena excusa para no hacer, para procrastinar, para sacarles el cuerpo a las responsabilidades. Lo peor es que, mientras permanezcas en ella, se imposible recibir lo maravilloso que la vida tiene reservado para ti, bienestar, abundancia, éxito.

Entre los emprendedores, la zona de confort es muy común. ¿Cómo se manifiesta? De múltiples maneras: la idea de acumular conocimiento que jamás se lleva a la práctica, el constante cambio de mentor (o la ausencia de él), la tendencia a tomar atajos en la búsqueda de resultados inmediatos o las consabidas creencias limitantes que nos impiden avanzar.

El problema de fondo con la zona de confort es que, como bien lo dice el cantante colombiano Juanes, “la vida es un ratico”. Nuestro tiempo es limitado y, lo peor, no sabemos de cuánto disponemos. Por eso, cada día es una oportunidad preciosa, única e irrepetible, para hacer lo que te gusta, para disfrutar de los pequeños detalles de la vida, para construir tu legado.

Ahora, y esta es una verdad incuestionable, salir de la zona de confort es un riesgo que no todos estamos dispuestos a correr, un privilegio que muchos se niegan. ¿Por qué? Porque implica enfrentar los miedos (sin miedo), desaprender hábitos y comportamientos tóxicos, asumir responsabilidades o alejarte de personas y ambientes que ya no te convienen.

Salir de la zona de confort por lo general representa un costo elevado que pocos quieren pagar. Quizás porque no se dan cuenta de que el siguiente paso es ir de la zona de confort a la zona de fracaso e infelicidad, que se da cuando entiendes que has desperdiciado tu vida, que has dejado pasar oportunidades valiosas, que no aprovechas el poder de lo que eres.

¿Cuáles son los principales beneficios que recibes cuando sales de la zona de confort?

1.- Descubrirás tu poder.
Que es ilimitado, por cierto, siempre y cuando lo explotes y lo alimentes continuamente. El poder ilimitado de construir la vida que deseas con paz, tranquilidad, abundancia y bienestar

2.- Desarrollarás tu potencial.
¿Cómo? A través de nuevas habilidades, de mayor conocimiento, del aprendizaje surgido de los errores y la experiencia. Te darás cuenta de que puedes conseguir todo lo que anhelas

3.- Cambiarás para bien.
Quizás sea un poco doloroso el cambio, pero con el tiempo lo aceptarás y lo bendecirás porque te permitirá construir tu mejor versión y, algo valioso, ser fuente de inspiración para otros

4.- No querrás volver a ella.
Esto es muy poderoso, porque aunque el ambiente nos impulse a la comodidad, te habrás dado cuenta de que lo tuyo es superar tus límites, subir el listón. ¡Naciste para ser grande!

5.- Serás un modelo digno de imitar.
Otros te admirarán, sentirán envidia sana de tus logros y de tu empatía, querrán replicar el impacto positivo que generas en la vida de los demás. ¡Habrás construido tu legado!

Recuerda: nacer, quizás, no fue una experiencia estrictamente agradable. A lo mejor dolió y, para rematar, te recibieron con una palmada en la nalga para hacerte llorar. Sin embargo, fue algo circunstancial, un momento nada más, y lo que vino después fue la vida real. Que puede ser maravillosa, si así lo deseas. La condición, eso sí, es que salgas de tu zona de confort…