“Cambia, todo cambia”, recitaba la gran folclorista argentina Mercedes Sosa en su canción. Es una realidad irrefutable que comprobamos todos los días ¡Todos! No hay un solo día en que tu vida no registre algún cambio, aunque este sea imperceptible para ti en el momento. Por eso, justo por eso, es tan irónico que lo que más nos cuesta a los seres humanos… ¡es cambiar!

La razón es muy simple, pero también, muy poderosa: nos gusta la comodidad, aquello que nos es familiar, lo que conocemos y a lo que estamos acostumbrados. Por eso, justo por eso, el hecho de salir del cómodo vientre de nuestra madre y enfrentarnos a un nuevo mundo, uno completamente desconocido y hostil, puede, o suele, ser traumático. No es un cambio fácil.

Y, la verdad, ninguno lo es. No, al menos, de la manera en que abordamos los cambios. ¿Cómo? Como una obligación, como una imposición, no como una elección, bien sea para mejorar, para aprender o para dejar atrás algo que no nos conviene. Asumimos el cambio como un problema, como un obstáculo, como si significara per se algo negativo.

En el fondo, hay un culpable (o responsable, si así lo prefieres): tu cerebro. Genial como es, tiene una característica especial: es cómodo. Sí, le gusta el confort, lo conocido, lo familiar y lo que le exige el menor esfuerzo posible. Por eso, justo por eso, es tu principal enemigo a la hora de comenzar una rutina de ejercicios, o de mejorar la alimentación o de dejar de fumar…

El cerebro, genial como es, no distingue entre el bien o el mal, entre lo bueno o lo malo, entre lo positivo o lo negativo. Esas dualidades están más conectadas con el corazón a través de las siempre traviesas, caprichosas y traicioneras emociones. El cerebro es fan del equilibrio, de lo estable, de mantener el statu quo, aunque este estado sea un inconveniente para ti.

En el fondo, sin embargo, ese culpable, tu cerebro, es inocente. ¿Por qué? Porque así fue programado, porque esos mensajes de comodidad, de seguridad, de mínima exigencia fueron grabados por ti o por alguien más en tu cerebro. Son creencias que escuchamos, aceptamos y convertimos en patrones, en comportamientos habituales, en hábitos. ¡Tú eres el culpable!

Sí, ese es el veredicto: ¡tú eres el culpable! Pero, no te estreses por ello: esta moneda tiene otra cara (como todas). ¿Cuál es? Que también eres la solución, sí, ¡tú eres la solución! En otras palabras, eres tú, y solo tú, el que tiene la solución al problema. Tú lo creas, tú lo solucionas, así de fácil. Al menos en el plano teórico, porque en la práctica no es tan sencillo.

La verdad es que nos cuesta cambiar porque cambiar implica una responsabilidad. Si algo sale mal, no queremos cargar con esa culpa, con ese lastre. La verdad es que los seres humanos, todos, tú, tenemos la capacidad para cambiar. Lo que sea y cuantas veces lo decidamos. La verdad es que se trata de una elección, que a menudo no apreciamos por el miedo a errar.

Ahora, te invito a que pienses esto: ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Cuál es el escenario más caótico posible si decides, si eliges hacer ese cambio? La verdad es que ni el peor de tus pensamientos es susceptible de convertirse en realidad; tan solo es una creación de tu mente, una fantasía. Recuerda, más bien, cuántas veces has caído en esta misma trampa…

Así mismo, otro factor que debes tener en cuenta: es posible dar marcha atrás. Si en el camino te das cuenta de que ese cambio no te conviene, de que no es lo que esperabas o, quizás, sientes miedo, ¡detente! Lo vuelves a intentar en otra ocasión o simplemente lo desechas. Y no sucede nada: la vida continúa. Después aparecerán otras oportunidades, otros caminos.

Sea lo que sea a lo que te dediques en la vida, si eres hombre o mujer, joven o adulto, todos los días estás sometido a la eventualidad del cambio. En especial, si eres emprendedor, dentro o fuera de internet: el ecosistema digital es la madre del cambio y te exige una gran capacidad para adaptarte a nuevas condiciones, para adquirir nuevos conocimientos y habilidades.


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Cambiar no es un salto al vacío: un universo de oportunidades se abre ante tus ojos.


Una de las premisas fundamentales de la vida es el cambio. Sin embargo, irónicamente, los seres humanos desarrollamos un eficiente sistema para no cambiar. Y lo pagamos, claro. A veces, demasiado caro. Te comparto 12+1 acciones para asumir los cambios (y conseguirlos).

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Cómo, entonces, ¿comenzar el proceso de cambio y conseguir lo que deseas? Veamos:

1.- Establece un motivo.
Por qué quieres cambiar y adónde quieres llegar son dos preguntas cuyas respuestas debes conocer, sí o sí, antes de dar el primer paso. Si no sabes dónde estás y no sabes qué deseas conseguir, fracasarás. Así de simple. Un buen motivo es también una gran motivación. Cuanto más claros sean el punto de partida y el de llegada, menos dificultades hallarás en el camino.

2.- Programa tu mente.
Un paso indispensable, así que no creas que puedes evitarlo. Recuerda que tu cerebro hace lo que tú le pides, siempre y cuando esté programado para ello. Háblale, entonces, de lo que te motiva a comenzar el proceso de cambio, por qué te sientes mal en este momento, cómo te quieres sentir una vez logres el objetivo. Bríndale la información que requiere para ser tu gran aliado.

3.- Elige el momento.
Nunca tendrás certeza absoluta de que es el momento adecuado, pero siempre hay un buen momento para comenzar. Hazlo cuando tu mente se encuentre en estado positivo, cuando tengas una buena predisposición y estés dispuesto a enfrentar el reto. Si requieres ayuda de alguien con experiencia o formación idónea, ¡búscalo! Y no olvides: el mejor momento es HOY.

4.- Cuida tus palabras.
El ser humano piensa en lo que cree y actúa según lo que piensa. Es una cadena, poderosa o tormentosa. ¡Tú eliges! Los mensajes que envías a tu cerebro son una programación que luego se reflejará en lo que haces (o dejas de hacer). Desecha palabras como “debo” o “tengo que”, que implican obligación, y sustitúyelas por otras que indiquen voluntad (quiero, deseo).

5.- Establece metas.
Varias, pequeñas y fáciles de conquistar, no una sola, lejana y complicada. Así será más fácil avanzar y, sobre todo, mantener la motivación. El proceso de cambio suele ser difícil porque lo abordamos como una obligación y porque queremos terminar rápido. Y así no funciona. Es un proceso, no lo olvides: ve paso a paso, prémiate, motívate y acepta los eventuales errores.

6.- Sé flexible.
La resistencia al cambio te hace más duro, es decir, justo lo contrario de lo que necesitas. Vas a equivocarte, vas a tener miedo, vas a sentir la presión de los demás, pero si no te rindes ¡lo vas a lograr! Sé flexible, porque esta capacidad, esta habilidad, será tu gran aliada. Y sé paciente, también, porque ningún cambio, en especial uno importante, se da de la noche a la mañana.

7.- Identifica el origen del problema.
Es decir, determina por qué quieres cambiar. Solo así podrás descubrir qué te hace sentir mal y te permitirá descubrir las bondades del cambio, los beneficios que obtendrás. Reconoce cuáles son las acciones que te molestas, las que quieres cambiar, ¡y enfréntalas! Porque tu sistema de creencias activará una gran cantidad de buenas excusas que te invitarán a tirar la toalla.

8.- Asume la responsabilidad.
Los obstáculos, la creencias que te limitan y lo que hacemos o dejamos de hacer son, en últimas, una elección propia. Inevitable, además. Así que no te mortifiques, porque si eliges no hacer nada, no cambiar, igual habrá una responsabilidad que debes asumir. ¿Entiendes? Hay elecciones que te abren puertas, oportunidades, y otras más que te las cierran para siempre.

9.- Sé humilde.
Nadie, absolutamente nadie, es perfecto. Elegir un cambio, en especial cuando es drástico y significa dejar atrás una parte de su vida, de tu pasado, exige valentía y humildad. Acepta que no eres perfecto (no tienes por qué serlo) y emprende el cambio con alegría. Si el ego o tus miedos le ganan el partido a tu voluntad de cambiar, tarde o temprano te arrepentirás.

10.- Disfruta el proceso.
Es algo importante, créelo. No esperes hasta llegar al resultado, al final del camino, porque quizás lo que obtengas sea distinto de lo que imaginabas. Y quizás no es mejor, tampoco. Por eso, justo por eso, disfruta el paso a paso, valora los avances (aunque sean pequeños) y date ánimos (premios o recompensas). El disfrute del proceso puede ser la gran diferencia.

11.- Vislumbra el cambio.
Sí, el poder de la mente. Si puedes imaginarlo en tu mente, ¡podrás crearlo! Imagina cómo será tu vida una vez hayas incorporado el cambio, una vez hayas desarrollado la habilidad o hayas dejado atrás eso que te incomodaba. Respira profundo y siéntete bien, siéntete feliz. Esos pensamientos serán el combustible que te ayudará a levantarte tras caer, a no rendirte.

12.- Sé constante.
Y disciplinado, y persistente, y terco. Solo así lo lograrás. Recuerda: ningún cambio (¡ninguno!) es fácil. Una vez termine el proceso, una vez hayas hecho el cambio, quizás te parezca fácil. Si es así, fue porque solo tu disciplina, persistencia y terquedad triunfaron sobre tus miedos y creencias limitantes. Esta, créeme, es una premisa que se aplicar para todo en la vida.

12+1.- Un cambio a la vez.
Te sorprenderá saber que la mayoría de las veces que fracasamos en el intento por cambiar es porque nos abrumamos, porque intentamos varios cambios de manera simultánea. Uno a la vez. Tan pronto corones uno, comienza con el siguiente, y así sucesivamente. Y no olvides algo que es muy importante: los grandes cambios son la sumatoria de pequeños cambios.

“Cambia, todo cambia”, recitaba la gran folclorista argentina Mercedes Sosa en su canción. Es una premisa de la vida y no podemos eludirla. Resistirte al cambio solo te privará de aquello maravilloso que la vida tiene reservado para ti, aquello que te mereces. Aprende, así mismo, que adaptarte al cambio, ser flexible es la característica principal de los exitosos y felices.