Si eres de los que creen en aquello de que “Cada hijo llega con el pan debajo del brazo”, la historia de Kendra Scott te resultará inspiradora, sin duda. A ella, como a muchas otras mujeres, la dicha de tener un hijo se le convirtió en la mayor encrucijada de su vida. Sin embargo, motivada por esa nueva vida que merecía lo mejor que pudiera brindarle, comenzó su transformación.

A los seres humanos muchas veces nos cuesta entender los caprichos de la vida, que se nos antojan como castigos cuando en realidad son oportunidades. Es una actitud que obedece al modelo de educación que nos dieron nuestros padres, según el cual lo bueno que recibimos es un premio y lo malo que surge en nuestro camino, un castigo. Por fortuna, así no funciona la vida.

Son dificultades, nada más, pruebas, etapas, circunstancias que se nos salen de las manos, que no podemos controlar. Solo que nos faltan sabiduría y astucia para aprovecharlas, para aprender eso que la vida nos quiere ofrecer. Y las asumimos como designios del destino, como situaciones que no podemos cambiar, que todo lo que encierran en negativo. Por fortuna, así no funciona la vida.

Kendra nació y se crio en Kenosha, en el estado de Wisconsin. Sin embargo, se trasladó a Texas para estudiar en la Universidad de Texas. No duró mucho en las aulas, porque un cáncer que aquejaba a su padrastro, la obligó a regresar a casa. Inspirada en la lucha que él libraba contra la mortal enfermedad, abrió su primer negocio: sombreros para mujeres sometidas a quimioterapia.

Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Uno de los momentos más difíciles de la vida fue el punto de partida de Kendra Scott.

Bien es sabido que uno de los efectos más comunes, y más difíciles de aceptar, del tratamiento contra el cáncer es la pérdida de pelo, en especial en el caso de las mujeres. En aquel momento, Kendra se dio cuenta de que el mercado no ofrecía algo que les ayudara a verse bien y, sobre todo, a sentirse mejor. Entonces, diseñó unos sombreros y se lanzó al mercado, con ganas de ayudar.

Si bien no fue una experiencia exitosa, pues quebró al poco tiempo, sí fue muy aleccionadora. Vio que el mercado de los accesorios para la mujer iba de un extremo a otro: de lo fino, elegante y costoso hasta la baratija ordinaria y económica. ¡No había punto intermedio, no había tonalidades grises! Era todo blanco o negro, cuando en realidad la masa del mercado está en ese segmento.

Pero, llegaron los tiempos difíciles. En 2002, mientras estaba embarazada de su primogénito, su esposo perdió el empleo y la situación económica de la familia se vino abajo. ¡Había que hacer algo ya, rápido y efectivo! Recordó lo que había aprendido en aquella frustrada experiencia y se dedicó a diseñar joyas bajo la premisa de que fueran de calidad, pero de un precio asequible.


Además de apoyar a varias organizaciones benéficas, Kendra Scott estableció el año pasado
el programa Kendra Cares, que promueve la creación de joyería en pacientes pediátricos.
Es una inspiradora lección de cómo podemos aprovechar nuestro conocimiento y talentos.


“Sin importar qué edad tenga o a qué se dedique, toda mujer quiere lucir bien, bonita, atractiva”. Entonces, creó su primera producción y, tan pronto alumbró a su hijo, se puso manos a la obra. Solo tenía 500 dólares como capital, todos sus ahorros, pero los invirtió sin reparos: algo le decía que esta era su oportunidad. No tenía mucho que perder y, en cambio, sí mucho que ganar.

“Cuando tuve mi primera colección, envolví a mi bebé en un cargador de tela y puse mis joyas en una caja de té”, cuenta. Y salió a recorrer las boutiques de Austin a ver a quién le podían interesar sus creaciones. Para su sorpresa, los productos tuvieron una excelente acogida y los vendió todos en un solo día. “No lo podía creer. A partir de ese momento supe que tenía un negocio”, afirma.

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En las tiendas de Kendra Scott, los clientes viven una experiencia distinta con los productos.

Reinvirtió lo que ganó en nueva materia prima y se puso a diseñar otra vez. No pasó mucho tiempo antes de que el negocio creciera tanto que se le saliera de las manos. Entonces, contrató a otras mujeres que le pudieran ayudar. “La premisa era que fueran personas talentosas, gente competente. Hoy siete de esas mujeres maravillosas todavía trabajan conmigo”, confiesa Kendra.

El siguiente paso fue darle un toque personal el negocio. Desde que comenzó, Kendra se concentró en las ventas al por mayor, pero un buen día entendió que ya estaba bien de eso, que era hora de pensar en una marca propia. Así, en 2010, abrió su primera tienda, allí mismo en Austin. Un gran paso que, como para no perder la costumbre, se dio en medio de dificultades.

El ascenso del negocio de Kendra coincidió con el nacimiento de otros dos hijos y el posterior divorcio de su esposo. Sin embargo, ya había aprendido la lección más importante y sabía que esas criaturas que llegaban al mundo le traían nuevas bendiciones. Así fue: la marca creció y se consolidó y, lo mejor, poco a poco se convirtió en una de las preferidas del mercado.


Por más que nuestro negocio sea próspero y sus números nos llenen de orgullo, nada de lo
que hagamos tiene un verdadero sentido si no está enfocado en ayudar a otros. Kendra Scott
entendió a la perfección esta premisa y su impacto se multiplica y extiende cada día.


Actualmente, Kendra Scott tiene 80 tiendas a lo largo y ancho de los Estados Unidos y les ofrece sus productos a mujeres de otras latitudes a través de internet. Cuenta con más de 2.000 empleadas y continúa guiada por los principios y valores que la llevaron a emprender: “Yo quería darles a los clientes una experiencia cálida, interactiva y, especialmente, divertida”, asegura.

“Las joyerías comunes y corrientes son identificadas por el público como lugares intimidantes, excesivamente formales, en los que las cuerdas de terciopelo marcan límites y los estantes están llenos de cajas cerradas”. En sus tiendas, no obstante, la experiencia es distinta: es posible probarse las piezas, pedir diseños personalizados y combinar las piedras a su antojo.

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La responsabilidad social le permitió establecer un claro diferencial en el mercado.

Kendra es la accionista mayoritaria de un emprendimiento en el que participan varios fondos de inversión que se fijaron en su talento y decidieron apoyarla. Además, la marca ingresó a un terreno que le permitió diferenciarse claramente de la competencia y, a la vez, meterse en el corazón de sus clientes: la beneficencia, algo que Kendra aprendió en su primer negocio.

En 2017, donó 5 millones de dólares y joyas a diversas organizaciones sin ánimo de lucro, en especial a las que trabajan por la protección de los derechos de las mujeres y los niños y les dan oportunidades de educación y desarrollo. Sus empleadas se unieron aportando el valor de 2.000 horas de trabajo voluntario y colaborando en la organización de eventos para recaudar fondos.

Kendra Scott Design está valorada en 1.000 millones de dólares y Forbes estima su fortuna en 500 millones. En 2017, la prestigiosa revista la ubicó en el puesto 36 entre las mujeres más ricas del mundo, por delante de Beyoncé, Taylor Swift, Celine Dion y Barbra Streisand. No es el final del camino, sin embargo, porque Kendra sabe que su responsabilidad con el mercado no termina.

“Aunque la joyería y la moda puedan parecer una industria superficial para la mayoría de las personas, yo lo veo como algo muy importante, como algo que es parte vital de la vida del ser humano. Lo veo como una oportunidad para hacer el bien en nuestras comunidades”, concluye. Y pensar que todo nació en medio de dificultades, hasta que un niño llegó con el pan debajo del brazo…


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