Editorial MG La Revista (Junio/Julio 2017)

Cada día, cuando despierto en mi cama y compruebo que tengo una nueva oportunidad, agradezco de corazón las dos más grandes bendiciones de la vida: mi familia y mi trabajo. Lo curioso es que las dos se resumen en una misma labor, que solo después de buscar mucho tiempo descubrí que era mi verdadera vocación: ser padre. Lo soy de dos increíbles hijas y me siento padre también de mis maravillosos clientes.

Mirando en retrospectiva, me doy cuenta de que ese rol de padre nunca fue una de mis prioridades. No es que le huyera, no es que le temiera, no es que quisiera evitarlo. Simplemente, no estaba en mis prioridades. Nunca me fijé un plazo para tener hijos, pero felizmente la vida hizo su tarea en sus tiempos, que son sabios. Lo que sí tengo claro es que hoy lo disfruto más que nada, lo agradezco por encima de todo.

Ser padre, repito, es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida. Y también, lo más difícil. Alguna vez, en la intimidad de la amistad, con un amigo compartí experiencias sobre este rol y llegamos a una conclusión: es difícil porque no te enseñan cómo hacerlo. Como el éxito en el marketing, como la felicidad en la vida, para ser un buen padre no hay libretos, ni fórmulas perfectas. ¡Se hace camino al andar, como Joan Manuel Serrat!

Se aprende sobre la marcha, sobre el rastro de los errores, que no son pocos. Lo increíble es que funciona: en medio de esa improvisación, de esa ignorancia del rol, de que todo el mundo te dice cómo hacerlo (y nada funciona), somos capaces de formar a nuestros hijos, de convertirlos en buenos ciudadanos, en personas de bien. Así nos criaron a nosotros, así fueron criados nuestros padres, así serán criados nuestros nietos.

Cuando empecé a hacer negocios en internet, hace casi veinte años, fue muy parecido. Sí, tenía un conocimiento; sí, había acumulado una experiencia. Pero, la verdad es que daba palos de ciego, caminaba con los ojos tapados. Y a punta de errores, de echarlo a perder, sobre la marcha aprendí. Y, lo mejor, pude ayudar a mis clientes. Desarrollamos relaciones maravillosas, enriquecedoras, y nos transformamos mutuamente.

Con el paso del tiempo, no solo tuve el privilegio de disfrutar el trabajo, sino que también me gané el respeto, la credibilidad y la confianza de muchos, como tú. Te convertiste en mi cliente, compartimos sueños y te transformaste en un evangelizador de mi marca, en un multiplicador. ¡Maravilloso!: es exactamente lo que ocurre con los hijos, que de alguna forma son una extensión de nuestra existencia.

Disfruto de muchas formas ser el padre de mis hijas y también poder guiarte a cumplir tus sueños. Lo mejor es que la mayoría de la veces soy yo el que termina convertido en alumno, el que se nutre de los conocimientos y experiencias de sus hijos, los reales y los putativos. Es una dinámica que me cuesta trabajo entender, pero que me brinda las energías y las herramientas para seguir adelante cada día, más allá de las dificultades.

Es, entonces, cuando comprendo la enorme responsabilidad que tengo. Pero, también, el honor y el privilegio que eso representa. El sueño de transformar mi mundo, de transformar mi vida, y que eso sirva para transformar el mundo y otras vidas, no termina conmigo, no termina contigo. Maravillosamente, la cadena continúa, se extiende infinitamente mientras cumplamos cabalmente la tarea de transmitirla a otros.

Este mes de junio, durante el que en Latinoamérica se celebra el Día del Padre, quiero aprovechar para invitarte a un reflexión que yo mismo renuevo cada año. Que no permitas que esa semilla que sembramos, y que cuidamos y cultivamos todos los días, se extinga. Que ese sueño emprendedor de transformar el mundo y transformar vidas sea el legado, la mayor herencia que les dejes a tus hijos (los reales y los putativos).

Créeme que cada día, cuando abro los ojos y me levanto, me comprometo a hacer mi mejor esfuerzo, a brindar mis energías, conocimiento y experiencia, en procura de un mejor futuro para mi familia, especialmente para mis hijas. Y eso significa enseñarles a luchar por sus sueños, a educarse continuamente, a establecer relaciones sólidas con otras personas, a diseñar un plan de vida para ser felices y exitosas, y trabajar en él.

Ser padre es la bendición más grande que he recibido de la vida, la tarea más maravillosa que he tenido la suerte de desempeñar. La más difícil, también, pero lo agradezco. Nada de lo que hago, nada de lo que soy, nada de lo que tengo habría sido posible o tendría un sentido sin mis hijas, sin mis hijos putativos. Es una escuela que no solo te forma, sino que también te gratifica de muchas maneras.

Ser padre es el emprendimiento más apasionante que existe, la tarea más fabulosa que puedes desempeñar. También es un negocio en el que el éxito y la felicidad consisten en extender la cadena, en prolongar los beneficios, en contagiar a otros, en transmitir la pasión de generación en generación. Gracias a mis familias, la de sangre y la laboral, por hacerme el padre más feliz del mundo.