El 8 de enero de 2009, Aaron Hernandez se inscribió en la historia del equipo de fútbol americano de la Universidad de Florida. Ese día, los Gators vencieron 24-14 a Oklahoma y capturaron el BSC National Championship, en el Dolphin Stadium. Fue la tercera corona nacional en cuatro años, y la cuarta del historial del elenco de Gainsville (Florida).

Parecía ser un feliz antes y un después en su vida, pero no fue así. En la mañana del 19 de abril de 2017, cuando un guardia logró abrir la puerta de la celda, vio el cuerpo de Aaron colgando del techo, atado a una sábana. Aunque fue remitido a un hospital cercano, los médicos lo declararon muerto. ¿La causa? Suicidio.

Fue el triste y dramático final de la vida de un muchacho que, decían, lo tuvo todo para ser feliz. Sin embargo, él mismo se encargó de demostrarle al mundo que le hacía falta lo esencial. Chico Hernandez, como lo llamaban sus compañeros por ser el único integrante del equipo con ascendencia puertorriqueña, se había unido a la UF en enero de 2007.

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El equipo de la Universidad de Florida lo reclutó por su talento y lo sufrió por su comportamiento.

Planeaba estudiar Ciencias Sociales y del Comportamiento. La verdad, empero, era que lo habían reclutado gracias a su talento para jugar el deporte que apasiona a los estadounidenses: el fútbol americano. Era el comienzo de la que debía ser un camino hacia el éxito y, sin embargo, fue una loca carrera hacia la autodestrucción.

Aaron cumplió el sueño de todo chiquillo en ese país: obtuvo una beca universitaria y, al tiempo, hizo lo que en teoría más le gustaba: jugar al fútbol. Pero fue allí, en las filas de los Gators de Florida, que este deportista nacido el 6 de noviembre de 1989 en Bristol (Connecticut) mostró su cara más oscura.

Pensaron que era rebeldía juvenil, producto del prematuro fallecimiento de su padre, pero el tiempo demostró que era algo distinto. Desobedecer órdenes, predisposición a pasar por alto las reglas (incluidas, las más elementales), temperamento violento e involucrarse constantemente en peleas con sus compañeros y rivales le granjearon mala fama.

Además, había rumores (que después se confirmaron como ciertos) de que pertenecía a una temible pandilla llamada Bloods, creada en California, pero que extendió sus tentáculos por los Estados Unidos. A pesar de esos problemas, apenas la punta del iceberg, Aaron fue seleccionado por los archifamosos New England Patriots.

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Los New England Patriots le pagaron una fortuna, pero no consiguieron alejarlo de los problemas.

Sí, uno de los más destacados equipos de la NFL en el presente siglo, con cinco campeonatos nacionales (2002, 2004, 2005, 2015 y 2017), lo reclutó. Por su talento, debería haber sido escogido en una de las primeras rondas del draft, pero fue solo en la cuarta cuando pudo cumplir su sueño de integrar uno de los mejores elencos del país.

Aquel 8 de junio de 2010, más que un contrato por cuatro años con los New England Patriots, Hernandez firmó su sentencia de muerte. A pesar de que su talento era innegable, sus cada vez más graves problemas de comportamiento también eran inocultables. Y las consecuencias no tardaron en aparecer.

Eso no fue óbice, sin embargo, para que el 12 de agosto de 2012 firmara la extensión de su vínculo, el pasaporte a la fortuna terrenal, y al infierno. Continuó luciendo el número 81 de los Patriots por cinco años y ¡40 millones de dólares! Pero, no solo eso: recibió un bono de 12,5 millones, el más alto concedido a un jugador de su posición (ala cerrada) en la historia de la NFL.

Comportamiento inadecuado

Muchos pensaban que la vida le sonreía, pero la verdad era que la procesión iba por dentro. Y no era una procesión cualquiera, sino la que lo llevó a la muerte. A comienzos de 2013, Alexander Bradley, un asociado, presentó una demanda en la que acusó a Aaron de dispararle en la cara, tras discutir en un bar en Florida.

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Su complejo caso judicial hizo recordar el de O.J. Simpson. Fue declarado culpable de asesinato.

Cuatro meses más tarde, el 17 de junio, a una milla de la casa de Hernandez en North Attleborough (Massachusetts), fue hallado el cadáver de Odin Lloyd, novio de la hermana de su prometida Shayanna Jenkins. Pocos días más tarde, el 26 de junio, Aaron fue arrestado y acusado del asesinato de Lloyd.

De inmediato, los New England Patriots rescindieron el contrato; perdió sus privilegios. Se inició un complejo caso judicial que ocupó las primeras planas de los diarios y recordó lo ocurrido con O.J. Simpson. Para rematar, el 15 de mayo de 2014 le imputaron cargos por las muertes de Daniel de Abreu y Safiro Furtado, ocurridas el 16 de julio de 2012.

El cuento de hadas había llegado a su fin. Aaron Hernandez nunca más volvió a ser un hombre libre y la cárcel descubrió ese lado oscuro de su personalidad. En prisión, cometió al menos una docena de delitos disciplinarios, incluidas tres peleas con otros reos, tatuarse sin autorización, usar tabaco y estar en posesión de una navaja.

Lo peor, sin embargo, era lo que estaba por venir. El 9 de enero de 2015 comenzó el juicio por la muerte de Lloyd y cuatro meses más tarde su suerte quedó en manos del jurado. El 15 de ese mes, Hernandez fue declarado culpable del delito de asesinato premeditado y condenado a cadena perpetua, sin derecho a fianza.

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Desde mayo de 2014, Hernandez estuvo preso. En la cárcel tampoco supo comportarse.

Pocos podían creer que ese talentoso jovencito que brilló con los Gators de la UF y con los New England Patriots fuera un asesino, pero esa era la realidad. El penúltimo capítulo de este trágico episodio se dio a mediados de febrero pasado, cuando empezó el juicio por los asesinatos de De Abreu y Furtado.

Esta vez, no obstante, la justicia lo declaró inocente y lo absolvió. Fue el 14 de abril, cinco días antes de que se suicidara en su celda. La decisión de Hernandez de quitarse la vida al parecer obedeció a una norma vigente en el estado de Massachusetts, según la cual si un preso cuya apelación no ha sido fallada muere en la cárcel, es declarado inocente.

Eso obligaría a los New England Patriots a pagar un supuesto despido injustificado, y darle a la prometida del jugador una cifra cercana a los 6 millones de dólares. ¿Cómo pudo pasar todo esto, si Aaron Hernandez lo tenía todo para ser feliz?, es la pregunta que se hacen en Estados Unidos los aficionados al deporte.

Tenía juventud y talento, alcanzó fama y fortuna, también la atención y el cariño de la gente. Pero, a Aaron Hernandez le hacía falta lo más importante para ser feliz: una razón para vivir. Los seres humanos, a veces, creemos que la felicidad y el éxito consisten en atesorar bienes terrenales, en ostentar una posición, en ser reconocidos públicamente.

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El mundo lo recordará como un gran talento, como una vida desperdiciada.

Se nos olvida, sin embargo, que la única riqueza que vale es la que tenemos en el alma, lo que llevamos en el corazón. Es el bienestar que podemos compartir con otros, el conocimiento que somos capaces de transmitir desinteresadamente. La tragedia de Aaron Hernandez debería hacernos reflexionar acerca del papel que cumplimos en este mundo.

¿A qué vinimos, para qué estamos aquí? Millones de dólares en sus cuentas bancarias no impidieron que el vacío de su corazón se manifestara de la peor manera, se revelara como un asesino y terminara condenado a cadena perpetua por asesinato. Pudo tenerlo todo, al final se quedó sin nada…