Solemos decir que “tomar decisiones es un arte”, pero no es cierto. Se trata de una habilidad y, en consecuencia, una capacidad que cualquier ser humano puede desarrollar. Si fuera un arte, solo aquellos que lo dominen podrían tomar decisiones y no es cierto: cualquier persona puede hacerlo. De hecho, todos, absolutamente todos, tomamos decisiones cada día.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que erramos más de lo que acertamos. O, dicho de otro modo, erramos en lo que realmente es importante para nuestra vida, para el trabajo (incluido, por supuesto, el dinero), para las relaciones. Entonces, cada vez que debemos tomar una decisión, en especial una importante, nos invade el pánico.

La vida está llena de decisiones pequeñas, medianas y grandes; simples, normales y trascendentales; habituales, ocasionales o extraordinarias (que también las podríamos llamar urgentes). Desde qué ropa te pones cada día, pasando por qué ruta sigues en tu auto camino del trabajo hasta qué correctivos aplicarás con tu hijo adolescente por su indisciplina.

Decisiones. Algunas son conscientes (es decir, sabemos que estamos tomando una decisión, aunque no sabemos si va a ser la correcta) y otras, inconscientes (son las que están impulsadas por las emociones, las que surgen de una reacción espontánea incontrolable). Unas y otras, en todo caso, están cargadas emocionalmente y todas, absolutamente todas, incorporan miedo.

Y este último, a mi juicio, tanto por mi formación como sicólogo, como por la experiencia como emprendedor por más de veinte años, es el factor determinante. ¿A qué me refiero? A que la mayoría de las veces en que nos equivocamos es porque tomamos una decisión basada en el miedo, no en la convicción, no en la seguridad de hacer lo correcto. El error está en el origen.

Y el miedo, seguramente lo sabes, seguramente lo experimentaste más de una vez, es muy mal consejero. ¿Por qué? Porque nos enfocamos en lo negativo, porque permitimos que la mente se bloquee y no podemos pensar con claridad, porque adoptamos una decisión a la defensiva. El miedo, además, potencia nuestras debilidades y reduce el poder de nuestras fortalezas.

Ahora, otro ingrediente que nos induce al error es la incertidumbre. ¿Por qué? Porque nunca podremos saber si esa decisión es la correcta. O, de otro modo, siempre había una duda, un margen de error. Y esa duda, ese margen de error, es lo que nos lleva a equivocarnos bien sea porque nos dejamos llevar por las traviesas y caprichosas emociones o porque elegimos mal.

Otro punto que es necesario considerar es que, aunque logres desarrollar la habilidad para tomar decisiones, siempre te vas a equivocar. ¡Siempre! El arte consiste en errar menos y acertar más. Es decir, si tomas 10 decisiones y te equivocas en 8, te irá mal; sin embargo, si solo te equivocas en 4 o en 2, el panorama mejorará ostensiblemente. De eso se trata.

Así mismo, un atajo que nos induce al error es preguntarles a otros. ¿Por qué? Primero, porque quizás no conocen el contexto, ni las circunstancias, y no pueden darte un buen consejo. Segundo, porque ellos no van a asumir las consecuencias. Tercero, porque como suele ocurrir, no te ayudan a despejar las dudas, o a disipar el miedo, sino que las alimentan.

O, peor aún, te inducen desde sus miedos, desde su ignorancia de la situación, desde sus experiencias fallidas. Sí, ya sé que uno de los hábitos que adquirimos es aquel de preguntarles a otros, así que no es fácil deshacerse de él. Les preguntamos a nuestros padres, a nuestra pareja, a un amigo de confianza, a sabiendas de que nos dirán lo que más nos convenga.

Pero, seguro lo entiendes, por querer hacer un bien a la hora de la verdad hacen un mal. La clave, ¿sabes cuál es la clave? Asumir la responsabilidad y que aprendas a tomar tus propias decisiones. A sabiendas de que te vas a equivocar, pero también de que vas a aprender. A sabiendas de que no hay nadie mejor que tú para saber cuál camino debes elegir.


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No hay decisiones buenas o decisiones malas, solo decisiones. Elige un camino y asume lo que haya de venir.


Tomar decisiones no es un arte, como pregonan algunos. Se trata de una habilidad que cualquier persona puede desarrollar y que todos necesitamos. Tampoco hay una fórmula o un libreto, pero estas 10 preguntas te ayudarán en la tarea de acertar más (equivocarte menos).


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Lo que puedo decirte es que no hay una fórmula o un libreto que puedas aplicar y que te reduzca el margen de error. ¡No lo hay! O, bueno, sí lo hay, pero ya la conoces y lo más probable es que no te agrade: prueba y error. De eso se trata la vida, ¿no? Sin embargo, sí hay algo que te puede ayudar: formúlate estas preguntas, en especial si la decisión es importante:

1.- ¿Hace cuánto tiempo tienes esa idea?
Hay ideas que nos ronda la cabeza por días, semanas, meses o años. A veces, son un mero capricho que se va diluyendo con el tiempo, pero en otras ocasiones son proyectos o ilusiones que, como decimos en Colombia, se cocinan a fuego lento. Si esa idea está en tu cabeza desde hace mucho tiempo, hay una razón. Por qué, entonces, ¿no darle una oportunidad?

2.- Si la tomas, ¿qué implicaciones tiene en tu vida?
En especial cuando se trata de algo trascendental en nuestra vida o de algo que afecta la vida de otras personas cercanas, es necesario sopesar esa decisión. ¿Te conviene? ¿Acarreará consecuencias? ¿Cuáles? ¿Qué tan graves? Adoptar esa decisión eventualmente significa que requieras un cambio o un aprendizaje: ¿estás dispuesto a comenzar esa aventura?

3.- ¿Qué pasará en tu vida si declinas?
El tren de las oportunidades pasa todos los días, pero no cabe duda de que hay algunas que son más importantes que otras, más valiosas que otras. Y coincidirás en que son más las que dejamos pasar, las que desperdiciamos, que las que tomamos. ¿Te afectará rechazarla? ¿En qué medida? ¿Es probable que más adelante te remuerda el arrepentimiento?

4.- ¿Qué pasará en tu vida si la adoptas?
La otra cara de la moneda: ¿qué ganas? ¿Cuáles son los beneficios? ¿Son mayores que los riesgos y, entonces, vale la pena tomarlos? ¿Es algo positivo solo para ti o involucra también a tu entorno? ¿Están convencido de que si tomas esa decisión te vas a sentir mejor? Recuerda que las emociones, aunque caprichosas y traviesas, son parte importante de este proceso.

5.- A largo plazo, ¿qué puede ocurrir?
Una de las razones por las que nos equivocamos con frecuencia es que pensamos a corto plazo, en el mañana. Sin embargo, bien vale la pena plantearnos cómo sería nuestra vida a la vuelta de 3 o 5 años si adoptamos esa decisión. ¿Mejor? ¿Peor? Esta, créeme, es una útil estrategia que a mí me ha servido sobre todo a la hora de adoptar decisiones difíciles.

6.- ¿Qué otras opciones puedes considerar?
Una de las razones por las cuales nos equivocamos con frecuencia es porque nos dejamos llevar por el impulso de las emociones. O, dicho de otra forma, nos obsesionamos con una idea y no damos el brazo a torcer. Lo peor es que no nos damos cuenta de que hay más alternativas que ni siquiera consideramos, que quizás nos convienen más o que son menos riesgosas.

7.- ¿Esta decisión es urgente o puede esperar?
Aplazar una decisión no significa aceptarla o rechazarla. Significa, quizás, que todavía no estás listo para asumir ese riesgo, esa responsabilidad. O que en este momento de tu vida no deseas ese compromiso. Ponte la mano en el corazón y, desapasionadamente, responde la pregunta. Entiende, eso sí, que no existe el momento perfecto, así que no tropieces con esta piedra.

8.- ¿Antes tuviste que tomar alguna decisión parecida?
Es una situación de la que no somos conscientes, pero la verdad es que en la vida, toda la vida, tomamos las mismas decisiones. Cambian las circunstancias, cambian las opciones, cambian las consecuencias, cambia el entorno, pero las decisiones son las mismas. Eso, por supuesto, es positivo porque hay múltiples experiencias pasadas que nos pueden servir como referencia.

9.- ¿Cómo crees que te sentirás si la tomas o la dejas?
Es imposible despojarte de las emociones y, si no te dejas dominar por ellas, pueden ser de utilidad. Así que no te mortifiques: la clave del éxito en la vida o en los negocios es encontrar un equilibrio entre la razón y los sentimientos, el corazón. Y, por supuesto, tomar decisiones no es ajeno a esto: a veces, créeme, vale la pena dejarse llevar por el corazoncito.

10.- Si te equivocas, ¿qué es lo peor que puede ocurrir?
La dificultad para tomar decisiones se origina en el temor que nos provoca el riesgo de la equivocación. Sin embargo, a veces, muchas veces, sobreestimamos ese escenario, nos montamos una película de terror sin sentido. ¿Qué es lo peor que puede ocurrir? Piénsalo y te darás cuenta de que en la mayoría de las ocasiones nada sucede, solo es tu imaginación.

En la vida, hay que aceptarlo, a veces se gana y a veces, se pierde (o se aprende). Dejar de tomar decisiones no cambiará esta realidad, ni disminuirá el impacto en tu vida. Es necesario aprender que desarrollar la habilidad de tomar decisiones nos permite tener el control de lo que sucede en nuestra vida. La peor decisión es dejar que el azar juegue sus cartas…