Tomar decisiones es un arte: el arte de aprender a aceptar que te equivocas más de lo que aciertas y aprender de esos errores. También es una habilidad: si no te empecinas, si no te obsesionas, si piensas con cabeza fría y tus decisiones son fruto de pensamientos positivos y conscientes, es muy probable que aciertas más de lo que yerras. Paradójicamente, tú eliges, tú decides que camino tomas.

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Es una de las paradojas más grandes de la vida, sin duda: todo el tiempo, todos los días, tomas decisiones. Importantes, intrascendentes, equivocadas o acertadas, pero decisiones al fin. Sin embargo, nunca nadie te enseña cómo tomar decisiones. Es algo que aprendes en el camino, a punta de errores, de costosas equivocaciones, después de pagar un alto precio por ellas.

Y, para colmo, puedo decirte que conozco a varias personas que jamás aprendieron a tomar las decisiones adecuadas. ¿Por qué nunca aprendieron? Porque siempre tomaron decisiones para complacer a otros, o en función de lo que podían recibir a cambio, o simplemente porque las adoptaron desde el miedo. Entonces, tristemente nunca obtuvieron aquello que esperaban.

Es justo decir, además, que no existe un libreto, un manual o una plantilla que nos permita tomar buenas decisiones. Como mencioné, es algo que se aprende en el camino y algo que, en especial, depende de cada uno. Lo que para mí puede ser una buena decisión quizás no lo sea para ti. ¿Entiendes? No hay fórmulas perfectas. Hay sí, algunas estrategias que resultan muy útiles.

Una, por ejemplo, es la que expone Suzy Welch, emprendedora, autora, periodista y presentadora estadounidense y durante años editora de la prestigiosa revista Harvard Business Review. En algún momento de su vida, tuvo que tomar varias decisiones trascendentales, en especial cómo solucionar el dilema de ser madre de cuatro hijos y, a la vez, continuar con su trayectoria profesional.

Entonces, formuló una teoría muy interesante, conocida como 10/10/10. Se trata de sopesar cuál va a ser el impacto de la decisión y cuáles van a ser sus consecuencias para los próximos 10 minutos, los siguientes 10 meses y los futuros 10 años. En otras palabras, el efecto a corto, mediano y largo plazo. La premisa es no dejarnos llevar por el afán del momento, por la urgencia.

Por supuesto, esta estrategia está diseñada para tomar decisiones que cuyas consecuencias afecten tu vida, para bien o para mal, no para las sencillas, las cotidianas. Sin embargo, es una opción que me llamó la atención que a veces, muchas veces, no vemos más allá, no vemos el largo plazo y después, cuando surgen los inconvenientes, nos damos cuenta de que no elegimos bien.

Ahora, hay que tomar en cuenta otro factor: el criterio. Lo primero que tengo que decirte es que no lo venden en las farmacias, sino que se trata de una habilidad que solo algunos aprendemos a desarrollar. Una definición que me gusta es la que “se refiere a nuestra capacidad de juzgar adecuadamente. En este sentido, el concepto que analizamos hace alusión a la idea de justicia”.

En otros términos, se trata de tener la capacidad racional y moral para discernir correctamente sobre el bien y el mal, sobre lo correcto y lo incorrecto. Por supuesto, es algo consciente, es decir, alejado de las emociones. sin embargo, en la realidad son más las ocasiones, muchas más, en las que tomamos decisiones surgidas de las emociones. Esa es la razón por cual nos equivocamos tanto.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Tomar decisiones es un arte en el que el buen criterio y el sentido común son imprescindibles.


Ni siquiera cuando estamos convencidos al ciento por ciento sabemos si la decisión que tomamos es la correcta. Sin embargo, sí es posible desarrollar la habilidad de elegir mejor, de equivocarnos menos o con menor frecuencia. Te revelo cinco claves que a mí me ayudan.


En el fondo, de lo que se trata es de no dejarnos llevar por el impulso del momento, por la emoción (rabia, dolor, felicidad) del momento, y más bien pensar un instante, aunque sea solo un instante. Esa pequeña pausa puede ser, suele ser, la gran diferencia entre una decisión acertada y una equivocada. Esa pequeña pausa es la que distingue a los líderes exitosos de resto de personas.

Y aplica para cualquier actividad en la vida: lo vemos cada día en el deporte, en la política, en la medicina, en la economía y, por supuesto, en los negocios. Aquellos que tienen criterio son los que toman mejores decisiones, los que aciertan más veces, los que consiguen lo que se proponen. Lo mejor es que cualquier persona puede aprender a tomar buenas decisiones, tú puedes hacerlo.

Hay otra herramienta poderosa que te ayuda a tomar buenas decisiones: el sentido común. Sí, el menos común de los sentidos, irónicamente. Actualmente, concebimos el sentido común como la sensatez, es decir, como la capacidad que poseen las personas que piensan, reflexionan, se informan, hablan y actúan de manera serena y acertada, que no actúan de manera impulsiva.

Cuando hablamos de sentido común, nos referimos a situaciones específicas o a hechos que se antojan evidentes para cualquiera, hechos que en teoría todo el mundo debería tener claros y asumir de la misma manera. Sin embargo, la realidad nos demuestra que no es así y, por eso, en idénticas situaciones o ante los mismos hechos las personas reaccionamos de manera distinta.

Por ejemplo, cuando se termina una relación sentimental el sentido común nos dice que debemos pasar la página y seguir con nuestra vida, pero casi nunca ocurre así. La mayoría de las personas, de hecho, se enzarza en discusiones, se apega al pasado, se ata a los recuerdos y así solo consigue frenar su crecimiento, negarse a posibilidad de establecer una nueva relación, más constructiva.

Pero, volvamos al tema del comienzo: ¿cómo tomar buenas decisiones? Aquí cinco claves:

1.- Contempla las dos caras. Cualquier decisión, la más simple o la más comprometedora, tiene dos caras. Sopésalas, analízalas, vislumbra cuál es la que más te conviene y no perjudica a otros

2.- Escucha tu instinto. Esta es una capacidad muy útil, si sabemos aprovecharlas. Es esa voz interior que te orienta, que te indica cuál es el camino correcto. Es como tu ángel de la guarda

3.- Ten claro lo que quieres. Una decisión equivocada es producto de una duda, de no saber qué deseas o para dónde vas. Antes de decidir, determina adónde quieres llegar, y cómo lo harás

4.- Elige desde la confianza. La mayoría de las veces que erramos es porque la decisión surgió del miedo y no de la confianza. Piensa qué pasaría en tu vida si dices sí o si dices no, y cree en ti

5.- Infórmate primero. Nada peor que una decisión apresurada, improvisada. Conoce bien la situación, analiza los pro y los contra, mira desde una perspectiva positiva y usa el sentido común

Tomar decisiones es un arte: el arte de aprender a aceptar que te equivocas más de lo que aciertas y aprender de esos errores. El problema es que en el instante no sabemos si fue la decisión adecuada y cuando nos damos cuenta quizás ya es demasiado tarde. Pero, es bueno convenir que cuando tomamos una decisión solo hay un camino: confiar en que sea la acertada, la adecuada.

Una última consideración: sea cual sea el resultado de la decisión que adoptaste, acéptalo y, si es el caso, asume las consecuencias. Dado que no tenemos control de futuro, que tampoco hay una certeza absoluta acerca de lo que elegimos, el peor camino es creer que una decisión es buena si nos conviene y mala, si nos perjudica. Aprender a tomar decisiones es un arte, no un sistema perfecto…