“Hay muchas personas que quieren cosechar los frutos del árbol que no sembraron”. Esta es una frase que me encontré por ahí en las profundidades de internet y que me llamó mucho la atención porque refleja una realidad del mercado. Un mercado que, como lo digo desde hace tiempo, es una jungla infestada de hambrientas fieras salvajes, de depredadores que pueden devorarte.
Si bien internet está en nuestras vidas desde finales de los años 90, fue en los últimos diez años cuando se masificó. En un comienzo, se requería un buen poder adquisitivo para acceder a los computadores, primero, y a los dispositivos digitales como teléfonos celulares, después. Hoy, sin embargo, esta tecnología está al alcance de cualquiera, lo mismo que la conexión a las redes.
Además, lo sabemos, cada día son más y más las personas que posan su mirada en internet como una salida laboral, como una opción para garantizar el sustento necesario. El mercado laboral tradicional, el de hacer carrera en las empresas hasta llegar a la edad de retiro, es una especie en vías de extinción. El sueño dorado de generaciones anteriores ya no es una alternativa válida.
En cambio, internet, el universo ilimitado de oportunidades, está ahí para cualquiera, para quien tenga la capacidad de aprovechar sus herramientas y recursos, su inmenso potencial. A diferencia de lo ocurrido hace más de 20 años, cuando tomé la decisión de convertirme en emprendedor, hoy hay mucha información, quizás demasiada, y sobre todo hay casos de éxito para modelar.
El problema, porque siempre hay un problema, es que por el afán de obtener ganancias rápidas, por la obsesión de lograr el éxito exprés, por el deseo de transformar su vida y cumplir sus sueños, muchas personas caen en la trampa. ¿En cuál? En la de confiar en el primero que aparece en su camino, en el último objeto brillante del mercado, en alguien que no va a honra su palabra.
Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que esto ocurre, principalmente, porque esas personas tomaron un atajo, eligieron el camino que creyeron fácil. ¿Cuál camino? El de lo gratis, el de la fórmula perfecta, el del libreto ideal, el de las plantillas mágicas. Como decimos en Colombia, por querer hacer más, al final hacen menos. O, inclusive, menos que menos, es decir, no hacen nada.
O, sí, consiguen perder el activo más valioso que poseen y el único que no pueden recuperar, que es su tiempo. Además, es muy probable que también pierdan dinero y, lo sé porque lo he visto mil y una veces, pierden la confianza en sí mismos y se llenan de pensamientos negativos. Parten con una gran ilusión, la de transformar su vida, y terminan peor de lo que estaban al comienzo.
Es algo muy doloroso. En especial, porque por lo general se trata personas muy valiosas, con alto nivel de conocimiento especializado, con amplia experiencia y, sobre todo, con pasión por lo que hacen y vocación de servicio. Se trata de personas que están en capacidad de aportarle algo constructivo y positivo al mercado y que, además, están en capacidad de ayudar a otros.
Cuando comencé mi trayectoria como emprendedor, lo más difícil fue encontrar ayuda, una buena ayuda. El problema es que no había quién la brindara, el mercado apenas comenzaba a abrirse y no había tampoco información de fácil acceso. Entonces, no hubo más remedio que tirarse al agua y nadar, sin cesar, avanzando lentamente o, dicho de otro modo, tropezando una y otra vez.
Vivimos la era de la información y del conocimiento, pero también la de las estrellas fugaces que se apagan rápidamente. ¿Por qué? Porque se dejaron tentar por la obsesión del éxito exprés y, en especial, porque no estaban dispuestas a pagar el precio que vale transformar tu vida.
Fue algo angustiante, frustrante por momentos. Los errores se sucedían uno tras otro, pero no había forma de evitarlos. Por fortuna, nunca perdí el ánimo, nunca renuncié a mi sueño y, más bien, a cada paso que daba me involucraba más. Se despertó en mí una pasión muy poderosa que me daba fuerzas para seguir y que, en especial, me permitió comprender lo más importante.
¿Sabes a qué me refiero? A que para poder avanzar, para poder cumplir mis sueños, tenía que pagar un precio. Que, por supuesto, no era exclusivamente económico. Por ejemplo, pagué el precio de alejarme de mi familia, de dejar mi país, de despedirme de mis amigos y de una buena vida que tenía en Colombia. La cambié por otra que me impuso grandes retos y muchos desafíos.
Como mencioné, escaseaba la información. Y, además, la mayoría de la que existía era de difícil acceso o había que pagar por ella. Invertí mucho dinero (prácticamente, todo el que tenía, todo el que producía), mucho tiempo, mucho esfuerzo, mucha dedicación, para alcanzar mis objetivos. Por fortuna, la vida me compensó con valiosos mentores que me marcaron el camino correcto.
Hoy, cuando soy referente número uno del mercado, cuando tengo el orgullo y la satisfacción de haber guiado a decenas de personas a cumplir sus sueños, veo con tristeza y preocupación esta realidad del mercado. ¿Cuál? La de tantos emprendedores que quieren cosechar los frutos de un árbol que no sembraron. Quieren ser exitosos y millonarios en un santiamén, de un día para otro.
Además, y esto es lo más doloroso, quieren ser exitosos y millonarios sin pagar el precio. No se forman, no tienen paciencia y muchas veces ni siquiera saben qué quieren. Por eso, justamente por eso, caen en las redes de los depredadores del mercado, que los devoran. Por eso, justamente por eso, es necesario que comprendas cuál es el precio que tienes que pagar por cambiar tu vida:
1.- La soledad. Aún hoy, a pesar de que hay muchas personas que te pueden ayudar, que te pueden acompañar en esta aventura del emprendimiento, la soledad es inevitable. Al menos, en el tramo inicial de tu camino, mientras superas tus miedos, mientras dejas atrás tus creencias limitantes. Es parte del proceso y estarás solo hasta que entiendas que es algo sin sentido.
2.- Los errores. Que abundarán, que en algunos casos serán costosos y dolorosos. No puedes evitarlos porque son ingredientes básicos del proceso, así que tu tarea consiste en aprovechar el aprendizaje que incorporan. Errores que, además, se repetirán sin cesar mientras no acudas a la ayuda de quienes ya recorrieron el mismo camino y ya están donde tú quieres estar.
3.- El conocimiento. Que, por supuesto, significa que tienes que aprenderlo todo sobre todo. En mi caso, soy un apasionado del aprendizaje, un eterno aprendiz, y disfruto mucho incorporar nuevas estrategias, visiones o modelos de negocio. Sin embargo, tienes que entender que no necesitas ser experto para comenzar: da los primeros pasos y mientras avanzas aprendes lo que te falta.
4.- El proceso. Roma no se construyó de un día para otro, así que no alcanzarás el éxito antes de que cumplas las etapas que el proceso exige. Si intentas saltar alguna de ellas, lo pagarás caro. La paciencia es una de las virtudes indispensables para lograr tus objetivos en el marketing, así que no cometas el error de querer ir más rápido de lo que es conveniente. Respeta el proceso.
5.- La mentalidad. Lo dejé de último porque, sin duda, es el más importante. El 80 % o más del éxito en la vida o los negocios está determinado por tu mentalidad. Que significa paciencia, tolerancia, resiliencia, respeto, honestidad, disciplina y constancia. Sin la mentalidad adecuada, te puedo garantizar que nunca lograrás lo que deseas o, dicho de otro modo, tu éxito será efímero.
Vivimos la era de la información y del conocimiento, pero también, la de las estrellas fugaces que brillan con intensidad y se apagan rápido. Es la triste historia que vi miles de veces protagonizada por valiosas personas que equivocaron el camino, que eligieron el atajo. Personas que cayeron en la trampa del éxito exprés porque no estaban dispuestas a pagar el precio que vale transformar su vida.
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