Esta es la clase de preguntas capaces de generar debates muy interesantes o, a veces, tórridas discusiones bizantinas. Como cuando, por ejemplo, en una entrevista de trabajo te preguntan para ti qué es la felicidad, o cómo concibes el éxito: es imposible dar una respuesta, una sola. Coincidirás en que dependerá, así mismo, del momento emocional en que te encuentres.
Y, claro, cuando entran en juego las emociones, traviesas y caprichosas, en ocasiones, también, traicioneras, el tema se torna un poco espeso. Sin embargo, seguramente estás de acuerdo conmigo, son preguntas que todos, absolutamente todos, debemos hacernos en algún momento. Y no solo eso: formularas en distintas etapas de la vida, porque las circunstancias son distintas.
Si eres emprendedor, dueño de un negocio o un profesional independiente de cualquier ramo debes hacerte otra pregunta. ¿Sabes cuál? Aquella de “¿Qué es para ti la riqueza?”. Si acudimos al diccionario, nos dice que riqueza es “Abundancia de bienes y cosas preciosas” o “Abundancia de cualidades o atributos excelentes”. Como ves, no se refiere específicamente al tema del dinero.
Que es la concepción más común, generalizada. Asumimos, porque así nos lo enseñan desde la niñez y nos lo refuerzan a través del bombardeo mediático, que la riqueza es acumular dinero, bienes, propiedades y títulos. Además, un estilo de vida a todo dar, con viajes, lujos, autos de alta gama, joyas y fiestas. Y cada día, a través de internet, de redes sociales, nos venden esa idea.
Que, lo aprendí gracias a mis padres, mentores y a la vida misma, no es cierta. Es decir, el dinero es tan solo una de las múltiples formas de riqueza, la material, la efímera, la que viene y va. Riqueza que, quizás lo sabes, lo has vivido, no compra la salud, la felicidad, la buena compañía o la vida misma. Por mucha riqueza de esa que tengas, no te puedes comprar tranquilidad, paz o amor.
Te mentiría si te dijera que cuando comencé a trabajar mi intención primaria no era ganar dinero. ¡Claro que lo era! Era lo que me habían enseñado, así estaba programado mi cerebro. Además, quizás lo sabes, vengo de una familia de emprendedores por parte de mi madre: en la fábrica del abuelo todos los nietos hicimos nuestros primeros pinitos en el mundo de los negocios.
Así mismo, una de las razones que me llevaron a buscar alternativas cuando el ejercicio de la Psicología, la profesión que había elegido, no me brindaba los réditos esperados, fue el tema del dinero. No ganaba lo que deseaba, no podía conseguir contratos a largo plazo y el consultorio para atención personalizada que había abierto pasaba la mayor parte del tiempo desocupado.
La vida, caprichosa e indescifrable, puso en mi camino una tecnología emergente y disruptiva que, decían, “va a cambiar el mundo”. ¿Sabes a cuál me refiero? A internet. Por aquella época, finales de los 90, ya se sentía pasos de animal grande. El problema era que en Colombia, un país al que todo llega unas semanas después, era poco o nada lo que se conocía de esta revolución.
Con el corazón hecho jirones, un nudo en la garganta y el pánico que siempre acompaña a la incertidumbre, armé maletas, me despedí se la señora Julita, mi madre, y me vine para los EE. UU. “Vuelvo en un año”, le dije. No sabía qué me iba a deparar la vida y tampoco mentí, pero jamás regresé: me quedé a vivir en “el país de las oportunidades” y comencé una “nueva vida”.
No fue inmediato, pero no tardé demasiado en comenzar a generar recursos con mi trabajo en internet. Luego, la vida, que me había tomado de la mano como el gentil abuelo con el nieto, me llevó por un camino maravilloso: el marketing digital. Que jamás estuvo en mi radar, que jamás imaginé iba a ser a lo que me dedicaría el resto de la vida. Han pasado 25 años y en esas estoy.
Por si las dudas, ¡no soy millonario! Vivo bien, gracias a Dios, con todo lo que necesito. Tengo mi casa, un auto y comodidades. No soy una persona de lujos, de marcas costosas, de última moda. Gracias a la generosidad del mercado, de todas y cada una de las personas que me han abierto las puertas de su vida y me dieron el privilegio de ayudarlas, no me hace falta nada de lo básico.
¿Y sabes qué? Me considero rico, pero no millonario. Un millonario es alguien “muy rico, acaudalado”, según el diccionario, y la verdad no encajo en esa definición. En cambio, creo que la vida que he logrado construir sí representa lo que significa la riqueza, en especial, su segunda acepción. ¿La recuerdas? Aquella que dice “Abundancia de cualidades o atributos excelentes”.
Ser millonario nunca estuvo en mis planes, honestamente. Y con los aprendizajes de la vida descubrí, experimenté y disfruto la riqueza. No solo soy un eterno aprendiz, un adicto del conocimiento, sino que gracias a la dinámica de mi trabajo aprendo todos los días. Mis clientes, tú, son mis mejores maestros y, además, la motivación para crecer, para buscar la excelencia.
Además, procuro desarrollar las habilidades necesarias para entender mejor al mercado, para atenderlo mejor. Me obsesiona la idea de ayudar más a mis clientes, y a más clientes. Ese es el propósito de mi vida y el legado que quiero dejarle al mundo: una huella en la vida de quienes me concedieron el privilegio de ayudarlos, de guiarlos en la aventura de cristalizar sus sueños.
Por eso, precisamente, soy rico, muy rico. Hace muchos años entendí que el dinero es tan solo una herramienta, algo útil y necesario, pero no el fin de mi trabajo, de mi vida. No soy una máquina de hacer dinero, sino un ser humano que aprovecha el conocimiento adquirido, las experiencias vividas y el aprendizaje surgido de sus múltiples errores para ayudar a otros seres humanos.
Me apalanco tanto en la tecnología, en sus poderosas herramientas, pero no me olvido de que mi trabajo consiste en establecer relaciones con otras personas e influir positivamente en su vida. Al final, porque el mundo es así, recibo dinero a cambio de mis servicios, de lo que ofrezco, pero no es lo que busco. Es tan solo un recurso que me sirve para vivir bien y hacer bien mi trabajo.
Ahora, ¿qué es para ti la riqueza? A lo mejor, algo que tiene que ver con otras cosas. Sí, alguno que otro lujo; sí, una casa grande; sí, un auto de marca; sí, viajes. Sin embargo, quizás, también tener buena salud, y vivir en paz, y ayudar a otros, y ser un buen vecino, un ejemplar padre. En ese sentido, entonces, a mi juicio, eres millonario y, también, rico. No son excluyentes, ¿lo sabías?
¿Alguna vez te preguntaste qué es para ti la riqueza? Si nunca lo hiciste, te invito a que lo hagas. Inclusive, puedes consultarlo, conversarlo con tu pareja, con tu familia. Como mencioné al comienzo, es una pregunta que todos, absolutamente todos, debemos hacernos en algún momento de la vida. La respuesta, créeme, puede marcar un antes y un después, la gran diferencia.
Un día entendí que el dinero es un resultado de mis acciones, de lo que hago y de cómo lo hago, y reafirmé mi idea de no ser millonario. Entonces, me dediqué a cultivar la riqueza en tantas formas como puedo hacerlo, en tantas facetas de mi vida como sea posible. ¿El resultado? Soy feliz, vivo tranquilo, en mi vida hay abundancia y prosperidad y, algo importante, cumplo con mi propósito.
Para mí, riqueza es despertar cada día y comprobar que la vida me da una nueva oportunidad. Es sentirme sano y con las fuerzas necesarias para dar lo mejor de mí en esas 24 horas para avanzar en este proceso. Es tener ropa limpia, agua caliente, un plato de comida en la mesa, un techo que me protege, una cama en la que puedo descansar, una cobija que me abriga. Esa es mi riqueza.
Para mí, una manifestación muy valiosa de la riqueza es ser dueño de mi tiempo, de mi destino, de mis decisiones. Disfruto tiempo libre, acompaño el crecimiento de mis hijas adolescentes, dedico el tiempo a hacer lo que me gusta y, en especial, a lo que me ayuda a construir mejor versión. Y comparto con mi familia, con mis amigos, con mis colegas, con mis clientes. Esa es mi riqueza.
Para mí, una fuente inagotable de riqueza es hacer lo que me gusta: amo mi trabajo y no lo cambiaría por nada en el mundo. Me capacito, desarrollo nuevas habilidades, fortalezco las que ya tenía y trato de sacar el máximo provecho de mi conocimiento, mis experiencias y el aprendizaje de mis errores: las lecciones incorporadas las transmito a otros, para que ellos no los repitan.
Esa es la mayor de mis riquezas: saber a qué vine a este mundo y cumplir con la misión. No es un don o un privilegio, como piensan muchos, sino una decisión de vida. Recuerda: en la vida cosechas aquello que hayas sembrado. Y no olvides que el dinero viene y se va, así que el mejor consejo que puedo darte es que cultives riquezade todas las formas que sea posible.
Tiempo con los míos, tiempo para mí, calidad de vida, bienestar, paz interior, tranquilidad, un pequeño círculo de amigos, la posibilidad de elegir libremente cada día mi camino y, lo más importante, mis hijas. Eso, para mí, es riqueza. La que me desvela, la que me motiva a dar el 1.000 % cada día, la que me inspira, la que me conecta con mi esencia, la que me permite ser una buena persona.
¿La fuente inagotable de esa riqueza? Mi conocimiento, mis experiencias y el aprendizaje de mis errores. Haber aprendido a empaquetar todo esto, convertirlo en un producto y ofrecerlo a otros que me han dado el honor de compartirlo, de recibirlo. Y tú, ¿ya sabes cuál es tu riqueza? Y si lo sabes, ¿la cultivas? Quizás estás sentado en una mina de oro y ¡ no te has dado cuenta!
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