¿Has escuchado alguna vez la expresión “cruzar el océano a nado y ahogarse en la orilla?”. Nada más de imaginarla me dan escalofríos, pero es peor cuando compruebo que después tanto que hemos pasado durante este confinamiento, de tanto sufrimiento y dolor que nos ha provocado la crisis del coronavirus, cuando estamos a punto de llegar a la orilla ¡algunos se ahogan!

Antes de avanzar, sin embargo, quiero hacer una salvedad que considero necesaria: mi intención no es juzgar a nadie, porque no tengo autoridad para hacerlo, ni criticar las acciones y decisiones que otros adoptan, porque no estoy en sus zapatos. Lo que vas a leer en estas líneas se trata de una reflexión que yo mismo hice y que espero inspire a otros para evitar el triste desenlace.

Si no me conoces, si no sabes quién soy, también es pertinente que sepas que mi vida no ha sido un camino tapizado de pétalos. Más bien, tropecé y me herí con muchas espinas, caí una y otra vez y solo mi resiliencia, mi perseverancia y mi profunda pasión por la vida, mi convicción por lo que hago, me permitieron seguir adelante. Y eso es, precisamente, lo que intento hacer ahora.

Porque esta situación generada por el coronavirus, que llegó de sorpresa y mandó al encierro, cerró las puertas de los negocios y puso la economía al borde del abismo, es algo nuevo para todos. Nadie estaba preparado y, honestamente, no creo que se hubieran podido tomar medidas efectivas para contrarrestarla. Lo único que pudimos hacer fue buscar cómo adaptarnos.

Y ese adaptarnos significa, entre otras opciones, luchar por seguir en pie, por aminorar los daños tanto como sea posible, por parar, pensar y crear nuevos modelos de vida y de negocios que nos permitan enfrentar con éxito las próximas dificultades que vendrán. Porque vendrán, ya lo sabemos, así que ahora estamos obligados a desarrollar la habilidad de adaptarnos y cambiar.

Y adaptarnos y cambiar casi nunca será fácil, porque significará salir de la zona de confort, dejar atrás algunas de las costumbres que tanto nos gustan y asumir retos. Pero, también, enfrentar dificultades y miedos, el precio que debemos pagar para conseguir algo que probablemente sea mejor, que nos ayude a crecer, que nos permita adquirir conocimiento y desarrollar habilidades.

Justo en momentos en que algunos de los países más afectados por el coronavirus, en Asia y Europa, comienzan a permitir algunas de las actividades cotidianas del pasado, aunque bajo estrictas medidas de seguridad, cuando podemos comenzar a despedirnos de los fantasmas del confinamiento, cuando estamos cerca de la orilla, algunos tiran la toalla, se rinden, se ahogan.

¿Por qué lo digo? Porque me doy cuenta de que tantos mensajes negativos, tantas noticias dolorosas, tantas muertes, han generado un ambiente turbio que contradice el espíritu que nos debería guiar en estas circunstancias. Entiendo que el miedo esté latente (yo lo siento, lo confieso) y que la incertidumbre nos juegue malas pasadas, pero si no miramos el futuro con optimismo…

Cada día trae su afán, sus circunstancias, sus experiencias, sus lecciones y, lo mejor, sus oportunidades. No podemos dejarnos llevar por el derrotismo, por los augurios negativos, porque de lo contrario jamás conseguiremos superar este difícil escollo y seguir adelante. Que de eso se trata, por supuesto, de levantarnos, sacudirnos el polvo y, con ganas y pasión, seguir adelante.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

La crisis provocada por el coronavirus demostró que es el momento de los emprendedores.


Abrumados por la cantidad de mensajes negativos y destructivos que nos rodean en estos días, algunos, que han resistido valientemente los embates de la crisis, están dispuestos a tirar la toalla justo cuando llega el momento de aprovechar las oportunidades. ¿Eres uno de ellos?


Luchando por aquello que te apasiona, por aquellos a los que amas, por aquellos a los que tienes el privilegio de servir con tu negocio. De lo que se trata, hoy, es de recuperar el impulso que traíamos antes de que el coronavirus apareciera en nuestras vidas y seguir nadando con fuerzas, confiados en que pronto llegaremos a nuestro destino, de que la orilla cada vez está más cerca.

Un comentario que he escuchado con frecuencia en los últimos días es aquel según el cual “en las actuales circunstancias, solo los grandes, los que tienen dinero, van a poder sobrevivir. Los demás, los pequeños, estamos condenados a desaparecer”. Si tú eres de los que piensan eso, con todo respeto, déjame decirte que estoy en absoluto desacuerdo y creo también que estás equivocado.

Es cierto que en estas y en cualquier otra circunstancias es más fácil para los poderosos, para los que poseen los recursos, para los que tienen músculo financiero. Sin embargo, que no se te olvide algo: ellos también sufren la crisis, ellos también tuvieron que paralizar sus actividades. Además, ellos deben responder por cargas laborales y tributarias gigantescas, por grandes inventarios.

Y basta dar una mirada a las noticias de los últimos días para ver cómo empresas como Hertz, uno de los referentes del mercado de venta y renta de automóviles, y JC Penney, la minorista preferida de los hogares estadounidenses entre los años 60 y 80, se declararon en quiebra y ahora buscan la forma de no desaparecer. Las consecuencias de la crisis, lo repito, aplican para ellos también.

Te doy otro ejemplo: en Colombia, mi país, se abrió un debate público porque Avianca, que durante décadas fue la aerolínea nacional, pidió ayuda al gobierno para sobrevivir a la crisis. Es una empresa con más de cien años, la segunda más antigua del mundo (detrás de KLM), que en 2004 ya superó una crisis similar que derivó en la venta de la compañía a un consorcio internacional.

¿Lo ves? Recuerdo que el abuelo, empresario y emprendedor de toda la vida, solía decir que “los árboles más altos son los que primero caen”. Y es cierto. Además, no lo olvides, estamos en la era de la transformación digital que también es la era del conocimiento y la de las oportunidades. Si tú tienes un conocimiento valioso, este es el momento para comenzar a sacar provecho de él.

No importa que no tengas un negocio, o una página web, o un producto digital. Tampoco importa que en algún intento previo hayas fallado, porque seguro que esa experiencia te dejó aprendizajes valiosos que ahora te servirán. Lo que importa, lo único que importa, es que tengas la pasión y la vocación de servicio para transmitir ese conocimiento a otros, para ser fuente de transformación.

Si algo demostró la crisis provocada por el coronavirus es que el presente (el futuro es hoy) es de quienes tengan la capacidad de adaptarse, de cambiar, de ofrecer algo que beneficie a otros, que ayude a otros. Y esos, amigo mío, somos nosotros, tú y yo, los emprendedores, los pequeños empresarios: nosotros estamos destinados a establecer el rumbo en los próximos años.

Algunos dicen que la diferencia la marcará la tecnología, pero no es cierto. Los más grandes, los más golpeados por esta crisis, poseían tecnología de punto, pero carecían de la visión adecuada y, en especial, habían forjado imperios basados en modelos de negocio equivocados. Algunos de ellos, de los grandes y poderosos, no venía nadando, sino en lujosos yates, y se ahogaron al llegar a la orilla.

Entiendo que después de tantas semanas de confinamiento, de recibir tantos mensajes negativos, de vivir una incertidumbre tan grande, el miedo nos juegue una mala pasada ahora que estamos a un paso de empezar una nueva etapa. Este es el momento, esta es la oportunidad, este es el escenario ideal si tienes algún conocimiento que ayude a otros. Esa es tu misión, si decides aceptarla…

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