Ser padre es, sin duda, la experiencia más poderosa que un ser humano pueda vivir. No importa si tienes uno, dos o más hijos, porque con cada uno de ellos la experiencia es completamente nueva, distinta, pero siempre enriquecedora. Agradezco a la vida cuanto me ha dado, porque ha sido muy generosa, pero le agradezco, sobre todo, haberme regalado a mis hijas Nichole y Laura.

Cuando nació mi primera hija, ya había recorrido la mitad de mi trayectoria como emprendedor digital. De hecho, ya era reconocido en el mercado, ya estaba orgulloso de los casos de éxito que podría acreditar y pensaba que era poco lo que me faltaba por aprender. ¡Qué equivocado estaba! La verdad es que desde que nacieron mis hijas comenzó el verdadero aprendizaje, el más valioso.

Es curioso, porque a lo largo de veinte años en el mercado he tenido el privilegio de apadrinar a decenas de emprendedores con la fortuna de haberme enriquecido con su pasión, sus valores, sus ganas, su entusiasmo y su conocimiento. Pero, nada se compara la experiencia de criar a mis hijas, que cada día me sorprende de muchas formas y me brinda retroalimentaciones increíbles.

En ese proceso de la crianza fue que descubrí, en realidad, el valor y el sentido de ser un mentor. Algunas de las estrategias más efectivas que hoy empleo en mi negocio y que me sirven para ayudar a mis clientes no las aprendí en el marketing, sino en mi tarea como padre. Y las sigo aprendiendo, día a día, porque la fuente del aprendizaje con ellas es ilimitada.

Es increíble cómo la vida nos ofrece estas oportunidades, solo que algunos no las saben aprovechar. Pasé varios años de mi vida estudiando y aprendiendo lo que debía saber para conseguir que mi negocio funcionara y, sobre todo, para cumplir con el sueño de ayudar a otros emprendedores. Y no me arrepiento de cada minuto de ese proceso: fue algo espectacular.

Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Ser mentor es un trabajo como cualquiera otro, una especialidad muy valorada.

Sin embargo, el nacimiento de sus hijas y su posterior crianza, un proceso en el que estoy involucrado en una de las etapas más difíciles (la preadolescencia), me ofreció nuevas y muy enriquecedoras perspectivas. Lo interpreto como si fuera una maestría en mentoría, porque acompañarlas a ellas me ha servido para fortalecer, revaluar y aprender conceptos.

Estas son las cinco enseñanzas más importantes que puedo compartir contigo:

1) El objetivo: el primer paso de este proceso es definir adónde quieres llegar, cuáles son las metas que quieres alcanzar. No es algo que tú puedas imponerle a tu discípulo, sino que debe ser algo consensuado y, sobre todo, real: eso quiere decir que puede ser alcanzable, que la persona a la que ayudas tiene la verdadera capacidad de alcanzar lo propuesto, en un tiempo determinado.

En el mercado encontrarás dos tipos de mentores. El primero, el que lo hace por dinero, porque esa es su forma de generar ingresos. El segundo, entre los cuales estoy yo, el que tiene un propósito real, genuino y firme de aprovechar el conocimiento, los talentos y los dones que le regaló la vida para ayudar a otros a transformar la suya y, así, hacer realidad sus sueños.

2) El cómo: en la vida y en los negocios es imposible alcanzar un objetivo, por pequeño que este sea, si no tienes un plan, si no has establecido una estrategia que te permita saber cómo lo vas a hacer. Por eso, no cualquier persona puede ser un buen mentor: se requiere conocimiento y práctica, vocación y convicción, paciencia y determinación, fortaleza y humildad.

En el camino encontrarás personas que dicen saber cómo ayudarte, pero lo único que saben hace es producir dinero, además de recitar la teoría al derecho y al revés. Lo que tú necesitas, sin embargo, es alguien que pueda enseñarte cómo hacerlo, que tiene vocación de servicio y que es capaz de involucrarse en el proceso de aprendizaje para ayudarte, para inspirarte.

3) La identificación: he conocido a buenos mentores que, pese a su conocimiento, experiencia y esfuerzo, no pudieron ayudar a las personas que acudieron a ellos. ¿La razón? Iban por camino diferentes, es decir, tenían personalidades, principios y valores distintos, y no había forma de atar los cabos sueltos. La mejor opción, antes de causarse daño, era seguir cada uno por su lado.

Cuando tú quieres guiar a otra persona, es imprescindible que haya identificación. Es la única forma en que puedes inspirarla y motivarla, es la base del respeto y la admiración que sustentan la relación, es la razón por la cual pueden caminar y superar juntos las dificultades que se presentan. Si quieres ser un buen mentor, tienes que convertirte en el alma gemela de tu discípulo.


Una de las claves del proceso de mentoría es qué puede ofrecerle como
retribución el discípulo al mentor: compromiso, inversión, responsabilidad,
confianza y lealtad son imprescindibles. Este es un camino de doble vía.


4) Ser, no tener: una de las premisas que te ayudan a ser padre sin morir en el intento es aquella de “la palabra convence, pero el ejemplo arrastra”. La única forma de ser un buen mentor, de ayudar legítimamente a otra persona, es tomándola de la mano y recorriendo el camino juntos. Ya habrá oportunidades para que le muestres lo que sabes, lo que has vivido, lo que tienes para ella.

El problema de los mentores en internet es que muchos de ellos no superan la fase de payasos digitales. Alcanzan a ser buenos comunicadores, pero son incapaces de guiar a otros al éxito, porque jamás lo alcanzaron. Cuando elijas un mentor, asegúrate de que sea alguien digno de imitar, de modelar, alguien que te inspire y te motive a luchar por los sueños que quieres alcanzar.

5) La vocación: dicen por ahí que “cualquiera puede tener hijos, pero no cualquiera es un buen padre”. Nada más cierto y nada más ajustado a los mentores en el mundo de los negocios. El conocimiento, la experiencia, los talentos y los dones los tenemos todos, pero la honesta y decidida vocación de servir a otros, de compartir todo eso con otros, es privilegio de pocos.

No te guíes porque esa persona está en su cuarto de hora, porque de ella hablan todos en las redes sociales, porque es capaz de llenar auditorios. Cerciórate de que tu mentor sea alguien que en verdad esté comprometido con tu éxito y que esté dispuesto a hacer lo que sea para trabajar a tu lado hasta que consigan ese objetivo. Sin egolatría, sin intereses velados, sin engaños.

Ser mentor, como ser padre, es una enorme y hermosa oportunidad que nos da la vida y que asumimos de manera voluntaria. Es un proceso que se debe construir paso a paso y para el cual no hay libretos establecidos, ni fórmulas perfectas. Si quieres alcanzar el éxito, tienes que actuar como un maestro, como un guía capaz de aportar al crecimiento de la otra persona.

Contar con un mentor es ser consciente de que te identificas con esa persona, de que tus valores y principios son similares, de que comulgan con la visión de la vida y de que, sobre todo, es un modelo de lo que tú quieres ser, y estás dispuesto a trabajar para conseguirlo. Un mentor, de ninguna manera, es un ídolo, una figura lejana a la que intentas copiar solo porque es la figurita de moda.