¡Qué sería de mí si no hubiera cometido tantos errores, si no hubiera fracasado tanta veces! Estoy agradecido con ellos, errores y fracasos, porque fueron una invaluable fuente de aprendizaje y, quién lo creyera, de inspiración. Y lo puedo decir con convicción: no sería quien soy, en lo personal y en los profesional, de no haber errado tanto, de no haber fracasado tanto.
El problema es que tenemos miedo de los errores y de los fracasos, episodios a los que les hemos otorgado una alta carga emocional negativa. ¿Por qué? Porque así nos lo enseñaron en la niñez y porque cada día de la vida debemos convivir con esa situación. Basta con echar una miradita a las redes sociales para ver cómo los tiburones devoran a los que erran y fracasan.
La verdad es que, para muchos, errar o fracasar es un pecado capital. Lo irónico es que seguimos modelos o intentamos seguir el ejemplo de personas que antes de subir a la cima, antes de saborear las mieles del éxito se tragaron la hiel del fracaso producto de sus errores. Bill Gates, Michael Jordan, Oprah Winfrey, The Beatles, Steven Spielberg, ¿te suenan estos nombres?
Bien, todas son personas archifamosas, conocidas por ¡sus éxitos! Sin embargo, a lo largo de la vida cometieron muchos errores y sumaron muchos fracasos. Es decir, los malos momentos que vivieron no marcaron su vida, no se dejaron vencer por las adversidades y continuaron en la brega hasta que cumplieron sus sueños. Hoy son la inspiración de millones en el mundo.
La verdad es que los errores y los fracasos son los malos de la película, los que cargan con la mala fama. Y no es así. La primera razón es que son parte esencial de la vida, es decir, aunque hagas mil y un intentos, aunque te esfuerces al máximo, no los erradicarás de tu vida. Siempre estarán presentes, por fortuna, porque como mencioné son fuente de valioso aprendizaje.
Segundo, los errores y los fracasos no son fruto de la casualidad y tampoco un designio del destino. Esas son creencias sin sustento, cómodas excusas. ¿Por qué? Porque todos y cada uno de los errores y fracasos que acumulamos son fruto de decisiones propias. Elegimos mal, esa es la verdad. Elegimos impulsados por las emociones, que son traviesas y traicioneras.
Es más fácil culpar al destino, a las circunstancias, al horóscopo o a la situación política o económica de tu país que asumir la responsabilidad por tus decisiones. Es más fácil y, además, está socialmente convenido. Nadie juzga a otros porque asume que “le ha tocado una vida difícil”, porque “pobrecita, es una persona con muy mala suerte” y otras por el estilo.
El problema, porque siempre hay un problema, es que con esa actitud lo único que conseguimos es familiarizarnos con el error, con el fracaso. ¿Eso qué quiere decir? Que lo normalizamos, lo convertimos en un hábito, lo asumimos como “algo normal”. Y sí, es algo normal, pero no de esa forma: es normal, parte de la esencia humana, pero de la positiva.
Cuando nos familiarizamos con el error y con el fracaso, cuando los volvemos nuestros amigos, cuando les damos confianza para que se instalen en nuestra vida, lo único que hacemos es perder la oportunidad de aprender sus lecciones. Que son valiosas, que son poderosas, que son útiles en especial para no repetir incesantemente el error, para no fracasar una y otra vez.
Lo que necesitamos entender es que somos seres humanos y, por ende, no somos perfectos. No, al menos, de la manera que esperamos. Esto significa que estamos expuestos al error y al fracaso porque son parte del proceso. Son llamados de alerta de la vida para decirnos que ese no es el camino correcto, que requerimos más conocimiento y/o práctica para triunfar.
En el fondo, así mismo, tenemos una mala idea del error y del fracaso porque los vemos como el punto final del camino. Y no es así. Son escalas, puntos intermedios destinados a darnos un respiro, a revisar lo recorrido y corregir en caso de ser necesario. Son momentos para respirar hondo, pensar lento y sacar a relucir la bendita paciencia, antes de reanudar la marcha.
El problema no es cometer errores, sino no reconocerlos. Creemos que al desconocerlos los vamos a borrar, pero no es así. Más bien, lo que hacemos es abonar el terreno para repetirlos una y otra vez, para encadenar errores que nos lleven a nuevos fracasos. ¡Auch, eso duele! Al no reconocer los errores, además, nos negamos la oportunidad de aprovechar sus lecciones.
Por lo que nos enseñan en la niñez, somos intolerantes al error y al fracaso. Así, lo único que conseguimos es negarnos la oportunidad de aprovechar el valioso aprendizaje que cada una de estas situaciones incorpora. Se vale equivocarse, porque solo así serás exitoso.
Contenido relacionado:
¿Zona de confort? Cuidado: puede ser zona de fracaso y frustración
La tuya ¿es una mentalidad para el éxito o para el fracaso?
¡Atención!: 10 acciones para evitar o superar el fracaso
Esto sucede, principalmente, por la carga emocional negativa que les damos a los errores. Y porque nos atemoriza el qué dirán los demás, porque estamos condicionados por el entorno o porque somos incapaces de asumir la responsabilidad y elegimos el camino fácil de las excusas. Una terquedad que nos lleva a involucrarnos en un terrible círculo vicioso, un espiral sin fin.
Como cualquier ser humano, tenía recelo de cometer errores. Por fortuna, la vida me llevó por caminos que me ayudaron a cambiar mi mentalidad y, lo más importante, a aprender de los errores y de los fracasos. Primero, como sicólogo, para entender la mente del ser humano; segundo, como emprendedor, para descubrir los beneficios de la fórmula ‘prueba y error’.
Que es la vida misma, por cierto: prueba y error. Como se dice popularmente, “nadie nace aprendido” y el camino más seguro para aprender es errar. Thomas Alba Edison, el inventor de la bombilla eléctrica, una de las más geniales creaciones de la humanidad, falló decenas de veces antes de acertar. Muchos de sus inventos previos fueron, literalmente, ¡un fracaso!
Sin embargo, no se rindió. Lo intentó una y otra vez hasta que descubrió qué estaba mal o qué hacía falta para incorporarlo. Hasta que, ¡eureka!, lo logró. De no haber sido persistente, terco y curioso, el bombillo eléctrico quizás se había demorado décadas en alumbrar nuestros hogares. ¿La clave del éxito de Edison? La aceptación, justamente lo que nunca nos enseñan.
¿De qué se trata? De entender y asumir, de buena gana, que no somos perfectos. Cuando aceptamos nuestra imperfección, nos damos otra oportunidad, y una más, hasta que logramos lo que nos proponemos. No es terquedad ni obstinación, sino la convicción de que, pese a las dificultades que se nos presentan, lo vamos a conseguir tarde o temprano. ¿Sabías eso?
De lo que se trata es de desaprender y volver a aprender. Sí, desaprender eso que nos enseñaron en la niñez y quitarle la carga emocional negativa al error y al fracaso. Entender y aceptar que son parte del proceso, no el final del proceso. Y afortunadamente es así, porque de lo contrario todo lo que intentáramos en la vida se terminaría con el primer error.
Ahora, también es menester entender que un error o un fracaso, por doloroso o costoso que haya sido, incorpora algo positivo, una lección. En otras palabras, hay que aceptar la situación, desechar lo malo y recoger lo bueno para aprovecharlo más adelante. Eso significa no concentrarnos en el resultado (el error), sino buscar el porqué, la falla, para poder corregir.
También se requiere humildad, una virtud casi tan escasa como la paciencia. ¿Humildad para qué? Para aceptar que no podemos con todo, que no somos buenos para todo, que nos hace falta conocimiento y/o prácticapara alcanzar el resultado que esperamos y para entender que necesitamos la ayuda de otros. Es una premisa que se aplica a cualquier actividad de la vida.
Llorar sobre la leche derramada del error o del fracaso es elegir una zona de confort muy peligrosa. “Ningún mar en calma hizo experto a un buen marinero”, reza un popular dicho con el que me identifico: son las dificultades, los errores y los fracasos, los que te curten la piel, los que te fortalecen, los que te preparan para enfrentar y superar los grandes retos de la vida.
“Si borrara los errores de mi pasado, borraría la sabiduría de mi presente”, es otra frase genial. En otras palabras, los errores son el camino hacia la sabiduría. Sin ellos, no hay aprendizaje. Además, y esto lo sé por experiencias propias, los errores y los fracasos son oportunidades que la vida nos ofrece, siempre y cuando aprendamos la lección que aquellos incorporan.
No sería quien soy, en lo personal y en los profesional, de no haber errado tanto, de no haber fracasado tanto. No significa que me volví amigo o cómplice de los errores, sino que acepté que son parte de mi naturaleza de ser humano y aprendí a aprovecharlos. Lo mejor, ¿sabes qué fue lo mejor? Que cuando les quité la carga emocional negativa, ¡dejé de cometerlos!
Todo aquello que has vivido, por lo que has pasado, los errores que has cometido, los fracasos que has sufrido, tienen un sentido. ¿Cuál? Tu tarea es averiguarlo. Nada en la vida sucede por casualidad, siempre es fruto de la causalidad. ¿Qué te indujo al error? ¿Cuáles errores te llevaron al fracaso? Cuando pierdas el miedo a enfrentar tus errores y fracasos, aprenderás.
Una persona exitosa no es aquella que no se equivoca, que nunca fracasa. Es, más bien, la que desarrolla la capacidad para aceptar sus equivocaciones, la que despoja la carga negativa de esas situaciones y aprende de ellas. Por último, mi consejo más valioso: “Equivócate rápido, y equivócate mucho, porque solo así aprenderás aquello que necesitas para ser exitoso”.
Retenemos lo bueno, desechamos lo malo, lo que no te mata, te hace más fuerte.
Gracias por tan útil mensaje, es cierto de los errores se aprende.
Es muy muy conocido que desde que nacemos hasta que morimos siempre aprendemos
Es perfectamente sabido que no somos perfectos ni sabios y por lo tanto desde que nacemos hasta que morimos siempre estamos aprendiendo.