Alguna vez te preguntaste ¿cómo sería tu vida si no te hubieras negado alguna oportunidad? ¿Si no te hubieras dejado condicionar por la opinión de otros? ¿Si no te hubieras rendido antes de tiempo? ¿Si hubieras creído en ti y en tus capacidades? ¿Si hubieras hecho un esfuerzo más? En otras palabras, ¿cómo sería tu vida su tuvieras más mentalidad de crecimiento que una fija?

Una de las realidades a la que todos los seres humanos nos enfrentamos tarde o temprano (y cuanto más pronto sea, mejor) es aquella de entender que nosotros mismos somos el obstáculo que nos impide alcanzar lo que deseamos. Por nuestra falta de conocimiento, por las creencias limitantes, porque no desarrollamos nuevas habilidades, porque nos conformamos con poco.

Lo primero que tengo que decirte es que todos, absolutamente todos, pasamos por esto. Es parte del proceso de la vida. Y no una, sino eventualmente varias veces. El problema es que a veces, más veces de las que nos gustaría, nos quedamos en eso. Siempre encontramos la excusa perfecta, el culpable ideal, la razón que justifique nuestro presente y nos libere de la responsabilidad.

Este, además, es un problema que se presenta en todas las facetas de la vida, como los negocios, el trabajo o las relaciones personales. La primera vez que me formulé las preguntas del primer párrafo me dio pánico, lo confieso. Después de un tiempo de buscar culpables por doquier, me di cuenta de que en enemigo vivía dentro de mí y, lo peor, que yo mismo lo había creado y cultivado.

Sus manifestaciones fueron más palpables cuando tomé la decisión de convertirme en emprendedor, hace más de veinte años. En medio de la soledad, sin el apoyo de nadie, sin otros emprendedores con los que pudiera compartir, ese enemigo interno alcanzó a hacer algunas travesuras. Hasta que un día, gracias a la ayuda de mis mentores, logré silenciarlo, neutralizarlo.

“Todo está en la forma en que ves la vida, en la forma en que construyes tu realidad. Es el infinito poder de la mente: si crees que puede, podrás; si crees que no puedes, fracasarás”, me dijo uno de mis mentores. Fue toda una revelación, un antes y un después. Entendí que, para aspectos básicos de mi vida, para los más importantes, tenía una mentalidad fija, y lo que requería era mentalidad de crecimiento.

Estos son conceptos acuñados por la académica estadounidense Carol Dweck en su libro Mindset: la actitud del éxito. Lo primero que hay que entender es que, a pesar de que se antojan como polos opuestos, como extremos, en realidad se confunden permanentemente. Por eso, no podemos erradicar de nuestra vida la mentalidad fija: aparecen en ciertas circunstancias si lo permitimos.

¿En qué consiste la mentalidad fija? Es aquella creencia según la cual tu vida ya está resuelta y definida desde que naces. Tienes un grado de inteligencia que marca un límite y, por eso, no tiene sentido cultivarla, enriquecerla. Según esta creencia, las personas exitosas nacen predestinadas, como si fuera un privilegio, mientras que las demás fracasan porque tienen una inteligencia menor.

Las personas que son dominadas por la mentalidad fija son propensas a abandonar, a tirar la toalla tan pronto enfrentan el primer obstáculo, porque no ven alternativas, porque se resignan con facilidad. Para ellas, en la vida solo hay dos caminos: el éxito o el fracaso. Y, dado que sienten que nacieron sin estrella (más bien, estrellados), no hacen nada para cambiar su realidad y se estancan.

Son personas que, además, se sienten intimidadas por el éxito de otros, especialmente cuando esas personas pertenecen a su entorno cercano. La premisa básica de su mente es “esto no es para mí, no nací para esto”, que utilizan recurrentemente para justificar su inacción. Viven soñando con algo distinto, pero lo ven inalcanzable y, por eso, nunca desarrollan su potencial.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

La mentalidad fija es una cómoda zona de confort en la que permitimos que los miedos nos dominen.


‘Mindset: la actitud del éxito’ es un libro escrito por la académica estadounidense Carol Dweck en el que nos habla de dos tipos de mentalidad: la fija y la de crecimiento. Una teoría muy interesante que, además, resulta oportuna en estos tiempos de incertidumbre que vivimos.


La mentalidad fija es una plácida zona de confort en la que viven las personas que eligen la ley del menor esfuerzo. Rechazan los retos porque saben que tendían que dar un poco más de sí, y no es lo que desean. Además, como están convencidas de que poseen poca inteligencia o talento, no ven la utilidad de entrar en acción, pues creen que el resultado siempre será igual: el fracaso.

La mentalidad de crecimiento, en cambio, es propia de las personas que creen que la vida es un proceso en el que el fracaso no solo es inevitable, sino, además, indispensable por el aprendizaje valioso que nos aporta. Para ellas, cada día es una oportunidad y no importa si no consigue lo que anhelas, si fracasas, porque mañana habrá otra chance. Les encanta asumir los retos de la vida.

Las personas con mentalidad de crecimiento están convencidas de que pueden construir una vida mejor en la medida en que aprendan de los errores, que incorporen conocimiento y desarrollen habilidades que les permitan potenciar sus dones y su talento. Para ellas, no hay límites y, aunque tropiecen, aunque fracasen, se levantan y continúan, lo intentan otra vez hasta que lo logren.

Cuando tienes mentalidad de crecimiento, el fracaso es una escala en el camino, no el final del camino. Entonces, son personas proactivas, que premian la actitud positiva y el esfuerzo. Además, se inspiran en el éxito de otros, adoptan esos casos como modelo y trabajan hasta alcanzar lo que desean en su vida. Se caracterizan porque no se imponen límites y, más bien, superan sus expectativas.

Las personas con mentalidad de crecimiento están guiadas por la pasión. Hacen lo que les gusta y, por eso, para ellas, cada día es un reto, una oportunidad para seguir mejorando, para aprender más, para corregir los errores del pasado. Saben que la vida las dotó con unas cualidades básicas, pero que tienen la responsabilidad de cultivarlas, fortalecerlas, y también de obtener otras.

La diferencia clave entre la mentalidad fija y la mentalidad de crecimiento radica en lo que lo Dweck llama “el poder del todavía no”. ¿En qué consiste? En saber que “todavía no alcancé lo que deseo”, “todavía no me he esforzado lo suficiente”, “todavía no tengo la vida que quiero para mí y mi familia”, “todavía no me conformo con lo logrado y voy por más”. ¿Entiendes?

No es que en la vida de una persona con mentalidad de crecimiento no haya problemas, que siempre las habrá. Se trata, más bien, de que con una actitud positiva y proactiva son capaces de superar sus miedos y, a pesar de ellos, enfrentan las dificultades y encuentran la forma de vencerlas. Y cuando alcanzan un objetivo, de inmediato se proponen un más retador.

Estos últimos meses, en los que la vida nos enfrentó a serias dificultades, en la que nos puso pruebas difíciles, en las que nos invitó a cuestionarnos, tristemente muchos tiraron la toalla porque tienen mentalidad fija y, lo peor, ni siquiera son consciente de ello. Están petrificadas por el miedo y a la espera de que el virus desaparezca para ver, entonces, qué vida les quedó.

Hay otras más que, por el contrario, tienen mentalidad de crecimiento y, aunque como cualquiera tienen miedo al contagio, pero saben que este no es el fin del mundo y, entonces, avanzan en el proceso de construir la vida que desean. Y, como se dice popularmente, le sacan punta a la crisis: identifican oportunidades en medio de las adversidades y procuran aprovecharlas para crecer.

Como mencioné antes, la vida es un eterno vaivén entre la mentalidad fija y la mentalidad de crecimiento. El resultado final dependerá de cuál sea la que elijas, la que domine tu mente y tus actos. La clave está en cómo te hablas a ti mismo, cómo te comunicas con tu ser interior, cuál es la actitud con que asumes cada día y, lo más importante, si superas la teoría y entras en acción.


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La mentalidad de crecimiento nos permite ver oportunidades donde otros ven obstáculos.