Un día te levantas y, cuando menos lo esperas, sucede algo que cambia el rumbo de tu vida. Es algo para lo cual no estamos preparados, nunca, porque tenemos la creencia de que mantenemos el control de nuestra vida, de eso que llamamos destino. Y no es así, casi nunca es así: pensamos que ‘eso’ nunca nos va a suceder, como si estuviéramos blindados contra las dificultades.

Por fortuna, no es así. No porque me gusten las dificultades (aunque debe reconocer que aprendí a tomarles el gusto), sino por dos razones: la primera, son inevitables; la segunda, encierran un valioso aprendizaje que, si sabemos capitalizarlo, será de mucho provecho. Por fortuna, cada día es una oportunidad de crecimiento en todos los ámbitos de la vida, de enderezar el camino.

Por supuesto, no siempre aquello que cambia el rumbo de la vida es algo negativo: lo positivo también te transforma. Por ejemplo, recibes una oferta de trabajo en otro país, la aceptas y, entonces, comienza una aventura inesperada. Otra cultura, quizás otro idioma, otra comida, otras costumbres que te enriqueces, que te enseñan a descubrir un mundo lleno de sorpresas.

O, a quién no le ha ocurrido, conoces a una persona que, literalmente, te cambia la vida. Que no necesariamente es una pareja sentimental (aunque, seguramente, es el caso más frecuente), sino que puede ser un amigo de aquellos que con el paso de tiempo y las experiencias se convierte en familia. O un mentor que te permite descubrir tu enorme potencial y te conduce al éxito.

Mi trabajo como mentor de negocios me brinda increíbles satisfacciones a través de la relación con mis clientes, con cada uno de ellos. Sin embargo, lo sabemos, todas las monedas tienen dos caras y esta no es la excepción: lamentablemente, conozco a muchas personas que tienen grandes sueños, pero que son incapaces de cristalizarlos básicamente porque no creen en sí mismas.

Esto sucede por dos razones. La primera, porque no se conocen, no saben que poseen potencial y han programado su mente desde el miedo, desde las creencias limitantes. La segunda, porque le dan demasiada importancia a lo que otros dicen, que en esencia es la manifestación de sus propios miedos, de su incapacidad para tomar acción; el qué dirán tiene efecto paralizante.

Es probable que, si sigues la actividad que registro cada día a través de diferentes canales, como mi sala de Clubhouse o este blog, principalmente, me habrás escuchado decir que el 80 por ciento del éxito, al menos el 80 por ciento (la cifra sube en ciertas circunstancias y actividades), en la vida y en los negocios es responsabilidad de tu mentalidad. Lo demás ayuda, pero la mentalidad decide.

Sin la mentalidad adecuada, tropezarás una y otra vez con la misma piedra y, lo peor, en algún momento te cansarás y tirarás la toalla. Sin la mentalidad adecuada, verás dificultades allí donde otros, los exitosos, ven oportunidades (y las aprovechan). Sin la mentalidad adecuada, estarás pendiente del qué dirán, temerás a la competencia y te aislarás y padecerás por la soledad.

Sin la mentalidad adecuada, tu mente será suelo fértil para los pensamientos negativos, para las dudas, para esas películas de terror en la que nacen, crecen y se reproducen los miedos. Sin la mentalidad adecuada, verás enemigos, y no aliados estratégicos o socios, por todos lados. Sin la mentalidad adecuada, creerás que ningún mentor es lo suficientemente bueno para ti.

El mayor de los problemas, sin embargo, es que, sin la mentalidad adecuada, no creerás en ti. Como sicólogo profesional y como mentor de emprendedores en los últimos 23 años, puedo decirte con autoridad que el peor enemigo es aquel que duerme dentro de ti. Es aquel que se manifiesta a través de la vocecita interna que siembra cizaña, que te hace desconfiar de ti.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Los seres humanos estamos sometidos a que la vida nos cambie en cualquier momento, pero no tiene que ser para mal.


Hay situaciones, acontecimientos o personas que nos cambian la vida, para bien o para mal, en un abrir y cerrar de ojos. El resultado de esos imprevistos dependerá de tu mentalidad, de cómo asumas lo que te sucede y de tu capacidad para aprender las lecciones que incorporan.


El origen del problema, que seguramente tiene sus raíces más profundas en tu niñez, es la forma en que programaron tu cerebro. ¿Sabes a qué me refiero? A esos mensajes tóxicos y negativos que, de manera reiterada, escuchaste durante años: “No puedes hacerlo”, “Eres un perdedor”, “Todos son mejores que tú”, “Dedícate a otra cosa que no sirves para esto” y otros más.

De tantas veces que los escuchaste, te convenciste de que eran verdad. Cuando los validaste, cuando los creíste, los convertiste en un patrón de comportamiento, en una reacción instintiva que se manifiesta inconscientemente cada vez que te enfrentas a una situación determinada. Por ejemplo, te sudan las manos excesivamente cuando estás bajo presión o te sientes amenazado.

La falta de confianza y la baja autoestima son una mezcla explosiva que puede hacer estragos en las diferentes facetas de tu vida, en tu negocio. Sus manifestaciones son variadas y, sobre todo, muy tóxicas, te hacen daño y no solo te impiden cumplir tus sueños y alcanzar tus objetivos, sino que también afectarán la percepción que otros tienen de ti: nadie querrá estar a tu lado.

Tener dudas es normal y nos sucede todo el tiempo. Ese no es un mal exclusivo de los que están empezando, pues al fin y al cabo no importa cuánta experiencia acreditemos o cuánto éxito hayamos acumulado nunca dejamos de ser seres humanos. Tener dudas es normal y positivo en la medida en que te mantienen alerta, prenden las alarmas para que veas que hay un potencial riesgo.

El mensaje que quiero transmitirte es que la mayoría de los temores que te impiden avanzar, que provocan que tires la toalla, son infundados. En otras palabras, son aprendidos: de tanto que los escuchaste, los validaste y los creíste. Sin embargo, la buena noticia (excelente, a mi parecer) es que, así como los grabaste en tu mente, también estás en capacidad de borrarlos para siempre.

La clave está en la actitud con la que asumes tus fracasos, tus tropiezos, tus caídas. Que son circunstanciales, que no son para siempre, que no son tu destino. Si les temes, si los respetas, si no aprovechas el aprendizaje que incorporan, serán como traviesos duendecillos que aparecen por doquier y de sorpresa y te echan a perder el día. El poder para controlarlos está dentro de ti.

A lo largo de mi vida he sufrido graves tropiezos, he experimentado serios fracasos y he caído tantas veces que hace mucho perdí la cuenta. Fueron golpes duros que me afectaron en lo personal y en lo profesional, que me hicieron recapacitar y que, por fortuna, me dejaron grandes lecciones que hoy procuro capitalizar y que comparto con mis discípulos para que los eludan.

Un día te levantas y, cuando menos lo esperas, sucede algo que cambia el rumbo de tu vida. Muchas veces es algo para lo cual no estamos preparados, porque tenemos la creencia de que mantenemos el control de nuestra vida, de eso que llamamos destino. Otras veces, sin embargo, descubres el poder que hay en ti, te despojas de los miedos, y construyes tu mejor versión.

Recuerda: al menos el 80 por ciento del éxito que alcances en la vida o en los negocios, sin importar a qué te dedicas, corresponde a la mentalidad. Y una mentalidad adecuada, una mentalidad de abundancia, comienza por creer en ti, en tus habilidades, en tus capacidades, en tus dones y talentos; en cultivarlos y potenciarlos y, sobre todo, en compartirlos y multiplicarlos.


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