Nadie, absolutamente nadie, es perfecto. Nadie, absolutamente nadie en el pasado fue perfecto. Y, a riesgo de equivocarme, me atrevo a pensar que nadie, absolutamente nadie, en el futuro será perfecto. Sin embargo, en un claro contrasentido, los seres humanos nos obsesionamos con la idea de ser perfectos, una tendencia que en el campo del emprendimiento suele ser traicionera.

¿Por qué? Porque la perfección es una ilusión, una promesa que nunca se va a cumplir. Sin embargo, asumimos el riesgo, comenzamos a caminar al borde del precipicio y en algún momento, por supuesto, caemos al vacío. Y solo quedan el dolor de los golpes, la amargura de la caída y la frustración del sueño no cumplido. Ah, y la molesta sensación de comprobar nuestra imperfección.

Es, además, una situación curiosa porque si conoces la historia de la mayoría de los hombres que han marcado la historia, que han dejado huella en la humanidad, todos, absolutamente todos, fueron o son imperfectos. Por ejemplo, Ludwig van Beethoven era negado para las matemáticas (sumaba mal y no sabía dividir o multiplicar) y Albert Einstein fue cuarto entre cinco alumnos de su generación.

Y, claro, ellos, como tantos otros famosos que ni siquiera terminaron sus estudios (Bill Gates, Oprah Winfrey o Bob Dylan), en algún momento de su vida no encajaban dentro del libreto de lo conveniente, de lo correcto. En otras palabras, se trata de personas que no podían ser medidos bajo los mismos parámetros de la mayoría, sencillamente porque eran distintos a la mayoría.

En un artículo publicado recientemente por el portal BBC Mundo, Craig Wright, un doctor en musicología, estadounidense, alertó sobre el tema: “El coeficiente intelectual y las notas académicas están sobrevaloradas”, afirma. Él acaba de publicar el libro Los hábitos ocultos de los genios: más allá del talento, el coeficiente intelectual y el coraje, desvelando los secretos de la grandeza.

En esas páginas, Wright destaca los 14 rasgos que, según sus estudios, son comunes en todos los genios, sin importar a qué se dedica o, inclusive, en qué época vivieron (o viven). Una de las conclusiones más llamativas es que esas características son distintas a las que, tradicionalmente, se considera para medir el éxito o la preponderancia de una persona. Sin duda, es algo disruptivo.

Wright, que es catedrático de la prestigiosa Universidad de Yale, con un curso de genialidad, asegura que los grandes genios no son quienes acreditan un coeficiente intelectual superior, como se ha establecido, sino aquellas personas que, utilizando su conocimiento, “están en capacidad de producir el mayor impacto sobre la mayor cantidad de personas posible durante más tiempo”.

¡Woooowwww, genial! Esta frase fue, precisamente, la que me llamó la atención y por la cual me día la tarea de compartir contigo esta información. ¿Por qué? Porque, no sé a ti, pero a mí esto me identifica plenamente: somos los emprendedores los llamados a producir un impacto positivo en la vida de otros y generar transformaciones positivas, a través de nuestro conocimiento y experiencia.

¿Estás de acuerdo? Wright cuenta, con una dosis de humor, que sus estudiantes universitarios se escandalizan cuando en clase les dice que Lady Gaga (cantante, bailarina y actriz estadounidense) es un ejemplo contemporáneo de genialidad, en comparación con el multicampeón de natación Michael Phelps (el deportista más ganador de la historia de los Juegos Olímpicos), que no lo es.

Sin embargo, para el común de las personas, Phelps es un genio, un caso único, un modelo de éxito. Para el común de las personas, alguien como Phelps o tantos otros deportistas, artistas o escritores, que son reconocidos casos de éxito, son genios, una concepción que, según Wright, es errada. Para él, el dilema responde a la definición convencional de genialidad.

¿Cuál? La que nos aporta la Real Academia Española: “Genio es la persona con una capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables”.  Wright dice que es limitada, insuficiente, y que solo serviría para lo que llama “genios en potencia”. Y enseguida aporta una de las claves para resolver el dilema, algo que, realmente, me voló la cabeza.

En su concepto, las personas que llegaron a esta definición nos dicen que ser un genio es usar tu cerebro para crear ideas originales. Y agrega que esto, a su juicio, implica que el creador se quede con la idea para sí mismo. ¿Entiendes? Si no compartes aquello que sabes, esa idea genial u original, no puedes provocar un impacto positivo en la vida de otros, la verdadera genialidad.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Según el catedrático Craig Wright, el modelo educativo es la razón por la cual no desarrollamos nuestra ‘genialidad’.


Craig Wright, catedrático de la prestigiosa Universidad de Yale, publicó un libro en el que revela 14 hábitos o rasgos de personalidad que reúnen quienes, para él, son los verdaderos genios. Una reflexión muy valiosa que nos permite a los emprendedores descubrir una increíble faceta oculta.


De acuerdo con el estudio liderado por Wright, esas personas a las que a través de la historia hemos catalogado como genios evidentemente eran inteligentes, pero no necesariamente acreditaban un coeficiente intelectual alto (140-150). Si esto fuera cierto, solo unos pocos, unos privilegiados, podrían ser considerados como geniales, pero Wright piensa algo distinto.

Piensa que hay otro conjunto de factores, distinto del coeficiente intelectual, que “realmente impulsa a las personas hacia la grandeza y les dan la capacidad de cambiar el mundo”. Y ofrece un ejemplo que nos demuestra que el origen del problema, de que no sepas cómo aprovechar tu genialidad, está en el modelo educativo: una deliciosa anécdota vivida con sus nietos.

“Acabo de pasar cinco días junto a tres adolescentes de 16, 14 y 13 años. Ellos sacan buenas notas y se esfuerzan por obtener resultados positivos en las pruebas estandarizadas de coeficiente intelectual para acceder a las mejores instituciones educativas. Sin embargo, lo que deberían hacer es salir a explorar el mundo, equivocarse y levantarse, hacer otras actividades, asegura.

Irónicamente, el primer obstáculo son su hijo y su esposa, que dicen que es una mala influencia para sus hijos. “Pienso que el criterio que usamos para medir la excelencia como personas de los jóvenes hoy es desacertado”, dice. Por supuesto, se trata de un tema delicado, que pone en entredicho conceptos muy antiguos, comportamientos muy arraigados, creencias muy firmes.

La clave, según Wright, radica en que nos enseñan a ser muy buenos en una sola actividad, en vez de permitirnos ser buenos en varias áreas del conocimiento. “Los padres que fuerzan a sus hijos a centrarse en una actividad para ser el mejor nadador olímpico o el próximo nobel de Física se están equivocando”, asegura. ¿Por qué? Porque si se los limita, nunca podrán descubrir sus pasiones.

Y de inmediato ofrece un ejemplo para confirmar su teoría: la cantante Dolly Parton. “Es una mujer muy inteligente que adoptó la imagen de rubia tonta”. Aunque para muchos es tan solo una persona común y corriente, quizás ordinaria, con su talento no solo se convirtió en un ícono de la música country, sino que construyó un imperio empresarial y es un modelo digno de imitar.

Wright llama la atención en el sentido que Parton, con la letra de sus canciones, con su apoyo a comunidades menos favorecidas y en su condición de caso de éxito es un espejo en el que se miran muchas mujeres blancas estadounidenses. “Su impacto es significativo y toca a muchas personas a través de la música”, resalta. Distinto, dice, de lo que ocurre con Michael Phelps.

En su concepto, a pesar de los triunfos y de los récords, lo que hace el nadador no impacta a otros y, además, se trata de logros con fecha de caducidad: Alguien va a lograr nadar más rápido que él, va a conseguir más medallas que él. Es cuestión de tiempo. En su caso, no hay un componente intelectual y lo asimilo, más bien, a un hámster en su rueda, intentando ir cada vez más rápido”.

Y nos ofrece una conclusión lapidaria y genial: “El pequeño y sucio secreto de mi libro es que la mayoría de nosotros no vamos a cambiar al mundo de ninguna forma significativa. Pero, aprender lo que estas personas hicieron nos lleva a pensar en cosas más importantes para entender cómo vivir nuestras vidas en relación con otras personas, cómo ser más productivos o más creativos”.

Quizás Craig Wright esté en lo cierto, aunque agregaría algo: es posible que tus acciones no te permitan cambiar el mundo, pero estoy completamente seguro de que sí pueden ayudar a otra persona a cambiar su mundo. Y eso, para mí, ya es un impacto positivo, es justamente lo que intento hacer cada día como emprendedor, como mentor, como ser humano normal y corriente.

Lo cierto es que las reflexiones de este académico me volaron la cabeza. Acá te comparto lo que Wright llama “los 14 hábitos o rasgos de personalidad que distinguen a los genios”:

1.- Ética de trabajo

2.- Resiliencia

3.- Originalidad

4.- Imaginación (como la de un niño)

5.- Curiosidad insaciable

6.- Pasión

7.- Rebeldía

8.- Inadaptación creativa (capacidad de innovación)

9.- Pensamiento que atraviesa fronteras (saber mucho de cosas diferentes)

10.- Acción contraria o pensar lo opuesto

11.- Preparación

12.- Obsesión

13.- Relajación

14.- Concentración

Quizás nunca llegue a ser calificado como un genio, lo cual de ninguna manera me preocupa o me atormenta (y tampoco me obsesiona). Sin embargo, estoy completamente convencido de que a través de lo que hago estoy en capacidad de provocar un impacto positivo en la vida de otros. Es algo que me apasiona, que me llena el corazón y que quiero hacer cada día del resto de mi vida.


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