La vida, tu vida, no es como ir a comer a tu restaurante favorito. Que llegas allí con un antojo, pero cuando ves el menú no sabes qué elegir. Te tomas unos cuantos minutos antes de ordenar y, aunque te agrada la comida, sigues con la sensación de que deseabas algo más. Y vuelves, unos días después, otra vez con el mismo antojo y la historia se repite, porque no sabes qué quieres.

Ahora, veámoslo desde otra perspectiva: se aproximan las vacaciones y tu cuerpo y tu mente te piden a gritos un descanso, un cambio de rutina y, sobre todo, playa, brisa, mar y unos refrescos helados. Adquieres un plan todo incluido y te preocupas por garantizar que irás a un lugar en el que nada, ni nadie, pueda molestarte. Quieres desconectarte por completo del resto del planeta.

En el primer ejemplo, el del restaurante, tienes una idea vaga de lo que deseas. Un antojo, pero no un deseo tan firme como para sentarte en la mesa y ordenar ese platillo que te hace agua la boca. Es, digamos, un bife de chorizo término medio, acompañado de puré de papa, que es tu plato preferido. Sin embargo, consultas la carta y ves que hay punta de anca y solomillo de res encebollado.

Y comienzas a dudar. Estas otras opciones también te encantan y de pronto el antojo del bife se va desvaneciendo. Luego de unos minutos, decides seguir tu instinto, aquel deseo que te llevó hasta ese restaurante, y ordenas el bife. Que está delicioso, jugoso, blandito, tal y como a ti te gusta. Al partir, sin embargo, en tu mente están dando vueltas la punta de anca y el solomillo encebollado.

Y esa vocecita interna te atormenta con su cantaleta: “Sí, el bife estaba bien, pero no hay nada como un suave solomillo de res encebollado. Es para chuparse los dedos”. Entonces, como por arte de magia, la sensación de satisfacción se desvanece y comienzas a sentir una ansiedad sin control: no ves la hora de regresar al restaurante y pedir el solomillo encebollado, que es una obsesión.

Cada vez que comes algo, así sea delicioso, así sea algo que te guste mucho, así estés disfrutando de la mejor compañía o celebrando que cerraste un negocio que te demandó semanas de trabajo, no lo disfrutas. La vocecita de tu mente sigue con la cantaleta y se te hace agua la boca cada vez que piensas en el solomillo encebollado. Es una suerte de autoflagelación que no puedes reprimir.

En el segundo ejemplo, el del viaje de vacaciones, la situación es diferente. Desde un comienzo sabes qué quieres y haces lo necesario por conseguirlo. Por supuesto, no cierras la puerta a la improvisación, a dejar que la vida te sorprenda o, simplemente, a caer en la tentación de no hacer nada. Claro, siempre y cuando contribuya a tu anhelo de desconectarte del mundanal ruido.

¿Moraleja? La vida nunca es como nosotros lo deseamos. La vida cambia en un abrir y cerrar de ojos y no podemos tener el control de las situaciones. Sin embargo, y esta es la clave del mensaje que te quiero transmitir, el peor camino que puedes elegir es aquel de dejarte llevar por las emociones, por los antojos pasajeros, en vez de seguir tu propósito y establecer un plan de vida.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

El propósito de nuestra vida es ser felices, pero hay muchos caminos para lograrlo.


Nos dicen que la ‘receta del éxito’ está compuesta por conocimiento, experiencia, pasión y vocación de servicio, pero los resultados nos indican que hace falta algo. La pieza que completa ese rompecabezas es el propósito de vida, saber por qué llegaste a este mundo y cumplir tu misión.


Conozco a muchos emprendedores valiosos, personas que realmente tienen el conocimiento, la experiencia, la pasión y la vocación de servicio para ayudar a otros. Tristemente, sin embargo, no consiguen los resultados que esperan. A pesar de que se esfuerzan, de que se preparan, de que desarrollan habilidades, de que están bien relacionados, sus negocios nunca alcanzan el éxito.

El origen de sus dificultades, el fondo del problema es que aquello que hacen, a lo que se dedican cada día de su vida, está desconectado de su propósito de vida. O, peor aún, carece de un propósito. Quizás los mueve el deseo de ganar dinero, quizás siguen el camino trazado por su familia, quizás se dejaron tentar por el objeto brillante del momento en internet.

Recurrentemente, les decimos a otros emprendedores que se dediquen a aquello que los apasiona y que de esa forma cristalizarán sus sueños, serán felices y obtendrán el éxito que desean. Esta es una premisa cierta, pero incompleta. ¿Por qué? Porque si la pasión no está vinculada a un propósito será insuficiente y tarde o temprano te desencantarás y terminarás tirando la toalla.

El propósito de tu vida es la pieza más importante del rompecabezas. Sin ella, siempre faltará algo. Sin un propósito, en algún punto del camino te desviarás por un atajo y te alejarás de tu meta. Sin un propósito, serás propenso a rendirte cuando arrecien las dificultades. Sin un propósito, jamás estarás satisfecho con lo que consigas y siempre tendrás la sensación de que te hace falta algo.

Ahora, bien, ¿cómo definir o descubrir tu propósito de vida? La mayoría de las personas no pueden establecer su propósito de vida por una sencilla razón: lo buscan en el exterior, por lo general, vinculado a algo material, a un cargo, a una determinada cifra de ganancias, a un reconocimiento por parte de otros. Y ese, amigo mío, no es el camino correcto.

Una forma sencilla de establecer su propósito de vida es formularte algunas preguntas como estas:

¿Qué te hace verdaderamente feliz?

¿Qué harías cada día de tu vida, inclusive si no te pagaran por ello?

¿Qué se te da bien hacer y te resulta fácil y satisfactorio?

¿De qué temas podrías hablar durante horas sin cansarte?

¿En qué actividad eres particularmente creativo?

¿Qué labores de las que realizas te arrancan una sonrisa?

¿En qué actividades sales adelante, a pesar de los miedos y los obstáculos?

¿En qué actividades el tiempo se pasa volando y las disfrutas al máximo?

Si pudieras elegir una sola cosa para hacerla el resto de tu vida, ¿qué sería?

¿Qué actividad elegirías para hacer en tu vida si volvieras a nacer?

¿?

Sin un propósito definido, uno que esté conectado con tus principios y valores, con tu área de conocimiento y experiencia; uno que te brinde satisfacciones más allá del dinero y que te permite ser útil a otros, no puedes aspirar a eso que llamamos éxito, sea cual fuere tu idea de él. Definir un propósito no evita las dificultades, pero te da las fuerzas para enfrentarlas y superarlas.

El propósito es la luz que alumbra el camino de la pasión. Se complementa, se necesitan, se potencian. La pasión es el combustible que te permite comenzar a avanzar, pero requieres de un GPS que te guíe, que te marque la ruta, y ese es el propósito de tu vida. Es el propósito el que te permite identificar tus fortalezas, tener el control de tus emociones y, sobre todo, las riendas de tu vida.

Quizás tengas el conocimiento, la experiencia, la pasión y la vocación de servicio para ayudar a otros. Quizás ya iniciaste el camino que esperas te lleve a cumplir tus sueños. Quizás ya obtuviste algún resultado positivo. Sin embargo, lo único que te permitirá superar las dificultades, dejar atrás tus miedos y persistir es un propósito de vida claro, saber para qué llegaste a este mundo.


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