La temible falta de tiempo es una percepción particular, ¿lo sabías? Es decir, cada uno tiene una idea distinta de lo que significa y, en especial, del origen de ese mal que puede acabar con nuestros sueños. Por eso, justamente por eso, no hay una solución única o perfecta: cada uno debe conocer su caso, determinar las causas y establecer un plan de acción para corregir.

Cada vez con mayor frecuencia escuchamos hablar de procrastinación, un término difícil de pronunciar y del que tenemos ideas disímiles. El Diccionario de la Lengua Española la define como “Diferir, aplazar”, pero en la práctica se traduce en “no terminarlo nunca” o “no hacerlo nunca”. Además, a esa definición académica le falta un componente fundamental, que pocos conocen.

¿Sabes cuál es? Que la procrastinación responde tanto a un impulso inconsciente como a uno consciente. Me explico: sin darnos cuenta, cuando vamos a comenzar una tarea que parece suspendida en el tiempo nuestra mente se enfoca en otras actividades, por lo general, de menor importancia. “Ah, me llegó un nuevo correo”, “No he visto el video que me envió mi madre…”.

Es un mecanismo de defensa de la mente, que ya sabes posee un ilimitado arsenal de recursos para ayudarnos a no hacer. Si lo permites, se convierte en un círculo vicioso, pues cada vez que te enfrentes a esa tarea tu mente activará lo que podemos llamar el antídoto. Y te la pasarás en ese juego perverso de manera indefinida y cada día que pase será más difícil realizar la tarea.

Es, por ejemplo, lo que nos sucede con los benditos propósitos de Año Nuevo: “Voy a dejar de fumar”, “Este año sí voy al gimnasio y me pongo en forma”, “Voy a conseguir un mejor trabajo” y otros tantos más que seguramente conoces. Lo malo es que prácticamente nunca los cumplimos o, peor, ni siquiera comenzamos. Nos la pasamos procrastinando y luego los tiramos al olvido.

El problema, porque siempre hay un problema (recuérdalo), es que dejamos que esa situación se repita en todas y cada una de las actividades de nuestra vida. En lo personal y en lo laboral. Es, entonces, cuando surge el caos, cuando pierdes el control y vives al borde de un ataque de nervios. Siempre que te enfrentes a esa tarea que procrastinas, te consumirá la ansiedad.

Hay una segunda variante del problema y es cuando procrastinas de manera consciente. Es decir, cuando sabes que tienes esa tarea pendiente, pero siempre encuentras la forma de postergarla. Sin embargo, lo importante no es qué estrategia utilizas para procrastinar, sino lo que hay en el fondo. Sí, porque realmente hay más: hay una motivación emocional, una poderosa excusa.

Puede ser, por ejemplo, que estás atrapado en el síndrome del impostor, aquel mal por el que tu mente te dice que no estás preparado, que te falta conocimiento, que no eres suficientemente bueno, que es mejor esperar otro momento. Todos, absolutamente todos, hemos caído en sus redes alguna vez y, de hecho, lo hacemos recurrentemente. Es una clase de autosaboteo.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

No basta con gestionar tu tiempo: para dejar de procrastinar, también debes aprender a gestionar tus emociones.


La procrastinación, si lo permites, puede convertirse en el principal obstáculo para alcanzar tus objetivos, tus sueños. Para evitarla, nos obsesionamos con la gestión del tiempo y de las tareas, pero a veces no es suficiente. ¿Por qué? Porque también hay que gestionar las emociones.


Recurro a un ejemplo que es muy gráfico y sencillo de entender y, por eso, me gusta: el iceberg. Sobre la superficie solo vemos una parte, la más pequeña, pero grande, lo importante está sumergida. En el caso de la procrastinación, la punta del iceberg es la inadecuada gestión del tiempo, mientras que el verdadero iceberg es la gestión de las emociones. ¿Sabías esto?

En la práctica, es una combinación de ambos males, pero la mayoría de las veces el que más peso tiene es el segundo, el relacionado con las emociones. Porque el tiempo lo puedes gestionar, lo puedes adaptar a tus necesidades y capacidades, puedes delegar algunas tareas o, simplemente, rechazarlas y limitarte a unas cuantas que en verdad estés en posibilidad de llevar a cabo.

En cambio, las emociones son harina de otro costal, como reza el popular dicho. ¿Por qué? Porque se trata de impulsos inconscientes que no puedes controlar. Como lo he mencionado en ocasiones anteriores, se trata de traviesos duendecillos que se dedican a hacernos malas pasadas. Saben que no podemos controlarlos y, entonces, se divierten a costa de nuestra debilidad, de nuestro dolor.

Eso, sin embargo, no significa que la batalla esté perdida, que haya que firmar el acta de rendición. Nada que ver. Significa, más bien, que necesitas aprender a gestionar las emociones que te llevan a procrastinar y evitar que provoquen estragos. Por supuesto, el prime paso es ser consciente del problema y asumir la responsabilidad y el riesgo de enfrentarlo y de hacer lo que se requiere para solucionarlo.

No basta con buena voluntad, seguramente ya lo comprobaste. Como en el caso de los dichosos propósitos de Año Nuevo. No es suficiente. La buena voluntad es una emoción débil, un impulso efímero. Y se necesita algo más fuerte, más poderoso y, sobre todo, consciente. Es decir, que tú tengas el control de la situación y estés en capacidad de ponerle fin y encontrar una salida.

¿Cómo hacerlo? Esa, mi querido amigo, es la pregunta del millón. O, también, una pregunta que se puede tener un millón de respuestas diferentes. La clave está en el autoconocimiento, es decir, en cuánto conoces de ti mismo, de tus fortalezas y debilidades. También, que seas extremadamente honesto y evites esas conductas dilatorias que en la práctica no son más que autoengaños.

Una buena primera estrategia es la planificación. Soy obsesivo de la planificación, quizás lo sabes. No me funciona a la perfección, porque cuando eres padre de dos adolescentes no es fácil seguir tu programación, pero me permite tener el control de mis actividades. No me gusta improvisar, entre otras razones porque este mal hábito casi nunca produce los resultados esperados.

Planifica tu día de manera tan detallada como sea posible, desde la hora en que te despiertas (que es la que tú determinas) hasta que te acuestas (que tú la decides). Incorpora tiempo para ti (como la lectura, estudiar, estar con tu familia), para las comidas, para el descanso, para actividades sociales-recreativas, porque todas estas son parte de la vida. Si no las contemplas, tu plan falla.

Una segunda acción positiva es gestionar adecuadamente lo que se conoce como la barrera del primer minuto. ¿En qué consiste? En superar la casi siempre difícil barrera de dar el primer paso. Es decir, se trata de ponerte en acción, que representa un avance. Una vez comienzas, es más fácil involucrarte en la tarea, comprometerte con ella. Además, no es un reto muy complicado.

Por supuesto, tienes que borrar las creencias limitantes que, precisamente, te impiden dar ese primer paso. ¿Te acuerdas de las emociones? Sí, hay que aprender a gestionar esas traviesas emociones que aparecen cuando estás listo para comenzar. Es el momento en el que tienes que ser firme, tomar el control de la situación y entender que el primer beneficiado eres tú mismo.

Una tercera estrategia es compensarte por cada tarea que terminas satisfactoriamente. Si eres padre de familia con niños pequeños o si tienes una mascota sabrás que brinda resultados muy positivos. Es un plus de motivación que, por lo general, romper las objeciones y genera una emoción positiva, de aquellas que provocan que las personas se pongan en acción.

Nuestro cerebro no solo es increíblemente poderoso, sino también cómodo y, si se lo permitimos, perezoso. Y no es tan sencillo aquello de “decir y hacer”, a veces no funciona. Entonces, hay que echar mano de algún otro recurso, de una pequeña trampa, para convencerlo. Un pequeño descanso, una salida a cine o una comida que te gusta son incentivos que resultan efectivos.

Acabar con la procrastinación, como ves, puede ser más fácil de lo que piensas. Sin embargo, eso exige que cambies tu mentalidad, que cambies algunos hábitos, que asumas responsabilidades y, sobre todo, el control de las situaciones. Y que no te dejes dominar por las emociones. La buena noticia es que cualquier persona está en capacidad de conseguirlo. ¡Tú puedes conseguirlo!


Contenido relacionado:
Cuando la verdadera crisis (el enemigo) está en la mentalidad
No dejes para mañana lo que puedes disfrutar hoy
Ser más productivo no es cuestión de tiempo, sino de método