El tiempo es lo único que, en vida, jamás puedes recuperar. Ni un solo segundo de tu existencia es posible de repetir, porque el reloj de la vida solo avanza, jamás retrocede. Es una realidad que siempre fue así, que siempre será así, una ley de la vida que todos conocemos. Sin embargo, lo vemos todos los días, lo sufrimos todos los días, nos pasamos la vida perdiendo el tiempo.

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Hoy, para colmo, estamos rodeados de distracciones, cargamos con ellas en el reloj inteligente, en el teléfono inteligente, en el computador portátil o cualquier dispositivo maravilloso que nos brinda la tecnología. Dado que estamos conectados a internet de manera permanente, evitar las distracciones puede convertirse en una tarea titánica, en una batalla que, por lo general, perdemos.

La primera vez que escuché la palabra procrastinar, honestamente, sentí que me ofendían. Sí, pensé que se trataba de una grosería. Es una palabra fea, difícil de pronunciar, que suena agresiva. Luego, cuando me explicaron qué significa, mi incomodidad cambió de foco. No se terminó, porque me di cuenta de que es tal procrastinación era la responsable de muchas de mis tristezas.

Procrastinar, de acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española (DLE), significa “aplazar, diferir”. Son todas esas pequeñas acciones que, de manera inconsciente, pero automática, pones en práctica cuando llega el momento de abordar una tarea exigente, que te genera responsabilidad y compromiso. ¿Por ejemplo? “Mañana comienzo la dieta para rebajar de peso”, y mañana nunca llega.

¿Entiendes? “Tengo que sacar tiempo para organizar mi habitación”, pero siempre estás ocupado y el desorden crece y crece. “Voy a leer un libro al mes”, pero prefieres ver en Netflix la serie que nada te aporta de conocimiento. “Está pendiente la charla con mi hijo para hablar sobre el reporte que envió el colegio”, pero justo en ese momento llega un video a tu Whatsapp y se te olvida.

¿Te resulta familiar alguna de las situaciones que acabo de describir? Como ves, no es que se te presentó un problema, no es que te falló la salud (afortunadamente), no es que decidiste cambiar de opinión de manera consciente. Es como si cada uno de nosotros incorporara un duendecillo travieso que aparece específicamente cuando menos lo necesitas y solo lo hace para molestarte.

Procrastinar es un hábito aprendido, adquirido, que convertimos en algo natural a fuerza de repetirlo una y otra vez, mil y una veces. Sin embargo, no te alarmes: no es una enfermedad incurable, ni una maldición que cayó sobre ti: se trata de un comportamiento humano, es decir, que todos, absolutamente todos, procrastinamos alguna vez. Y, lo mejor, podemos corregirlo.

Te cuento una corta historia: en mi juventud, fui un fumador empedernido. Ya no recuerdo ni siquiera cómo adquirí el hábito, pero sí como lo cultivé: en las fiestas con mis amigos, con los compañeros de la universidad, que acompañábamos con bebidas alcohólicas y música. Al día siguiente, el malestar provenía más de la cantidad de cigarrillos fumados que el licor bebido.

Con esas resacas tan pesadas, lo que en Colombia llamamos un guayabo terciario, no fueron pocas las ocasiones en las que me prometí dejar de fumar. Varias veces, que no fueron una o dos, intenté dejarlo, de verdad que lo intenté. Y, lo confieso, no pude. Siempre encontraba una buena razón para retomarlo, siempre sucumbía a la tentación en una fiesta, siempre decía “solo uno”.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Adquirir hábitos alimenticios sanos es una de las principales fuentes de procrastinación.


La procrastinación es un vicio, un hábito aprendido y cultivado que, sin embargo, también puede ser corregido, controlado. De hecho, muchas veces no conseguimos lo que queremos no porque seamos incapaces o nos falte algo, sino porque nos sobran excusas. Cómo aprendí la lección.


Y, por supuesto, siempre eran más de uno, eran varios. Me dediqué a procrastinar hasta que un día la vida me puso el tatequieto. En mis 40, la flor de la juventud de la vida, terminé de urgencias en la clínica por cuenta de un infarto. El dictamen de los médicos, además, fue contundente: “si no deja de fumar ya, Álvaro, quizás no tenga una segunda oportunidad. Su corazón no lo resiste”.

Ese día, afortunadamente, dejé el cigarrillo. Lo más irónico es que tardé muy poco tiempo en darme cuenta de no lo necesitaba para nada, de que no me calmaba la ansiedad ni los nervios, de que sí podía vivir feliz y disfrutar de las fiestas y de los amigos sin necesidad de fumar. Han pasado ya unos buenos años desde ese episodio y la verdad no puedo sentirme mejor, mucho más feliz.

Es una situación que observo también en los negocios, cuando algún emprendedor acude a mí para que lo ayude a impulsar su negocio o a ponerlo en marcha. Casi siempre, el 99,9 por ciento de las ocasiones, después de un breve análisis, no muy profundo, llegamos a la conclusión de que los resultados no se dan o no son los esperados simplemente porque esa persona procrastina.

¿Cómo lo hace? “Este año sí aprendo inglés”, “El próximo mes empiezo a diseñar el plan de negocio de mi propia empresa”, “La semana próxima contrato al copywriter que necesito para producir contenido de valor en mi web”, “Ahora sí, en vez de irme de fiesta con mis amigos voy a ahorrar para poder invertir en mi negocio” y otras mil y una excusas más que tú conoces.

Que todas, si lo piensas un poquito, son solo eso, excusas, manifestaciones de ese complicado hábito de la procrastinación. Sin embargo, siempre trasladamos al responsabilidad a otros (tu pareja, tu familia, tus compañeros o tu jefe) o a los factores externos que están fuera de nuestro control (el precio del dólar, la economía, el cambio climático, las políticas económicas del gobierno).

Lo más doloroso de todo, cuando dejé de fumar, es que me di cuenta de que era fácil hacerlo: solo tenía que tomar la decisión y mantenerme firme. Nada más. Sin embargo, por ese feo vicio que es la procrastinación, aplacé una y otra vez y, lo peor, puse en riesgo mi salud, mi vida. Fue una dura lección que, por fortuna, aprendí y que ahora aplico también en mi negocio y en otras actividades.

Por ejemplo, ya no postergo la oportunidad de ir con mis hijas a comer pizza, al cine y a visitar un parque de diversiones. Cuando nos dan ganas, sacamos el tiempo, vamos y somos felices. Y esto es muy importante, porque tenemos la idea de que solo procrastinamos en el trabajo, y no es así. Este es un vicio que afecta todas y cada una de las facetas de tu vida, que te impide disfrutarla.

Alguna vez, leí en internet algo que me pareció sensacional: cómo postergar la procrastinación. Sí, cómo eludirla, cómo evitar que te atrape. “No procrastines hoy, si puedes procrastinar mañana”. Genial, ¿cierto? Lo que quiero que entiendas, y pongas en práctica en tu vida, es que este vicio no es más poderoso que tú, que así como lo aprendiste alguna vez también lo puedes desaprender.

El tiempo es lo único que, en vida, jamás puedes recuperar. Ni un solo segundo de tu existencia es posible de repetir, porque el reloj de la vida solo avanza, jamás retrocede. La oportunidad que te ofrece la vida es ya, es hoy, así que no la desaproveches. Aplica para la vida, para el trabajo, para los negocios, para las relaciones, para todo. Deja de procrastinar, cumple tus sueños y sé feliz.