¿Has visto la partida de una carrera de F1? ¿Con los autos alineados en la parrilla, los motores vociferando sus caballos de potencia y los neumáticos rechinando a la espera de que se baje la bandera y comiencen las emociones? Bueno, solo unos segundos después aparece la luz verde y el rugido es sustituido por la adrenalina de la velocidad. Una hora más tarde, solo uno será ganador.

Este ejemplo me agrada mucho porque se parece a la vida de algunos emprendedores que luego de sortear mil y una dificultades logran instalarse en la parrilla de salida. Sin embargo, y esta es la parte triste de la historia, para ellos nunca aparece la luz verde. El semáforo se mantiene en rojo y sus sueños nunca se cristalizan, sus proyectos no se hacen realidad, su vida no los hace felices.

Lo más doloroso es que, sobre el papel, lo tienen todo para alcanzar el éxito y tener la vida con la que sueñan. Sobre el papel, porque en la realidad es distinta. Aunque poseen un conocimiento valioso y han vivido experiencias aleccionadoras, aunque poseen pasión y vocación de servicio, una vez están en la línea de partida se frenan. O, peor todavía, se arrepienten y dan marcha atrás.

Entonces, se conforman con esa vida que no los hace felices, se mantienen en ese trabajo que odian y que consume su vida, se resignan a permanecer la mayor parte del tiempo en ambientes tóxicos que frenan su desarrollo, se paralizan por el miedo a cometer algún error, a fracasar. Lo más doloroso de esta situación es que son ellos mismos los que les cortan las alas a sus sueños.

La razón de este comportamiento, que en el caso de los emprendedores es más frecuente de lo que te imaginas, y se origina en algo que en el ámbito de la sicología se conoce como el efecto Spotlight. ¿Sabes en qué consiste? Es la tendencia a sobredimensionar cualquier error, por pequeño que sea, y convertirlo en un gran drama o, de otra forma, ahogarse en un vaso de agua.

¿Conoces alguna persona con este comportamiento? Si lo piensas un poco, seguro que sí. Quizás el jefe que tuviste en un trabajo anterior, o un compañero de trabajo, o un cliente. O, por qué no, un amigo de la universidad, o una pareja de tu juventud. Son personas que tienen una autoestima baja y, al mismo tiempo, se creen el centro de atención de cuanto ocurre a su alrededor.

Parece una contradicción, pero no es así. Y, por favor, no creas que es un comportamiento propio de niños y adolescentes porque, como te lo mencioné, cualquier adulto está expuesto a este mal. Y conozco a muchos emprendedores que sufren el efecto de Spotlight, que en este oficio al que le dedicamos la vida se manifiesta, principalmente, por la obsesión de hacer todo de modo perfecto.

¿Te suena familiar? No te preocupes. Te confieso que yo en algún momento de mi vida también lo padecí. Cuando me convertí en emprendedor, hace más de veinte años, el mundo era distinto, muy distinto, y no había YouTube, ni redes sociales, ni aplicaciones de mensajería electrónica. Entonces, darte a conocer y posicionarte en el mercado podía ser una tarea titánica de verdad.

En aquel momento, elegí una estrategia que resultaba muy efectiva y que había sido la misma que emplearon mis mentores: escribir un libro. Aunque no soy periodista, aunque antes de eso era poco o nada lo que había escrito en mi vida, me di a la tarea. Tardé un año, sí, un año entero, antes de ofrecerlo al mercado. ¿Por qué tanto tiempo? Porque quería que quedara perfecto.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Si hay una idea que se prende en tu cabeza y bulle en tu corazón, ¡hazlo, simplemente hazlo!


Esperar el momento ideal o hasta que tengamos el producto perfecto son manifestaciones de algo que en la sicología se conoce como ‘el efecto Spotlight’. Es aquella creencia que provoca que, a pesar de contar con lo necesario, jamás nos pongamos en marcha. ¿Cómo evitarlo?


La verdad, fue más el tiempo que gasté corrigiéndolo, reformándolo y completándolo que el que me tomó escribirlo. ¿Y sabes qué es lo más irónico? Que cuando el libro finalmente se publicó, ¡ya estaba desactualizado! Sí, el mercado había cambiado tanto, que las estrategias y las herramientas de las que hablaba ya eran caducas y había otras nuevas. Fue una valiosa lección que aprendí.

Hoy, en cambio, utilizo una estrategia distinta: es la que llamo “primero vuelo el avión y luego lo construyo”. ¿Sabes a qué me refiero? A que aprendí que lo perfecto no existe, aprendí que en el marketing no puedes perder tiempo buscando lo perfecto porque la competencia te anticipa y te deja sin clientes, aprendí que las necesidades y problemas de los clientes no dan espera.

El resultado es que he vendido productos, incluidos algunos de alto valor, mucho antes de crearlos. ¡Sí, como lo lees! Primero lo vendo y luego lo fabrico. ¿Cómo lo hago? Le pregunto al mercado, el único y verdadero genio del marketing que existe, acerca de una necesidad puntual y, cuando la identifico claramente y veo que hay una posibilidad de negocio real, creo el producto.

¿Y funciona? ¡Claro que sí funciona! Lo he hecho más de una vez, y siempre con resultados positivos. Además, te imaginarás, es algo divertido. Con el tiempo y la experiencia, entendí que, si no soy capaz de poner en marcha un proyecto o un producto en el primer intento, o a lo sumo en el segundo es porque no vale la pena. Lo dejo y continúo, busco algo nuevo, algo distinto.

En estos momentos de crisis, en los que la vida nos ha confrontado, en los que nos ha puesto cara a cara con la realidad, con lo positivo y lo negativo, con nuestros miedos y fortalezas, son muchas las personas que han pensado que es el momento de cambiar su estilo de vida, su trabajo. Son personas que quieren poner a volar el emprendedor que llevan dentro, pero no pueden despegar.

¿Por qué? El efecto Spotlight: no dan el primer paso porque no están completamente seguros de que su producto o proyecto está perfecto. ¿Y sabes cuál es el resultado? Que nunca van a empezar porque nunca van a estar seguros al ciento por ciento. Además, los aterra lo que otros puedan decir, les da pánico que sus amigos y familiares no les den su aprobación, temen un fracaso.

El miedo a fallar, a ser juzgados por los demás, los conduce a quedarse quietos. A pesar de que están hartos del estilo de vida que llevan, de que no aguantan el trabajo que tienen, de que sueñan con una vida distinta, con ser más libres y con ganar más dinero, se quedan quietos. “Todavía no es el momento”, piensan para justificarse. Y así se les pasa la vida, se les va la vida.

Para mí, particularmente, es una gran tragedia. He cometido mil y un errores y seguramente cometeré otros tantos más, pero estoy completamente seguro (esta vez sí) de que convertirme en emprendedor fue la mejor decisión que tomé en mi vida. Y lo haría de nuevo una y mil veces más, y volvería a cometer algunos de esos errores porque, no sobra decirlo, fueron grandes maestros.

Si estás en ese momento en que tu vida te pide algo distinto, en el que tu corazón te impulsa a dar un giro radical, si el bichito del emprendimiento bulle en tu sangre, olvídate de la perfección. ¡Hazlo, simplemente hazlo! Pon a volar el avión y lo vas construyendo a medida que avanzas. Esa es la fórmula. No puedo decirte que la única, pero sí que es la que a mí me ha funcionado.

Recuerda algo: la vida es un ratico, como dice Juanes, el cantante colombiano. No sabemos si habrá un mañana para nosotros, no podemos desperdiciar el tiempo, lo único que jamás podemos recuperar, mientras construimos el proyecto perfecto, el producto perfecto. Además, que hay personas que necesitan tu conocimiento, tu experiencia, tu pasión. ¡Y la necesitan ya, hoy!


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