Nos preocupamos por el conocimiento, nos preocupamos por los recursos y nos preocupamos por las herramientas. Entonces, llega el momento en que creemos estar listos y nos tiramos al agua. Llenos de ilusión, le gritamos al mundo que vamos por nuestros sueños, que nada ni nadie podrá detenernos. Sin embargo, tras dar unos cuantos pasos estamos frenados, estamos frustrados.
Durante el proceso de formación, tanto para la vida como para los negocios, desde niños nos enseñan a determinar culpables, en vez de asumir nuestras responsabilidades. Aunque en lo profundo del corazón sepamos que el origen del problema está en nosotros, miramos hacia afuera y usamos el dedo acusador para liberarnos de la culpa. Y en eso, tristemente, se nos pasa la vida.
Una de las lecciones más dura que recibí de la vida fue la de darme cuenta de que el principal obstáculo para cumplir mis sueños era yo mismo. Mis miedos, mis creencias limitantes, mi falta de conocimiento y la atención que les prestaba a las opiniones de otros me frenaban, me impedían avanzar hacia lo que quería. Aunque lo intentaba una y otra vez, no conseguía avanzar.
Como sicólogo y como emprendedor que pasó por esa situación y, por fortuna, la pudo superar te digo que es una de las experiencias más dolorosas que puede vivir un ser humano. Porque este comportamiento obedece, principalmente, a una baja autoestima, a la falta de confianza en ti mismo, a que no percibes lo que en realidad vales. Por fortuna, repito, dejé atrás ese pasado.
El camino al éxito, sea cual fuere la idea que tengas de él, está lleno de tropiezos, de riesgosos atajos, de sorpresas desagradables. No podemos evitar, ni controlar. Sin embargo, y esta es una de las claves que diferencian a quienes logran sus sueños y al resto, es decir, a quienes renuncian a ellos y se conforman, sí podemos aprender a controlar cómo esos hechos nos impactan.
A la gran mayoría de los emprendedores que he tenido la oportunidad de ayudar a lo largo de más de veinte años de trayectoria les cuesta admitir esos episodios del pasado que revelaron debilidad. Es algo normal, a todos los seres humanos nos sucede. Pero, debemos entender que para avanzar en el camino que deseamos necesitamos curar esas heridas y darnos una nueva oportunidad.
¿Cómo hacerlo? Tenemos que tomar el control de nuestra vida. Cuando hablo de este tema, es habitual que me miren con algo de incredulidad: lo que las personas esperan de mí es que les transmita mi conocimiento y experiencia acerca de las estrategias exitosas, de la implementación que les permita multiplicar sus ingresos, de las campañas que me brindan buenos resultados.
Y, si me conoces bien, si sigues las publicaciones que hago a través de mis canales digitales o si alguna vez asististe a alguno de mis eventos presenciales o virtuales sabes que me desnudo en el escenario. Sí, te relevo mis secretos, te comparto mis herramientas y mis contactos, te muestro mis embudos de marketing, te descubro sin restricciones el tras bambalinas de mi negocio.
Sin embargo, sé que todo eso no es suficiente. ¿Sabes por qué? Porque hoy, más que en el pasado, lo que marca la diferencia entre los buenos y los malos resultados, entre el éxito y el fracaso, es la mentalidad. Si este aspecto falla, puedo asegurarte, con un 99,99 por ciento de acierto, que no vas a triunfar, que no vas a lograr tus objetivos, que no vas a cristalizar tus sueños. Esa es la realidad.
Lo que obtenemos en la vida, para bien o para mal, es fiel reflejo de cómo actuamos, de cuáles son las decisiones que adoptamos, de en qué creemos. Y nuestros actos, decisiones y creencias están determinadas por nuestros pensamientos. En otras palabras, depende de nuestra mentalidad, si es fija o de crecimiento, un tema al que me referí hace unos días en este artículo del blog.
Nada de lo que desees en la vida, nada de lo que quieras lograr en los negocios será posible si al rompecabezas del éxito, sea cual fuere la idea que tengas de él, le falta la pieza que cierra el círculo: la mentalidad. ¿Quieres cultivar una de crecimiento? Concédete estos 3 permisos.
La mentalidad fija es la creencia de que la vida ya está resulta, completamente, en el momento en que nacemos, es decir, que nada de lo que hagamos cambiará nuestros destino. Entonces, por ejemplo, si creemos que no nacimos para ser felices en las relaciones sentimentales, nos la vamos a pasar de conflicto en conflicto, sin conseguir estabilidad. Es algo así como una condena.
La mentalidad de crecimiento, en cambio, nos permite entender que somos los dueños de eso que llamamos destino. ¿Eso qué quiere decir? Que la vida que tenemos es fruto de lo que hacemos, de lo que aprendemos, de las personas con las que nos relacionamos, de los errores que cometemos y de cuánto aprendemos de ellos. Este tipo de mentalidad, por supuesto, es propio de los exitosos.
Construir una mentalidad de crecimiento, de éxito, parte del autoconocimiento, de qué tanto sabes de ti mismo. Así como durante la etapa inicial de tu negocio debes realizar un análisis DAFO (debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades), también deberías aplicarlo en tu vida personal. Sé que casi nadie te habla de esto, pero créeme que es una de las razones de mi éxito.
Nos preocupamos por el conocimiento, nos preocupamos por los recursos y nos preocupamos por las herramientas. Sin embargo, tras dar unos cuantos pasos nos damos cuenta de que estamos frenados, de que estamos frustrados. La razón es que nos hemos impuesto ataduras que nos impiden avanzar, hemos construido barreras contra las que nos estrellamos en algún momento.
Gracias al conocimiento adquirido en mi profesión de sicólogo clínico, al apoyo de mis padres y a la guía de mis mentores, aprendí que solo podemos ser felices, exitosos y abundantes cuando nos damos permiso. Es decir, cuando nos concedemos el privilegio de aprovechar lo que la vida nos brinda y, además, aportamos nuestro granito de arena y trabajamos en la mentalidad de crecimiento.
Si lo que anhelas es construir tu mejor versión y ser exitoso en la vida y los negocios, debes concederte estos tres permisos:
1.- Ser tú mismo. Una de las razones por las cuales no alcanzamos lo que deseamos es porque no somos auténticos, porque creemos que debemos copiar los que llamamos modelo de éxito, porque nos venden la idea de que debemos ser de tal o cual forma. Concédete el permiso de ser tú mismo, con lo bueno y con lo malo; potencia lo positivo, trabaja en minimizar lo negativo.
2.- Pensar distinto. Uno de los efectos colaterales negativos de la globalización es que nos quieren etiquetar, nos quieren limitar, nos quieren cortar con la misma tijera. Es una manera de controlar lo que hacemos, lo que recibimos. Concédete el permiso de salirte de la horma, de pensar en lo que te hace feliz, de ir por un camino distinto al de la mayoría, de ser dueño de tu destino.
3.- Equivocarte. El miedo al fracaso, la necesidad de aprobación por parte de los demás y el temor al qué dirán son creencias que tienen un efecto paralizante: te bloquean e impiden que consigas lo que deseas, lo que en verdad te mereces. Concédete el permiso de equivocarte sin lapidarte y, más bien, aprende de esos episodios, acéptalos como una parte del proceso y hazte más fuerte.
El éxito, amigo mío, independientemente de la idea que tengas de él, es un gran rompecabezas. Cada pieza tiene el mismo valor que las demás y si falta una, solo una, no lo podrás armar. En el caso de los emprendedores, la pieza que suele faltar es la mentalidad. El conocimiento, los recursos y las herramientas son necesarias, pero nada encajará si no te das el permiso…
Contenido relacionado:
La tuya ¿es mentalidad para el éxito o para el fracaso?
Mentalidad de escasez: cómo erradicarla y cambiar los resultados
Los 10 hábitos que te ayudarán a ser exitoso
Un enfoque realista del éxito y el fracaso…