“Y, tú, ¿qué quieres ser cuando seas grande?”. Cuando cursaba la secundaria e íbamos de visita a casa de la abuela, o a donde las tías, era inevitable que alguien formulara la bendita pregunta. Una de esas para las cuales tienes todas las respuestas o no tienes ninguna, una de esas capaces de darle un ataque de nervios al propio santo Job.
Cuando somos niños, queremos ser pilotos, astronautas, médicos, abogados, ingenieros o negociantes. Esas eran las opciones más comunes en mi época, marcadas obviamente por la influencia familiar. A ratos, me entusiasmaba con todas y cada una de ellas y después pensaba que no, que mejor otra, pero no me decidía, no sabía cuál iba a ser el camino.
Por eso, cuando a alguien soltaba la bendita pregunta, mi respuesta, por lo general, era un “No sé, todavía lo estoy pensando”. Y volteaba rápido la espalda y me iba a jugar con mis primos para evitar el consecuente discurso aleccionador, que ya me lo sabía de memoria. Al final, fui sicólogo y emprendedor, algo en lo que nunca había pensado.
Es de toda la vida esa tendencia de los adultos de querer inducir el camino que vamos a seguir cuando seamos grandes. Es fruto del caduco sistema educativo en el que crecieron ellos y nos levantamos nosotros también. Vivimos a un pasado que ya fue y que no podemos cambiar y pendientes de un futuro que todavía no llegó y no podemos disfrutar.
Dar una respuesta certera o siquiera eventual a esa bendita pregunta sería más fácil si en vez de tratar de lavarnos el cerebro con aquello de la tradición familiar y de las carreras de moda nos enseñaran a descubrir nuestros talentos y a desarrollar las habilidades que nos regaló la naturaleza. Eso, sin embargo, no ocurre, salvo en casos excepcionales.
Uno de ellos, que me llamó mucho la atención cuando lo conocí, es el de la niña mexicana Xóchitl Guadalupe Cruz López. Ella solo tiene 8 años, nació en la localidad de San Cristóbal de las Casas, en el estado de Chiapas, y acaba de convertirse en la primera menor de edad que recibe el Reconocimiento del Instituto de Ciencias Nucleares (ICN) de la UNAM.
Es justo aclarar que, de manera excepcional por los 50 años del Instituto, los organizadores le otorgaron la distinción a esta jovencita. El premio de ICN es una iniciativa de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la más grande del país, canalizada a través de la iniciativa oficial denominada Pauta: Programa Adopte un Talento.
“En Pauta queremos fomentar las vocaciones científicas de manera que los niños y adolescentes a los que les gusta la ciencia, así como aquellos con aptitudes sobresalientes, encuentren un espacio donde puedan compartir su interés por la misma y desarrollen habilidades que les permitan potencializar su vocación científica”, dice la página web.
La intención de Pauta no es que los niños y jóvenes encuentren respuestas,
sino que se plantean preguntas y surjan desafíos que puedan resolver
trabajando en equipo. Un nuevo modelo educativo, disruptivo, transformador.
La idea es que no se cultive en los niños solamente la semilla de actividades como el arte y el deporte, que también son muy importantes, sino que se les dé la opción de desarrollar habilidades y talentos en la ciencia. “Que puedan experimentarla de una manera distinta y valoren si esta es su vocación”, es el argumento de la iniciativa.
Aunque apenas cursa tercer grado de primaria en la escuela Josefa Ortiz de Domínguez, Xóchitl ya es una reconocida científica en su país. De hecho, desde hace cuatro años (la mitad de su vida) mostró interés por la investigación científica y por ver cómo podía resolver uno de los problemas más graves que aquejan a la gente en su región.
Esta fue la cuarta vez que participó en la convocatoria de Pauta y acredita presencias en diferentes ferias científicas, siempre con proyectos destinados a generar un alto impacto social. El que le mereció el premio es un calentador solar de agua, que construyó, instaló y puso a funcionar en su propia casa con la ayuda de Lucio Cruz, su padre.
“Es un calentador de agua hecho con materiales reciclados de bajo costo que funciona con la luz solar. Ayuda al medio ambiente y a personas de bajos recursos”, le explicó la niña científica a la prensa. Agregó que su calentador cuesta entre 180 y 200 pesos mexicanos (entre 9,6 y 10,6 dólares), una cifra que sigue siendo elevada para muchas personas.
“Hay personas de bajos recursos que no tienen la posibilidad de comprar los materiales, así que trabajamos para reducir los costos”, dice Xóchitl. La materia prima de los calentadores son botellas de polietileno pintadas de negro, mangueras, trozos de madera y dos puertas de cristal de un viejo refrigerador. Puede calentar 10 litros de agua al día.
Cuando tenía 5 años y cursaba el tercer año de preescolar, Xóchitl fue invitada a participar en los talleres de Pauta, que se desarrollan en Ciudad de México y los estados de Chiapas, Morelos y Michoacán. “Los chicos trabajan en talleres extracurriculares en los que desarrollan habilidades científicas”, explica Gabriela de la Torre, directora de Pauta.
“Cuando llevan más de dos años, empiezan a hacer proyectos de investigación con impacto social. Un jurado de investigadores que están relacionados con las ciencias afines seleccionan a los ganadores”, agrega. “El hecho que fuera reconocida con un premio nacional fue una sorpresa para todos”, reconoció Alma Irene López, la mamá de Xóchitl.
“Hay demasiados niños y jóvenes con gran capacidad para el ámbito educativo y científico, que representa un recurso natural muy importante para el país. Sin embargo, en muchas ocasiones se pierde porque no reciben la adecuada atención por parte de sus padres o de sus profesores”, afirma Jesús Iradier Santiago, coordinador de Pauta en Chiapas.
“Soy muy feliz por haber recibido estos premios”, dice Xóchitl. “Nunca llegué a imaginar que esto podría ocurrir y, la verdad, no era mi objetivo. Es una emoción que no les puedo explicar”, asegura. Obviamente, este reconocimiento es un impulso para perfeccionar su creación y ponerla al servicio de otras familias de bajos recursos, como la suya.
“Hay personas que no son ricas y que no tienen posibilidad de comprar los calefactores más grandes. Entonces, cuando llega la época de frío, no tienen más opción que talar los árboles para quemar la leña. Esta es una acción que afecta en gran medida al planeta y provoca el calentamiento global”, dice. Su invento, mientras, “no daña el medioambiente”.
Observar, preguntar, explicar, planear, predecir, experimentar, interpretar,
debatir, explicar y generar ideas para llegar a soluciones diversas son las
estrategias que les enseñan. La fórmula del éxito en el siglo XXI.
Ahora que su nombre traspasó las fronteras de su pueblo natal, Xóchitl espera encontrar el apoyo necesario para mejorar su invento: le apunta a un calentador más grande, con paneles solares. Ya comenzó las tratativas con diferentes universidades de su país y con organizaciones científicas e investigadores, para sacar adelante la iniciativa.
A los 4 años, cuando comenzó a mostrar interés por la ciencia, es muy probable que a Xóchitl sus padres le hubieran preguntado “Y, tú, ¿qué quieres ser cuando seas grande?”. O, quizás, mejor todavía, solo hayan dejado que la niña descubriera sus talentos y, más bien, enfocaron sus esfuerzos en apoyarla, en incentivarla, en ayudarla a aprovecharlos.
Quizás el día de mañana los medios nos cuenten que Xóchitl Guadalupe Cruz López es una de las 100 mujeres más ricas e influyentes en el mundo de la ciencia. Quizás no. Lo cierto es que el caso de esta niña chiapaneca es inspirador y nos enseña que es mejor ponernos a trabajar en nuestros sueños, y hacerlos realidad, en vez de simplemente soñar…