“Si no eres parte del problema, eres parte de la solución”. Esta conocida frase resume, a mi juicio de manera brillante, la diferencia que hay entre una vida feliz y otra llena de amargura y dolor. La pregunta que todos deberíamos hacernos, ojalá cada día al despertar, es ¿en cuál de los bandos queremos estar? He ahí el dilema.
La vida es una sucesión de decisiones. Solo hay dos que que se salen de nuestro alcance: cuándo nacemos y cuándo morimos. Sin embargo, el tiempo que transcurre entre uno y otro momento estamos expuestos a tomar decisiones. Y cuando tomamos decisiones, por supuesto, estamos expuestos a equivocarnos, a fracasar, y a sus consecuencias.
Dicho así, parece simple. Podríamos agregar que es un proceso natural. Pero, lo sabemos, no es así. De hecho, es al contrario: nos educan con un espíritu sobreprotector que nos limita la capacidad para tomar decisiones, que la distorsiona. Por el temor a los efectos, a las consecuencias, preferimos vivir en una urna de cristal creyendo que somos felices.
“Es que no quiero que tú pases por lo mismo que yo, no quiero que sufras”, es la frase que sale de boca de nuestros padres y maestros para justificar su conducta. Es porque están convencidos de que su sobreprotección es el blindaje perfecto contra las equivocaciones, contra el sufrimiento, contra las decepciones, contra las traiciones.
Y, la verdad, esa actitud, más bien, es un blindaje contra el aprendizaje y, por ende, contra la felicidad y el éxito. Si no erramos, no aprendemos; si no aprendemos, no avanzamos; si no avanzamos, ¿para qué vivimos? La experiencia nos demuestra que el único error, el más costoso de todos, es asumir la vida con esa actitud.
“Si no eres parte del problema, eres parte de la solución”. Todos tenemos sueños, ideales y propósitos, pero no todos tenemos la capacidad, ni la inteligencia, para luchar por ellos. Entre otras razones porque es más fácil ser víctima, es más fácil tirar la toalla y culpar a otros, es más fácil decir que la vida es injusta, es más fácil y cómodo ser el problema.
Lo que no nos enseñan, lo que nos negamos a entender, es que nosotros tenemos lo que se requiere para ser la solución. ¡Nadie nace predestinado al fracaso! Los errores son solo el fruto de nuestras acciones, de nuestras decisiones. Nada tienen que ver con quien nos rodea, con el país en que vivimos, con el clima, con la política: dependen de nosotros.
La principal razón por la cual fracasamos es que no aprendemos, que no nos aceptamos tal cual somos, que nos obsesionamos con la perfección, en vez de trabajar en provocar la felicidad, en sustentar el éxito. Por eso, a veces, la vida se nos vuelve una sucesión infinita de errores, de fracasos y, lo peor, que son siempre los mismos tropiezos, o parecidos.
El fracaso no es el punto final del camino, sino un nuevo punto de partida.
Es una oportunidad que nos da la vida para recomponer lo que está mal, para
enderezar el camino. Debemos enfocarnos en positivo, no en lo negativo.
¿Cuál es la solución, entonces? Lo primordial es romper el yugo del modelo educativo que nos dieron y empezar a tomar las decisiones adecuadas, libres. Sin embargo, antes de eso es necesario saber por qué fracasamos. A continuación, te expongo cinco razones que te ayudarán a entender el origen del problema y te darán luces sobre la solución:
1) No somos perfectos: nos educaron bajo la premisa de que no debemos cometer errores, a pesar de que fallar es una característica natural del ser humano. Por eso, nos pasamos buena parte de la vida, malgastamos buena parte del tiempo y de los recursos que poseemos, en tratar de evitar lo inevitable: cometer errores. ¡Y eso está mal!
Necesitamos ser conscientes de que todos nos equivocamos y necesitamos reconocer los errores. Ese es el primer paso para solucionarlos. Debemos conocer su origen, ver por qué se produjeron y trabajar en las causas, para controlarlas. Asumir el control de la situación con una mentalidad positiva nos da la posibilidad de aprender y no repetir el error.
2) No admitimos las limitaciones: el fracaso se da, principalmente, porque excedemos nuestras capacidades (las sobrevaloramos), porque desconocemos algunos aspectos de esa labor que emprendimos, porque nos dejamos llevar por las emociones y prescindimos de la razón. También, por los miedos que nos inculcaron de niños, que son una pesadilla.
Necesitamos ser conscientes de que los personajes más grandes de la historia, aquellos que atesoraron las mayores fortunas, también fracasaron en algún momento. Quizás, más de una vez. La diferencia entre ellos y el resto de seres humanos fue su capacidad para seguir adelante, para sacar provecho de lo que aprendieron de ese episodio.
Quítale al fracaso el poder que tiene sobre ti: demuéstrale que eres más fuerte,
que puedes aprender de él, que puedes superarlo. Saca provecho de lo que el
error puede enseñarte para la vida y los negocios. ¡Eso es éxito, eso es felicidad!
3) Eludimos la responsabilidad: esta es, sin duda, la principal razón por la cual nos cuesta aprender de los errores que comentemos, de los fracasos. En vez de mirarlos con una mentalidad positiva y tratar de aprender de ellos, nos enfocamos en lo negativo y, peor aún, solo nos preocupa hallar un culpable. Por supuesto, uno distinto a nosotros.
Descargar la responsabilidad en otros es muy fácil, aunque no muy práctico. Mientras no desarrollemos la capacidad de aceptar que nos equivocamos, perdemos la oportunidad de aprender lo que ese episodio nos puede enseñar. Debemos aceptar que cada acto que realizamos tiene una consecuencia: si fue algo negativa, ver qué pasó, corregir y seguir.
4) Tememos al cambio: parece increíble, pero es cierto. Hay personas que son conscientes de su equivocación, pero prefieren seguir amarradas a esa realidad que intentar modificarla. ¡Le tienen pánico al cambio, a la incertidumbre del cambio! Esa resistencia es, precisamente, la que nos desgasta, la que nos hace daño.
La vida es dinámica pura: nunca se detiene. La idea básica, entonces, es avanzar, pero cada vez que cometemos un error, que fracasamos, nos detenemos, es decir, vamos en contra de nuestra esencia, que es mantenernos permanentemente en movimiento. El error es parte del proceso, una muy importante, pero no tiene por qué volverse un obstáculo.
5) Tiramos la toalla: nos educaron para ser intolerantes con el error y el fracaso, para sentirnos mal cuando nos enfrentamos a ellos. Nos enfocamos en lo negativo y quedamos a merced de ellos, porque nos sentimos débiles, incapaces de superarlos. Nos importa demasiado el qué dirán y, por eso, muchas veces ni siquiera pedimos ayuda a otros.
Lo que debemos saber es que cada error, cada fracaso, nos hace más fuertes si somos inteligentes y capitalizamos sus enseñanzas. Si tiramos la toalla, interrumpimos el proceso, desperdiciamos una oportunidad de aprendizaje que quizás no se nos vuelva a presentar. Necesitamos ser más tolerantes y más comprensivos con nosotros mismos.
Conclusión: no te mortifiques por tus errores, siempre y cuando no sean recurrentes. Aprende de ellos, supéralos, agradéceles la lección que te brindaron y déjalos atrás, enterrados en el pasado, el lugar que les corresponde. Mientras, tú sigue tu vida, vive tu vida, disfrútala y actúa con inteligencia: ¡elige ser parte de la solución, no el problema!
Es lo correcto todo depende de uno mismo
Fracasamos por no reconocer nuestro errores y repetimos lo que una y otra ves no llevan al fracaso, si el fracaso fuera como cuando nos imputan un miembro, no lo repetimos más porque ese miembro no lo tenemos, malo es cuando ponemos otro miembro también lo perdemos,
Gracias. Muy elocuente, directo y esperanzador.
Buenos días gracias por los consejos
Me an dado ánimo en esta desesperación que ando