“Nadie escaló el Everest en solitario”. Esa es una frase que utilizo con frecuencia para ilustrar una de las realidades más impactantes de la vida de un emprendedor: necesitas de otros para lograr tus objetivos, para cristalizar tus sueños. Lo mejor es que es una premisa que aplica tanto para el montañismo como para la vida y los negocios: nadie, absolutamente nadie, logró éxito en solitario.
No me canso de repetirlo porque los emprendedores, y no solo los novatos, sino también muchos experimentados, no se cansan de caer en el error. Sé perfectamente, porque lo he vivido en los últimos 25 años, que ser emprendedor es, de alguna manera, ser solitario. Hasta hace muy poco tiempo, cuando un joven decía “quiero ser emprendedor” lo más probable es que lo desheredaran.
En otras palabras, no estaba bien visto. Existía la creencia que ser emprendedor era ser vago, un bueno para nada, un mantenido, como se dice en Colombia. Sin embargo, no es así. De hecho, el problema es que los emprendedores nos vamos al otro extremo, a la orilla opuesta, y nos echamos encima pesadas cargas de trabajo que bien podríamos compartir o, al menos, delegar.
La mayoría de las veces, esto ocurre porque nos cuesta confiar en otros. Creemos que somos los únicos que conocemos nuestro negocio, nuestro producto y nuestro nicho y, por eso, nos cuesta abrirnos a la ayuda de otros. Y nos negamos con cualquier excusa fácil, como la de “gracias, pero no tengo el presupuesto para pagarte” y preferimos cargar todo el peso. Hasta que nos fundimos.
El origen del problema está en la concepción que nos venden sobre lo que es emprender. Nos dicen que es posible volverse millonario en una semana, que puedes arrancar de cero y generar ventas de cinco o seis cifras en una semana y otras mentiras por el estilo. Porque, sí, en realidad son mentiras porque nada en la vida, y tampoco en el marketing, es tan fácil, tan rápido.
De hecho, y lo puedes comprobar, esos vendehúmo que te pregonan ese éxito exprés no lo acreditan, es decir, no se hicieron millonarios en un mes, ni vendieron cinco o seis cifras en una semana. El éxito, tanto en la vida como en el marketing, no es un golpe de suerte, ni un acto heroico de un superhéroe: es fruto de un proceso que requiere tiempo, del trabajo de un equipo.
Por eso, me llamó la atención algo que desconocía por completo y que llegó a mis manos hace unos cuantos días: la metáfora del sherpa. ¿Sabes de qué se trata? Lo primero es definir qué es un sherpa: son los pobladores de las regiones montañosas de Nepal, en el Himalaya, que se extiende por India, China, Bután y Pakistán y cuenta con más de 100 cimas de más de 7.000 metros de altitud.
Nueve de esas cimas están por arriba de los 8.000 metros y la más famosa y conocida de ellas es el Everest (8.848 msnm), la montaña más alta de planeta. En esas majestuosas, escarpadas y peligrosas montañas los sherpas se convirtieron en leyenda. Ellos los que guían las expediciones de escaladores y son los que, en esencia, hacen el trabajo más duro: llevar la carga pesada.
En la práctica, los sherpas abren el camino a los montañistas, pero también colocan las cuerdas de escalada y transportan las tiendas de campaña, la comida y los tanques de oxígeno. En el ambiente de los montañistas se dice con algo de humor que, “si tienes suficiente dinero para pagarlo, un sherpa te carga hasta la cima”. Sin embargo, el trabajo que realmente vale es el de guías.
No solo conocen las montañas como la palma de su mano, sino que también dominan los secretos del clima y de los vientos, que son otros factores decisivos en ese ambiente. Sin embargo, su tarea no termina ahí: en esencia, los sherpas son los que coordinan la excursión, los que determinan la cantidad de guías que se necesitan, los que establecen la ruta, los que marcan la estrategia.
Nunca un escalador, o un grupo de escaladores, por más experiencia o cumbres ascendidas que acrediten, coronó la cima del Everest sin la ayuda de los sherpas. Esa es la realidad, a pesar de que cuando alguna expedición logra clavar su bandera en lo más alto de la montaña los nombres que quedan grabados en la historia, los que registran los medios, son los de los montañistas.
La vida y los negocios son, de muchas formas, algo parecido a escalar una gran cima, el Everest. Nunca nadie llegó a lo más alto en solitario y siempre fue necesaria la ayuda de un ‘sherpa’, un guía nativo que conoce como nadie esos caminos porque ya los recorrió una y otra vez.
En la vida y en los negocios, insisto, es imposible alcanzar el éxito, que es lo mismo que escalar un ochomil, sin la ayuda de un sherpa. Lo fundamental es que ya conoce el camino, que sabe cuáles son los atajos que pueden conducirte al precipicio, cuáles son las rutas en las que las avalanchas (crisis) son menos susceptibles, cuáles son los lugares más convenientes a la hora de escampar.
La clave para del éxito del trabajo de un sherpa, sin embargo, está en el punto de partida, antes de emprender la expedición. ¿Sabes a qué me refiero? A establecer un vínculo de confianza y empatía con el grupo de escaladores que va a guiar. Sin cumplir ese, no se da el primer paso. ¿Por qué? Porque en algún momento de duda o incertidumbre esa carencia puede resultar fatal.
Por ejemplo, nadie como el sherpa para saber si cuando los vientos cambiaron de dirección es el momento de avanzar o, mejor, de detenerse. O si hay que reformular la ruta porque la que estaba prevista es riesgosa debido a las bajas temperaturas. Si no existe esa conexión, si los escaladores no le creen, si no confían en su experiencia y sabiduría, el grupo entero está en riesgo mortal.
El sherpa, como mencioné, es el que traza el plan, el que diseña la ruta, el que determina cuántos y cuáles víveres y alimentos se deben llevar para la travesía. Sin embargo, se trata de un líder que sabe escuchar, que tiene en cuenta las opiniones de los demás participantes de la excursión y, en virtud de su experiencia, formula la estrategia que considera conveniente para cumplir el objetivo.
Este guía, además, echa mano de estrategias de persuasión y de sicología positiva para mantener enfocado al grupo, para que los escaladores no se dejen vencer por el cansancio o las dificultades. Parte de su trabajo es que todos estén motivados, que la unidad del grupo no se rompa y que los egos o el individualismo no actúen en contra los intereses del colectivo. La prioridad es el grupo.
El sherpa, así mismo, está capacitado para tomar decisiones drásticas, si es necesario. Suele ocurrir que en algún punto de la escalada se da cuenta de que lo mejor es dar marcha atrás y preservar la integridad del grupo, aunque eso genere resistencia por parte de los escaladores. Su compromiso es regresarlos a salvo a todos al punto de partida, aunque el objetivo propuesto no se cumpla.
Por su gran experiencia y conocimiento, por su amplia trayectoria en el terreno en situaciones extremas y cambiantes, el sherpa está en capacidad de identificar y reconocer cuando se ha cometido un error, y también puede aportar la solución adecuada. No solo por ser el guía, sino porque ha transitado ese camino una y otra vez, está varios pasos por delante del resto.
El sherpa acredita dos cualidades que son fundamentales para cumplir su objetivo: por un lado, es realista. Es decir, si ve que las condiciones no están dadas para escalar, no aventura; decide que es mejor acampar o regresar a la base, en vez de exponerse. Por otro, sabe gestionar la presión en los momentos más difíciles, cuando hay adversidades, cuando alguien del grupo no responde, en fin.
Algo que me encanta del trabajo de un sherpa es que no busca figuración, ni reconocimientos públicos: su recompensa es la gratitud del grupo de montañistas una vez la expedición termina, después de coronar la cima y descender sin problemas. Es lo que podríamos llamar un héroe anónimo, discreto, que se siente feliz si los demás están felices. Servir es su vocación.
Por último, algo que me encantó de los sherpas cuando me di a la tarea de investigar acerca de ellos es que nunca dejan de aprender. La premisa es sencilla: aunque la montaña sea la misma, cada ascenso es único y hay que asumirlo como tal. Además, no se obnubilan en la cima: sabe que ese no es su lugar, que habrá nuevas expediciones, y asume ese éxito como algo temporal.
¿Ahora comprendes por qué me llamó la atención la metáfora del sherpa? Triunfar en el mundo de los negocios, o en la vida, de muchas formas es parecido a escalar una gran montaña, el Everest. Nunca lo lograrás en solitario, quizás no lo consigas en el primer intento, a lo mejor debes probar antes cimas intermedias y siempre, siempre, vas a necesitar un sherpa que te guíe.
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La metáfora del ‘sherpa’ encierra poderosas lecciones de las cuales los emprendedores podemos aprender mucho. Aunque muchos creen que su trabajo consiste exclusivamente en llevar la carga pesada, se trata de un estratega, de un líder y es el que toma las decisiones difíciles.
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Excelente informacion
Muchascgraciascpor conpartir
Escelente reflexión de la metáfora de los sherpas. Para alcanzar nuestros objetivos en cada faceta de nuestra vidas debemos, asesoranos de las personas que ya han estado ahí, saber escuchar de su experiencia y consejos, así el camino y la travesía va tener un rumbo con objetivos claros.
Excelente, aprendí bastante.
Excelente explicación felicitaciones
Excelente conferencia gracias
Muy valiosa ésta reflexión. Llena de realidad para lo que estamos viviendo. Maneja muchos enfoques, y siempre con valores. También es oportuno que los que contratan al sherpa lo dejen actuar, de lo contrario en la cima se presentaría una guerra civil o un «hasta luego, los veo en el valle», Saludos
Estos Sherpas son unos guías para ayudar a las personas a qué no tomen otros destinos
Excelente artículo Álvaro.
Muchas felicidades
Gracias
¡Excelente reflexión Alvaro! Felicitaciones.
¡Excelente reflexión! Felicitaciones Luis Eduardo.