Una de las situaciones más provechosas de esta crisis provocada por el coronavirus, y a la que pocos le han dado el valor que merece, es aquella de que tuvimos que bajar el frenético ritmo de vida que teníamos antes del confinamiento. Como si fuéramos un auto de Fórmula Uno, vivíamos a 300 km/h y tuvimos que bajar las revoluciones, bajar un par de cambios, disminuir la velocidad.
El ser humano es un animal de costumbres y eso no está mal. Lo que está mal es que en muchas ocasiones las costumbres son tóxicas, son dañinas, atentan contra nuestra naturaleza. Es la triste realidad de millones de personas en el mundo y con un agravante: la mayoría de ellas dedica su tiempo, su vida, a actividades que no le hacen feliz, que solo consumen su energía, su poder.
Independientemente de a qué nos dediquemos o de cuál sea nuestra profesión, desempeñamos el mismo oficio: estamos ocupados. Es un vicio terrible, porque para colmo casi conseguimos ser productivos, solo estamos ocupados justificando un salario, unos honorarios. Lejos de lo que algún día soñamos, vivimos como autómatas, sometidos a un rutina que poco a poco nos destruye.
Es un mal muy antiguo, de profundas raíces. Es producto del modelo de enseñanza en el que fuimos criados, en el que crecimos y que, de manera inconsciente, replicamos como si no hubiera una alternativa, como si este fuera el único libreto para vivir la vida. Lo aprendemos de niños, por las enseñanzas y el ejemplo de nuestros padres, y cuando crecemos lo replicamos disciplinadamente.
Asumimos la vida como una competencia, como una loca carrera, sin darnos cuenta de que al final, si llegamos a cruzar la línea de meta, todos somos perdedores. Nos inculcan que debemos ser los mejores, que debemos ser mejores que los demás, y nos comemos el cuento. Por eso, vivimos pendientes de lo que hacen otros, de lo que logran otros, para intentar superarlos.
Es una conducta tóxica que se manifiesta en todos los ámbitos de la vida, no solo en el laboral. También, en el deporte, en las relaciones personales y sentimentales, inclusive en la vida de pareja. Estamos atrapados en por la perversa obsesión de ser primeros, de ser mejores, sin caer en cuenta de que no hay ganadores, de que con esa actitud nos privamos de disfrutar el proceso.
Esta es una realidad a la que, de manera especial, estamos expuestos los emprendedores. No solo por el afán de ser los número uno, los referentes del mercado, porque queremos ganar mucho dinero y brindarle a nuestra familia el bienestar que se merece. También, porque principalmente durante la primera fase de nuestro emprendimiento, nos acosa el síndrome de la soledad.
Me resulta insólito que hoy, en pleno 2020, en el siglo XXI, en la era de la información y del conocimiento, todavía haya personas que sufran este mal. ¿Por qué? Porque hoy abundan las personas idóneas y capacitadas, íntegras y éticas, que pueden ayudarte. En cualquier área en la que te desempeñes, a la vuelta de unos cuantos clics encuentras varias excelentes opciones.
Después de 1995, cuando todavía vivía en Colombia e intentaba descubrir qué era eso de internet, qué posibilidades podía ofrecernos esta maravillosa tecnología, pero literalmente no había con quién averiguar, con quién trabajar. ¡Y no exagero! De hecho, ni siquiera mis amigos cercanos entendían mi pasión por los computadores y no dudaban en burlarse y decir que “estaba loco”.
Por cuenta del modelo educativo en el que crecimos, asumimos la vida como una competencia y nos obsesionamos con la idea de ser ‘los mejores’. Al final, lo único que conseguimos es correr el riesgo de que se funda la ‘máquina’. Te doy 10 razones por las que debes aprender a descansar.
Esa fue, precisamente, la razón por la cual un día empaqué maletas, me despedí de la señora Julita, mi madre, y me embarqué no solo en un avión con destino a Estados Unidos, sino en una aventura que no termina. En este país lo aprendí todo, pude crear mi empresa y desde hace más de veinte años me dedico a educar a emprendedores que deseen seguir el mismo camino.
Los primeros años, que no fueron pocos, estuve confinado frente al computador aprendiendo, implementando, intentando abrirme camino en medio de un espeso bosque. Estaba solo y tenía que hacerlo todo: esa webmaster, diseñador gráfico, vendedor, infoproductor. Era mi único empleado y trabajaba 12 o 14 horas, a veces más, porque no había otra forma de hacerlo.
Con el paso del tiempo, por fortuna, a medida que la tecnología avanzó (que lo hizo muy rápido), que aparecieron otros emprendedores, que conocí a expertos del marketing con los que me pude formar y empecé a tejer una valiosa red de contactos, pude liberar la carga. Sin embargo, durante mucho tiempo, muchos años, estuve envuelto en esa loca carrera de trabajar y trabajar.
Y, como dice la canción del famoso Julio Iglesias, “me olvidé de vivir”. Hubo una ocasión, inclusive, en la que el cuerpo me pasó factura y tuve que pasar unos cuantos días en el hospital porque mi corazón me pedía a gritos (que yo no escuchaba, por cierto) que bajara la velocidad, que bajara un par de cambios, que me tomara un respiro. Y esta crisis del coronavirus acabó de cerrar el círculo.
La lección es que estaba dedicado a vivir para trabajar, en vez de trabajar para vivir, que es lo que intento hacer desde hace un tiempo. Era como un Fórmula Uno, con una rutina a 378 km/h (la máxima velocidad que alcanza un bólido de estos), siempre con el acelerador a fondo. Hasta que llegó el coronavirus y me obligó a frenar antes de salir de la pista y estrellarme con un muro.
Esta situación, más allá de las incomodidades que nos ha provocado, me alertó de que debía reordenar mis prioridades, me ayudó a entender que vida solo hay una y que cada día que no aprovechemos al máximo es un día perdido que, para colmo, jamás podemos recuperar. Hoy, entonces, sin descuidar mi trabajo (que lo amo y me apasiona), procuro vivir más la vida.
Esta son las lecciones que aprendí de esta situación:
1.- La vida es ya, es hoy, y hay que vivirla con toda la intensidad posible. El trabajo es tan solo una de las decenas de actividades que realizamos, pero no puede ser la única. No te esclavices
2.- Programa tu día, tu semana, tu mes, tu año. Es claro que ese cronograma no puede ser una camisa de fuerza, pero es una herramienta que te ayudará a destinar tiempo para cada actividad
3.- En la agenda de tu día, contempla en detalle cuánto tiempo dedicarás a comer, a realizar otras actividades como practicar ejercicio, ir al supermercado o al banco, a leer o escuchar música
4.- Adquiere hábitos saludables con pausas activas. Cada 50 minutos (lo ideal) o máximo cada 90 minutos levántate, date un respiro de 10-15 minutos antes de retomar el trabajo que adelantabas
5.- Aunque te parezca tiempo perdido, establece una rutina al menos 30 minutos para reflexionar, solo para ti. El cerebro y tu cuerpo necesitan esas pausas, que los reactivan y potencian
6.- Descubre cuáles son tus horas más productivas y aprovéchalas. En cambio, en aquellas en las que más te distraes realiza esas labores que te impiden estar enfocado o que te incomodan
7.- El ejercicio, aunque sea una corta caminata; la buena alimentación y actividades como leer o escuchar la música que te gusta contribuyen a cuidar de tu salud y a ser más productivo
8.- Date un descanso en la semana, no trabajes un día en lo mismo. Es lo que los expertos llaman un Sabbath digital. Aléjate de la pantalla del computador, de las notificaciones, de la rutina
9.- Rompe el molde. Una tarde, ve a visitar a tus padres y toma el café con ellos, o ve con tus hijos al centro comercial y come un helado, o encuéntrate con un amigo y ríe a carcajadas
10.- Trabaja para vivir en vez de vivir para trabajar. Pasa más tiempo con aquellos que amas, dedica tiempo a lo que te gusta (además del trabajo), consiéntete con algún gusto
No sé si estés enterado, pero una de las principales razones por las cuales un bólido de Fórmula Uno abandona una competencia es porque se funde el motor producto del abuso, de que se excedieron sus límites. Que no te pase lo mismo en tu trabajo, en tu vida: el descanso, amigo mío, es tan importante como tus estrategias, como tus clientes y, sobre todo, más importante que tu dinero.
Sin descanso, tu salud se mina poco a poco, tu capacidad productiva se ralentiza y, por más que te esfuerces, no conseguirás ser tan productivo como deseas, no obtendrás los resultados que esperas. Tu cuerpo es una máquina perfecta, pero como un bólido de la Fórmula Uno tiene límites. Además, como dice el cantante colombiano Juanes, “la vida es un ratico”: ¡vívela, disfrútala!
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