Cuando vi las imágenes, cuando leí las noticias, experimenté una rara sensación, una mezcla de pánico y de vergüenza. Justo en el momento en que las cifras de contagios y de fallecidos están más altas, en Colombia, mi país, se realizó lo que el gobierno llamó ‘el día sin IVA’. Se trataba de una actividad destinada a reactivar la economía, muy golpeada por la crisis del coronavirus.

¿El resultado? En prácticamente todo el país, en tiendas y centros comerciales, hubo las tan temidas aglomeraciones y fue evidente que las medidas de autocuidado, que los protocolos de bioseguridad, fueron irrespetados sin temor a las consecuencias. Una exposición arriesgada y, a mi modo de ver, innecesaria, solo por ganarse un 19 % en el precio final de algunos productos.

Los videos y las fotografías muestran a decenas de personas haciendo largas filas para ingresar a los locales comerciales, muchas de ellas sin la debida protección, y otras más saliendo con enormes televisores y otros dispositivos electrónicos y digitales. La primera pregunta que me surgió fue ¿no decían que la situación económica estaba tan mal, que la gente pasa necesidad?

No soy quién juzgar a otros, para juzgar a nadie, pero me cuesta entender la situación. Por la formación en valores y principios que me dieron mis padres, por lo que aprendí de mis mentores y por lo que me enseñan mis clientes, entiendo que la prioridad, lo más importante, es la vida. Sin ella, todo lo demás, absolutamente todo lo demás, no tiene sentido. Sin vida, no hay todo lo demás.

Es cierto que el prolongado encierro obligado nos ha puesto en un estado de sensibilidad extrema, que las emociones se desbordan, que a veces no es fácil ver con claridad el día a día. Por eso, aunque lo pensé profundamente, no llego a entender cómo tantas personas se expusieron de manera innecesaria, como si no fueran conscientes de las eventuales consecuencias de sus actos.

No solo pr ellas, sino por quienes las rodean, por quienes se quedaron en casa, pero pueden ser afectadas. No me cabe en la cabeza que se puedan exponer solo por unos cuantos pesos (no importa la cifra), por adquirir un bien que no es necesario, que no va a cambiar o a mejorar su vida. Pero que, en cambio, sí puede terminar con ella. Una locura que me cuesta trabajo entender.

Los últimos años de mi vida han estado salpicados de dificultades, tanto en lo personal como en lo laboral. Golpes que no esperaba, para los cuales no estaba preparado y me que confrontaron, me hicieron cuestionarme y cuestionar lo que hacía y cómo lo hacía. Por supuesto, me di cuenta de que había aspectos de mi vida que requería cambiar, que tenía que reordenar mis prioridades.

Hoy, esas prioridades, además del autocuidado de mi salud, son mi familia, mis hijos. Mi trabajo sigue siendo importante, claro está, en especial porque siento que he adquirido un compromiso con mis clientes, contigo, que debo honrar. Y, que, además, me hace feliz, me permite el privilegio de aprovechar mi conocimiento y experiencia, mis dones y talentos, mi pasión, para ayudarte.

Este período de mi vida, coronavirus incluido, me ha dado la oportunidad de aprender una valiosa lección que quiero compartir contigo. ¿Sabes de cuál se trata? De que la vida se nos pasa mientras nos distraemos con lo que no es esencial. Como les ocurrió a mis compatriotas que se olvidaron del autocuidado y de la prevención para comprar lo que seguramente no necesitan, no ahora.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

No permitas que la vida pase, que se escape sin que la disfrutes junto con los que más amas.


Lo ocurrido hace unos días en Colombia, con ocasión de lo que llamaron ‘el día sin IVA’, me motivó a hacer una reflexión que comparto contigo: ¿vivimos en verdad la vida que deseamos o, por el contrario, nos limitamos a seguir el plan que otros diseñaron y dejamos que se pase la vida?


Nos matamos por el trabajo, que sin duda es necesario e importante, pero a cambio pagamos un alto precio que, quizás, no vale la pena: perdemos la oportunidad de disfrutar más la vida, de hacer lo que nos gusta, de ver crecer a nuestros hijos, de acompañarlos en su aprendizaje. Nos perdemos momentos felices con nuestra familia, con los amigos, momento que no volverán.

La crisis provocada por el coronavirus, encierro incluido, me enseñó que es necesario bajar la velocidad con la que vivíamos la vida, bajar las revoluciones del estrés y de la ansiedad que solo consumen nuestras energías y nuestra vida. Me enseñó que ningún trabajo, mucho menos el dinero, vale la pena si significa sacrificar la oportunidad de vivir la vida, si hay que dejar de vivir.

Esto mismo aplica perfectamente para aquellas personas que ansiosamente persiguen sus sueños, pero nunca se dan tiempo para cristalizarlos, para hacerlos realidad. Siempre están angustiadas porque necesitan saber más, aprender más, y nunca se sienten listas para comenzar a actuar. Y se les pasa la vida, a veces sin que se den cuenta, mientras viven una realidad que no las hace felices.

No importa cuál sea tu edad: hoy, el presente, siempre es el mejor día, el mejor momento para vivir la vida, para agradecer sus bendiciones, para disfrutar de los privilegios de despertar cada día y tener una nueva oportunidad. Claro, siempre y cuando no permitas que la vida pase como si nada, como si fueras inmortal, como si tuvieras todo el tiempo del mundo para esperar.

El después, amigo mío, no existe, como tampoco el mañana. No existe en la medida en que no tenemos la certeza de que vamos a llegar a él. Y no es que quiera ser fatalista o preocuparte: esa es la realidad, esa es la vida. De nuevo, lo único que tenemos, el mayor tesoro que podemos obtener, es disfrutar de la vida hoy, en el presente, dejando atrás la carga del pasado, del ayer.

¿Eres feliz con lo que haces hoy? ¿Es la vida que soñaste para ti? ¿O, más bien, sigue el plan que otros trazaron para ti y que no te atreves a cambiar? ¿Valoras cuanto te ha dado la vida y sacas el mayor provecho de tus dones y talentos? ¿Sabes cuál es el propósito de tu vida y lo pones en práctica cada día? ¿Cuándo te dispones a descansar estás tranquilo por lo que hiciste este día?

No quiero que me respondas a mí; te pido que te respondas a ti mismo, con honestidad, sin mentiras. Piensa, por favor, si el plan de tu vida es en verdad de tu vida, si estudias lo que deseas, si el trabajo que realizas está conectado con tu pasión y con tu propósito. Piensa, por favor, si te dedicas tiempo, si te consientes, si te das la oportunidad de vivir una vida feliz y abundante.

Te propongo un reto, uno que ya cumplí durante este período de encierro por cuenta del coronavirus: pasa un día, solo un día, desconectado de esa vida que tenías antes de que llegara la crisis. Pasa un día, solo un día, dedicado a descansar, a leer esos libros que están arrumados, a escuchar la música que te mueve, a cocinar, a reír, a jugar con tus hijos, en fin, a ser feliz.

No permitas que, por andar ocupado, por andar distraído, se te pase la vida. Nadie sabe cuánto tiempo le queda en este mundo, así que cada segundo perdido no solo es doloroso, sino irrecuperable. Vive el hoy, disfruta a tu familia, agradece y aprovecha la bendición de tu familia, valora el tesoro de la amistad. Construye esa vida que tanto deseas y, por favor, ¡gózatela!


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