Fíjate cómo avanza de rápido el mundo, cómo nos cambia de rápido la vida. Hace unos años, cuando finalizaba el siglo XX (no fue hace tanto, ¿verdad?), nos dijeron que entrábamos en una nueva era: la de la información. Respaldada por la aparición de poderosas herramientas, de fantásticos recursos como internet, primero, y luego otros más como las redes sociales.

Nuestra vida cambió radicalmente. Desaparecieron, como por arte de magia, implementos que habían sido parte de nuestra vida desde siempre, como el teléfono de disco que se conectaba a la pared, como los discos de vinilo (y los tocadiscos, aunque ambos resucitaron después), como las grandes grabadoras en las que podías reproducir los casetes que con el tiempo desafinaban.

Apareció el teléfono celular en esa versión que, en Colombia, conocíamos como la panela, por su gran tamaño. Nada que ver con los teléfonos inteligentes de hoy, dotados con poderosas cámaras fotográficas digitales, que nos permiten además hacer transmisiones en vivo o videoconferencias y a través de los cuales podemos comprar en cualquier tienda del mundo o hacer transacciones bancarias.

Si tienes más de 40 años, recordarás cómo antes esperábamos ansiosamente un telegrama o que teníamos que pedir a la operadora una conexión telefónica al exterior. La programación de la televisión, en mi país, comenzaba después de las 5 de la tarde y solo había dos canales públicos con una programación limitada. Era una vida sencilla, con pocas opciones para elegir.

Ahora, en cambio, estamos hiperconectados y, literalmente, cargamos con nuestra vida en el celular. Desde allí, a veces, hablamos con otras personas, pero fundamentalmente navegamos en internet, nos enteramos de las noticias, recibimos notificaciones varias, hacemos compras en cualquier tienda del mundo, vemos videos, escuchamos música, trabajamos y aprendemos.

De todas las opciones que acabo de mencionar, estas dos últimas son las que mayor impacto tuvieron en mi vida. Las demás son importantes, sí, pero trabajar y aprender son las actividades a las que, desde que tomé la decisión de convertirme en un emprendedor, dedico mi vida. Aunque jamás abandoné el ámbito análogo, el físico, me concentro en el mundo digital.

Cuando conocí internet, aquel dinosaurio obsoleto de mediados de los años 90, de inmediato en mi cabeza se activó algo, como si tuviera instalado un chip. Era algo más fuerte que yo, porque no pude sentirme tranquilo hasta que logré el objetivo que me propuse: venir a Estados Unidos para aprenderlo todo sobre esta nueva y poderosa herramienta y aprovecharla para hacer negocios.

Con el paso del tiempo, a medida que las herramientas evolucionaban, que aparecían nuevos e increíbles dispositivos, que desaparecían las fronteras y se derribaban los muros que en el pasado nos impidieron alcanzar nuestros sueños entendí que estaba equivocado. Sí, aunque se antoje contradictorio, así fue: me di cuenta de que si me limitaba a vender me imponía límites.

Aprendí que vender es apenas una de las tantas oportunidades que nos brinda internet, pero que hay otras muy poderosas. Gracias a lo que me enseñaron mis mentores, me di cuenta de que lo más valioso era la posibilidad de transmitir mi conocimiento y mi experiencia, aprovechar mis dones y mis talentos, mi pasión y mi vocación de servicio para ayudar a otras personas.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Gracias a las facilidades que nos brinda internet, hoy puedes recibir o impartir educación virtual.


En 1998 comencé a hacer negocios por internet con la idea de vender. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que el mejor negocio del mundo es servir y que la más impactante forma de servir es educar. Internet es el escenario, pero la diferencia la marca tu conocimiento.


Comprendí que la era de la información se había transformado en la era del conocimiento y de la educación. Entonces, mi negocio también se transformó, mi objetivo cambió: ahora vendo el producto más importante para el ser humano en el siglo XXI: educación. Tal y como lo ha demostrado esta crisis provocada por el coronavirus, la educación es el pilar del éxito hoy.

Y, además, internet es el escenario ideal para poder transmitir a otros, para ayudar y guiar a otros, para facilitar que otros transformen su vida. La educación es el principal valor para combatir la pobreza que agobia a tantos seres humanos, el más impactante vehículo de empoderamiento, la herramienta más poderosa para construir una sociedad más justa, inclusiva y solidaria.

Lo que hemos visto en estos últimos meses es significativamente revelador. Pasamos de la oficina tradicional al home office, o homework, o teletrabajo, o trabajo remoto, como le quieras llamar. Las consultas con el médico, en muchos casos, se convirtieron en virtuales, lo mismo que las clases de los niños en el colegio y de los jóvenes en la universidad. Y, claro, el comercio electrónico se disparó.

Además, ámbitos como el de la justicia, que se resiste a salir del tradicional y caduco sistema de audiencias presenciales, que todavía les pone trabas a las audiencias orales, tuvo que adoptar, de afán y hasta de manera improvisada, el modelo virtual. Ahora se realizan audiencias virtuales y los jueces emiten sus fallos a través de videoconferencias. Una revolución que va más allá de lo digital.

Inclusive, hemos llegado a extremos que se antojan odiosos: muchas empresas, de las grandes y reconocidas, utilizaron los canales virtuales para informales a sus empleados, que habían sido despedidos. Por supuesto, lo malo no es la tecnología, que nos facilita la vida y nos permite seguir con una vida lo más parecida posible a la normal, sino el uso que hacemos de esos recursos.

Pero, volvamos al tema de la educación, que es el motivo de esta nota. Supongo que tú, como prácticamente todos, te viste sometido a un agresivo bombardeo mediático, a través de todos los canales, digitales y análogos, destinado a reinventarte, a estudiar el curso que cambiará tu vida, a montar el negocio que, dicen, te convertirá en millonario a la vuelta de unas cuantas semanas.

Antes de hacer clic en el botón de compra de cualquiera de esas opciones, te sugiero que hagas una investigación para determinar si es, en realidad, lo que quieres, lo que necesitas. ¿Por qué te prevengo? Porque en internet hay mucho avivato, mucho vendehúmo que no cumple la promesa que hace, porque tras ese bombardeo mediático se esconde un peligroso oportunismo.

Lo importante es que aquello que elijas esté conectado con el proyecto de vida que tienes en mente, que encaje en el plan que debería llevarte a donde quieres estar, que te permita alcanzar tus sueños y que no sea exclusivamente una riesgosa ilusión de obtener dinero fácil y rápido. Que cuentes con el respaldo adecuado, con un buen mentor, con una comunidad que te ayude a crecer.

También puede darse el caso que seas tú el que quiera transmitir su conocimiento y experiencia a otros. Si es tu idea, déjame decirte que es la actividad más enriquecedora a la que te puedes dedicar, y lo digo porque me dedico a esto desde hace años. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que el mejor negocio del mundo es servir y que la más impactante forma de servir es educar.

La vida, permanentemente, nos envía mensajes que muchas veces los seres humanos no sabemos descifrar o que, peor aún, omitimos porque no les vemos valor. La crisis provocada por el coronavirus es una excelente oportunidad para que hagas un análisis honesto y descarnado de tu vida, de cómo vives tu vida, de para qué vives tu vida, de cuál es el propósito de tu vida.

Créeme, yo lo hice y los resultados fueron extraordinarios porque me permitieron descubrir que había aspectos que debía corregir, que había oportunidades que valía la pena explorar. Y en esas estoy, aprendiendo más para poder transmitir más, una increíble dinámica de la educación. Aun no soy millonario (quizás nunca lo logre y no es mi objetivo), pero sí soy feliz y estoy realizado.

Cuando comencé a hacer negocios por internet, en 1998, lejos estaba de imaginar que la famosa revolución digital me iba a llevar por este apasionante camino de la educación. Hoy, todo lo que hago está enfocado en servir a otros a través de mi conocimiento. ¿Y dónde queda internet? Ya no es eso que llamábamos la autopista de la información, sino la autopista de la transformación a través de la educación.


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