El 5 de diciembre del lejano 1935, cuando nació, el mundo se reponía de los efectos de la Gran Depresión, la catástrofe que estalló el 29 de octubre de 1929 e hizo trizas la economía del orbe, y sin saberlo caminaba hacia la II Guerra Mundial, que se inició el primero de septiembre de 1939. Entonces, si de algo sabe Margarita Gil Baro es de crisis, confinamientos y de solidaridad.

Con 84 años bien vividos, feliz y orgullosa de haber criado y sacado adelante a sus siete hijos, Margarita no se rinde. Y no solo eso: también se siente útil, sabe que todavía puede aportarle algo a este atribulado planeta. Esa es la razón por la cual, sin proponérselo, esta anciana radicada en Arcos de la Frontera, una localidad de la provincia de Cádiz (España), está en boca de todos.

Así, literalmente, ¡en boca de todos! Ella vive junto con Ina, una de sus hijas, que la acompaña y la cuida especialmente ahora en tiempos de epidemia global, de pánico y de solidaridad. Por su avanzada edad, Margarita está en el grupo de riesgo de contraer la enfermedad que en España ya provocó la muerte de más de 5.000 personas, cifra solo superada por Italia, una terrible tragedia.

Como si su sexto sentido le hubiera informado que algo muy grave iba a ocurrir, entre sus cosas Margarita encontró hace unos días una cartilla de racionamiento. ¿Qué es esto? Una cartilla que les entregaron a las personas durante la posguerra con instrucciones para sobrevivir en condiciones precarias. De hecho, en su ciudad luego del conflicto bélico se dio una hambruna.

Aunque era muy pequeña cuando estalló la Guerra, tenía solo 4 años, Margarita les relató a sus hijos que fueron tiempos muy difíciles a los que solo pudieron sobrevivir gracias a la ayuda mutua. “Cuanto más grandes eran las penalidades, más colaboración había entre los vecinos”, cuando Domingo, otro de los hijos. Y esa fue, precisamente, la vivencia que la motivó a entrar en acción.

Lejos de querer convertirse en un agente pasivo en esta complicada situación, Margarita vive al tanto de lo que ocurre en su país producto de la epidemia de COVID-19. Y las imágenes que observa, las noticias que ve y escucha, le recuerdan aquellos tiempos de zozobra de mediados del siglo pasado. En aquel entonces, por la edad, nada pudo hacer, pero ahora es muy diferente.

Domingo cuenta que su madre se conmovió al escuchar en la televisión el drama del personal médico, que no solo debe hacer malabares para atender a cientos de pacientes en condiciones muy difíciles, sino que a duras penas puede cuidarse. “Yo no puedo estar de brazos cruzados viendo cómo pasa esto, enterándome de que cada vez hay más enfermos y más muertos”, dijo.

Entonces, sacó su vieja máquina de coser marca Sigma y se puso a trabajar. “Me voy a poner a hacer mascarillas”, les anunció a sus hijos. Desde ese día, hace ya una semana, trabaja a doble jornada fabricando mascarillas que dona a médicos, enfermeras y otros trabajadores de la salud, así como a vecinos de su ciudad. Empieza a las 9 de la mañana y termina a las 8 de la noche.

El primer día cosió 50 y es tan acelerado el ritmo de producción, que la tela se acabó y tuvo que pedir más. “Me llamó por teléfono y me pidió que le comprara 20 metros, pero no sé cómo voy a darle gusto porque la tela no está entre los artículos permitidos en el decreto que reglamenta la cuarentena”, afirmó Domingo. Lo que queda claro es que a Margarita nada la va a detener.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Por su trabajo, el personal médico está permanentemente expuesto al contagio del virus.


En medio de la crisis, del pánico y la histeria, la española Margarita Gil Baro, una abuela de 84 años, nos brinda una ejemplar lección de cómo aún en las peores circunstancias siempre es posible hacer algo por otros: ella cose y regala mascarillas para el personal médico en su país.


Margarita aprendió el arte de la costura muy joven, cuanto tenía solo 10 años. No mucho después se casó con Antonio, que atendía en un estanco, un lugar destinado a la venta de tabaco. Lo que él ganaba en su negocio no era suficiente para sostener a una familia amplia en tiempos en los que la economía iba a paso de tortuga y, especialmente, en los que el trabajo de la mujer estaba en casa.

Entonces, la máquina de coser fue una alidada de la economía familiar y contribuyó a levantar a los siete hijos. Era tal su destreza, que ganó fama en la ciudad donde nació (Jerez de la Frontera) y fue contratada por reconocidos diseñadores españoles para que les confeccionara sus prendas. Y El Corte Inglés, el gigante de las grandes superficies por departamentos, le encomendó la ropa para bebé.

Hubo una época, también, en la que pudo darle rienda suelta al teatro, otra de sus pasiones. Fue actriz de una compañía aficionada y, de hecho, fue la primera mujer que encarnó a uno de los reyes magos durante la celebración del Día de Reyes. También fue la primera mujer que presidió la Asociación de Adultos de su localidad, en clara demostración de su vocación de servicio a la comunidad.

La última vez que Margarita había estado en el radar de los medios de comunicación fue hace poco más de 10 años, cuando obtuvo el grado de la secundaria, un logro que aplazó por más de siete décadas. Por haberse casado tan joven, Margarita abandonó las aulas escolares y luego la crianza de los hijos provocó que ese objetivo pasara a segundo plano. Pero, nunca lo olvidó.

Con 73 calendarios encima, más allá del bien y del mal y con la posibilidad de dedicarse a sí misma todo el tiempo del mundo, Margarita se dio el gusto de obtener el grado. Ahora vuelve a figurar en las primeras planas, como protagonista de una noticia positiva que le dio la vuelta al mundo en estos días, en virtud de su generosa iniciativa destinada a socorrer a los más expuestos al virus.

La historia de la abuela Margarita es un claro ejemplo de cómo, en cualquier circunstancia de la vida, tu conocimiento, tus dones y tus talentos, tu pasión y tu vocación de servicio, es todo lo que necesitas para ayudar a otros, para contribuir a que este mundo sea un poquito mejor. “No me puedo quedar de brazos cruzados”, dijo la anciana española, para quien la edad no es impedimento.

Las crisis, como lo he mencionado otros artículos anteriores (te los recomiendo, por si aún no los leíste: ‘Crisis: en tus manos está darle poder o sacar provecho’ y ‘Elijo ser parte de la solución, no del problema’), son la ocasión precisa para que cada uno muestre de qué está hecho. De ellas solo saldrán bien librados los que posean actitud positiva y, en especial, aprendan de la situación.

Más que una heroína anónima, Margarita Gil Baro es un espectacular ejemplo de cómo siempre es posible ayudar al otro, de cómo siempre tenemos un camino para tenderle una mano al que más la necesita, de que no se necesita ser dueño de una gran empresa o un famoso y millonario personaje para servir a otros. Y, amigo mío, no olvides que servir es el mejor negocio del mundo.