En algún momento de la historia, el ser humano pensó que lo más valioso era el carbón. Después, el oro y más adelante, el petróleo. En las últimas décadas, el agua se trepó a la cima del escalafón, pero recientemente fue desplazada de allí. Hoy, en la era de la hiperconexión, de la tecnología y de la comunicación, lo más valioso que hay en el mundo es la información.

O los datos, como prefieras. Por los que las empresas, los gobiernos y, sobre todo, los delincuentes, están dispuestos a pagar con todo el oro del mundo, con todo el petróleo del mundo, con todo el agua del mundo. Recuerda aquella famosa premisa de “Aquel que tiene la información, tiene el poder”, que es atribuida a varios personajes de la historia.

Si bien de manera ingenua creemos que tenemos el control, que tenemos el dominio de nuestra información, la realidad es distinta. Y, según desde donde la veas, puede llegar a ser preocupante. En otras palabras, la paranoia que experimentan muchas personas no solo es real, sino que está justificada. Como en una película de ciencia ficción, “alguien nos mira”.

Sin embargo, no solo eso: está atento a cada paso que damos, a cada like que damos, a cada contenido (comentario o foto) que compartimos, a cada clic, y nos vigila, nos sigue: 24/7/365. En esta era de internet e inteligencia artificial, somos víctimas de los espías. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que tú mismo los promueves, los llevas contigo allí a donde vas…

¿A qué me refiero? Esos espías son tu teléfono inteligente, en primera medida, pero también están tu computador, tu tableta, tu reloj (smartwatch), tu asistente virtual y el mouse de tu computador (o cualquier otro elementos que utilices para dar clic en una web o contenido). Se alían con tus tarjetas de crédito (o algún otro medio de pago) y se adueñan de tus datos.

Sí, ¡se adueñan! Y, aunque en voz alta y públicamente dicen que los utilizan para tu beneficio, la realidad es distinta: todos, sin excepción, lo hacen para su beneficio propio. Además, y esto es importante que lo entiendas, en este perverso juego no hay inocentes. ¿Eso qué quiere decir? Que todos los actores, todos los involucrados, quieren tus datos con fines oscuros.

Que van desde bombardearte con publicidad y contenidos no solicitados a través de tu correo electrónico, las webs que visitas y, sobre todo, de las redes sociales, hasta manipularte. Sí, te hacen creer cosas que no son ciertas, distorsionan los hechos, falsean la realidad, vilipendian a quien les incomoda, ensalzan a los suyos y te convierten en un títere de este macabro juego.

Un juego macabro que, vaya ironía, nosotros aceptamos jugar sin caer en cuenta de las consecuencias o, cuando menos, de las implicaciones. Con frecuencia, veo que hay personas que publican en sus redes sociales, principalmente Facebook y Instagram, manifiestos en los que afirman que no autorizan que las redes sociales hagan uso de sus datos personales.

En la práctica, es como cuando eras niño y hacías rabietas porque tus padres no te daban gusto con tus caprichos. Entonces, para castigarlos, les decías que los odiabas y que ya no eran tus padres. Al rato, por supuesto, se te había olvidado el incidente y, aunque no te agradaran las decisiones que ellos tomaban en algunas situaciones, seguían siendo tus padres y los amabas.

Es decir, esas manifestaciones son inútiles. ¿Por qué? Porque, quizás lo recuerdas, el día que abriste tu cuenta en una red social, cualquiera que sea, tuviste que aceptar los términos de esa plataforma. Y, claro, ni los miraste. Sin embargo, hiciste clic en aceptar. Y cada vez que te llega un correo o una notificación de actualización de los términos, no le prestas la mínima atención.

La verdad, cruda, cruel, es que las redes sociales lo saben TODO, absolutamente TODO, sobre ti. Sobre nosotros. Algunos piensan que es una violación a su privacidad, pero nada que ver. ¿Por qué? Porque nosotros somos los invitados en las plataformas, los visitantes. Cada una de ellas es una propiedad digital ajena y, por ende, sus dueños imponen las condiciones.

Y si tú quieres estar ahí, tienes que aceptarlas y seguirlas. No hay remedio. Y, por si tienes alguna duda, salvo algunas excepciones, lo que hacen es legal. Es lo que se conoce como ingeniería social, el arte de conseguir por las buenas, a través de un chantaje ético, que una persona acepte compartir sus datos contigo. No es una trampa, sino una estrategia.

Que, además, es muy efectiva. ¿Para qué una empresa como Meta o Google quiere tus datos? Como mencioné antes, los datos son el oro, el petróleo y el agua del pasado. A través de poderosas herramientas tecnológicas, como el big data y el machine learning (inteligencia artificial), tus datos son procesados, interpretados y comparados para múltiples usos.


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Conocer el comportamiento de tus clientes potenciales es fácil si usas las redes sociales.


Cuando tú te registras en Facebook, Instagram, YouTube, LinkedIn, Google, WhatsApp, TikTok, X o Threads (o cualquier otra aplicación), debes aportar tus datos. Nombre, correo electrónico, teléfono, ubicación, fecha de nacimiento, aficiones, trabajo, trayectoria laboral, fotos, en fin. Y gentilmente tú los entregas con inocencia, con generosidad. Es un consentimiento consciente.

Esa, sin embargo, no es la única fuente de recaudo de información. Cada vez que publicas una foto, un video, un recurso (pdf, carrusel, audio); cada vez que haces clic en la publicación de un conocido o que dejas un comentario, aportas información valiosa. ¿Acerca de qué? De lo que te gusta, de lo que no te gusta, de tus creencias, de tus sueños, de tus pensamientos…

Una forma inocente, pero muy efectiva, para entregar tus datos es responder una encuesta o jugar en alguna de las aplicaciones externas. No te solicitan ningún dato de manera abierta, pero para jugar debes conectarte, por ejemplo, a través de tu cuenta de Facebook. Y es de allí de donde los que están tras bambalinas de los juegos obtienen tus datos, tu  información.

Ahora, si eres una de esas personas que se dedica todo el día a publicar en redes sociales, no puedes quejarte. Muestras tu casa, tu auto, tus amigos, tu trabajo, tu comida preferida, tu mascota, tu pareja… Haces un live en el que cuentas secretos, compartes abiertamente tu vida privada (que ya es pública, por supuesto) y les entregas en bandeja de plata tu información.

Ahora, la pregunta que quizás te inquieta tiene una resulta sencilla: ¿para qué se recolectan y utilizan tus datos? Principalmente, para gestionar campañas de marketing y publicidad. Lo que se busca es trazar un perfil detallado de ti, de cada uno de los usuarios, para conocer sus gustos y necesidades y adelantarse a satisfacerlas. Quieren saber cuál es tu punto débil.

En el fondo, lo que hay detrás de esta realidad es la segmentación de audiencias. Ya no a partir de datos demográficos, que son generales y con un alto margen de error, sino de información psicográfica. Es decir, de tu comportamiento, de tus hábitos. Esa es la razón por la cual en tu feed ves avisos o publicaciones relacionadas con tus gustos, tus aficiones, tus creencias.

De nuevo: es un juego perverso, como darle un dulce a un diabético. Las redes sociales y las páginas de las marcas establecen qué te gusta, qué te interesa, qué buscas, y luego te lo dan en forma de bombardeo mediático. Nada es casual, nada es gratuito. Todo responde a una estrategia cuyo fin, en el 99 por ciento de las ocasiones, es conseguir que compres.

El objetivo de este artículo, sin embargo, no es alarmarte, no es hacerte matoneo digital o preocuparte. Como dice el refrán, “soldado avisado no muere en guerra”. Si tú decides ser parte de las redes sociales, de cualquiera, debes ser consciente de que aceptas todas sus condiciones, por un lado, y de que no puedes hacer nada para evitar que te espíen.

Esa es la realidad. En todo caso, hay un lado positivo, ¿lo sabías? Uno del que tú también puedes sacar provecho. ¡Y es legal! ¿Sabes a qué me refiero? A que hagas uso de la información que estos canales digitales te ofrecen. En otras palabras, te invito a que espíes a tu competencia, a tus clientes potenciales, y reúnas la información que respalde tus estrategias.

Ten en cuenta lo siguiente: una de las claves del éxito en el marketing del siglo XXI es la hipersegmentación. O, si lo prefieres, la segmentación ultradetallada. Ya no se trata de apuntar a un nicho, sino de brindar soluciones a las necesidades y deseos de un micronicho. Y sin importar qué ofreces, un producto o un servicio, requerirás información de calidad.

¿Acerca de qué? De lo que hace tu competencia, de cómo lo hace, de por qué lo hace, de para quién lo hace. De tus clientes potenciales para establecer sus hábitos, su comportamiento, sus deseos, sus gustos, sus creencias, sus miedos, y a partir de estos datos crear un perfil detallado para darles lo que buscan, lo que anhelan. Si tú no lo haces, seguro tu competencia sí lo hará.

Recuerda: toda la información que está en internet es pública, todo lo que tú compartes en las redes sociales es de dominio público. ¡No hay delito, no tienes porqué sentirte mal! Mal sería que no aprovecharas esta información, por un lado, o que hicieras un mal uso, fraudulento, de ella. Si no es así, entonces, aprovecha esta mina de oro: “el que tiene la información, tiene el poder…”.


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