Hay una faceta de mi pasado, de cuando todavía vivía en Colombia, que muy pocas personas conocieron y que, aunque fue una etapa efímera, me dejó grandes aprendizajes. Fue cuando, a la par de atender mi consultorio particular o dirigir la Unidad de Farmacodependencia de un hospital público, trabajé como sicólogo en la Liga de Bolos de Bogotá, como asesor de los deportistas.
Como cualquiera, a veces me reunía con mis amigos a jugar bolos (o bowling, como lo llaman en otros países, o boliche, en México), pero no era bueno, no poseía el conocimiento o la técnica necesaria. Me vinculé con esa institución porque mi amigo Carlos Eduardo González, periodista y hoy director de marketing de contenidos en MercadeoGlobal.com, era el jefe de prensa.
Mi trabajo consistía en apoyar el trabajo, desde el punto de vista sicológico y de mentalidad, que realizaban los entrenadores en el aspecto deportivo-técnico. Era una experiencia novedosa no solo para mí, sino también para los deportistas y para la institución, que por primera vez ofrecía este tipo de ayuda a los deportistas de las selecciones locales. Fue algo divertido y un gran aprendizaje.
Alguna vez, viajé con un equipo de menores de 15 años a un campeonato nacional a Medellín y, al regresar, el presidente de la liga me pidió que le remitiera mi informe. Quería saber cómo se habían comportado los jugadores y, sobre todo, qué recomendaciones podía hacer de cara al futuro. Recuerdo que, cuando me hizo esta solicitud, entré en pánico y quería que me tragara la tierra.
¿Por qué? Porque eso de escribir informes no era lo mío. De hecho, escribir no era lo mío. Lo único que se me ocurrió fue acudir a mi amigo Carlos para que me ayudara, pero la respuesta que recibí no era la que esperaba. “Usted estudió en el Abraham Lincoln, uno de los mejores colegios de Bogotá, y en la Javeriana, una de las mejores universidades del país: ¿cómo que no sabe escribir?”.
Lo cierto es que me dio unas instrucciones y me dejó solo, frente al computador. “Cuando termine, me llama y lo revisamos”, dijo antes de irse. Allí, en solo en una oficina, no tuve más remedio que seguir sus instrucciones y escribir. Me demoré como una hora y media y escribí ¡12 páginas! Jamás había escrito tanto y no pensaba que pudiera hacerlo. Me sentí orgulloso por este logro inédito.
Por supuesto, el documento requirió una cirugía estética importante para corregir ortografía y, en especial, la puntuación. Cuando se lo presentamos el presidente de la liga lo leyó con atención y, al final, preguntó quién lo había escrito, si Carlos o yo. Cuando le contamos cómo había sido el proceso, sonrió y nos dijo que le había gustado mucho y agradeció los aportes que le consigné.
¿Por qué te cuento esta historia? Ese episodio me enseñó que estoy en capacidad de hacer lo que quiera, inclusive algo para lo cual no estoy preparado, si tengo las personas correctas cerca de mí. Una premisa que, por fortuna, la vida me ha permitido confirmar una y otra vez en mi trayectoria como emprendedor: no estaría donde estoy, no sería quien soy, sin la ayuda de mentores, colegas y clientes.
El miedo a la soledad, a carecer de apoyo cuando se presenten las dificultades, es uno de los temores que más atormentan a un emprendedor. Lo viví en carne propia en mis inicios, porque en esa época no había muchos emprendedores, no había mentores, no había referentes. Entonces, no había más remedio que lanzarse al agua y nadar, aun contra la corriente, para llegar a la orilla.
Cuando tomé la decisión de dejar a un lado mi carrera como sicólogo y saciar la curiosidad que me había despertado aquella naciente tecnología de internet, me tildaron de loco. Acaso mis padres, mi hermana y algún amigo me apoyaron, mientras que el resto, familiares, amigos y conocidos, me decían que iba a fracasar, que me dedicara a algo serio, que no desaprovechara mi talento en eso.
A los seres humanos nos gusta rodearnos de quienes nos aprueban y nos siguen la corriente, pero no necesariamente esas son las personas adecuadas. Elige bien de quién te rodeas, procura que sean personas mejores que tú y verás cómo puedes obtener cualquier cosa que desees.
Esa resistencia me sirvió de estímulo y, por fortuna, lo logré. Pero, no lo hice solo. No hubiera podido lograrlo en solitario. Y recurro, una vez más, a una frase que me gusta mucho: nunca nadie escaló el Everest en solitario. Siempre fue necesario el apoyo de un equipo y la guía de un sherpa para subir esos 8.849 metros y llegar a la cima. Y lo mismo ocurre en la vida y en los negocios.
En momentos en los que cada vez son más las personas que posan su mirada en internet con la ilusión de crear un negocio propio y tener un estilo de vida diferente al convencional, este es un aprendizaje indispensable. Si bien en mi época no existían alternativas y había que avanzar en solitario, hacerlo hoy es una necedad. El mercado cambió, evolucionó y hay mucha ayuda disponible.
Esa es una de las razones por las cuales desde hace 20 años organizo eventos presenciales o virtuales: me apasiona transmitir mi conocimiento, me apasiona ayudar a otros y, sobre todo, me apasiona aprender lo que otros me pueden ofrecer. Cuando organizo un evento lo hago con la idea de ayudar los participantes, pero entiendo que, tras bambalinas, soy el gran beneficiado.
¿Cómo así? Tengo el privilegio de elegir las temáticas y a los conferencistas, a sabiendas de que me voy a nutrir de su conocimiento, de sus experiencias, de los secretos que van a compartir en su charla. Y me interesa ese aprendizaje, me interesa actualizarme y conocer otras estrategias, otros estilos de trabajo, otras visiones. Me interesa y me apasiona, porque soy un eterno aprendiz.
Volvamos donde empezamos: aquel informe que escribí para el presidente de la Liga de Bolos fue solo el comienzo. A lo largo de mi trayectoria he escrito más de 20 libros (ya perdí la cuenta) solo o con otros autores y, gracias a ese primer paso, perdí el miedo y desarrollé la habilidad. Luego la pulí y la cultive. Ese es un libreto que luego repliqué en otras actividades, como hablar en público.
El mensaje que quiero transmitirte en estas líneas es que la persona en la que te convertirás está determinada por quienes te rodean, por la calidad de personas de tu entorno, el familiar y el laboral. Elige bien, porque una buena compañía, la compañía adecuada, puede ayudarte a escalar la montaña más alta del planeta. Elige bien, porque tus resultados dependerán de esto.
Si algo debo agradecerle a la vida (y, de hecho, lo hago) es que me permitió rodearme de personas fantásticas, talentosas y generosas que me compartieron su conocimiento y sus experiencias y me ayudaron a ser mejor. Por eso, no solo cultivé el hábito de elegir bien a quiénes les permito ser parte de mi círculo cercano, sino que además procuro rodearme de personas mejores que yo.
Cada ser humano es una piedra que potencialmente puede convertirse en un diamante invaluable. Que lo consiga o no dependerá de quien esté a su alrededor. No basta con talento, no basta con conocimiento, no basta con trabajo: el éxito se construye a partir de exigirte cada día, de no imponerte límites, de no conformarte con lo que has logrado, de seguir la huella de los exitosos.
Por mi cabeza jamás pasó la idea de ser sicólogo de un grupo de deportistas y tampoco imaginé que podía ser un escritor prolífico. Sin embargo, lo que aprendí en esa fugaz etapa de mi vida me enseñó que, cuando estás rodeado de las personas adecuadas, no existen los límites. Elige bien tu entorno y verás cómo no habrá una dificultad que pueda detener tu avance hacia la cima.
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Muchas gracias, Álvaro. Excelentes apreciaciones.
Por cierto, muy buena la resolución de tus videos
¿Cuál cámara usas?
Gracias.
Juan Carlos Rivera
Observo que este libro es algo novedoso que nos puede dar mejores oportunidades de triunfaren la vida, gracias por compartirlo