A todos, absolutamente a todos, nos pasó alguna vez. Tenemos una sensación de hambre insaciable, como si no hubiera qué nos conformara, y cuando nos sentamos a la mesa queremos devorarlo todo, de un solo bocado. Y comemos con mucha ansiedad, como si nunca más lo fuéramos a hacer de nuevo. ¿El resultado? Un terrible malestar provocado por la indigestión.
O también es común este otro escenario: durante mucho tiempo esperaste para recibir ese regalo que te quitaba el sueño, una consola para juegos virtuales que no podías comprar por tu cuenta, pues no te alcanzaba el dinero. Sin embargo, el día de tu cumpleaños tu familia te sorprende y te la da. Y pasas tantas horas pegado al televisor, tantos días seguidos, que en algún momento te hastías.
Podría seguir brindándote ejemplo de situaciones como estas, pero estoy seguro de que ya entiendes para dónde voy. A veces, los seres humanos nos obsesionamos con algo, pero cuando lo tenemos no lo disfrutamos. O sí, lo disfrutamos, pero luego también padecemos el otro extremo, el que nos obliga a decir ¡no más! Vamos de un extremo al otro, como si la vida fuera un péndulo.
Y nos sucede en todas las actividades de la vida, como el trabajo, como las relaciones, como los negocios. En este último caso, nadie está exento. Es decir, no es una situación propia de los que carecen de experiencia, porque la verdad es que todos estamos expuestos a ella. De hecho, cada vez que comenzamos un proyecto corremos el riesgo de pisar esos terrenos tan peligrosos.
¿Cómo se manifiesta? En esa obsesión de querer comernos el mundo. Todos, absolutamente todos, la experimentamos al menos una vez. Y está bien, somos humanos y desde pequeños nos enseñaron que solo el mejor vale la pena, que hay que ser el primero, el ganador. Entonces, nos desbocamos, asumimos una multitud de tareas que son imposible de cumplir y… ¡nos indigestamos!
Una de las razones por las cuales esto ocurre es porque la mayoría comienza su emprendimiento con pocos recursos, con lo estrictamente necesario. Entonces, no hay posibilidad de invertir, de contratar a un experto que te dé una mano. También, porque algunos se toman a pecho aquello de la soledad del emprendedor y quieren hacerlo todo solos, somos fueran un superhéroe.
Otra arista del problema es que se trata de personas que no confían en las demás y, por ende, son incapaces de delegar. Prefieres asumir toda la carga, generar un estrés innecesario y someterse a una rutina agobiante antes que aceptar que precisan ayuda. Y, así mismo, se da porque creen que tienen en sus manos el mejor producto del mundo y no quieren correr el riesgo de que se los roben.
El caso es que su trabajo se convierte en una tortura porque no lo disfrutan, porque la presión está al 200 por ciento todo el tiempo, porque se nubla su mente y, especialmente, porque no obtienen los resultados que esperan. Entonces, temerosos del qué dirán, de que las tilden de fracasadas, estas personas resisten, se niegan a cambiar hasta que no hay más remedio: tiran la toalla.
Al final, reciben lo único que no deseaban: sentirse derrotadas, superadas por una situación que se les salió de las manos (y no entienden cómo pudo suceder) y desilusionadas (“no sirvo para esto”, se dicen una y otra vez). Y solo ven dos opciones: volver a esa vida de antes de la que intentaban escapar o lo vuelven a intentar, una y otra vez, pero reinciden y el resultado es el mismo. ¡Auch!
Recuerdo que hace algunos años, durante una consulta de control, el médico me hizo énfasis en que tenía que cambiar no solo mis hábitos de alimentación, sino también la forma en que comía. “¿Cuál es la diferencia?”, pregunté intrigado. “Los hábitos tienen que ver con lo que consumes, con el descanso, con el ejercicio; la forma es qué tan bien masticas, cuánto masticas”, me dijo.
Sin saberlo, me dio la fórmula del éxito en los negocios; sin esperarlo, recibí una poderosa lección que me enseñó que eso que llamamos fracaso no es más que una forma de indigestión que se da cuando queremos comernos al mundo en un bocado. Entendí que se trata de un proceso, que hay que respetar el paso a paso, que hay que masticar lentamente las estrategias para que funcionen.
Algunas personas están convencidas de que tienen la ‘solución perfecta’ o el ‘producto ideal’ y se lanzan hambrientos, con ganas de comerse el mercado. A la postre, sin embargo, lo único que consiguen es indigestarse. ¿Por qué? Porque omiten el paso a paso que los llevará al éxito.
Estas son cinco etapas de ese proceso. Saboréalas lentamente:
1.- El autoconocimiento. La mayoría de los fracasos obedece a que las personas querían ser ricas y, entonces, se dejaron llevar por las tendencias del mercado, por las creencias, por las versiones de los vendehúmo que pululan en internet y fuera de él. Creyeron tener el producto perfecto, pero la verdad era que ni siquiera sabían si era algo que el mercado requería o, tristemente, más de lo mismo.
Necesitas conocerte bien para saber en qué eres bueno y, sobre todo, que te gusta, qué te apasiona tanto que lo harías todos y cada uno del resto de tus días, inclusive si no recibieras un centavo por ello. Si no te apasiona, si no está conectado con tus principios y valores, si no lo disfrutas, ¡no será un buen negocio! El primer paso, entonces, es descubrir tu poder interior.
2.- El conocimiento. Una vez solucionado el dilema interno, es turno del externo. Quizás tienes amplio conocimiento y experiencia en un tema específico y ese es un buen comienzo. Sin embargo, no es suficiente. Aunque no requieres convertirte un experto en marketing o en tecnología, sí tienes que conocer lo básico para tomar las decisiones adecuadas en tu negocio.
Identifica cuáles son tus fortalezas, para potenciarlas, y cuáles, las debilidades, para subsanarlas. Puedes tomar algún curso o puedes apalancarte en expertos en aquellas materias en las que eres débil. El mercado está lleno de buenos profesionales y conformar un buen equipo es una de las asignaturas que debes aprobar. Asume 2-3 tareas, las claves, y delega todas las demás.
3.- El problema. ¿Eso que eres y aquello que sabes soluciona algún problema? ¿Sirve para ayudar a otros? ¿Es lo que otros necesitan? Estas son preguntas que casi nadie se hace, pero que cualquier emprendedor debería formularse. Y responder sin dudas, claro está. Si no sabes qué problema aqueja al mercado, cuál es el dolor de esas personas, ¿para qué te sirve lo que tienes y eres?
Ahora, ten en cuenta un sabio consejo: no trates de salvar al mundo, de ser un superhéroe. Estos solo existen en las historietas, en las series de ficción. Identifica algo real, cercano, algo que en verdad tú puedas solucionar con tu conocimiento y experiencia. Una vez sepas cuál es ese problema, llega la hora de dar el siguiente paso: diseñar la solución y presentarla al mercado.
4.- La solución. Te pido, por favor, que repares que este es el cuarto paso, ¡el cuarto! Insisto porque te sorprendería la cantidad de veces que se acercan a mí emprendedores y dueños de negocios que, antes de saber qué van a hacer, están convencidos de que tienen la solución ideal o la fórmula perfecta. Y, honestamente, en más de veinte años en el mercado no las conocí.
Si en realidad consigues que funcione la ecuación Conocimiento+Experiencia+Pasión = Solución, es posible que ese negocio tenga futuro. De lo contrario, tarde o temprano fracasará. Es cierto que a todos nos interesa el dinero, pero si te enfocas en él, difícilmente llegará. En cambio, si te enfocas en ayudar a otros, en servir a otros, no solo te llegará dinero, sino recompensas maravillosas.
5.- Validación. Este es otro paso que muchos omiten, especialmente cuando creen tener la solución, o inclusive cuando en verdad la tienen. Antes de lanzarte al mercado y gritar a los cuatro vientos lo que ofreces, es necesario que valides tu idea. Una buena, la mejor idea, no siempre se traduce en un buen negocio, en un negocio rentable, así que no te confíes: ¡valida tu idea!
Este paso te permite ver eventuales errores, anticiparte a ellos y, por consiguiente, corregirlos. También te da la posibilidad de recibir valiosa retroalimentación del mercado, de potenciales clientes, algo que nunca está de más. Y, por último, es una etapa en la que te liberas del estrés, aterrizas tus expectativas y quedas listo para comenzar el verdadero juego. ¡Valida tu idea!
Todos, absolutamente todos, alguna vez sentimos tanto hambre que nos queremos comer el mundo y lo único que conseguimos es indigestarnos. Sigue el sabio consejo de mi médico: mastica bien, mastica despacio y, te lo aseguro, no solo lo disfrutarás más, sino que te alimentarás mejor. Y procura seguir paso a paso las cinco etapas que te compartí. El resultado, créeme, será algo delicioso…
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