Hay días en los que te despiertas y, sin saber por qué, te invade la angustia, te agobia lidiar con la realidad, te sientes preso de la ansiedad. Como si tuvieras un vacío en el alma, como si percibieras que algo va a suceder y tienes el presentimiento de que será negativo. Tus niveles de inseguridad están en alerta roja y no solo reaparecen los incómodos miedos, sin también fantasmas del pasado.
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Soy una persona que hace su mayor esfuerzo por mantenerse al margen del frenesí mediático, de la histeria de las redes sociales, de las urgencias de la cotidianidad. No leo periódicos, solo cuando es algo que realmente me interesa veo noticieros y procuro mantenerme enfocado en mis temas. Sin embargo, soy un ser humano común y corriente y no puede abstraerme de lo que sucede en el mundo.
Como sicólogo y como un emprendedor que ayuda a otros en el proceso de transformación de su vida y de la cristalización de sus sueños, he desarrollado una habilidad, muy por encima del nivel promedio, de compartir las emociones de otros. Siento su dolor, su alegría, su frustración, su emoción; siento las manifestaciones emocionales que, en últimas, determinan sus acciones y decisiones.
Entiendo, así mismo, el infinito poder de la mente, para bien y para mal. La mente, con tal, en esencia, es neutra: está ahí para lo que tú quieras, para que la utilices de la forma que desees. Algunos lo hacemos para lo positivo, para lo constructivo, para multiplicar los beneficios y las bendiciones que hemos recibido de la vida. Algunos más, en cambio, eligieron ser la otra cara de la moneda.
Si sigues con juicio el contenido de valor que comparto a través de diferentes canales digitales, si eres miembro de mi Círculo Interno (mi comunidad privada de emprendedores exitosos) o si eres de quienes participan en mi sala de Clubhouse (se llama MKT+), alguna vez me escuchaste decir que el 80 por ciento del éxito en la vida o los negocios está determinado por tu mentalidad.
Cada vez que la repito, pienso que me quedo corto, pienso que el peso de la mentalidad en los resultados que obtenemos es mayor, en especial en estos tiempos convulsos. Ya no basta con el conocimiento, con la experiencia, con las alianzas estratégicas, con las habilidades desarrolladas o con los dones y talentos que te regaló la naturaleza. El plus, el diferenciador, es la mentalidad.
Sin embargo, y este es el mensaje que te quiero transmitir en estas líneas, esa mentalidad no se limita exclusivamente a la mentalidad de negocios. De la misma manera que hablamos de varios tipos de inteligencia (emocional, musical, lingüística o kinestésico-corporal, entre otras), también hay varios tipos de mentalidad (fija, de crecimiento, reflexiva, práctica o disciplinada, entre otras).
El caso es que la mentalidad es la responsable de como mínimo el 80 por ciento de tus resultados en la vida, en cualquier actividad de la vida. El resto corresponde a tus acciones y decisiones, a la forma en que asumes los fracasos y los éxitos, en la que enfrentas las dificultades, en la que vives tu vida. Y esto último, créeme, es lo más importante y también lo que más personas ignoran.
¿A qué me refiero? A que la vida no es solo trabajo, no es solo producir dinero, como tampoco es solo estar en plan de descanso (viajar, practicar deporte) o de diversión. La clave del éxito y de la felicidad está en el equilibrio, que no necesariamente es 50/50. Este, te lo digo por experiencia propia, es uno de los aprendizajes más difíciles para cualquier persona, pero es indispensable.
El problema de fondo es que desde niños nos enseñan que tenemos que trabajar, producir dinero, adquirir bienes y darnos gustos materiales porque “así vamos a ser felices y exitosos”. Y nos desbocamos a cumplir con ese libreto, que no solo está caduco, sino equivocado, y al final nos damos cuenta de que tanto esfuerzo, tanto tiempo invertido, tanto sacrificio no nos brindó el resultado prometido.
El poder de la mente es infinito, para bien y para mal. En esencia, es neutra: está ahí para lo que tú quieras, para que la utilices de la forma que desees. No la llenes con mensajes tóxicos o negativos que te impiden disfrutar la vida y, más bien, concédete estos 6 permisos. ¡Lo agradecerás!
Las experiencias que he vivido me han enseñado que solo podemos recibir de la vida aquello que tiene disponible para nosotros cuando nos otorgamos el permiso. ¿Entiendes? No puedes ser feliz si no alejas de ti aquello que te produce tristeza y dolor; no puedes ser rico si tu mentalidad es de escasez y careces del conocimiento requerido, o tus acciones no son las adecuadas. ¿Entiendes?
Si bien no soy dueño de la verdad, ni tengo el libreto perfecto o la fórmula mágica, puedo decir con orgullo y satisfacción que he logrado construir la vida que deseaba. Que por fortuna está lejos de ser perfecta, que cada día me brinda la oportunidad de aprender más, de corregir más y, sobre todo, de ofrecerles a mis hijas el bienestar que se merecen y a mis clientes, mi conocimiento.
¿Cómo lo logré? Me concedí estos seis permisos, que ojalá te sirvan:
1.- El permiso de vivir la vida. Una vida que es corta, que en cualquier momento la muerte nos la arrebata y que, como mencioné antes, no consiste únicamente en trabajar y producir dinero. Hay que hacer lo que te gusta, lo que te apasiona y lo que te hace feliz que, además, debe conectarse con tus dones y talentos para así ayudar a otros y provocar un impacto positivo, dejar huella.
2.- El permiso de ser mejor. No te conformes con lo que ya tienes o lo que conseguiste, no te impongas un techo. Aprovecha cada día para aprender más, para compartir más, para cambiar esos hábitos que ya no te aportan algo positivo y adquirir los que te lleven un escalón más arriba. Recuerda que tú eres tu activo más valioso y que cuanto inviertas mejor recompensa recibirás.
3.- El permiso de errar. Llegamos a este mundo con una tarea fundamental: aprender. Y ese, estoy seguro de que ya lo sabes, es un proceso que incorpora las equivocaciones. Nadie, absolutamente nadie, es perfecto y, de hecho, nadie lo fue, nadie lo es y nadie lo será. Además, el aprendizaje más valioso es el que surge de tus equivocaciones. No ames tus errores: ama lo que te enseñan.
4.- El permiso de elegir tu entorno. La vida es una aventura, un apasionante viaje en el que no tienes por qué ir acompañado de quienes no deseas, de quienes no te aportan. Jim Rohn dijo que “Somos el producto del promedio de las cinco personas con quienes más compartimos”, así que cuida bien de quién te rodeas. Recuerda que en un entorno tóxico jamás lograrás lo que quieres.
5.- El permiso de seguir tu pasión y cristalizar tus sueños. Solo tienes una vida, así que, por favor, no la desperdicies. Haz lo que te gusta, lo que te apasiona, lo que te produce felicidad. No tienes por qué seguir el libreto de otros, el camino de otros. Labra el tuyo y preocúpate porque esté conectado con tus dones y talentos, con aquello que haga que cada día en verdad valga la pena.
6.- El permiso de ser feliz. Estrechamente relacionado con los dos anteriores. La felicidad es una construcción propia y, además, una experiencia (no un destino o un punto final). Ser feliz es ser capaz de generar abundancia y prosperidad en tu vida, pero no solo en el aspecto material, en el económico: también, en el espiritual, en tus relaciones con los demás y, claro, contigo mismo.
Nos criamos en el modelo educativo del ‘NO’, de la negación, de restar. ¿Qué tal si cambias ese chip y, más bien, te dedicas a sumar y multiplicar, a sembrar y compartir, a transformar? Date el permiso de vivir una vida maravillosa que sea la inspiración de otros y a través de la cual, además, puedas dejar una huella imborrable, un legado invaluable. Esa, amigo mío, es una vida que vale la pena…
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Alvaro como siempre me dejas maravillado con tan sabias reflexiones que en verdad al seguirlas nos dara un paraiso de felicidad para VIVIR el presente a plenitud…!gracias¡ y mi saludo