A los 23 años, era una joven llena de sueños e ilusiones que se dio cuenta de que allí, en medio de esas cuatro paredes, no estaba su futuro. Se sentía limitada, a pesar de que trabajaba para una conocida multinacional. Entonces, decidió renunciar y abrió sus alas y alzó un vuelo propio, uno que la llevó más lejos de donde lo había imaginado. Y lo mejor es que todavía no conoce su techo.
Contada así, la historia de Pepita Marín podría calificarse como una más de tantas que protagonizan los jóvenes que hoy no solo tienen incorporado el chip del emprendimiento, sino a los que además les cuesta trabajo adaptarse al mundo laboral convencional. Sin embargo, esa es solo la punta del iceberg y, por supuesto, lo valioso es lo que no se percibe a simple vista.
Ella había estudiado Empresariales en la Reims Management School de Francia y en el Icade de Madrid y acreditaba experiencia como analista en Oliver Wyman y como auditora en PwC, a la par de adelantar un máster. En otras palabras, tenía una vida soñada, la vida que muchos jóvenes desearían vivir, con un buen salario y una proyección importante. Pero, un día todo esto cambió.
Una de las curiosidades de este caso de éxito es que se trata de un negocio de venta de lana y kits para tejer, un arte milenario que, a los ojos de muchos, es parte del pasado. Sin embargo, esta es la demostración de lo contrario. Otra es que ni ella, Pepita Marín, ni su socio Alberto Bravo sabían tejer, ni tenían una abuela que tejiera los vestidos de los nietos, ni habían tenido un negocio antes.
Era, literalmente, comenzar de cero. Pepita dice que fue “un golpe de suerte”, pero me parece que, más bien, fue una oportunidad bien aprovechada (y eso es marketing, amigo mío). Resulta que un día, durante un viaje a Nueva York para visitar a una amiga, Alberto y Pepita vieron en el metro a una joven que tejía una lana de color vistoso. De inmediato, se prendió la lamparita.
Se percataron de que durante sus caminatas por la ciudad que nunca duerme habían visto muchas tiendas de lana y también de que en las calles, por doquier, había cientos de personas que vestían prendas confeccionadas con esta fibra natural. Sin embargo, había algo que no encajaba bien: los usuarios, en su gran mayoría, eran personas adultas, un mercado que no se antojaba rentable.
La idea, en todo caso, les daba vueltas en la cabeza y, por eso, al regresar a España se dieron a la tarea de madurarla, de aterrizarla. Como ninguno de los dos sabían tejer, recurrieron al genio de los tutoriales: YouTube. La premisa era “si yo puedo hacerlo, cualquiera puede hacerlo”. Además, en EE. UU. se habían dado cuenta de que una parte vital del negocio eran los kits para tejer.
Ese fue el punto de partida de We Are Knitters, una empresa emergente (star up) que comenzó con una inversión de 10.000 euros (casi 12.000 dólares) y que en la actualidad factura 15 millones (unos 18 millones de dólares al año). Ese comienzo fue bastante artesanal: preparar los kits, ofrecerlos en las redes sociales y luego armar la logística para entregar los pedidos. Algo sencillo.
“Nos presentamos a un concurso organizado por Icade y a los inversionistas les gustó el proyecto: nos dieron 10.000 euros con la condición de que teníamos que poner en marcha el proyecto”, dice Pepita. Fue, entonces, cuando decidieron dejar sus prósperos trabajos en PwC y dedicarse de lleno a este sueño que los entusiasmaba más que nada por la idea de “ser emprendedores”.
La verdad es que 9 años después de haber comenzado la aventura los resultados superaron las expectativas. Aunque, como bien dice Pepita, “el sufrimiento también fue mayor que el esperado. Muchas veces se oculta lo que significa, el sacrificio es inmenso. Pero, echo la vista atrás y no dudo ni un segundo: y lo volvería a hacer. Han sido muchas las alegrías que hemos vivido en este tiempo”.
El primer escollo que tuvieron que enfrentar es que en España el mercado de los productos en lana es bastante reducido. Y son muy pocas, además, las personas que se dedican a este antiguo arte. “Nuestro primer objetivo, entonces, fue renovar la imagen de la gente que teje” y para eso se apalancaron en Instagram, una red social popular entre los jóvenes y con contenido visual.
Alberto Bravo y Pepita Marín, que no sabían tejer, comenzaron un negocio cuando aún trabajaban en PwC como auditores. Hoy son los felices propietarios de We Are Knitters, un emprendimiento que vende productos tejidos en lana y que factura 15 millones de euros anualmente.
Pronto, se dieron cuenta de que había muchas personas que tejían, pero que no tenían cómo dar a conocer sus productos. Entonces, les abrieron un espacio en su web y comenzaron una de las tareas más importante en el marketing: educar a los clientes. Al comienzo, el 99 % del contenido que publicaban en Instagram era de otros, pero ahora ese espacio lo acaparan sus productos.
Otro aspecto bien interesante de We Are Knitters es que solo el 5 por ciento de sus ventas procede de España, donde está la empresa. Si bien ese mercado crece poco a poco, son sus vecinos de Europa y los clientes de Estados Unidos los que sustentan la marca. En Alemania, por ejemplo, se enseña a tejer a los niños en el colegio y en los países nórdicos el 99 % de las mujeres teje.
Sin embargo, no son solo mujeres anónimas las que ocupan horas de su tiempo en tejer, algo que los especialistas consideran una terapia. Actrices reconocidas como Scarlett Johansson Uma Thurman, Catherine Zeta-Jones y Sarah Jessica Parker, o actores como Ryan Gosling y David Arquette han confesado que tejer es su pasatiempo que los relaja durante las grabaciones.
Según Alberto, al menos 50 millones de estadounidenses, hombres y mujeres, sabe tejer y de ellos al menos 35 millones lo hace habitualmente. Francia, Alemania, Italia y los países nórdicos son otros buenos mercados. A ellos, We Are Knitters llega a través de Instragram, principalmente, y de Facebook. Lo mejor es que ya crearon una comunidad que comparte sus creaciones y consejos.
El cliente tipo de la empresa son mujeres entre 25 y 40 años con marcado interés por la moda y que, además, son activas en las redes sociales y tienen interés en explorar algo nuevo. También están las mujeres mayores de 40 años que tejen desde que eran niñas y se sintieron atraídas por los productos de We Are Knitters. “Nos gustaría que en el futuro hubiera más hombres”, dice.
Una de las fortalezas de la marca es que sus propietarios son muy proactivos para interactuar con los clientes en internet, lo que se traduce en conversaciones amenas e instructivas para todos. Por otro lado, está la calidad de sus productos, ciento por ciento de origen natural, un plus en estas épocas en las que los consumidores cada vez exigen mayor compromiso con el medioambiente.
También está la personalización del concepto. ¿Eso qué quiere decir? “Montamos la web en español y en inglés, pero pronto nos dimos cuenta de que había mucho tráfico desde Alemania, desde Francia o desde Italia”. En los últimos meses, se enfocaron en los clientes del norte de Europa, que le brindan un beneficio interesante: el know how de un público culto en la materia.
Los materiales son traídos desde Perú, para garantizar que tanto la lana (de alpaca) como el algodón son ciento por ciento naturales. Las agujas no son de plástico, sino de madera de haya y las bolsas en las que se entregan los kits, reciclables y reutilizables. Este propósito ecoamigable, por supuesto, les ha permitido ganarse el corazón de las generaciones jóvenes, especialmente.
Alberto Bravo y Pepita Marín eran compañeros en PwC y, aunque no sabían tejer y tampoco conocían algo del negocio, vieron una oportunidad y se dejaron llevar por su espíritu emprendedor, le hicieron caso al corazón. Hoy, aunque siguen al frente de tareas como la gestión de las redes sociales, cuentan con un equipo de 30 personas que les ha permitido crecer con solidez.
Este 2020, que marcó el fin para muchas empresas, ha sido especialmente positivo para ellos. En marzo, cuando el mundo comenzaba a vivir los rigores de la pandemia, vendieron 100.000 euros (casi 200.000 dólares) en un día. Y luego lo repitieron en septiembre. En el encierro, tejer se convirtió en la mejor terapia para muchas personas o, como Pepita dice, “en el yoga del siglo XXI”.
Y hay más: para 2021 está proyectada la apertura de la primera tienda física, en Madrid, lo mismo que una pop up (tienda provisional, de temporada) en Nueva York. “Y estamos dedicados a lograr que más hombres aprendan a tejer”, asegura Pepita, ilusionada. En la era de la tecnología avanzada, un negocio sustentado en un ovillo de lana es ejemplo de un negocio exitoso. ¡Woowww!
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Me llamo Maritxu
Me acabo de lanzar a vender las prendas que diseño y tejo yo misma, por Internet, me encanta escuchar que este mundo cada día es más grande.
Un saludo!
Las empresas pueden empezar con la rutina de hacer algo. Hace 6 años empecé a ir a una escuela esotérica y el maestro vendía pays para mantenerse.
Yo le comencé a ayudar. Con el pasar de los días le ayudé a venderlos en la calle, luego me dijo que los hiciera yo mismo y los fuera a vender.
Después me dijo que ya podía hacer mis propios pays y salir a venderlos.
Con ello me empecé a ganar la vida.