“Mi nombre es Jean-Claude van Damme. Solía ser superfamoso. Yo no tengo la culpa de haber soñado con ser una estrella. Cuando estás en la cima, solo quieres más. Mi sueño se hizo realidad y me di cuenta de que no significaba nada. Hoy todavía me pregunto qué he hecho en este planeta. Nada. No he hecho nada”. The End. Fin de la película, baja el telón y se prenden las luces.

Si tienes al menos 45 años, esta historia te transportará de regreso a tu adolescencia y removerá algunos recuerdos que, seguramente, son gratos. En las décadas de los 80 y 90, la vida era muy distinta a la actual. No había internet, no había televisión por suscripción (no, al menos, en Colombia), no había teléfonos celulares y el cine o la tv eran las principales fuentes de distracción.

Y cuando eres joven los géneros de acción son los que más van con tu espíritu aventurero, sobre todo si eres hombre. Por aquella época, estaban de moda actores como Chuck Norris, Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger, íconos de los héroes cuya arma más letal eran su cuerpo, su fuerza, su destreza en la artes marciales y sus películas fueron grandes éxitos de taquilla.

Lone Wolf McQuade (Lobo solitario McQuade, 1983), Missing in action (Perdido en acción, 1984), Invasion U.S.A (Invasión USA, 1985) y Fuerza Delta (1986) habían convertido a Norris en una de las figuras más populares de la pantalla grande, un héroe de grandes y chicos. Compartió la idolatría con Stallone, que edificó a la par dos de las sagas más exitosas de aquellos años: Rocky y Rambo.

De la primera se realizaron cinco versiones, entre 1976 y 1990, y de la segunda, de 1982 a 1989. Un héroe rudo, con claras facetas humanas. Y Schwarzenegger, de origen austriaco, se ganó a los cinéfilos con papeles en Conan el Bárbaro (1982), Terminator (1984) y Deprepador (1987), entre otras, antes de incursionar en el género de la comedia (Twins, Kindergarten Cop y Junior).

Mientras estos tres míticos actores gozaban de la fama y del aprecio del público, en silencio Jean-Claude Camille François van Varenberg (Jean-Claude van Damme) aterrizaba en Estados Unidos y comenzaba a escribir su historia. Nació en Berchem-Sainte-Agathe, en los alrededores de Bruselas, la capital de Bélgica, el 18 de octubre de 1960, hijo de Eugene (contador público) y Eliana (florista).

Desde que tenía 10años aprendió artes marciales, impulsado por su padre, y poco después alcanzó su primer cinturón negro, el máximo grado posible en esa disciplina deportiva. A los 19, después de abandonar los estudios, abrió un gimnasio que llamó California Gym. Ya tenía definido que quería ser un actor lejos del “clima gris, melancólico y deprimente” de la lluviosa Bruselas.

Tres años más tarde, vendió su negocio, se separó de su primera esposa y con poco dinero en su bolsillo emigró a Los Ángeles. Por supuesto, tuvo que pagar el derecho a piso como extranjero que ni siquiera dominaba el inglés. Fue repartidor de pizzas, conductor de limusinas, limpiador de alfombras e instrucor de aeróbicos, entre otros oficios, mientras tocaba las puertas de Hollywood.

Se la pasaba en las cercanías de los famosos estudios de cine y televisión con la ilusión de contactar a alguno de los ejecutivos de la industria. Otras veces, se posaba en las afueras de sus residencias, pero nunca tuvo suerte de cruzarse con alguna de las estrellas. Obtuvo algunos papeles insignificantes que no trascendieron, entre otras razones porque se sobreactuaba con las artes marciales.

Un día, sin embargo, se cruzó en su camino Menahem Golam, el productor que había convertido a Norris en una estrella. Logró que le diera una cita para el día siguinte y se ofreció a trabajar gratis. “Puedes ganar mucho dinero conmigo, puedes convertirme en una estrella. Soy el joven Chuck Norris, quizá el nuevo Stallone”, le dijo. Y le hizo una demostración de su destreza.

Obtuvo un papel en Contacto sangriento (1988), una película que se rodó en Hong Kong y por el que le pagaron 20.000 dólares. Fue un verdadero éxito de taquilla, con 65 millones de dólares de recaudación. Eran tiempos, ya lo mencioné, en los que el cine de acción era el rey de la pantalla grande y en la que estos héroes invencibles se ganaban la idolatría a punta de puños y patadas.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Los años no pasan en vano y a los 60 Jean-Claude van Damme intenta reinventarse.


Si tienes al menos 45 años, seguro que en las décadas de los 80 y 90 te deleitaste con las películas de acción. Y, probablemente, el belga Jean-Claude van Damme fue uno de tus ídolos. Su historia de éxito y fracaso no brinda poderosas lecciones de vida que a todos nos sirven.


En ese ambiente, van Damme logró hacerse un lugar de privilegio con un estilo algo diferente al que marcaron Norris, Stallone y Schwarzenegger. Gracias a que practicó ballet durante cinco años, era menos tosco que los otros y, además, lograba atraer la atención del público femenino a películas de corte masculino. De hecho, se erigió como un mito erótico para el público homosexual.

Tocó el cielo con las manos y uno tras otro llegaron los éxitos, la fortuna y, cómo no, los desmanes y los excesos. Fue, entonces, cuando los conflictos de su vida personal comenzaron a afectar su ascenso en los estudios cinematográficos. En 1984 se separó de su tercera esposa, la modelo y culturista Gladys Portugues, también madre de dos de sus hijos, para irse con Darcy Lapier.

Se habían conocido en una grabación en Hong Kong y ella pronto descubrió su lado débil: lo llevó a la cama y se lo arrebató a Portugues. Sin embargo, pronto recibió una dosis de su propia medicina: mientras estaba embarazada, van Damme tuvo un tórrido romance con la cantante Kyle Minogue en la grabación de Street Fighter (Peleador callejero), en Tailandia, por la que recibió US$ 6 millones.

Fue el punto más alto de su carrera y, también, el comienzo de su vertiginoso descenso. En varias ocasiones alteró el curso de las grabaciones porque no quería salir del gimnasio (se declaró un adicto al ejercicio) o se la pasaba de parranda en Bangkok. Con el fin de calmarlo, Columbia le ofreció 30 millones de dólares por tres películas, pero el exigió 50. Fue una costosa equivocación.

“Quería igualar a Jim Carrey, por aquel entonces el actor mejor pagado del mundo. Rodaba una película tras otra, sin parar de promocionarlas. Estaba cansado. Todo lo que hacía daba beneficios y llenaba los bolsillos de los productores, así que quise jugar con el sistema. Menudo idiota. Me pusieron en una lista negra y mi carrera se terminó”, reconoció tiempo después en una entrevista.

Para colmo, su vida personal de derrumbaba a pedazos. Según confesó años más tarde, se gastaba 10.000 dólares diarios en cocaína y el único ejercicio que practicaba era el sexo. Mientras, su esposa, dilapidaba fortunas en tratamientos cosméticos y llamadas telefónicas, lujos innecesarios y sirvientes. Hasta que un día ella lo denunció por agresión y el caso llegó a los tribunales.

Allí, van Damme tuvo que negociar (si así se le puede llamar) una indemnización millonaria: una pensión de 100.000 dólares mensuales. Tocó fondo y, entonces, desanduvo sus paso: regresó con Portugues y reconoció sus errores. El actor regresó con Gladys Portugues, con quien aún sigue. “Perdí mi fama por culpa de mi propia estupidez”, aseguró. Ese, sin embargo, no era el final de la historia.

El problema fue que mientras él destruía su carrera y su vida personal el mundo del cine cambió y los héroes de acción y fuerza bruta se habían convertido en una reliquia de colección, en el gusto exclusivo de unos pocos. Tuvo algunos papeles insignificantes y poco a poco el público que alguna vez lo adoró lo relegó a un segundo plano, lo olvidó. Como al comienzo, volvió a ser un don nadie.

Hasta que, en 2016 Amazon Prime Video y lo reencauchó con JCVJ (Jean-Claude van Johnson), una parodia de sí mismo, una burla del éxito que alguna vez supo saborear. En esa serie se interpreta como un artista aburrido, infeliz y jubilado que pasa sus días agobiado por la nostalgia y añorando sus momentos de gloria. La vida le dio una segunda oportunidad y él intenta aprovecharla a los 60 años.

De esta historia rescato las siguientes lecciones, que quizás te sirvan de modelo:

1.- Nada es para siempre en la vida. Eso que llamamos éxito, eso que llamamos fracaso no son nada más que algo pasajero, etapas que encierran poderosas lecciones que a veces no valoramos

2.- Siempre es posible alcanzar los sueños si trabajas para ello. Sin embargo, cuídate de no ser el mismo que los destruye. Si llegaste a la cima, busca nuevos retos, escala cimas más altas

3.- Tu vida personal y tu trabajo, hagas lo que hagas, son una unidad indisoluble: si uno falla, el otro se afecta. Por eso, cuida bien de quién te rodeas, cuida tus hábitos, no caigas en excesos

4.- Muchas personas, incluidas aquellas que considerabas amigos cercanos, se alejarán de ti en el momento en que caigas en desgracia o fracases. Es duro, pero es una ley inexorable de la vida

5.- Aunque hayas caído muy bajo, entiende que ese no es el final del camino, no debe serlo. Levántate y vuelve a caminar, aprovecha tus dones y talentos y procura no repetir los errores

Hoy, Jean-Claude van Damme, lejos de ser la estrella mediática de los años 80 y 90, se ríe de sí mismo, de su éxito y también de su fracaso. Por supuesto, ya no es el jovencito de escultural cuerpo y es consciente de que los héroes de las artes marciales pasaron de moda. Lo increíble de la historia es que este actor belga, un ídolo caído en desgracia, sobrevivió a su propio éxito.


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Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

La escultura que le hicieron en Bruselas y la serie que hará en Netflix.


Cuando llegó a la cima de su carrera cinematográfica, el ego, la ambición y las decisiones equivocadas la destruyeron. Cayó muy bajo y desapareció no solo de las pantallas, sino también de la memoria de los cinéfilos. Hoy, trata de reinventarse en una serie de Amazon Prime Video.