Soñar no cuesta nada, dicen. Además, es un ejercicio necesario para el cerebro: necesitamos activar la imaginación, una poderosa herramienta que nos permite crear soluciones a los problemas que se nos presenta, principalmente. También, encontrar la manera de satisfacer las necesidades y, por qué no, escapar de la realidad cuando esta resulta agobiante.

La imaginación, así mismo, nos da la posibilidad de lidiar con los recuerdos, en especial cuando estos no son agradables, cuando incorporan dolor o una experiencia negativa. Y, por supuesto, es el combustible de la creatividad, una fuerza intangible, e inagotable, que nos sirve en la tarea de aprovechar los dones, habilidades y talentos que nos fueron otorgados.

Soñar no cuesta nada, dicen, pero a veces resulta muy costoso. Se oye como una contracción, aunque no es así. ¿Por qué? Porque cuando permitimos que la imaginación se desborde, tome el control de nuestra mente, nos desconectamos de la realidad. Imaginamos algo que no es real o algo que nunca va a suceder y nos enredamos en un peligroso espiral sin fin.

Es un mecanismo de defensa del ser humano cuando carece de la capacidad para enfrentar los sucesos que la vida pone en su camino. O cuando sus miedos son más fuertes. Creamos una realidad paralela, que no existe, pero que nos permite escapar del agobio, que nos brinda un respiro. El problema es que a veces, muchas veces, se convierte en una zona de confort.

En el fondo, lo negativo es que esa desconexión de la realidad nos impide vivir el presente. Que, entre otras cosas, significa “Obsequio, regalo”. Sí, el presente es un regalo que nos da la vida cada día, una oportunidad. Algo invaluable, porque ya sabes que no se repite, no vuelve, no hay posibilidad de dar un paso atrás y vivir de nuevo un día que ya pasó. No es posible.

Como el futuro, que según el diccionario es “Que está por venir y ha de suceder con el tiempo” o “Que todavía no es, pero va a ser”. Es decir, aunque hagamos nuestro mayor esfuerzo, aunque usemos todo el poder de la imaginación, el futuro está lejos de nuestro alcance. Así será hasta que ese mañana, que nos inquieta y produce ansiedad, sea un hoy, el presente.

Es, créeme porque lo he experimentado una y mil veces, una situación incómoda a la que nos enfrentamos los emprendedores. No importa si eres de los que apenas comienzas la aventura de vivir de tus talentos y crear un negocio propio o alguien como yo, que acredito casi 25 años en el mercado. Todos, absolutamente todos, estamos expuestos a tropezar con esa piedra.

¿Por qué te invito a realizar esta reflexión? Porque, seguramente lo sabes, soy un convencido de que el 90 por ciento de lo que somos en la vida, de los resultados que obtenemos en lo que hacemos, cualquiera que sea esa actividad, es producto de la mentalidad. Que, no sobra recalcarlo, nada tiene que ver con aquello de soñar despiertos, con imaginar la realidad.

La mentalidad es el combustible de la acción, ¿lo sabías? Actuamos de conformidad con lo que pensamos, en lo que creemos. Y, algo muy importante, de acuerdo con lo que sentimos, es decir, en función de las emociones que experimentamos. Que, quizás lo sabes, son grandes aliadas de los sueños: se acolitan, se complementa, son cómplices, y pueden ser malvadas.

Los sueños son importantes porque representan aquello que anhelamos, nos inspiran y nos dan fuerza para seguir adelante. Una persona sin sueños es como un barco que navega sin brújula: rápidamente pierde el rumbo, y también, la motivación. Además, no tiene la capacidad de disfrutar el proceso, el paso a paso, los logros intermedios, los avances.

Los sueños, por decirlo de alguna manera, son la chispa que prende la mentalidad. Y la mentalidad, ya lo mencioné, es el combustible de la acción. Y la acción es el determinante de tus resultados, de tu presente. ¿Entiendes cómo funciona? No sabemos cuánto tiempo nos queda, pero podemos asumir que hay mucho camino por andar. Se vale soñar, ¿cierto?


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Soñar no cuesta nada. Lo que sí cuesta, y a veces mucho, es quedarte esperando todo de la vida.


Soñar no cuesta nada, dicen. Lo que sí cuesta es quedarse en sueños o, peor, a la espera de que la vida te dé lo que deseas. Libérate del pasado, que ya fue, y no te obsesiones con el futuro, que no llegó: enfócate en el presente y, sobre todo, aprende y trabaja cada día.


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Lo importante es saber que tu hoy, tu presente, no es el punto final, no es tu techo. Es, simplemente, una referencia. Y también un resultado: de tu mentalidad, de las acciones ejecutadas y de las decisiones tomadas hasta ese momento. Que, aunque algunas de ellas hayan sido equivocadas, significan un valioso aprendizaje que te ayudará a continuar.

El pasado te dejó experiencias y aprendizajes y el futuro con el que sueñas quizás sea una motivación. Sin embargo, todo lo que posees, lo que eres, está en el presente. De él depende lo que tengas mañana, en un mes, el próximo año, en 5 o 10 años. Depende de lo que hoy hagas con tu vida, de lo que aprendas, de las habilidades que desarrolles, de tus acciones.

Es algo en lo que soy reiterativo porque entiendo que es uno de los principales obstáculos a los que nos enfrentamos los emprendedores. Que nos aferramos al pasado, que ya fue, o nos obsesionamos con el futuro, que todavía no llegó. Y nos olvidamos del presente, lo más valioso que poseemos. Y nuestra tarea fundamental es aprovecharlo al máximo, sin excusas.

¿Las dificultades? Son parte del presente, un condimento de la vida, una prueba que te invita a superar tu listón. Lo que te define como persona, como emprendedor, no es el cúmulo de los errores que hayas cometido, sino la cantidad de veces que tras caer te levantaste más fuerte. Esta capacidad surge de la mentalidad, el factor que determinar el 90 % de tus resultados.

“Sabemos lo que somos, pero aún no sabemos lo que podemos llegar a ser”, es una frase que se le atribuye al escritor inglés William Shakespeare. ¿Cómo la podemos interpretar? Que se vale soñar, por supuesto, siempre y cuando trasciendas ese sueño y lo conviertas en realidad con tus acciones, con tus decisiones, con una mentalidad capaz de superar las dificultades.

No se trata de ser perfectos, porque nadie lo es (y nadie lo será), sino de no limitarse, de no rendirse, de no dejarse vencer por esos tropiezos que son circunstanciales. Ahora, por otro lado, está el desafío que te ofrece la vida cada día, en el presente: ¿qué clase de vida quieres construir? ¿Qué tan grande es tu capacidad para transformar tus sueños en realidades?

Como emprendedor, y también como ser humano, he soñado mucho. A veces, demasiado. Y no siempre he podido aterrizar esos sueños en proyectos, en logros. No importa, más allá de que en ocasiones significaron frustraciones dolorosas, que no todos se hayan cumplido. Lo que realmente valoro es que no me detengo, no me quedo llorando sobre la leche derramada.

Continúo, avanzo, aprendo más, desarrollo más habilidades, escucho a mis clientes y al mercado y pruebo más y nuevas estrategias para prestar un mejor servicio a quienes confían en mí. Procuro ser de más ayuda, rodearme de mejores personas que potencien mis fortalezas y suplan mis debilidades. Intento aprovechar cada día para seguir en la construcción de mi mejor versión.

El ser humano, por esencia, es soñador. No podemos evitar soñar, y además no cuesta nada. Lo que cuenta, aunque a veces cuesta mucho, es lo que hacemos cada día por cristalizar esos sueños, por hacerlos realidad. El futuro es impredecible, pero eso no quiere decir que debes sentarte a esperar que llegue, a ver qué te depara. El futuro es lo que tú puedes construir.

Soñar no cuesta nada, dicen. Un día soñé que podía utilizar esta maravillosa tecnología que es internet, con sus poderosas herramientas y recursos, para ayudar a otros, para compartir mi conocimiento y experiencias, el aprendizaje surgido de mis errores. Ese sueño se hizo realidad, ese sueño es mi vida, es lo que hago, lo que amo, es mi presente y, también, será mi futuro…