Para ayudar a otros a ser mejores seres humanos y cumplir sus sueños no basta con buena voluntad. O haber hecho algunos cursos o venderse como el gurú de la solución perfecta. Para ayudar a otros a ser mejores seres humanos y cumplir su sueño se necesita haber superado mil y una dificultades, se requiere haberse reinventado.
En pocas palabras, se debe tener la autoridad moral que solo dan el dolor y el sufrimiento. Para ayudar a otros a ser mejores seres humanos y cumplir sus sueños se necesita la total integración de tus talentos y dones con tu propósito de vida. Se requiere, especialmente, que entiendas que tu proyecto de vida es el negocio más grande del mundo.
Eso fue, literalmente, lo que hizo María Carolina Albán. “Ya no hay división entre mi vida de negocios y lo que soy las 24 horas del día”, dice con orgullo y convicción. Comencemos por el final: es una mujer de 40 años que, según sus palabras, tiene “el privilegio de ser madre de cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres, y abuela de una preciosa nieta”.
Además, esposa, hija, hermana, amiga, emprendedora y maestra del camino de muchos proyectos de vida. Y, por si esto fuera poco, “cantante y compositora de música con el propósito de ser medicina para el alma”. No es casualidad aquello de la música: nació en Cali, la tierra de la salsa y donde la vida es una feria permanente.
La Cali del cholao y del pandebono, la del champús y la chuleta de cerdo apanada, la de las mujeres bellas y el Mirá, ve. Gracias a la magia de internet, sin embargo, es una latina que recorre el mundo, que está justo allí donde hay alguien que la necesita, personas que, como ella alguna vez, están en busca de una mano amiga.
Se crio en casa de los abuelos, junto con tres tías, un tío y mamá. Aunque la vida la alejó físicamente de su padre biológico, siempre experimentó una fuerte conexión espiritual inspirada… ¡en la música! “Él siempre quiso tener un hijo músico y pensé que, si ese era yo, iba a tener la oportunidad de compartir con él”.
El destino, sin embargo, le regaló otro papá, uno que la cuidó como si fuera sangre de su sangre y fue su maestro de vida. El colegio Santa Mariana de Jesús, donde estudió 11 años, fue el lugar en el que desarrolló sus facultades artísticas. Fue a escondidas de sus padres, que no aprobaban esa inclinación al considerarla propia de hippies y bohemia.
A los 12 años, sin embargo, otro guiño del destino: su padre le pagó los estudios en el Instituto Técnico Musicales Valdiri, con el maestro Alfonso Valdiri y su hijo Luis Alfonso. Ellos comenzaron a pulir ese diamante en bruto que era María Carolina e incentivaron un don que se desarrolló viendo El Show de Jimmy y El Show de las Estrellas, dos populares programas de televisión.
María Carolina Albán les recomienda a los aprendices de emprendedores
que “tengan buenos mentores y guías para acortar la curva de aprendizaje
y puedan evitar un error que siempre sale costoso: perder el tiempo”.
Una pasión que se enriqueció por la influencia de Rocío Dúrcal, primero, y de la mexicana Yuri, después, pero que finalmente se decantó por la cubana Gloria Estefan, cuya alma musical también es salsera. Lo más difícil, sin embargo, estaba por venir: superar el miedo de enfrentar a sus padres y anunciarles que estudiaría Licenciatura en Música.
La oposición fue rotunda, pero el apoyo de abuelos, amigos y maestros la motivó a seguir. Entonces, tuvo que trabajar como maestra de expresión corporal y canto, como profesora en jardines infantiles. Y siguió, y avanzó, y ganó más concursos, y compuso más canciones. Esas condiciones adversas, sin que ella lo supiera, la prepararon para la vida emprendedora.
“No tuve una adolescencia normal. Siempre estuve aislada del mundo social y permanecía mucho tiempo sola, acompañada de la música”. Gracias a esas vivencias, hoy entiende y asume que el emprendedor es un solitario que paga un alto precio, que renuncia a mucho de lo bueno de la vida, para cumplir sus sueños.
Pero, faltaba una prueba, una muy dolorosa: a los 17 años se embarazó y sus padres la sacaron de la casa “por la deshonra a la familia”. Se fue a vivir con el papá de la criatura y la relación fue un fracaso. Entonces, a aprender el arte de ser madre soltera y a enfrentar el reto de sostener a su hija. “Fue la época más feliz y productiva de mi vida”, recuerda con nostalgia y satisfacción.
“Me di cuenta de lo que era capaz de hacer”, agrega. Y no lo habría conseguido sin la ayuda incondicional de Víctor Hugo Grajales (Grupo Sortilegio), Francia Elena y Norbey (Grupo D’Caché), Carlos Piñeres (Grupo Kaoba), el maestro Volney Naranjo (Sayco Acinpro), el doctor Hugo Mora, su amiga Paula Zuleta y el actor, director y maestro Ronald Ayazo.
“Ellos creyeron en mi talento, me dieron trabajo cuando otros me voltearon la espalda. Por eso, nunca tiré la toalla”. La música, su compañera inseparable y el combustible que la impulsaba a seguir, fue también el pasaporte a la felicidad. “Viajé a donde no imaginaba. Indonesia, Emiratos Árabes, Argentina, Puerto Rico, Inglaterra y Venezuela fueron algunos de los lugares que visité”.
Muchos sueños por cumplir…
Ganó dinero y, lo mejor, se enriqueció en el proceso de formación personal y espiritual incursionando en la musicoterapia y los talleres de motivación y crecimiento. Fueron casi 20 años dedicados a esa pasión, hasta que en 2003 le dio un vuelco a su vida. “Me casé con el doctor Cristóbal Eduardo Cortés, mi esposo, con quien tengo tres hijos”.
Un cambio radical que implicó desenfocarse de su sueño emprendedor: volvió a ser mamá, se radicó en Estados Unidos, empezó una nueva vida en otra cultura y, de otra vez, la invadió esa terrible sensación de soledad que solo tenía una cura: ¡la música! No fue un camino fácil, valga decirlo, pero la recompensa le enseñó que valió la pena.
“La única forma de mantener vivo mi emprendimiento fue ayudar a crear proyectos ministeriales de música en iglesias, porque en el área donde vivimos la música como profesión no tiene salida. Hice esta labor por más de 10 años, gratis, gracias al apoyo de mi gran amigo Anthony Portigliati, que vio en mí un perfil de desarrollo humano”.
Sin embargo, la vida le enseñó que ese no era su camino. Una crisis económica de su marido la obligó a buscar alternativas rentables y una amiga, Bexy, le aconsejó conocer “el mundo de los emprendimientos por internet”. Asistió a Los Maestros de Internet (LMDI) y hace cuatro años creó el Centro Educativo Internacional de Desarrollo Integral (Ceidein).
Por fin, entonces, los planetas se alinearon y pudo integrar integración sus talentos y dones con su propósito de vida. La decisión de hacer realidad sus sueños; la disciplina, la constancia y la perseverancia para alcanzarlos y la conexión con un propósito mayor le permitieron a María Carolina transformarse en su mejor versión.
Es feliz, plena como mujer, y continúa luchando para ayudar a otros que, como ella, no se rinden. “Mi sueño es tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar”. Le faltan unos cientos, así que no puede tirar la toalla. Y se concentra en “tocar almas y sanarlas con mi voz y con mis canciones”, el combustible que la impulsa a seguir…
Hermosa historia de vida.
Como amiga se también que es un ser humano precioso y lleno de amor.
Álvaro te admiro mucho también y gracias por seguir en nuestras vidas.