¿Sabes cuál es la diferencia entre un principiante y un maestro? Que este ha fracasado más veces de las que aquel lo ha intentado. Y, también, que siempre se levantó, se sacudió el polvo y siguió adelante. Me gusta decirlo con esta frase: “fracasa tanto, tan rápido y tan feo como puedas porque así aprenderás y podrás avanzar para cumplir con tu plan de vida”.
Esta es una realidad irrefutable de la vida. De hecho, si lo piensas, todos somos eternos principiantes. ¿En qué sentido? Cada vez que comenzamos una etapa, un proyecto o una relación estamos en modo principiante. Aunque poseamos algún conocimiento, inclusive alguna práctica, es un escenario distinto, son circunstancias distintas. Otro aprendizaje.
Por ejemplo, cuando tomas un nuevo trabajo. Todo lo que has aprendido en tu recorrido, tanto en la universidad como en el ámbito laboral, está ahí y te sirve. Sin embargo, tendrás que aprender de la cultura corporativa, de la metodología, del estilo de esta nueva empresa a la que llegaste. Y, por supuesto, tendrás que aprender de tu trabajo en un ambiente distinto.
Uno más: después de tres años de noviazgo, te casas con la que consideras es “la mujer de mi vida”. Aunque la conoces bien, aunque han pasado unos momentos increíbles y otros retadores, aunque sabes es la mujer con la quieres estar el resto de tu vida, el día que salen de la iglesia o de la notaría como marido y mujer vuelven a ser principiantes.
¿Cómo así? No es lo mismo una relación de novios que una de esposos. Se adquieren otros roles, asumes responsabilidades y tienes que dejar de pensar en el modo yo y empezar a hacerlo en el modo nosotros. Más cuando llegan los hijos. Es decir, se trata de aprender casi desde cero sobre la convivencia, la tolerancia, la comunicación, la fidelidad, la compañía…
No me lo preguntas, pero te lo digo con convicción: dado que soy un eterno aprendiz, que me encanta aprender, disfruto mucho esas situaciones en las que vuelvo a ser principiante. No me siento mal y, por el contrario, lo asumo como si fuera el primer día de colegio: con alegría y entusiasmo a sabiendas de que voy a vivir la aventura de aprender, de conocer personas.
A la mayoría, y quizás tú eres uno de ellos, no les gusta el rol de principiantes. ¿Por qué? Nos han vendido la idea de que no sabe, de que es una molestia, de que no quiere aprender y es ingrato. Conozco a muchas personas así, sin duda, pero insisto en que ser principiante es una de las facetas del ser humano más enriquecedoras. ¿Por qué? Te explico mis razones.
¿Recuerdas cuando eras un bebé o un niño? En esa época, todos somos principiantes. Es poco o nada lo que conocemos del mundo y poco también lo que hemos experimentado. Por eso, entonces, actuamos como una esponja que absorbe conocimiento, caracterizada por una curiosidad insaciable que se manifiesta en aquella pregunta del ¿por qué?, para todo.
Cuando estamos en modo principiante, nos mostramos receptivos, con la mente abierta. Te doy un ejemplo que, seguro, has protagonizado: ser un turista. Cuando llegas a un lugar nuevo, o recorres lugares nuevos de uno que ya visitaste, es como la primera vez. Te dejas sorprender por los estímulos externos, te deleitas con las novedades, lo pruebas todo.
El problema, porque siempre hay un problema, es que muy pronto dejamos de sentirnos principiantes y con poco conocimiento, y poca o ninguna experiencia, nos sentimos expertos o maestros. Basta que entres a internet o te des una pasada por LinkedIn y verás cómo el oficio más común de hoy es experto. Todos, absolutamente todos, somos expertos.
Sin embargo, si no caes en la trampa, si te tomas el tiempo de revisar la huella digital de alguno de estos expertos no tardarás en darte cuenta de que no lo es. O no, por lo menos, de la forma en la que se presenta. Como los profesores universitarios de administración de empresas que jamás trabajaron en una empresa o nunca fueron empresarios exitosos.
Conocerán la teoría, pero jamás podrán enseñarte cómo ser exitoso, dado que ellos mismos no lo fueron. O el profesor de ingeniería que jamás diseñó o construyó un puente. Aunque no puedan considerarse principiantes, les falta mucho pelo pa’ moño si quieren ser expertos o maestros. Porque al maestro, como mencioné antes, lo hace la práctica, la experiencia.
No los títulos académicos, no los cargos que hayas desempeñado. El maestro se hace a partir de las veces que fracasó y lo volvió a intentar, por las veces que cayó y se levantó para seguir el camino, por las veces que se negó a renunciar a sus sueños a pesar de las adversidades. El maestro sabe que, para hacerlo bien una vez, antes lo hizo mal muchas veces.
Si eres parte de alguna de mis comunidades, si asististe a uno de mis eventos presenciales o virtuales, si sigues con atención los contenidos que publico, sabrás que no tengo vergüenza de reconocer mis errores. Que han sido múltiples, y algunos de ellos fueron groseros. Sin embargo, los recuerdo con cariño porque fueron una valiosa fuente de aprendizaje.
Y, que no te quede duda: todavía me equivoco, todavía tropiezo y caigo. A veces, con la misma piedra. A pesar del conocimiento adquirido, de la experiencia que acredito, de los éxitos que he logrado, de ser un modelo que inspira al mercado. Por eso, así mismo, intento adquirir nuevas habilidades, más conocimiento y profundizar en el que ya soy maestro.
Solemos referimos a eso que llamamos la “sabiduría de los abuelos”, el vasto conocimiento adquirido, cultivado y cosechado a lo largo de la vida. Un camino que, por supuesto, estuvo salpicado por mil y una dificultades, sazonado por múltiples errores, caídas y fracasos. Que, como a ti o como a mí, nos enseñaron que dentro de cada maestro hay un principiante.
Y ese es, precisamente, el mensaje que te quiero transmitir con este contenido. Así como los adultos decimos que llevamos un niño dentro, de la misma forma cada maestro incorpora, o debería incorporar, un principiante. No son polos opuestos que se repelen, no son parte de una contradicción: son etapas distintas del proceso de desarrollo personal y profesional.
Mira el ejemplo de un escritor consagrado o de una bailarina de ballet reconocida, figuras de esas que mueven multitudes. Si tuvieras la oportunidad de hablar con ellas y preguntarles por qué después de alcanzar la cima siguen trabajando duro, lo más probable es que respondan que hay muchos proyectos inconclusos, sueños no cumplidos, cimas no escaladas.
Es decir, el principiante curioso e inquieto permanece ahí, dentro de ellos, muy activo. Y es, seguramente, el motor que los impulsa a levantarse cada día a dar lo mejor de sí, a avanzar en su proceso, a asumir nuevos y desafiantes retos. Y, por supuesto, a mejorar, a buscar la excelencia porque ellos también se equivocan, también tropiezan con la misma piedra.
En el día a día de mi trabajo, me cruzo en el camino de muchos principiantes. Más en estos tiempos en los que internet se convirtió en el punto de mira de quienes cumplieron su ciclo en el ámbito laboral convencional y buscan nuevos desafíos y oportunidades. Son personas valiosas con conocimiento, experiencia y pasión, con mucho aún por ofrecerle a la vida.
Sin embargo, muchas de esas personas sufren la transición al mundo digital no solo porque desconocen cómo es, cuáles son sus características, sino especialmente porque les cuesta adaptarse de nuevo al rol de principiantes. O, quizás, porque asumen que saben mucho y creen que les basta con aprender a manejar lo básico de las herramientas tecnológicas.
Y no es así, tristemente. Las herramientas son un recurso, un apoyo, pero lo que en verdad te va a permitir producir un impacto positivo en la vida de otros, ayudarlos y servirlos, es tu conocimiento, tu experiencia, aquello que te convirtió en un maestro. Es decir, tu capacidad para aprender constantemente, para actualizarte y, claro, para levantarte después de caer.
Moraleja: no hay dualidad, no hay rivalidad. Ser principiante es el primer paso que debes dar para convertirte en un maestro. Sin embargo, no olvides que ese no es el final del camino, no es la cima más alta: siempre hay retos superiores, desafíos más apasionantes. Si los quieres enfrentar, si los quieres alcanzar, será indispensable que actives el principiante que hay en ti.
La vida, siempre, te da una nueva oportunidad siempre y cuando no le cierres la puerta. El día que me convertí en emprendedor digital era un principiante que lo desconocía todo, pero me apalanqué en esa condición para aprender. Hoy, muchos me consideran un maestro, algo que me honra y agradezco y que me invita a recordar que cada día, al despertar, de nuevo soy un principiante…
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Gracias por la reflexión don Álvaro , en estos tiempos de cambio volvemos a ser principiantes.