El final de un ciclo y el comienzo de otros es un excelente momento para hacer un alto en el camino y reflexionar. Por unos minutos, al menos. Rever, descubrir detalles que antes pasamos por alto, darnos cuenta de los errores que se cometieron en el proceso y aprender de ellos y, por último, diseñar una nueva aventura, la siguiente. Porque, claro, lo sabes, la vida continúa.

A los seres humanos nos encantaría que el final de algunos ciclos incorporara un borrón y cuenta nueva. Sin embargo, no es posible. No es posible borrar el pasado, que siempre deja huella (a veces, una herida que tarda en sanar o una cicatriz). Además, no es conveniente: ese pasado, lo que sucedió, en especial las equivocaciones, encierra un valioso aprendizaje que necesitamos.

La ventaja es que el ser humano nunca deja de aprender. A veces, inclusive, lo hace sin darse cuenta: solo lo entiende cuando su cerebro, en su infinita sabiduría, la utiliza. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que cuanto más aprendes, más beneficios te brinda tu cerebro. ¿Por qué? Porque a él le encanta aprender, adquirir más conocimiento: es como ir al gimnasio y entrenar duro.

El conocimiento, sin embargo, por vasto que sea, no es suficiente. Debes rodearlo de habilidades, hábitos y decisiones que lo potencien, lo complementen, te ayuden a desarrollar todo tu potencial. Además, están las emociones, traviesas, caprichosas y traicioneras, que muchas veces dan al traste con lo que deseamos. Son muy persuasivas y saben cómo dominarte si tú se lo permites.

Y, por supuesto, está la mentalidad, que ya sabes es responsable del 90-95 por ciento de lo que sucede en tu vida, positivo o negativo. Y de lo que obtienes de la vida, también. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que la mayoría de las personas no trabaja en su mentalidad, quizás porque desconoce su importancia, quizás porque menosprecia su poder. Da igual: es un error.

Una de las cualidades indispensables, estrechamente ligada a la mentalidad, es la actitud. Es esa capacidad que te permite tener el control de las situaciones, positivas o negativas, sin dejar que las emociones hagan sus pilatunas. Recuerda esta premisa: “eres lo que piensas”, pero, también, “eres la forma en que reacciones a lo que te sucede”. La actitud correcta, entonces, determina tu éxito.

Un estudio realizado por la prestigiosa Universidad de Stanford, en California, estableció que “la actitud correcta aumenta la memoria y mejora las habilidades para resolver problemas”. De los sencillos que pasan inadvertidos y de los complejos que te enredan la vida. Es decir, más allá de la inteligencia o los conocimientos, la forma en la que se afrontan la vida y los retos es fundamental.

Es algo que experimentamos todos los días, la mayoría de las veces sin percibirlo. Seguro sabes de alguien al que se le daña el día porque en su camino se cruzó un gato negro, pero la verdad es que el animalito no es responsable: es la actitud. O, quizás a ti se te mejora el día cuando tu pequeño bebé te sonríe, o cuando escuchas la voz de tu pareja del otro lado de la línea: es la actitud.

Estas son las cuatro actitudes que frenan tu avance, según el estudio de la U. de Stanford:

1.- Hundirte en los errores.
Sucede con mayor frecuencia de la que nos gustaría. Sucede, principalmente, porque olvidamos que el error es parte de la esencia del ser humano y, además, como lo mencioné, fuente de muy valioso aprendizaje. Mi consejo: equivócate tan rápido y tan feo como puedas, así aprendes rápido y puedes comenzar a avanzar. Entiende, así mismo, que error es sinónimo de crecimiento.

2.- Autosabotearte.
Otra actitud frecuente que se manifiesta de la peor manera: tú eres tu principal enemigo. Tú y tus creencias limitantes, tus pensamientos negativos, tus miedos y las emociones que te dominan. Ese autosabotaje se presenta como el síndrome del impostor, aquel que te impide creer en ti, confiar en tus capacidades. Sé amable y tolerante contigo; sé paciente y persistente: la vida te premiará.

3.- No intentes complacer a nadie.
Nadie, absolutamente nadie, es monedita de oro para caerle bien a todo el mundo, para simpatizar con todo el mundo. Basta con que seas auténtico: así conectarás con las personas correctas, las que pueden ayudarte a construir tu mejor versión, las que te valoran, las que te potencian. Aprende a decir no, a poner límites y a alejarte de todo aquello tóxico y negativo que te impida avanzar.

4.- Ponerte límites.
“No puedo aprender más”, “No puedo crecer más” y otras frases que grabas en tu cerebro son los obstáculos más difíciles de superar. Este problema es consecuencia, y sumatoria, de los anteriores. La principal virtud de los grandes líderes, los que son capaces de inspirar a otros y marcan una huella profunda en la sociedad y en el mundo, es que saben que el límite es el cielo.

Sin embargo, regresemos al comienzo: el ser humano nunca deja de aprender y, lo mejor, la vida nunca termina de enseñarle. Cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo es una fuente de valioso aprendizaje. Información que, si la utilizamos de la manera adecuada, nos servirá para lograr lo que anhelamos, sea lo que sea, aunque sea muy ambicioso y se antoje lejano.

No basta con ser inteligente, no basta con acumular conocimiento. De lo que se trata es de saber qué hacer con esa inteligencia, con ese conocimiento atesorado; usarlo de modo correcto, es decir, para generar un impacto positivo y constructivo en tu mundo, en quienes te rodean. Como dije antes, requieres algunas habilidades y hábitos que te permitirá marcar una diferencia.


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El poder del cerebro es infinito y, si lo entrenas bien, te permitirá hacer todo lo que quieras.


Veamos de cuáles se trata:

1.- Mente abierta.
Sí, la mentalidad, por supuesto. Es la capacidad para aceptar la realidad, las circunstancias y las opiniones de otros, inclusive cuando riñen con la tuya, cuando atacan tus creencias o valores. Se requiere una alta dosis de curiosidad para querer saber más, para explorar otros ángulos, para no limitarte a lo mismo de siempre. Mente abierta significa, especialmente, una mente flexible.

2.- Empatía.
Olvidada durante siglos, esta cualidad es hoy la joya de la corona. Es un rasgo clave de la inteligencia emocional (la capacidad para gestionar las emociones, tener control sobre ellas), te ayuda a saber leer mejor determinadas situaciones y actuar ante ellas y, por tanto, relacionarte mejor. Más que “ponerse en el lugar del otro”, empatía es “ser sensible ante la realidad del otro”.

3.- Afrontar la incertidumbre.
Vivimos tiempos convulsos, con guerras, pandemias, crisis de diversa índole y miedo, mucho miedo. Situaciones que son ajenas a nuestro control, pero que nos provocan incertidumbre y, en especial, ansiedad. Situaciones que, además, nos exigen paciencia y, sobre todo, la capacidad de adaptarnos a los cambios que se suceden constantemente y que nos ponen a prueba cada día.

4.- Equilibrio.
Se dice fácil, se vive difícil. ¿Por qué? Porque no hay fórmulas perfectas o libretos ideales. Además, no se trata, como muchos piensan, de un 50/50, porque hay ocasiones o situaciones en las que un 65/35 representa un balance perfecto. Aprender a sopesar todos los factores y poner en la balanza los intereses propios y los ajenos te dará una ventaja competitiva en cualquier actividad de la vida.

5.- Reflexión.
Sí, es indispensable detenernos unos minutos, bajarle el ritmo al estrés, quitarle protagonismo a la histeria y respirar profundo. La reflexión es, también, la capacidad para cuestionarnos sin juzgarnos, entender por qué pensamos, sentimos y actuamos de determinada manera. Implica una dosis de tolerancia y autoestima y el principal beneficio que nos aporta es el de rediseñarnos.

6.- Gestión de crisis.
Vivimos en crisis, de toda índole y de distintas intensidades. Internas, que son las peores porque por lo generar son una invención de la mente, y externas, que están fuera de nuestro control. La clave, para unas y para otras, está en la capacidad que desarrolles para pensar positivo, para no dejarte llevar por las emociones o por lo que dicen y hacen los demás. Crisis siembre habrá…

7.- Autogestión emocional.
Las emociones, por decirlo de alguna manera, son un “mal necesario”. No puedes evitarlas, pero sí puedes aprender a gestionarlas, a evitar las reacciones instintivas que, por lo general, nos inducen al error. La autogestión emocional es la clave del éxito de las decisiones acertadas, inclusive en las circunstancias más retadoras. ¿La clave? Aprender a canalizar las emociones negativas.

8.- Entender el contexto.
Somos producto de lo que nos rodea, de las circunstancias, de nuestro círculo cercano. También, de la información que consumimos a través de medios de comunicación, internet y otras personas. De lo que se trata es de ver la foto completa, ¿entiendes? La perspectiva amplia, no solo lo que está al alcance de tus ojos. Y, por supuesto, centrarte en lo importante (deja de lado lo urgente).

9.- Propósito.
Por supuesto, es uno de los elementos indispensables. Saber con certeza por qué haces lo que haces te brindará la claridad necesaria para transitar el camino correcto, aquel por el cual puedas dejar una huella positiva en la vida de las personas que conoces. Por si aún no identificas el tuyo, permíteme darte un consejo: entiende que el mejor negocio del mundo, el más lucrativo, es servir.

10.- Vive.
Estamos tan agobiados, tan ansiosos, tan ocupados de lo urgente y de los demás, que se nos olvida que tenemos una vida propia. Todo lo que te ha sido concedido desde que naciste responde a un propósito, es la respuesta a tu pregunta de “¿Por qué estoy aquí?”. Valora y agradece lo que has atesorado, conocimiento y vivencias, y ponlo al servicio de otros. La vida te recompensará.


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