¿Sabes cuántas horas tiene el día de Elon Musk? 24. ¿Y sabes cuántos minutos tiene el día de Barack Obama? 1.440. ¿Y sabes cuántos segundos tiene el día de Jeff Bezos? 86.400. La buena noticia es que tu día, cualquiera de los días de tu vida, tienen las mismas 24 horas, los mismos 1.440 minutos, los mismos 86.400 segundos. La diferencia está en lo que haces en ese tiempo.

Una de las excusas más comunes de quienes no consiguen lo que desean, seguramente la más frecuente, es aquella de “No tengo tiempo”. Es un recurso fácil tan arraigado y generalizado que casi nadie lo pone en entredicho. Más bien, recibes aprobación y no faltará aquel que sienta lástima por ti: “Pobrecito, nunca tiene tiempo”, dirá. Aun así, no deja de ser una excusa más.

Tengo que decir, sin embargo, que no es fácil combatirla. El mundo moderno nos envuelve en una rutina frenética que nos lleva a toda velocidad, ¿a dónde? Nos enseñan a estar ocupados en lo que sea, siempre y cuando sea todo el tiempo. Aunque sea algo dañino, algo tóxico, algo improductivo, lo importante es que lo hagamos todo el tiempo. Así, conseguimos la ansiada aprobación de otros.

Entonces, no cuidas tu salud porque no tienes tiempo para comer bien o para practicar ejercicio, pero después quieres que los médicos hagan milagros cuando el cuerpo te pasa factura. También te pierdes el irrepetible y maravilloso proceso crecimiento de tus hijos porque no tienes tiempo, porque estas ocupado todo el día en el trabajo y cuando llegas a casa solo deseas descansar.

En el trabajo, no tienes tiempo para lo importante porque te dedicas a gestionar lo urgente, que casi siempre es producto de la histeria colectiva en que se nos convirtió la vida. Sueñas con ser el propietario de un negocio, pero no tienes tiempo para hacer la investigación de mercado o crear el modelo de negocio, ni para testear tu producto, y se te pasa la vida y nunca cumples ese sueño.

Cuando comencé a trabajar en internet, hace más de 23 años, estaba todo el tiempo frente a la pantalla del computador. Solo tenía tiempo para ir al baño y prepararme algo de comer, que, por supuesto, consumía mientras trabajaba. Era una época en la que no había otra opción (¡qué buena excusa esta!), porque las herramientas y los recursos eran precarios y había poco conocimiento.

El problema es que la tecnología avanzó rápido, tuve acceso a conocimiento de alto nivel y, sin embargo, no tenía tiempo. De nuevo, estaba aferrado al computador todo el día. Hoy, cuando vuelvo la vista atrás, me aterro de cómo me dejé llevar de esa situación, de unas circunstancias que yo mismo creé. Por fortuna, aprendí y ahora sí tengo tiempo para vivir y disfrutar de la vida.

¿Sabes qué es lo mejor? Que soy más productivo, que tengo el privilegio de ver crecer a mis hijas adolescentes y acompañarlas en esa fascinante etapa de la vida. Y estoy en contacto con amigos y familiares, disfruto de su compañía y paso ratos inolvidables con ellos. Y me cuido, me alimento mejor y también le doy al descanso la importancia que tiene. ¿Resultado? Tengo una vida mejor.

Por eso, me causa tristeza cuando escucho, todos los días, a personas valiosas que tienen ideas geniales y sueños maravillosos, pero no tienen tiempo para cristalizarlos, para disfrutarlos. Están ocupadas en un trabajo que odian y que las mantiene estancadas; están atadas a un pasado que no se atreven a soltar porque no tienen tiempo para sí mismas, para crecer en todo sentido.

La mayoría se acerca a mí en busca de una solución mágica, de un consejo que de un día para otro signifique la solución a sus problemas. Lamentablemente, no puedo ofrecer eso. ¿Sabes por qué? Porque la solución está en cada uno, en tus hábitos, en tus creencias, en qué tan aferrado estás a esas excusas fáciles. Mi experiencia y conocimiento pueden ayudarte, pero solo tú tienes la clave.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

No puedes pasar la vida frente al computador: necesitas aprender a gestionar y optimizar el tiempo.


Solemos quejarnos por la falta de tiempo, pero la verdad es que es una excusa fácil. La realidad es que no tenemos control de nuestra vida y nos enfocamos en actividades que poco o nada nos aportan en el objetivo de crecer como personas y profesionales. Si cambias los hábitos, cada día te parecerá una eternidad.


El fondo del problema es que, especialmente en nuestros países latinos con una arraigada cultura paternalista, nos enseñaron a ser dependientes, nos acostumbraron a que otros hicieran aquello que es nuestra tarea. Mientras, nosotros nos decidamos a vivir la vida, porque, tal y como nos lo enseñaron, para eso vinimos al mundo: es la excusa perfecta para eludir las responsabilidades.

Entonces, dormimos diez horas, queremos que nuestra mamá o nuestra pareja nos prepara el desayuno y, para rematar, programamos un día muy ocupado: vemos Netflix (no nos podemos la serie de moda, porque ¿de qué hablamos con los amigos?), revisamos permanentemente el estado de las redes sociales y nos aseguramos de publicar varios reels o stories al día.

No soy nadie para juzgar a otros, pero sí puedo decirte cuáles son los hábitos y las acciones que me permitieron convertirme en referente del mercado, en el mentor de muchos emprendedores exitosos, y mantenerme en la cima durante tanto tiempo. Duermo el tiempo justo, no veo televisión, silencio las notificaciones del celular y no vivo pendiente de las redes sociales.

Más bien, aprovecho lo que para otros son tiempos muertos y los convierto en productivos: escucho un pódcast mientras me ducho o en el trayecto para llevar a mis hijas al colegio. Hago un espacio en mi día para leer algo que me nutra de conocimiento y veo videos o asisto a eventos virtuales en los que pueda aprender sobre marketing, nuevas estrategias o nuevas herramientas.

Y, sí, estoy ocupado trabajando mucho tiempo, pero aprendí a poner límites, a tomar recesos en los que mi cuerpo y mi mente se toman un respiro. Y dedico tiempo para compartir con mis hijas, para ayudarlas en sus tareas, para que sepan que tienen un padre presente que está atento. Y, por supuesto, hago otras actividades comunes como ir al supermercado o salir a una comida familiar.

Procuro no dejarme llevar por esa angustiante y frenética rutina que tristemente viven tantas personas. Tengo un propósito e intento ponerlo en práctica cada día y aprendí a establecer metas y objetivos que me esmero en cumplir. Que, valga aclararlo, no todas están ligadas al trabajo. Mi vida marcha al ritmo que yo deseo, no al que otros o las circunstancias me imponen a la fuerza.

A veces, lo reconozco, siento que no tengo tiempo, que me hace falta tiempo. Sin embargo, hago una revisión de mi día y me doy cuenta de que me distraje o de que algún imprevisto alteró mi programación. Si es lo primero, depende de mí y tengo que mejorar, tengo que enfocarme más; si es lo segundo, no hay remedio: hay que gestionarlo de manera adecuada y volver al plan trazado.

El tiempo es algo que se escapa de nuestro control. Sin embargo, lo que sí está en nuestras manos, lo que sí depende de nuestras acciones y decisiones, es lo que hacemos en ese tiempo, con ese tiempo que la vida nos regala. Que, no lo olvides, es lo único que no puedes recuperar. Es lo más valioso que posee, después de la vida, así que no lo desperdicies porque después lo lamentarás.

Cuando cambies tus hábitos, cuando dejes de involucrarte en esa rutina histérica y frenética, cuando te pongas como la prioridad de tu vida y te organices, cuando tomes el control de tu vida, verás cuán largos son los días. Y, lo mejor, verás cuántas actividades productivas o recreativas puedes realizar en esas 24 horas, en esos 1.440 minutos, en esos 86.400 segundos. Y te parecerán una eternidad…


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