Cuando más alto se sube, más duro es el golpe tras la caída, reza una popular frase. Una realidad que vemos con frecuencia en todos los ámbitos de la vida y que en el deporte nos ofrece ejemplos ideales para extractar lecciones que nos ayuden a enfrentar el camino que recorremos los emprendedores. El tenista español Rafael Nadal es el más reciente.

En una soleada tarde parisina, una vez más, por décima ocasión (algo inédito), el público que abarrotó las tribunas de la cancha central Philippe Chatrier de Roland Garros se rindió a sus pies. Venció al suizo Stan Wawrinka y alzó un trofeo más, el número 79 de su trayectoria en el circuito ATP y el decimoquinto de la categoría Grand Slam.

Considerado por muchos uno de los mejores de la historia (para algunos, el número uno), para Nadal esa no fue una celebración común y corriente. Más allá de los récords que impuso, de cómo se enriquecen sus estadísticas inigualables en la superficie de tierra batida, fue el punto final de un proceso que reinvención que llevó al límite.

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En la hierba de Wimbledon, en Londres, Rafael Nadal también saboreó las mieles del triunfo.

Nacido el 3 de junio de 1986, mientras el mundo deportivo concentraba sus miradas en el Mundial de México y Diego Armando Maradona construía su leyenda, desde niño Rafael mostró inclinación por los deportes. Los practicó casi todos, pero fue en el tenis en el que pudo sentirse más cómodo, en el que halló el escenario brillar con luz propia.

En infantil y juveniles dejó claro que no era un jugador común y corriente y, por eso, su paso al profesionalismo se dio temprano. Tenía solo 15 años cuando estableció su primer récord: el jugador más joven de la historia en ganar un torneo de la ATP, el Series de Mallorca, tras derrotar al paraguayo Ramón Delgado. Eso fue en 2002, y aún era amateur.

Por aquel entonces, los nombres que reinaban en el tenis eran los de Andre Agassi, Pete Sampras, Marat Safin, Andy Roddick, Lleyton Hewitt, Roger Federer y Carlos Moyá, entre otros. El salto al tenis rentado lo dio en 2003, a los 17 años. Fue un año más tarde, sin embargo, que se puso en el radar de los especialistas y les marcó terreno a sus rivales.

Ese 2004 quedó marcado por dos triunfos. El primero, en disputa de la Copa Davis (torneo por equipos y por países), cuando en la final venció a Andy Roddick y allanó el camino a la conquista. El segundo, en el Masters de Miami, cuando derrotó a Federer, entonces número uno orbital. Pero, fue 2005 la temporada en la que logró un lugar en la élite.

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Las lesiones han sido permanentes compañeras de Nadal en su trayectoria. Y cómo sufrió por ellas.

En Montecarlo ganó su primer Masters Series (al argentino Guillermo Coria) y en mayo disputó su primer Roland Garros. Venció sucesivamente a Lars Burgsmuller, Xavier Malisse, Richard Gasquet, Sébastien Grosjean, David Ferrer y Federer para instalarse en la final. En esa instancia, con solo 19 años y 2 días, le ganó al argentino Mariano Puerta.

De inmediato, se convirtió en una marca. Idolatrado por los más jóvenes, envidiado por los más experimentados, mirado de reojo por sus rivales y asediado por las marcas deportivas que encontraron en él una mina de oro. De ahí en adelante, su ascenso fue incontrolable, hasta que en agosto de 2008, por primera vez, fue número uno del mundo.

La rivalidad con Federer, primero, y con el serbio Novak Djokovic, después, marcó un hito en el deporte de las raquetas. La fortaleza física, el poder de su mente, su insaciable hambre de triunfo y su riqueza técnica daban para pensar que había Rafael Nadal para reto en la cima del tenis. Sin embargo, como suele ocurrir, aparecieron los problemas.

Comienza el calvario

En 2011, el mallorquín conoció la otra cara de la moneda: las lesiones. En el alto rendimiento, es difícil encontrar un deportista que haya sido más castigado por estas dificultades, que pusieron a prueba su resistencia, especialmente la mental. La primera se dio en 2003, en el codo y durante un entrenamiento, y le privó de disputar Roland Garros.

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Toni Nadal, su tía, no solo ha sido su entrenador; también, su apoyo y su consejero.

Las muñecas, las rodillas, la espalda, los tendones y los pies lo han tenido a mal traer, además de calambres y mareos que le provocaron ratos desagradables. En 2011, los problemas físicos se incrementan y la pasa mal. En 2012, el tendón rotuliano de la rodilla izquierda lo aleja de los campos durante 7 meses, y se pierde los Olímpicos de Londres.

Entonces, ocurre lo que es habitual con una figura de su talla: arrecian las críticas. Algunos medios, inclusive, especulan con un eventual retiro y otros, sin miramientos, dicen que “está acabado”. Regresa en febrero de 2013, gana dos torneos de Grand Slam y recupera el número uno, además de callar las críticas, que ya adquirían un tinte personal.

A finales de 2014, se somete a un tratamiento con células madre en la espalda, con la ilusión de acabar con esa dolencia. En 2015, sin conseguir recuperar su mejor nivel, pasó el año en blanco y admitió que luchaba contra otro enemigo: la ansiedad. El deseo de volver a ser el que fue se volvió una obsesión y lo golpeó como un búmeran.

Cuando comenzaba a acercarse a su mejor forma, en mayo de 2016 abandonó Roland Garros por culpa de su muñeca y prendió las alarmas de sus fans: anunció que solo regresará cuando esté completamente recuperado, si se recuperaba. Nunca había caído tan bajo, pero nunca perdió la esperanza. Mejor aún, se impulsó en las dificultades para reinventarse.

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El ex número uno Carlos Moyá se unió a su equipo técnico hace pocos meses. Un refuerzo de lujo.

A comienzos de este año, su tío y entrenador Miguel Ángel Nadal afirmó a los medios: “Si las lesiones lo respetan, volverá a ser el jugador competitivo que todos conocemos”. Además, informó que modificaron el plan de entrenamiento físico, ajustaron el tiempo de la pretemporada y contrataron a Carlos Moyá, para aprovechar su conocimiento y experiencia.

El pasado domingo 11 de junio, en esa cancha Philippe Chatrier a reventar, venció a Wawrinka 6-2, 6-3 y 6-1 para levantar su décimo trofeo en Rolanda Garros y el decimoquinto Grand Slam de su carrera. Rafael Nadal había vuelto, ante la incredulidad de propios y extraños, y su proceso nos dejó las siguientes y poderosas lecciones:

Lecciones de vida y negocios

1) No está muerto quien pelea: dificultades enfrentamos todos, algunos más y otros, menos; algunos más difíciles y otros, más leves. Sin embargo, el triunfo es el premio reservado para quienes no se rinden, para los que no pierden la convicción, para aquellos que no dejan de luchar por sus sueños. Nadal lo hizo y obtuvo además una recompensa.

2) Si no funciona, ¡reinvéntate!: la vida es un proceso y, por ende, nos obliga a adaptarnos a las circunstancias del momento. Lo que ayer fue ley, hoy no sirve. Si la estrategia que en el pasado te brindó frutos hoy ya no funciona, deséchala, implementa otra, reinvéntate. Nadal tuvo que acomodarse a las debilidades de su cuerpo y triunfó.

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La rivalidad con Roger Federer enriqueció el espectáculo y deleitó a los aficionados de todo el mundo.

3) El éxito no te hace inmune: la gente cree que llegar a la cima te pone lejos del alcance de los problemas, de las dificultades, y no es así. Los exitosos se enferman, sufren, pierden dinero, fracasan como cualquier ser humano. La diferencia está en la forma en que ellos enfrentan esos obstáculos y consiguen superarlos para continuar la marcha.

4) El esfuerzo se premia: así como aprendió a ganar torneos y trofeos, Nadal tuvo que aprender a tenerles paciencia a las lesiones y debió encontrar la forma de recaer. En la cima, la vida le demostró que cada día es una prueba distinta y que solo aquel que se esfuerza, que da lo mejor de sí, vuelve a subir. Cambió y obtuvo el premio esperado.

5) El equipo, indispensable: de no haber contado con el respaldo de su tío Miguel Ángel y del resto de su grupo de colaboradores, sin duda, hoy Nadal sería un exjugador. Sin embargo, confió en ellos, se apoyó en ellos, buscó asesoría profesional y se reinventó. Pocos apostaban por él, muchos lo daban por acabado, pero volvió, y volvió muy fuerte.

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La Copa Davis, con España, otro título que forma parte de la exquisita colección de Rafael Nadal.

En el negocio de la vida, modelos de éxito como el de Rafael Nadal son invaluables. No solo por lo que ganó, por los trofeos que conquistó, sino especialmente por cómo sorteó las dificultades. Una serie de lecciones que los emprendedores debemos aprovechar para entender que nunca se está más lejos del suelo que cuando se está en lo más alto.