El mejor negocio del mundo es servir. El más rentable, el que más satisfacciones personales te brinda. El que te permite dejar un legado imborrable, una huella indeleble en la vida de quienes reciben el impacto positivo de tus acciones. Sin embargo, tercamente nos enfocados en vender, en tratar de obtener beneficio propio, en vez de contribuir a crear un mundo mejor con nuestro aporte.

Reconozco que hace años, ya muchos años, yo era uno más de los que tenían la mentalidad de vender o vender. “Es un negocio, no una ONG”, decía para mis adentros con el fin de justificarme. Hasta que, por cuenta del ejemplo de mis padres y de las enseñanzas de mis mentores me di cuenta de que estaba equivocado. Muy equivocado. Pero, no fue fácil cambiar el chip.

¿Por qué? Porque pensaba que no iba a vender si ese no era el objetivo de mis estrategias, de mis acciones. Estaba equivocado, muy equivocado. ¿Cómo logré el cambio? Aprendí que vender es la consecuencia de servir. Cuando más sirvas, más vendes. Cuantas más sean las personas a las que sirves, más personas te van a comprar. Con incredulidad, lo puse en práctica y, ¿qué crees que ocurrió?

Mis resultados cambiaron para bien. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que se han mantenido consistentes en el tiempo, algo que, quizás lo sabes, no es fácil. No solo porque el mercado está en constante cambio, sino también porque cada día hay más competencia, alguna muy buena, y por ende son más las opciones que tiene el cliente potencial para elegir. Pero, eso no es todo.

Además, el consumidor ha perdido el miedo de comprar por internet, más allá de que todavía son muchas las personas que se dejan timar al caer en la tentación de lo fácil, de lo rápido, del nuevo objeto brillante. Y también está más informado y, en general, más educado. Para la mayoría, esto supone un problema, uno más, mientras que para mí es mejor: hay más prospectos cualificados.

La verdad es que muchos empresarios y emprendedores, sin importar en qué industria están o qué tan amplia es su experiencia, cometen el mismo error. ¿Sabes cuál es? Se enfocan en lo que está fuera de su control o, lo que es peor, en sus miedos, limitaciones y creencias limitantes. Y, seguramente lo sabes, la mente es muy poderosa y suele ser traviesa y juega contigo.

La razón número uno por la cual fracasan tantas empresas y tantos negocios, especialmente en Latinoamérica, es que los responsables de ellos no saben vender. O, peor, tienen pánico de vender. No les gusta, no se sienten cómodos. Y, entonces, eligen el camino inadecuado: tratar de forzar la venta, apresurarla, presionarla, apelar al miedo como único argumento. ¿Resultado? No venden.

Se enfocan en vender, no en servir, y no venden. Se enfocan en el problema, no en la solución que pueden ofrecer, y no venden porque nadie compra un problema (o un dolor). Se enfocan en sus propios miedos y creencias limitantes y asumen que su cliente potencial, el mercado, también las tiene (es decir, no conocen a su cliente ideal). Se enfocan en competir y el desgaste los liquida.

Por eso, justamente por eso, son tantos los negocios, empresas y emprendedores que no logran superar el listón de los dos años. Cansados, extenuados, exprimidos, sus propietarios tiran la toalla. No resisten la presión, el terrible peso que ellos mismos pusieron sobre sus espaldas. Y no les queda otra salida que dar marcha atrás y regresar a su zona de confort. ¡Es lamentable!

El fracaso de un emprendedor, empresario o dueño de negocio, en cualquier industria, empieza cuando su estrés es mayor que su energía. O, de otra manera, cuando su estrés consume su energía. También, cuando sus miedos son mayores que su motivación, sus deseos de luchar cada día. O cuando lo vence la tentación de renunciar a sus sueños y volver a la zona de confort.


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La actitud, la alegía y la genuina vocación de servicio son tus mejores argumentos de venta. ¡Pruébalos!


El camino más seguro (no el más corto ni el más cómodo) para vender es servir. Cuanto más sirvas, cuanto más valor compartas con otros, cuanto más impacto positivo generes en la vida de otros, mayor será la recompensa que recibas. Vender, no lo olvides, es una consecuencia.


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En mi caso, hay dos razones principales por las que, considero, estoy blindado contra este riesgo. La primera, mis hijas. Ellas son la razón por la que me levanto cada día con ganas de dar lo mejor de mí, de ayudar a más personas. Brindarles el bienestar que se merecen, un ambiente propicio para que desarrollen sus talentos y habilidades y sean felices es el combustible que me mueve.

La segunda es que amo lo que hago. Con pasión, con convicción, con decisión. Lo amo al punto que le pido a la vida que, el día que me vaya de este mundo, la muerte me coja trabajando en lo que me gusta. No me veo haciendo algo distinto ni mañana, ni en 5 o 10 años. Espero que la vida me dé la oportunidad de hacer este trabajo todos y cada uno de los días que me queden de vida.

Lo amo desde el día que entendí que el mejor negocio del mundo es servir. Y me dediqué a servir, en cuerpo y alma, todo el tiempo. Además de ver saludables, felices y realizadas a mis hijas, no hay nada que disfrute más que los logros de mis clientes, de mis discípulos. Comprobar que aquello que les transmito es útil para conseguir resultados, para transformar su vida, me hace muy feliz.

Hace unos días cayó en mis manos un artículo que citaba una frase del CMO (Chief Marketing Officer) de Pepsi, Todd Kaplan, durante el evento ‘Semana de Redes Sociales de Adweek’: “Debemos crear contenido, no anuncios. Se trata de acercar a los consumidores e invitarlos a conversar en lugar de perseguirlos”. No sé a ti, pero a mí esta declaración me resulta genial.

¿Por qué? Veamos los poderosos mensajes que hay entre líneas. Primero, que prioriza la creación de contenido sobre la publicidad, que no significa prescindir de este recurso. El contenido educa, entretiene, brinda autoridad y ayuda a fortalecer el vínculo de confianza y credibilidad. Nada de eso se consigue con publicidad y todo, absolutamente todo eso, es indispensable en tu estrategia.

Segundo, habla de conversar, en vez de convertir. La conversión es una consecuencia de la calidad de la conversación que estés en capacidad de sostener con el mercado, con todos y cada uno de tus clientes potenciales. ¿Conversar acerca de qué? De su problema, de las manifestaciones de su dolor, de sus ilusiones, de cómo superaste ese dolor, de qué hiciste, de cómo puedes ayudarlo.

Tercero, y sé que esto provoca resistencia, habla de no perseguir a tus clientes potenciales. Te lo digo de otra forma: si tienes que perseguirlos, no son tus clientes potenciales, no necesitan lo que les ofreces. En cambio, cuando en medio de la conversación esas personas te piden (claman a gritos) que les des una solución, son las personas correctas. Y tarde o temprano te comprarán.

Te comprarán, que significa que no tendrás que vender (presionar, intimidad, perseguir). La diferencia es grande, y no propiamente semántica. Es la diferencia entre la concepción antigua, aquella de que el objetivo de tu negocio/empresa/emprendimiento es vender (ganar dinero) y la actual: esa de que el mejor negocio del mundo es servir de tantas formas como sea posible.

Algo que quizás no sabes, no has experimentado o no has vuelto consciente es que el cerebro, tú cerebro y el de tu cliente potencial, conecta con una persona cuando percibe que esta quiere ayudarla. El cerebro, no lo olvides, rechaza el típico argumento de ventas, el libreto trillado, de la misma forma que odia la persecución, la repetición, el mensaje vacío que agrede su inteligencia.

Si me conoces, si me has visto en algún evento (virtual o presencial) o si alguna vez compraste uno de mis productos recordarás que lo hice con alegría, sin presiones. Reír, escuchar, preguntar, compartir y servir son los ingredientes de la fórmula (no mágica) que te llevará a cumplir con tu propósito, siempre y cuando este sea ayudar a otros, y no engordar tu cuenta bancaria.

Dios (o como prefieras llamara al ser supremo que te puso en este mundo) te dio dones y talentos invaluables, al tiempo que te permitió adquirir conocimiento y desarrollar habilidades. ¿Para qué? Para servir a otros, para ayudar a otros. Una de las claves del éxito de cualquier emprendimiento (negocio o empresa) es ser solidario con su entorno, con las personas a las que puede impactar.

Nada de lo que tienes, o de lo que eres, te fue regalado: se te otorgó para que lo utilices, para que lo pongas al servicio de otros, para que aportes valor a la porción del mundo que te rodea. Solo de esa manera tu presencia en este planeta tendrá sentido y solo de esa manera podrás cumplir con tu propósito de vida. Llevar a cabo esa misión, créeme, te brindará maravillosas recompensas.