“Si buscas resultados distintos, no hagas lo mismo de siempre” es una frase que se le atribuye al gran Albert Einstein. Si quieres cambiar tus resultados, cambia lo que haces y cómo lo haces” es la forma en que me gusta transmitirla a mis clientes y discípulos. Cualquiera que elijas, lo cierto es que nada es más poderoso que la fuerza de un acto repetido una y otra vez.

“La gota de agua perfora la roca no por su fuerza, sino por su constancia” reza un popular refrán. Según estudios de la prestigiosa Universidad de Duke, en los Estados Unidos, el 40 % de los comportamientos de cualquier ser humano a diario responden a hábitos adquiridos. Por supuesto, hay casos de personas en los que ese porcentaje se incrementa. ¡Wooowwww!

Antes de continuar, sin embargo, bien vale la pena establecer qué es un hábito, para evitar las confusiones. El diccionario nos ofrece la siguiente definición: “Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas”. Como ves, se trata de comportamientos que son conscientes o inconscientes.

Y ese, por supuesto, es parte del problema. En palabras sencillas, al menos la mitad de lo que hacemos en la vida, cada día, responde a conductas, rutinas, procedimientos repetidos o métodos que hemos construido a lo largo del tiempo. Con paciencia, una cualidad que, quizás lo sabes, no abunda. Y esta es una premisa que se aplica tanto a lo positivo como a lo negativo.

Muchos de los hábitos que adquirimos provienen tanto de las enseñanzas de las personas que conforman nuestro entorno, como por su ejemplo. Lo que nos dicen que debemos hacer y lo que vemos que hacen. Son dos condicionantes poderosos. ¿Por ejemplo? Bañarte, lavarte los dientes, rezar una oración antes de irte a dormir, tomar líquido cuando hace calor, en fin.

Son comportamientos diversos, en todas las áreas de la vida. Además, la mayoría de los hábitos son fácilmente identificables, en virtud de la reiteración. Y algo muy importante: esos hábitos están estrechamente ligados con tus creencias y responden a tus pensamientos. Esa es la razón por la cual nos resulta tan difícil cambiar esos hábitos que nos meten en problemas.

Porque, y esa es otra característica de estos comportamientos, hay hábitos buenos y hábitos malos, o positivos y negativos, como prefieras llamarlos. Alimentarnos (comer) es un hábito que responde a una necesidad básica del ser humano, pero muchas veces es fuente de las enfermedades que sufrimos. Comemos mal, no practicamos ejercicio, tenemos vicios…

En el fondo, el problema es que el cerebro, aunque genial y maravillosamente poderoso, también es perezoso. O cómodo, si lo prefieres así. No le gusta cambiar, menos cuando se trata de un comportamiento adquirido hace tiempo al que ya está acostumbrado. Su premisa es la de ahorrar esfuerzos, energías, con un agravante: no distingue entre lo bueno y lo malo.

Por ejemplo, para el cerebro es lo mismo lavarte las manos antes de comer que fumar. Él no sabe que el cigarrillo daña tu salud y puede producir cáncer. Lo único que le interesa es que es algo que haces repetidamente, todos los días, y por eso te lo recuerda cuando está en ese ambiente que dispara tus ansias de fumar, cuando identifica las compañías habituales.

Esto que acabo de mencionar es crucial: el patrón que sigue un hábito, luego de identificar el disparador correspondiente. Puede ser una señal (tengo hambre, estoy estresado, el jefe me llamó la atención) o una rutina (fumar después de comer, comer dulce cuando estás nervioso, frotarte las manos o sudar cuando te sientes amenazado). Primero viene la señal, luego la rutina.


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En la vida, los resultados que obtienes están determinados por lo que haces y cómo lo haces, por tus hábitos.


En la niñez, desarrollamos hábitos por las enseñanzas y el ejemplo que nos brindan. Cuando creces, cuando eres adulto, sin embargo, tú eres el dueño de tu vida, tú eres el responsable de lo que haces y de cómo lo haces y, por supuesto, de las consecuencias. ¿Cuáles son tus hábitos?


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El otro patrón, a mi juicio el que más incidencia tiene, es la recompensa. Desde el momento en que nacemos, y a lo largo de toda la vida, el hilo conductor de la recompensa está presente. “Si te portas bien, puedes ver la tv”, “Si haces la tarea, después vamos a parque a jugar”, “Si comes lo que te sirvo, te doy un helado” y tantas otras frases de este estilo que nos dicen.

Este hábito está tan arraigado, que casi siempre esperamos algo a cambio de lo que damos. En las relaciones personales, en el trabajo, en los negocios, con tu mascota, con el dependiente del banco o de la cafetería. Como si fuera una ley no escrita o un ritual. Algo que, claro está, a tu cerebro le encanta, de ahí que cuando das o haces algo para otro te pide compensación.

Lo que quiero que entiendas es que los hábitos no son buenos o malos, positivos o negativos, en sí mismos. Lo que a veces nos afecta es el impacto del hábito, el resultado de esa conducta repetida una y otra vez. De hecho, el mensaje que me interesa transmitirte es que los hábitos tienen poder y cómo puedes beneficiarte de ellos cuando los que cultivas son positivos.

Una de las situaciones incómodas a las que nos enfrentamos los emprendedores es aquella de hacer la misma tarea una y otra vez, cada día. Escribir emails, programar campañas, crear contenido, responder mensajes, consultar y analizar tus métricas, investigar el mercado, en fin. Son muchas las tareas que se repiten, pero curiosamente no las asumimos como un hábito.

¿Por qué? Porque la idea que tenemos de los hábitos es, por lo general, negativa. ¿Por qué? Porque nos fijamos más en lo malo, en lo que nos obstaculiza, nos incomoda, que en aquello que nos beneficia, nos sirve, nos ayuda. Mi invitación es a que te enfoques en esos hábitos que potencian tus talentos, que te permiten aprovechar tu conocimiento y servir a otros.

A la vez, trabaja en restarles poder a los hábitos negativos. No tienes que desterrarlos de tu vida de un día para otro ni en una semana. Ten paciencia. La clave está en el método y en la persistencia. Un 1 % que mejores un día ya es un gran avance, así que con disciplina en un corto tiempo podrás acabar con esos comportamientos que afecta tus resultados.

Si eres emprendedor, estos son algunos de los hábitos que deberías cultivas (si aún no lo has hecho) y que, a la luz de mi experiencia, te ayudarán a cambiar tus resultados (para bien):

1.- El autoconocimiento.
Recuerda que hoy el mercado no compra tu producto o servicio, sino que te compra a ti, lo que representas. Para estar en capacidad de ofrecerles a tus cliente potenciales el mensaje que necesitan, debes conocerte bien. Saber cuáles son tus fortalezas, para potenciarlas, y cuáles tus debilidades, para neutralizarlas. Y también para entender el valor de ser único.

2.- El conocimiento (aprendizaje).
Soy un convencido de que el día en que no aprendes es un día perdido. Profundiza en las áreas de tu quehacer diario, pero también en otras afines que te permitan construir tu mejor versión. Y desarrolla habilidades, no solo técnicas (o tecnológicas), sino también de las que te servirán para entender mejor a tus clientes, para ayudar mejor a tus clientes.

3.- El autocuidado.
No eres una máquina, tienes límites. Además, la vida no es solo dinero, solo trabajo. Descansa, aliméntate bien, date gustos, comparte tiempo con los que más quieres haciendo lo que más te agrada, practica algún ejercicio con frecuencia. Pasa tiempo de calidad contigo mismo, en soledad, y procura involucrarte en actividades voluntarias que contribuyan a ayudar a otros.

4.- El networking.
Por esencia, el ser humano es un ser social, es decir, nació para estar acompañado, para relacionarse con otros. Asiste a eventos (virtuales y presenciales), da charlas en empresas, sé parte de masterminds o cultiva una comunidad (por ejemplo, en Clubhouse). El contacto con otros es una inagotable fuente de aprendizaje, pero también una necesidad prioritaria.

5.- Crea un sistema.
La clave del éxito con los hábitos, la razón por la que solo unos pocos conseguimos resultados consistentes a largo plazo. Un buen sistema exige conocimiento, planificación, estrategia, medición y consistencia. Una vez pruebas y validas, una vez sabes que funciona, lo repites  una y otra vez, sin perder de vista las evaluaciones periódicas. Es decir, desarrollas un buen hábito.

“Si buscas resultados distintos, no hagas lo mismo de siempre”. “Si quieres cambiar tus resultados, cambia lo que haces y cómo lo haces”. “La gota de agua perfora la roca no por su fuerza, sino por su constancia”. Elige la frase que más te guste, la que más te inspire, no interesa cuál. Lo que importa es que adquieras buenos hábitos y tengas control sobre ellos.

No me canso de repetirlo: lo que eres, lo que obtienes, lo que logras, está determinado por lo que haces y por cómo lo haces, por tus hábitos. ¿Cuáles son los tuyos? ¿Son buenos o malos? ¿Son tus hábitos los responsables de que no avances en la vida y en tu negocio? ¿Sabes cuáles son los hábitos a los que responden tus resultados? ¿Ya haces algo para cambiarlos?

En la niñez, desarrollamos hábitos por las enseñanzas y el ejemplo que nos brindan. Y está bien, es parte del proceso de aprendizaje. Cuando creces, cuando eres adulto, sin embargo, tú eres el dueño de tu vida, tú eliges qué camino tomas, tú eres el responsable de lo que haces y de cómo lo haces y, por supuesto, eres el dueño de las consecuencias. ¿Cuáles son tus hábitos?