Las grandes diferencias surgen de los pequeños detalles, ¿lo sabías? La vida me ha concedido el privilegio de ser un referente de mi trabajo durante más de dos décadas, algo impensable. No es que un día escalé hasta la cima y ahí establecí mi morada y me dediqué a cosechar los frutos, me quedé a vivir plácidamente, como piensan algunas personas. ¡Nada que ver!

Mi vida, como la de cualquier ser humano, ha sido un torbellino, literalmente una montaña rusa. Caí muchas veces, a veces tras tropezar con la misma piedra, y tuve que tragarme entero más de un fracaso. Algunos fueron dolorosos y otros, penosos. También toqué el cielo con las manos, disfruté las mieles del éxito y, gracias a Dios, también de la gratitud de mis clientes.

Muchas de las personas que me conocen saben que he sido exitoso, que soy reconocido y admirado, que he marcado un camino que algunos otros quieren seguir. Sin embargo, esa no es toda la realidad. La vida y los negocios, como una moneda, tienen dos caras y un valor o un precio: si no estás dispuesto a pagarlo o si no haces lo que debes hacer, no obtendrás lo que deseas.

Alguna vez leí una frase en internet, que me impactó: “El éxito no es un golpe de suerte, es una paliza de disciplina”. Nunca pude establecer quién la escribió, pero sí puedo decir con certeza que es genial. ¿O no? Me identifico plenamente con cada una de estas 13 palabras, que resumen con maestría cómo ha sido mi trayectoria: algunos golpes, muchas palizas.

Este es un mensaje que intento transmitir cada día a quienes me conceden el privilegio de ser su mentor, de guiarlos en esta apasionante aventura del emprendimiento y de los negocios dentro o fuera de internet. Muchos de ellos, abiertamente, me dicen que quieren ser como yo, que quieren emular mi camino, que quieren alcanzar los mismos éxitos que yo he logrado.

Honestamente, con la mano en el corazón, deseo que obtengan eso y un poco más. Es decir, que superen el listón que yo fijé, que puedan mejorar lo que yo he conseguido. Esa es la razón por la que, si me conoces, si has tomado alguno de mis cursos o eres miembro de mi Círculo Interno, sabes que doy más de lo que ofrezco: si te prometo 10, me aseguro de entregarte 100.

Sin embargo, y esta es la cara triste de la historia (la otra cara de la moneda), los que logran superar el listón son muchos menos de los que a mí me gustaría (la verdad, me gustaría que fueran todos). Y no es porque esté demasiado algo, porque si no, entonces, nadie lo habría superado. ¿Sabes cuál es la razón? Que las grandes diferencias surgen de los pequeños detalles.

Algunas personas me dicen que soy muy talentoso, y lo agradezco, pero conozco a muchos otros que son mucho más talentosos que yo. De hecho, estoy completamente seguro de que no pocas de esas personas a las que intenté ayudar y no consiguieron lo que deseaban son más talentosas que yo. Pero, hubo pequeños detalles que marcaron una gran diferencia.

Otros me dicen que la clave de mi éxito es que fui un pionero, uno de los primeros que comenzó en esto de los negocios digitales en el mercado hispano. Ese, sin duda, es un factor que jugó a mi favor, pero temo que no es la razón por la cual triunfé en la vida y los negocios. Algunos de los que comenzaron conmigo, tristemente, se quedaron a mitad del camino.

Algunos creen que es porque tengo un amplio conocimiento de las herramientas tecnológicas, lo cual es cierto. Pero, no, esa no es la razón. Cuando comencé, cuando alcancé la cima, no existían muchas de esas poderosas herramientas de hoy: no había Google, ni redes sociales; la fotografía digital era precaria, al igual que el video, y no existían las conexiones wifi o de banda ancha.

Con muy pocos recursos, todos absolutamente obsoletos comparados con los actuales, logré el éxito. Claro, después, cuando la tecnología nos brindó tantas posibilidades maravillosas, mi vida y mi trabajo se facilitaron. Fue posible conseguir cosas que antes eran prácticamente imposibles, que estaban lejos de mi alcance. La tecnología me ayudó, pero no soy exitoso por ella.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Disciplina es hacer lo que tengas que hacer en el momento correcto. Es más fácil de lo que te imaginas.


Mi vida, tanto la personal como la laboral, literalmente ha sido una montaña rusa. Y caí muchas veces, fracasé muchas veces. Sin embargo, logré labrar un camino de éxito que muy pocos han podido seguir. ¿Talento? ¿Conocimiento? ¿Experiencia? Sí, pero, sobre todo, mucha disciplina.


Supongo que a estas alturas estás intrigado, o cuando menos, curioso, por saber cuál es la razón de mi éxito. La respuesta es sencilla: las grandes diferencias surgen de los pequeños detalles. Es más: estoy en capacidad de resumírtelo en una sola palabra. ¿Sabes cuál es? DIS-CI-PLI-NA. ¿Te sorprende? ¿Cuál esperabas? Aunque se antoje demasiado simple, esa es la verdad.

Disciplina es hacer lo que tengas que hacer, aunque estés cansado, aunque sea domingo, aunque los amigos te inviten a salir a tomar unas cervezas, aunque eso signifique postergar algunas actividades que te placen. Y antes de que puedas caer en un error, de que me malinterpretes, te aclaro que no significa sacrificarse, ni dejar de vivir y disfrutar la vida.

Disciplina es, entre otras cosas, saber priorizar lo que en realidad es importante en tu vida en cada momento de tu vida. Quizás en algún momento represente no disfrutar una fecha especial o no participar de una actividad familiar ocasional, pero de ninguna manera significa convertirte en un huraño, abstraerte de la realidad. Disciplina es privilegiar lo importante y no lo urgente.

Disciplina es, sobre todo, hacer lo que tengas que hacer todos y cada uno de los días de tu vida. Esto derriba la falsa creencia que la disciplina es un don o un privilegio de unos pocos. Es, en esencia, una habilidad y, como tal, cualquier ser humano, todos los eres humanos, la pueden desarrollar. Exige autocontrol, autoconocimiento y también objetivos claros.

Quizás alguna vez me escuchaste contar que en 2016, justo antes de abordar un avión para comandar un evento con más de 450 asistentes en Bogotá, tuve que cambiar el itinerario: terminé en la sala de urgencias de un hospital, porque había sufrido un preinfarto. La falta de disciplina para cuidar mi salud me costó caro. Por fortuna, eso sí, viví para contarlo.

Desde entonces, cambié mis hábitos, desarrollé algunas habilidades, borré algunas creencias limitantes y, lo más importante, fui consciente de la responsabilidad que tengo como padre de dos niñas. Entonces, me discipliné y tomé el control de mi vida, de mi salud. Hoy puedo decir con satisfacción que los males están controlados y sigo bajo supervisión médica periódica.

¿Cuáles son las claves de la disciplina?

La primera, la perseverancia: hacer lo que tienes que hacer cada día, todos los días. Aunque estés cansado, aunque quieras salir con tus amigos a tomar unas cervezas, aunque en la tele estén dando la serie que te encanta. Recuerda: la disciplina es un hábito, así que cuanto más lo practiques, mejor lo harás. Hoy, a diferencia de mi juventud, entiendo y disfruto esto.

La segunda, aprender a decir NO. No a las tentaciones, no a las distracciones, no a lo que no es productivo, no a lo tóxico (a los tóxicos). Enfocarte en lo que debes hacer es una estrategia que te permitirá conseguir los resultados que deseas en menor tiempo, con menor esfuerzo. El mundo no se acaba porque dejes de ver la bandeja de entrada del correo, o el WhatsApp.

La tercera es la organización. Que, valga decirlo, también es una habilidad, un hábito que se adquiere, que se aprende. Es algo que les enseño a mis alumnos: crear sistemas eficaces que puedan replicar con éxito una y otra vez. En un sistema efectivo, cada pieza, sin importar su tamaño, hace lo que tiene que hacer cuando es necesario. Esta premisa no cambia.

La cuarta, la puntualidad. ¿Te sorprende? Este término, a diferencia de lo que puedas creer, no significa solo cumplir horarios o acudir a las citas antes de la hora acordada. Ser puntual es, fundamentalmente, establecer una meta y cumplirla, cumplirla puntualmente. Es decir, a cabalidad, con el resultado previsto, satisfactorio. A pesar de las dificultades, de los fracasos.

No es el talento, no es el conocimiento, no es la experiencia. Eso que llamamos éxito, sea lo que fuere que pienses de él, es una construcción propia, personal, que se basa en la disciplina. Lo que potencia talento, tu conocimiento, tu experiencia es la disciplina. Aquellos, sin esta, de nada te sirven. Recuerda: las grandes diferencias surgen de los pequeños detalles.


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