“Soy completamente feliz, estoy feliz con la vida que he logrado construir”. Hay una frase que me gusta mucho y que, pese a que a algunas personas les desagrada, creo que encierra una realidad. Es aquella atribuida a Bill Gates: “Nacer pobre no es tu culpa, morir pobre sí lo es”. Y la historia de mi amigo y discípulo Efraín Vega es la clara demostración de que es posible cambiar tu mundo.
“Vengo de una familia de escasos recursos, sumado a que cuando tenía 7 años mi mamá estaba muy enferma. Mi papá la llevó a donde varios especialistas y todos los médicos dijeron que se iba a morir. Para rematar, en la empresa en la que él trabajaba decidieron no concederle más permisos y le dijeron que tenía que escoger entre la empresa o la familia; él, claro, escogió la familia”, cuenta.
Entonces, lo despidieron: al caído, caerle. Por supuesto, la situación familiar se tornó intolerable. Tuvieron que vender lo que tenían para obtener algún dinero que les permitiera atender a la madre enferma y sostener el hogar. Pronto, sin embargo, el dinero fue insuficiente y hubo que recurrir a préstamos y, en una salida desesperada, el padre compró un taxi para trabajar.
Podrás decirme que son situaciones límite a las que se enfrentan muchas familias en nuestros países, y es cierto. Sin embargo, muchas de esas familias, lamentablemente, no pueden cambiar su realidad. La de Efraín, afortunadamente para ellos, sí pudo lograrlo, pero no de una manera tan fácil como se lee: fueron varios años antes de que la angustia fuera sustituida por una sonrisa.
Antes, hubo que aportar una alta cuota de sacrificio, hubo que madurar biche, hubo que ponerle el pecho a una vida que no se antojaba cómoda, ni divertida. “Mi hermano mayor, que tenía 10 años, y yo, con 9, decidimos empezar a trabajar para ayudar al sostenimiento del hogar. Comencé acomodando la mercancía de las bodegas en el almacén de una refaccionaria”, relata Efraín.
No está bien que un niño tenga que trabajar, no está bien que sacrifique su infancia, no está bien que tenga que asumir responsabilidades de adulto, pero Efraín y su hermano no tuvieron elección. Era una cuestión de supervivencia y en su interior había algo que los impulsaba a tomar acción. Por fortuna, la salud de mamá mejoró lentamente y, contrario al diagnóstico de los médicos, se recuperó.
Aunque sus padres se oponían a que los hijos trabajaran, finalmente accedieron con la condición de que no abandonaran el estudio. Esa fue la decisión clave, la que cambió el futuro de la familia y de Efraín, la razón escondida por la cual, años después, pudieron transformar su realidad. Y es, también, la razón por la cual creo que la frase de Bill Gates es cierta, además de incómoda.
Gracias al beneplácito del señor Eduardo Garrido y del ingeniero Jaime Garrido, dueños de la refaccionaria, estudiaban en las mañanas y trabajaban en las tardes. De esa forma, Efraín adelantó de manera simultánea tanto la escuela académica como la otra, la más importante: la de la vida. Y poco a poco logró sobresalir en los dos ámbitos para construir una vida con cimientos sólidos.
No pasó mucho tiempo antes de que el joven Efraín comenzara a surtir las listas de materiales del taller mecánico que había en la refaccionaria y las refacciones que se vendían en los mostradores. Fue así como descubrió otra faceta que de inmediato lo atrapó: la de los negocios, la relación que tenían sus jefes con los proveedores. “Ese fue mi primer contacto con las ventas”, recuerda.
A los 14 años, mientras cursaba la secundaria, dejó este trabajo y asumió otro en una cerrajería: entró al taller de manufactura. Era un pequeño negocio, pero allí Efraín encontró todo lo que necesitaba para aprender del funcionamiento de una empresa: otro camino del aprendizaje que años más tarde le sirvió para cristalizar sus sueños. El rompecabezas comenzaba a tomar forma.
Al mexicano Efraín Vega la vida no lo trató bien en la niñez y la adolescencia. Sin embargo, lejos de rendirse o conformarse, a punta de estudio y trabajo logró construir una vida que hoy lo hace sentirse feliz. Él es uno de los coautores de ‘¡Tú puedes!’, mi libro bestseller. Una historia que inspira.
Allí, a la sombra del señor Jacobo Infante (q.e.p.d.), su jefe, aprendió el proceso de fabricación de los productos, desde que los clientes llegaban con su solicitud hasta que se hacía la producción en serie. “A los 16 años empecé asumí algunas labores administrativas y contables, que me dieron una mejor idea de cómo funcionaba la empresa. Esta fue mi segunda experiencia en el área de negocios”.
El aprendizaje en el trabajo estaba bien, pero de nada hubiera servido sin el soporte en casa, sin esas enseñanzas que solo se pueden transmitir bajo el techo familiar. En el caso de Efraín y sus hermanos, fue la insistencia para que no abandonaran la escuela y, por otro lado, la sabiduría para que cultivaran el hábito de la lectura. Gracias a eso, Efraín nunca perdió el gusto por aprender.
“Mi papá siempre nos compraba libros de acuerdo con la edad que teníamos y en la casa hizo un libreto del tamaño de una de las paredes más grandes y lo llenó de libros. Teníamos nuestra pequeña biblioteca, en la que siempre había algo para leer”, recuerda. “Los hábitos de la lectura y del estudio fueron una pieza primordial del éxito que logré como empresario más tarde”, agrega.
Pero faltaba otra decisión crucial, una que marcó para bien la vida de Efraín y de sus hermanos: “cerca de mi casa había un centro de idiomas y mi papá consiguió una beca para que mis tres hermanos y yo pudiéramos estudiar allí. Aprender inglés a esa edad fue algo muy importante para mi futuro como empresario”, asegura. De nuevo, la pobreza perdía una batalla con la familia Vega.
A los 19 años, con 10 de experiencia en diferentes trabajos y cuando comenzaba los estudios en la universidad, Efraín consideró que ya era hora de echarse al agua y creó su primer negocio: un taller de serigrafía, que no prosperó. Un año más tarde, montó uno de instalación de multilíneas, conmutadores y sistemas telefónicos y luego se fue por la línea de redes de área local de voz y datos.
Fue un comienzo difícil, porque en casa nadie tenía experiencia como empresario y, por lo tanto, nadie lo podía ayudar. “Mi papá me decía que si estaba estudiando para ser ingeniero mejor me metiera a trabajar en una compañía grande y que dejará a un lado esa idea de poner un negocio”. Efraín, por supuesto, no hizo caso y siguió porfiando, remando contra la corriente, luchando.
Ese negocio comenzó con cuatro amigos de la universidad que tenían gran entusiasmo, pero nada de capital para invertir. “Solo a mí y a Iván, uno de los compañeros, nos gustaban las ventas, así que salimos a conseguir clientes; cuando vendíamos un proyecto, entre todos hacíamos las instalaciones. Nuestra oficina y bodega era el garaje de la casa de los padres de Iván”, cuenta.
¿Te suena familiar? Bueno, seguramente sabes que estas 10 grandes empresas también surgieron de una cochera: Apple, Microsoft, Google, Hewlett Packard, Disney, Mattel, Amazon, Dell, Yankee Candle y Harley Davidson. El negocio de Efraín creció (aunque no tanto como estos otros) y pronto comenzaron a ver los resultados: al cabo de un año contrataron personal y acondicionaron unas oficinas.
A los seis meses de comenzar, lograron cerrar un negocio para de instalación en un edificio de 6 pisos, para conectar 200 computadoras y 250 teléfonos. “La utilidad neta de este proyecto equivalía a dos años de un buen salario de ingeniero en una empresa, con la diferencia que lo ejecutamos en solo 3 meses”. Esa fue la primera señal de que iba por el camino correcto.
Luego llegaron más contratos: IBM los contrató como proveedores de sus instalaciones de redes y AT&T, otra multinacional, siguió ese camino. Esos éxitos, irónicamente, le enseñaron a Efraín la otra cara de la moneda: las dificultades del mundo de los negocios, cuando no hay ventas, cuando no hay nuevos contratos, pero sí cuentas por pagar y las responsabilidades con los empleados.
Despedir a las personas que le colaboraban fue algo que lo marcó: “después de esta experiencia, aprendí que es mejor tener contratistas por proyecto”. Otro tropiezo fue lidiar con el área contable, con los impuestos. “A mí me costó más de 10 años aprender a llevar mi contabilidad y la parte fiscal de mi empresa”, confiesa, un período en el que tuvo varios fuertes dolores de cabeza.
Como dolores de cabeza también le provocaron las dificultades que, en cinco ocasiones, lo tuvieron a un paso de tirar la toalla. Dos veces fueron por culpa de las devaluaciones sufridas por el peso mexicano: “el material que instalo lo compro en dólares y lo vendo en pesos. Además, por la incertidumbre del mercado, los clientes no hacían pedidos o se demoran 6 meses o más en pagarlos”.
Una de las personas que le ayudó a Efraín Vega fue Robert G. Allen, uno de sus mentores. Le enseñó a generar ingresos pasivos, algo que le permitió dar el salto hacia la abundancia. Lo mejor, sin embargo, es que ese conocimiento le sirvió para cambiar su mentalidad.
En 2001, luego del ataque terrorista a las Torres Gemelas, en Nueva York, muchos clientes cancelaron los pedidos, a pesar de que los contratos ya estaban firmados. Demoró dos años en normalizar el flujo de caja. Luego, la grave crisis financiera de 2008 lo puso en jaque, pues tuvo que despedir al 80 por ciento de sus empleados y reducir los costos drásticamente.
Esa coyuntura, que por poco lo obliga a cerrar su empresa, irónicamente se convirtió en una gran oportunidad. “Llevaba 3 años estudiando cómo hacer negocios por Internet, sin haber aplicado nada. En ese momento, pensé en que bueno todo mundo decía que hacer negocios por Internet es la solución, así que me puse manos a la obra y empecé a aplicar lo que había aprendido”.
Fue, entonces, cuando la vida le dio otra lección magistral: de nada sirve lo que hayas aprendido si no lo pones en práctica. “Cuál no sería mi sorpresa cuando comencé a ver resultados. Los clientes me decían que me habían visto en internet, así que empecé a dedicarle más tiempo a lo digital”. En 2011 alcanzó el mismo nivel de ventas que su empresa acreditaba antes de la crisis de 2008.
“Hoy soy un empresario exitoso, con 28 años de experiencia, y sigo estudiando. Cuanto más estudio y más aplico lo que aprendo, mejores resultados obtengo. Mi sueño es tener un negocio más grande que Amazon, y hacia allá voy”, asegura. “Haberme convertido en emprendedor es lo mejor que me pudo haber pasado, aunque tengo que decir que no es un proceso fácil”, agrega.
Y no lo fue, especialmente, porque en los primeros 13 años no se dejó ayudar, quería resolverlo todo él mismo, y así no funciona. Por fortuna, algunos libros le enseñaron la importancia de un mentor en los negocios y pudo salir del atasco. “En mi vida como empresario hay un antes y un después de comenzar a trabajar con un mentor. Llegué hasta acá gracias a ellos”, afirma.
“Nacer pobre no es tu culpa, morir pobre sí lo es”, dijo Bill Gates. Quizás esta afirmación te resulte incómoda y hasta agresiva, pero historias inspiradoras como la de mi amigo Efraín Vega confirman que es cierta. No es multimillonario, pero con estudio y trabajo erradicó de su vida las carencias y dificultades que vivió en la niñez y la adolescencia, y ese éxito es su mayor riqueza.
Si deseas más información sobre Efraín, puedes ir a:
Sitio Web: www.efrainvega.com
Email: info@efrainvega.com
Facebook: https://www.facebook.com/efrainvegacoach/